Novelistas Imprescindibles - Fernán Caballero
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Novelistas Imprescindibles - Fernán Caballero

Fernán Caballero, August Nemo

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Novelistas Imprescindibles - Fernán Caballero

Fernán Caballero, August Nemo

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Bienvenidos a la serie de libros Novelistas Imprescindibles, donde les presentamos las mejores obras de autores notables.Para este libro, el crítico literario August Nemo ha elegido las dos novelas más importantes y significativas de Fernán Caballero que son Clemencia y La familia de Alvareda.Fernán Caballero era el pseudónimo utilizado por la escritora y folclorista española Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea. Cultivó un pintoresquismo de carácter costumbrista y su obra se distingue por la defensa de las virtudes tradicionales, la monarquía y el catolicismo. Su pensamiento se inscribe dentro del regeneracionismo católico de la épocaNovelas seleccionadas para este libro: - Clemencia.- La familia de Alvareda.Este es uno de los muchos libros de la serie Novelistas Imprescindibles. Si te ha gustado este libro, busca los otros títulos de la serie, estamos seguros de que te gustarán algunos de los autores.

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Clemencia

Prólogo

Carta a mi lector de las Batuecas
Mi muy querido lector:
Supongo que te acordarás de que me has escrito: cartas como las tuyas no las olvida el que las escribe y mucho menos el que las lee.
No me has dicho tu nombre; pero no por eso dejas de ser mi simpático amigo, pues como dice un refrán, el nombre, ni quita ni pone. Además, podría suceder que si me lo dijeses, me quedase tan adelantado como antes de saberlo, pues es dable que sea tu nombre tan desconocido como lo es el de Fernán Caballero, por lo cual ha tenido el pobrecito que sufrir el desaire de ver a las gentes empeñarse en que no es legítimo, y sí hijo de la cuna. ¡Ojalá me llamase Tostado! Este nombre al menos, aunque no muy bonito que digamos, no tendría el inconveniente de ser incompatible con la pluma. ¿Quieres creer que un escritor de los buenos, de los de fuiste, de los sonados, como decimos por acá, ha escrito a Andalucía para saber si Fernán era Fernán, o si era quizás Luis Napoleón, Kossuth o Lola Montes? Y eso que dicho escritor ha escrito con el nombre de un fraile, y Fernán ha tenido la buena fe de tenerlo por tal; y aun hoy día existe para él ese fraile, sin que por eso deje de existir además un historiador de gran mérito y nombradía. Y sábete que no ha sido él solo entre la aristocracia literaria quien se ha empeñado en que yo no soy yo: esto ha sido a punto que han llegado a aturrullarme y hacerme dudar de si existo o no. Mi cocinera, a quien ya conoces, estaba muy inquieta viéndome de continuo pasear agitado por mi gabinete, declamando en lúgubre acento el monólogo de Hamlet: To be, or not to be, that is the question.
-Señor -me decía-, el almuerzo.
-Ser o no ser, esa es la cuestión -contestaba yo.
-Señor -la comida.
-Ser o no ser...
Mi cocinera, con la gran dosis de buen sentido que la distingue, se fue a la parroquia, me trajo mi fe de bautismo y una certificación del cura, de que el sujeto que anotaba la fe de bautismo no había sido enterrado; y desde entonces me he tranquilizado, he dejado mis cavilaciones, y me he convencido de que existo para servirte, así como a todos los que me crean un autor silfo, un escritor que tiene nombre y no persona, o un eco espontáneo.
Recuérdame este singular empeño una anecdotilla, de cuya autenticidad te respondo.
Una madre rígida llevó a su hija a un baile de máscaras de convite.
-Cuidado -le dijo al entrar- que te prohíbo que bailes con ningún enmascarado.
-Señora, -observó la pobre niña-, si casi todos lo están.
-Pues el que quiera bailar contigo -repuso la madre-, deberá antes decirte su nombre.
Llegado que hubieron al baile, se apresuro una mascara a sacar a la joven a bailar.
-¿Quién sois? -preguntó ella.
-Soy un dominó: ¿qué más necesitas saber para bailar un rigodón?
-Tu nombre.
-¿A qué santo?
-Es precisa condición.
-Me llamo -dijo el dominó-, Juan Pedro Fernández.
La niña se levantó muy contenta, y bailó su rigodón con don Juan Pedro Fernández, que le era exactamente tan desconocido como el dominó.
No resisto al deseo de citar a este propósito otra anécdota, que refiere Walter Scott en el prefacio de la segunda parte de sus obras. Yo siempre leo los prefacios, querido lector, pues a veces son lo mejor de la obra.
-Había -dice-, en la feria de San Germán, un arlequín, que divertía mucho a las gentes y tenía gran popularidad. Presentábase siempre a trabajar enmascarado; un amigo suyo le aconsejó, puesto que había agradado tanto, que se quitase la máscara. Hízolo así... y perdió el partido que tenía: se desprestigió. El porqué, preguntárselo al capricho de las masas.
Esto lo cuenta el gran escritor, porque escribió mucho tiempo sin dar su nombre, sólo con el de el autor de Waverley. Y, admira las diferentes índoles de las naciones en lo que voy a hacer notar: ese grande hombre no temió compararse a un arlequín; y yo que soy enano en tierra de enanos, si me hallase en iguales circunstancias, no me compraría a un arlequín por cuanto hay en este mundo.
En tu carta me saludabas en nombre de tus amigos, y me decías que quedaban ustedes aguardando otra producción mía, añadiendo: «Cuéntanos en lisa prosa castellana lo que realmente sucede en nuestros pueblos de España, lo que piensan y hacen nuestros paisanos en las diferentes clases de nuestra sociedad.» Sábete pues que este ha sido (atiende bien) el solo y único móvil que me ha hecho tomar la pluma para escribir la novela que te remito. Ya sabes que lo que escribo no son novelas de fantasía, sino una reunión de escenas de la vida real, de descripciones, de retratos y de reflexiones. Aunque no fuese el escribir así mi inspiración, mi tendencia, mi gusto y mi propósito, me haría perseverar en esta senda la autorizada, inteligente y altamente culta opinión de nuestro ilustrado crítico Don Eugenio de Ochoa, que dice:
«La novedad, la variedad, lo imprevisto y lo abundante de los acontecimientos nos parece peculiar al cuento; la novela vive esencialmente de caracteres y descripciones. ¡Cosa extraña! es de todas las composiciones literarias la que menos necesita de acción: no puede en verdad prescindir de tener alguna; pero con poca, muy poca le basta.».
Lo que prueba el instruido crítico, con el Vicario de Wakefield de Goldsmith, el Jonathan Wild de Fielding, las Aguas de San Román de Walter Scott y la mayor parte de las novelas de Balzac, a lo que podemos añadir lo que dice J. A. David: «A los poetas dramáticos pertenece la acción, y a los novelistas el análisis del corazón.»
No creas, querido lector, que al circunscribir los límites de mis creaciones quiera deprimir lo que escribo, y que de pura modestia intente suicidarme yo mismo con mis propias manos, como decía un amigo mío, que no era de Villamar, de Valdepaz ni de Villamaría, sino todo un ciudadano de guante amarillo y bota de charol; podríaslo creer por estar eso de suicidarse al orden del día, no por pura modestia, eso no, sino por puro quítame allá esas pajas. No quiero decir, pues, que no tengan valor y mérito el análisis y la pintura, siempre que estén bien hechos y lleven en sí el sello de la verdad.
Para lograrlo es necesario ver bien, y para ver bien es preciso entre otras cosas haber mirado mucho, como dice Alejo de Valon; y son pocos los que miran mucho lo que no les interesa ni tiene relación con ellos.
Dice Say: «La experiencia del mundo no se compone del número de cosas que se han visto, sino del número de cosas sobre que se ha reflexionado.»
Por lo tanto, queridísimo lector, ten la certeza de que todo lo que digo en esta novela, es verdad: en cuanto a las cosas nuestras, no tengo que fiártelas, pues pienso que llevan su auténtica consigo; pero sí te fío todas las concernientes a los personajes extranjeros. Sírvete de certificado, aun en las más increíbles, el asegurarte yo que son ciertas; yo que amo la verdad con entusiasmo y la considero como la Musa del Parnaso cristiano, siendo la misión de esta Musa poetizar la realidad sin alterarla, como expresa con tan buen gusto y alto criterio don Eugenio de Ochoa.
Dice Custine hablando de nuestra triste, incrédula y escéptica era: «que la sola religión posible en la época, tal cual la han hecho, es la pasión de la verdad».
Lo que te expongo en esta novela es la vida de una mujer, con eventos sencillos y cuotidianos como se hallan en toda vida de mujer, y son indispensables en toda novela. Clemencia, en contraposición de Lágrimas, que es el tipo de la mujer triste, débil y abandonada, es el de la mujer lozana, alegre y feliz. Es más difícil hacerla interesante: ¡ojalá logre hacerla simpática!
Sólo quiero añadir algunas palabras auxiliares a las bondosas que dices defendiendo mi estilo de ataques que no he visto ni oído, pero que siento como se siente sin verlo ni oírlo el helado viento de Guadarrama. No hay defensa cuando no hay ataque. Dice Suard, hablando de las cartas de Madame de Sevigné:
«¿Qué es estilo? Es difícil contestar a esta pregunta. El estilo es el que conviene a la persona que escribe y a las cosas que escribe. El Cardenal D'Ossat no puede escribir como Ninon. Madame de Sevigné no puede escribir como Voltaire. ¿Cuál se debe imitar? Ninguno, si se quiere ser algo por sí. No tiene realmente estilo, sino quien tiene el de su propio carácter y el giro natural y personal de su entendimiento, modificado por los sentimientos que se tienen al escribir. ¿Quién escribe mejor? El que tiene más movilidad en la imaginación, más ligereza, chiste y originalidad en su talento, más facilidad y buen gusto en la manera de expresarse.»
De lo dicho saco la siguiente consecuencia:
Si se han figurado los Eolos del Guadarrama que tu amigo Fernán es un sabio, un padre grave, un miembro de cualquier academia, un doctor de cualquier facultad, o un profesor de cualquier universidad, claro es que su estilo no será el propio ni el que le conviene; pero como tu amigo no es nada de eso, ni por el forro, se deduce lógicamente que el estilo de un sabio, de un padre grave, de un académico, de un doctor o de un profesor, no es el que conviene ni es propio a Fernán.
En cuanto al lenguaje, a los cargos que me puedan hacer los Eolos del Guadarrama, me rindo, someto y entrego con toda la humildad y con todo el rendimiento posible; pues no pienso, querido lector, imitar al centinela a quien dejó olvidado en su precipitada huida a la entrada de un puente una columna portuguesa, el cual viendo llegar al ejército español, se cuadró muy dispuesto a disputarle el paso del puente.
No, no, pues en viendo yo llegar el ejército de aristarcos, pedagogos y pedantes, reforzados con los Eolos del Guadarrama, echo a huir que no me alcanza un gamo. Bien me se ocurre hacer lo que aquel que en tiempo del imperio tiré al foro una cáscara de naranja rellena de luises, gritando: Prenez les louis et rejettez l'écorce; pero no me atrevo, y me atengo a la máxima de mis queridas y prudentes amigas las golondrinas, que dicen al ver llegar el triste otoño y el frío invierno: ¡Huir... huir... comadre Beatriiiiz!
No me hagas cargos por mis muchas citas, cosa muy poco usada en nuestra literatura. Tráigolas porque, como no presumo de mis juicios tanto que piense que no necesitan padrinos, tengo interés y hallo gusto en buscárselos buenos y autorizados, hasta en mi comadre Beatriz.
Adiós, mi querido, benévolo y simpático lector: no soy más largo, por aquello de que lo poco basta y lo mucho cansa. En esta cartita amistosa y familiar he atado todos los cabitos que quería atar, evitando así el remontarme a un prefacio solemne como el de una misa, que no habría leído ni el fiscal de imprentas.
Recomiendo a tu benevolencia mis personajes todos, en particular a mi muy querido Don Galo Pando: y si fuese algún día por tu valle el Ministro de Hacienda, te ruego, que se lo recomiendes, en lo que harás un acto de justicia.
Adiós otra vez. Da mil expresiones de afecto a tus conmoradores del valle, y díles que el genio de la simpatía ha murmurado a mí oído alguno de sus nombres que pregona la fama. Díles a los Eolos del Guadarrama que beso sus manos. Da a mi Clemencia un lugar en tu biblioteca, y a mí uno en tu amistad, con lo que quedará bien pagado mi trabajo.
Fernán.
P. D. No siéndome posible, sin robar su genuino colorido al diálogo, eludir palabras andaluzas muy expresivas e irreemplazables, he puesto al fin de la novela una tabla en que se expresa su significado. Walter Scott tiene diálogos enteros en dialecto escocés, lo que nadie, que sepamos, ha motejado al ilustre novelista.
Valdepaz 1.º de mayo de 1852

Primera Parte

I

Aux poètes dramatiques l'action, aux romanciers l'analyse du coeur.
A los poetas dramáticos pertenece la acción, y a los novelistas el análisis del corazón.
J. A. DAVID
Pour bien voir, il faut avoir regardé beaucoup.
Para bien ver, es preciso haber mirado mucho.
ALEXIS DE VALON
Le style vient des idées et non des mots.
El estilo nace de las ideas y no de las palabras.
BALZAC
-No se canse usted, don Silvestre; cada casa es un mundo -decía una tarde del verano de 1844 la marquesa de Cortegana a su amigo y compadre don Silvestre Sarmiento, mientras éste sorbía paladeándola una taza de café-. Tómelo usted por arriba, tómelo usted por abajo, cada casa es un mundo, aunque usted diga que no.
-Señora, yo no digo ni que sí ni que no.
-Así es usted en todo: ¡bendito Dios que lo ha criado más fresco que una lechuga! Como si no tuviese bastante con dos hijas, ¡me manda Dios esa sobrina! Una sobrina, la cosa más inútil del mundo.
-Es una perla, Marquesa.
-Sí, una perla que es para mí lo que fue la otra para el gallo. Capaz es usted de sostenerme que es una suerte, y que he ganado a la lotería.
-Yo no sostengo nada, señora.
-Pero lo da usted a entender, que es lo mismo. ¡Así cayesen en casa de usted llovidos del techo media docena de sobrinos! Ya veríamos la cara que usted ponía.
-Señora, yo no soy rico y es claro que me apurarían.
-Ya, ¡si usted cree que con dinero se compone todo!...
-No creo eso, Marquesa; pero creo que con dinero son las cargas menos gravosas.
-¡Así pudiese yo endosarle a usted mi sobrina! esa que usted llama perla. ¡Vaya! Como si no me sobrase con las dos perlas de mis hijas para darme que hacer. ¡Perlas! Cuidados sí que son las niñas.
-¿Y por qué no la dejó usted en el convento?
-¿Con diez y seis años la había de dejar en el convento, para que toda Sevilla me quitase el pellejo, y me llamase tía tiránica? ¡Tiene usted unas ...

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