Ética y fe cristiana en un mundo plural
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Ética y fe cristiana en un mundo plural

Emilio Martínez Navarro

  1. 120 pages
  2. Spanish
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Ética y fe cristiana en un mundo plural

Emilio Martínez Navarro

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A través de parábolas y de argumentos filosóficos, estas páginas ofrecen una visión de la ética cívica que hemos de tomar en serio para convivir y cooperar en las sociedades pluralistas. Se trata de un conjunto de valores que la tradición cristiana ha contribuido a proponer. Pero la ética cristiana ofrece algo más que un apoyo de buena fe a los valores de la sociedad abierta: ofrece un alegre mensaje de amor, sentido y de esperanza que nace del encuentro personal con Jesucristo.

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Information

Publisher
PPC Editorial
Year
2010
ISBN
9788428822817
1

DIVERSIDAD DE MORALES LOCALES Y DE TEORÍAS ÉTICAS

1. Parábola de las caravanas en el desierto
La historia de la humanidad se parece a un gran desierto en el que había un gran número de tribus que lo cruzaban continuamente en forma de caravanas. Al principio, las tribus contaban con pocos miembros y pocos recursos, de manera que su marcha era muy lenta y apenas se cruzaban de tarde en tarde con alguna otra caravana. En esa época, los miembros de cada tribu pensaban que ellos eran los únicos seres humanos que había en el ancho mundo. Los extraños seres de las otras tribus eran considerados como alimañas peligrosas, a quienes había que eliminar antes de que ellos acabasen con los nuestros. La guerra a los otros, o la huída de ellos, era cuestión de supervivencia. Los encuentros con otras tribus a menudo acababan en luchas sangrientas y algunas tribus aniquilaban a otras arrebatándoles todas sus pertenencias y esclavizando a los supervivientes.
Pero de tarde en tarde, el encuentro de dos caravanas se hacía de modo pacífico y hospitalario, celebrando intercambios de regalos, comercio, bodas mixtas y alianzas para la defensa mutua. Algunos de estos encuentros se prolongaron tanto tiempo que las dos caravanas se fusionaron en una sola, y sus descendientes llegaron a olvidar el hecho de que se había producido tal fusión.
Pasaron miles de años, y unas pocas de las tribus más grandes desarrollaron tecnologías muy sofisticadas y un poder bélico tan considerable, que las demás tribus se veían a sí mismas como pequeñas caravanas con dos opciones: o fusionarse con alguna de las grandes, o desaparecer. Finalmente, se llegó a una situación en la que las tribus más poderosas se repartieron todo el territorio: cada una con sus respectivas áreas de influencia. En cada una de esas áreas de influencia quedaron sometidas muchas tribus pequeñas: algunas de buen grado y otras con mucho rencor y resentimiento. Los enfrentamientos bélicos a gran escala entre las tribus grandes se hicieron cada vez más escasos, hasta desaparecer. Pero no desaparecieron las guerras entre algunas de las pequeñas tribus, ni las tensiones entre todas ellas, tanto grandes como pequeñas.
En medio de esas tensiones, para todos era evidente que el uso de ciertas armas, o un accidente con ciertas tecnologías, podría suponer el final de todas las tribus en una catástrofe mundial. Por otra parte, el consumo desmesurado de los recursos naturales y la acumulación de residuos estaba contaminando gravemente el medio ambiente. Y aunque algunos individuos de muy diversas tribus empezaron a unirse para dar solución a estos problemas, los dirigentes de las grandes caravanas apenas empezaban a dar pequeños pasos para mejorar la situación, o al menos, no empeorarla.
2. La moral como un ingrediente necesario de la vida humana
Cada grupo humano es distinto de los demás en muchas cosas, pero también hay semejanzas que permiten identificar a cada uno como un grupo de humanos, y no como una manada de miembros de otra especie. Por ejemplo, los seres humanos se hablan, se visten, utilizan herramientas, ríen y lloran, celebran rituales y fiestas, manifiestan creencias compartidas en el seno del grupo y cada generación transmite sus conocimientos a la que le sigue. Cualquier grupo humano tiene, desde que nuestra especie apareció en este mundo, una determinada moral, es decir, un sistema de orientaciones para el comportamiento que incluye definiciones de roles sociales, reparto de deberes y de poderes, expectativas mutuas de trato e interacción, y valoraciones sobre determinadas conductas de uno mismo y de los demás miembros del grupo. En cada sociedad concreta, sus miembros son educados desde la más tierna infancia en el aprendizaje del idioma propio del grupo, de manera que, a través de palabras y gestos, las nuevas generaciones adquieren la visión del mundo y de la vida humana que sus mayores les trasmiten.
A lo largo de los siglos anteriores, el planeta les parecía a todos los pueblos un lugar inmenso, pero se nos fue quedando pequeño y los pueblos diversos que hoy comparten el planeta son, todos y cada uno, el resultado de un largo proceso de interacción y mestizaje que a veces fue violento y a veces pacífico y cooperativo. En el seno de cada grupo humano, la moral ha incluido siempre unos contenidos acerca del modo de tratar «a los extraños», a los miembros de otros pueblos, tanto si eran considerados «amigos» y «aliados» como si se les consideraba «enemigos» y «rivales». En este último caso, la moral tribal suele alentar la desconfianza y el odio frente a cualquier miembro del grupo considerado como hostil. Y la idea de que tal o cual grupo humano diferente «es enemigo», o incluso «no es realmente humano» se elabora a lo largo de un proceso en el que interviene una multitud de factores, muchos de los cuales son a menudo creencias exageradas y erróneas. Una parte de la moral de cada pueblo ha sido siempre construida sobre el supuesto de que otros pueblos son hostiles, o «inferiores» o despreciables en virtud de algunos rasgos diferenciales.
Las creencias morales de cada grupo, ese «código moral local» que rige en el interior de cada sociedad, cumplen básicamente una función de pautas de supervivencia para el grupo en cuestión. Por ejemplo, todo grupo estableció en algún momento inicial de su historia que estaba mal agredir por capricho a otro miembro de la propia sociedad; esa norma fue establecida en adelante como obligatoria para todos, puesto que se vio su utilidad para mantener la cohesión del grupo que es necesaria para sobrevivir. Lo mismo podría decirse con respecto a las normas que rigen la vida de pareja, las relaciones padres-hijos e hijos-padres, las relaciones entre vecinos, las normas respecto a la propiedad sobre cosas y animales (también sobre personas en algunos lugares y épocas), etc.
Todo el conjunto de normas que, tradicionalmente, han servido a cada pueblo como referentes acerca de «lo que está bien» y de «lo que no está bien», conforme a la mentalidad de cada momento histórico, sirve para orientar el comportamiento de cada miembro del grupo con el fin de que sea posible el bien común del grupo en su conjunto.
3. El etnocentrismo moral
Las normas morales aparecen en la formación de cada ser humano como indicaciones «objetivas», destinadas a ser interiorizadas por cada sujeto como «la manera natural y correcta de comportarse». En sociedades como la nuestra, ese aspecto de objetividad se refuerza en el seno del grupo con expresiones como «eso no se hace», «eso no se dice», «eso no se toca», que se les inculca a los niños y niñas hasta que interiorizan lo que la sociedad considera «correcto» e «incorrecto» desde el punto de vista de la moralidad establecida.
Este aspecto de la moral es una consecuencia lógica de la función de supervivencia grupal que les dio origen: puesto que está en juego la supervivencia del grupo, las normas morales han de ser tomadas muy en serio desde la infancia, hasta el punto de llegar a interiorizarlas de tal modo que se considere «absurdo», «antinatural», «inhumano», etc., cualquier otro modo posible de comportamiento. De ahí que se vean como extrañas, antinaturales e inhumanas las normas que rigen en el extranjero. Este fenómeno es el etnocentrismo: suponer que el patrimonio cultural propio es mejor, superior y criterio supremo para juzgar sobre otras costumbres. Tenemos tan arraigado el apego a los usos y costumbres del grupo cultural al que pertenecemos, que nos resulta difícil aceptar que otros usos y costumbres pueden ser tan humanos y naturales como los nuestros.
Algunos filósofos de nuestro tiempo, como Richard Rorty, han afirmado que es imposible adoptar un punto de vista imparcial en cuestiones morales porque el etnocentrismo es irrebasable. Esto significa que, según la filosofía rortyana, todos estamos inevitablemente atados a la visión del mundo y de la vida que hayamos aprendido en el grupo cultural al que pertenezca cada cual, y por esa razón no sería posible la argumentación moral entre personas de diferentes culturas. Porque sólo «los nuestros» serían capaces de entender nuestros argumentos. Y viceversa: nosotros no seríamos capaces de entender los argumentos que nos presentaran «los otros», los miembros de una cultura completamente diferente a la nuestra.
No vale sugerir que la propia cultura no es particular (de un grupo humano concreto) sino «universal» (compartida por toda la humanidad), puesto que afirmar tal cosa es síntoma de ese etnocentrismo que aqueja inevitablemente a todas las culturas. Incluso en el caso de que una cultura particular se haya extendido por casi todo el planeta (como es el caso de la cultura occidental), eso no significa que haya dejado de ser «una más»; significa únicamente que se trata de una cultura particular que ha llegado a imponerse hegemónicamente.
Desde el punto de vista rortyano, por tanto, no sólo ocurre que no existe una moral imparcial y universalmente válida, sino que tal cosa no puede existir. A lo sumo podrá haber una moral particular que se convierta en universalmente hegemónica. Nada más. La idea misma de una posible moral común, universal y razonable para todos los pueblos de la Tierra, es considerada como una quimera. Rorty sostiene que sólo puede ...

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