La construcción de la democracia a través del trabajo y de la ciudadanía
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La construcción de la democracia a través del trabajo y de la ciudadanía

María José Justo, Mariela Inés Laghezza

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La construcción de la democracia a través del trabajo y de la ciudadanía

María José Justo, Mariela Inés Laghezza

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Este libro pretende formar a los jóvenes estudiantes del último año de la secundaria, en actores fundamentales de la sociedad, como trabajadores y ciudadanos comprometidos en la construcción de una comunidad más equitativa y sustentable.El trabajova de la mano con la importancia de pertenecer a una comunidad, ya que la producción de bienes y servicios nos transforma en seres útiles para con los demás.Los conceptos de ciudadaníay trabajose aúnan en la sociedad dando sentido a nuestras vidas.Este libro constituye una herramienta formadora de individuos que hagan valer sus derechos y obligaciones y, por sobre todo, que generen habilidades para forjar su futuro.

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Information

Year
2020
ISBN
9789874116482
Introducción
La necesidad de construir ciudadanos para obtener una comunidad democrática plena es un objetivo aún pendiente en nuestra sociedad actual. No se puede hablar de “gobierno del pueblo” sin una sociedad civil capaz de ser responsable frente a sus miembros, esto no solo indica el conocimiento de sus derechos sino también de sus obligaciones, aún más de la “responsabilidad cívica de cada uno de nosotros” acción guiada para la consciencia solidaria y para la obtención del bien común. Esta acción se hace condición necesaria en momentos críticos como el actual. La necesidad de volver a confiar en lo público, que no es otra cosa que “lo de todos” es uno de los objetivos de este libro.
Por otro lado el “trabajo” va de la mano con la importancia de pertenecer a una comunidad, ya que la producción de bienes y servicios nos transforma en seres útiles para con lo demás.
Ambos conceptos “ciudadanía” y “trabajo” se ligan y aúnan en la sociedad; ahora bien en los próximos años el mundo se debate entre la posibilidad de una “ciudadanía cosmopolita” o una “ciudadanía ligada al Estado nación” y juntamente con ello se abrirá o no la posibilidad de trabajo para miles de personas que migran de un lugar a otro solo al efecto de conseguir el derecho a existir y a una vida posible.
Las autoras optan por “ciudadanos del mundo” entendiendo que todos los seres humanos gozamos de derechos inalienables y cada uno de nosotros es responsable frente a los otros, “derechos y responsabilidad humana” existen per se en todo el mundo independientemente del Estado o nación.
Además, el extranjero por su propia “naturaleza”, siempre fue objeto de reflexión, de regulación, de intervención y de prácticas arbitrarias. Preguntémonos, como Ana Paula Penchazadeh1: ¿se puede pensar una identidad sin la contracara de la diferencia? ¿Es la figura del extranjero la contracara necesaria de la del ciudadano? ¿La construcción del Estado-nación moderno y la noción de ciudadano que le es inherente suponen por necesidad la construcción de un afuera y de un extranjero? Este pensamiento se anuncia sobre una extraña reflexión política: el extranjero como una de las figuras privilegiadas de la otredad que hacen visibles la arbitrariedad de toda identidad/diferencia”.
A partir de las formas de pensar al extranjero se enfatiza que la otredad es indeterminada, es decir, no tiene una naturaleza propia, esencial o permanente. Así, el extranjero puede ser objeto de xenofobia, o puede valorarse la diversidad que aporta y representa. Puede ser incluido en la esfera privada o en la sociedad civil y excluida de la esfera pública y de la comunidad política. Estos ejemplos muestran que la construcción de la otredad es histórica y política en sentido amplio: no hay una “naturaleza” extranjera, sino que se trata de una clasificación jurídica, política y social que se construye y se disputa en cada momento histórico.
La configuración étnica contemporánea transita la relación del binomio identidad - territorio como forma de repensar el espacio receptor. A partir de ello debemos plantearnos: ¿dejamos de ser humanos al cruzar las fronteras de un Estado-Nación? Son muchos los temas que afectan el acceso a derechos de las personas migrantes, incluso en los países como el nuestro donde la migración se consagra como un derecho humano.
La llegada de los otros plantea preguntarse: ¿las ciudades receptoras se convierten en ciudades globales? ¿Cómo se gestiona la diversidad generada por los migrantes? ¿Ellos generan posiciones políticas o configuraciones de poder? ¿Los migrantes reproducen aspectos de su cultura de origen en los países de destino? ¿Cómo afecta el ser nacional? ¿Qué vínculos se establecen con el lugar de origen? ¿Qué implicancias tendrán estos fenómenos con la concepción tradicional de ciudadanía? ¿Cuál es el rol del extranjero en el proceso de adquisición de derechos?
Estos interrogantes constituyen los nuevos desafíos que afronta la movilidad humana ya sea en el tránsito de la migración o en el régimen de acogida o estancia del país receptor. ¿Qué rol toma el Estado para lograr la integración? ¿Se acepta la diversidad o por temor se generan políticas de aplanamiento cultural? La respuesta será la que darán los gobiernos ante el desafío de la inmigración. Hoy reconocemos una suerte de desmantelamiento en el ámbito de los derechos y garantías, y vivimos en la época de recortar a los sujetos a su “derecho a tener derechos”.
La nacionalidad de la persona o su condición migratoria suelen ser un aspecto a tener en cuenta para la restricción o negación de un derecho reconocido en los instrumentos internacionales, la Carta Fundamental y la legislación interna. La contracara es la democracia, presentándose como el cuantificador que impulsa la integración del “otro”.
Capítulo I
La ciudadanía nos hace más iguales
Aunque el concepto de ciudadanía se relaciona habitualmente con lo contemporáneo, su nacimiento se produjo realmente mucho antes, concretamente hace unos 2.500 años, en la época de la Grecia clásica. Poco a poco, con muchas idas y vueltas, la idea de ciudadanía se ha ido ampliando a más esferas de la realidad, aunque aún hay mucha labor por realizar para que ese concepto se haga carne en la mayoría de los países, sean o no desarrollados. También se han ido ampliando los derechos vinculados al concepto en sí, de manera que, si en un principio solo se beneficiaba de ellos una pequeña élite -téngase en cuenta que en la antigüedad se hablaba de una “ciudadanía con esclavos”-, más recientemente el marco se ha extendido de manera notable, hasta alcanzar una igualación considerable al menos desde lo normativo, falta todavía hacer de esas normas una vivencia ya que hoy en día hablamos de “ciudadanía con excluidos”.
¿Por qué es tan importante para nuestra sociedad actual la idea de ciudadanía? Como primera respuesta podríamos afirmar, como decía Aristóteles, que el hombre es un ser social, un individuo que necesariamente debe vivir, de una o de otra manera, en un ámbito comunitario. Por tanto, el eje de la comunidad (democrática) no puede quedar definido por un determinado individuo o grupo, sino por el conjunto de relaciones y vínculos interindividuales que se conforman a un nivel lo más libre e igualitario posibles. El conflicto que aparece como tensión entre distintos individuos, se debe resolver y qué mejor manera que hacerlo por medio de instituciones. La ley nos emancipa de poderes particulares para pasar a participar de una universalidad en el sentido de que se igualan las relaciones y nos dan un marco para resolver esas tensiones.
Una segunda respuesta es que la sociedad actual ha hecho de la democracia el sistema político por excelencia y en este sentido determina dos ámbitos: una estructura jurídico-constitucional, es decir, el determinado régimen político, que organiza el medio para el despliegue de derechos y deberes cívicos; y, tan importante o más (dependiendo del modelo ciudadano que se adopte), un ámbito más individualizado, el de la sociedad civil, en el que la ciudadanía se abre al ejercicio directo de sus principios, o sea, un ideal de acción política. Los politólogos actuales han planteado la gran diferencia entre una “democracia gobernada” o “una democracia gobernante”. Es indudable que para la presencia de la segunda forma a la que aspiramos no solo son necesarias las instituciones que respeten la república sino el individuo y su accionar, que hag...

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