La Danza del Volador entre los indios de México y América central
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La Danza del Volador entre los indios de México y América central

Guy Stresser-Péan, M. Mulette, Carlos Alvarado Bremer, Guy Stresser Péan, Mario Vega Zamudio, Claude Stresser-Péan, Érika Gil Lozada

  1. 336 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
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La Danza del Volador entre los indios de México y América central

Guy Stresser-Péan, M. Mulette, Carlos Alvarado Bremer, Guy Stresser Péan, Mario Vega Zamudio, Claude Stresser-Péan, Érika Gil Lozada

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El libro de Guy Stresser-Péan, es un riguroso trabajo de diversos aspectos que rodean a la Danza del "volador". El autor se enfoca en desarrollar los elementos técnicos, antropológicos y sociológicos que rodean esta danza, la cual consiste en el descenso de algunos participantes suspendidos en una cuerda desde lo alto de un palo, en donde su descenso describe una trayectoria en espiral, que representa el vuelo del águila. La obra es un estudio que da luz sobre la importancia de la riqueza simbólica de los rituales, visto a través de esa danza.

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SECCIÓN 1. GENERALIDADES
LA INVESTIGACIÓN
Si se pasa por alto una alusión velada hecha en el siglo XVIII por Carlos de Tapia Zenteno, antiguo cura de Tampamolón, (alusión poco explícita que expondré más adelante), se puede decir que la existencia de la Danza de los Voladores en la región huasteca fue señalada por primera vez por el ingeniero topógrafo Antonio J. Cabrera en un libro aparecido en 1876;1 y también se hace mención a ella en la recopilación de poemas de Marcelino Sánchez, quien describe la Danza de los Voladores en las páginas 353 y 354, en un conjunto de versos intitulado “Costumbres indias”. No me fue posible consultar la primera edición, que debe tener pocas diferencias y parece haber sido publicada en 1888.2 Estos dos autores describieron en unas cuantas líneas el aspecto pintoresco y acrobático de la ceremonia, pero no hablaron de su ideología.
El etnólogo austriaco Rudolf Schuller, que estudió la Huasteca potosina hacia 1922, no parece haber sido testigo de la Danza de los Voladores huasteca, pues sólo habla de ella mediante una referencia a Marcelino Sánchez y la distingue erróneamente de la Danza de las Águilas.3
A mi llegada a la región, en 1937, busqué informarme sobre la Danza de los Voladores, y no tardé en observar que había desaparecido por completo y que muchos huastecos sólo guardaban de ella un recuerdo muy vago. La investigación del tema se llevó a cabo primero en la región de Tanlajás, donde residí un largo tiempo. La tarea era difícil, porque se trataba de un tema particularmente sagrado: los informantes competentes eran escasos y se mostraban reticentes a hablar. Me dirigí al concejo de notables y ancianos de Tocoymom, en Tanlajás, y me esforcé, en vano, por obtener que se volviese a representar la Danza de las Águilas. Las razones del rechazo que me opusieron fueron la muerte de los últimos músicos y el hecho de que nadie se presentara para llevar a cabo la peligrosa función de jefe de la danza. Se puede añadir que la política perturbaba todavía la cohesión social de los indios de Tanlajás y que probablemente el concejo temía provocar cierta oposición si solicitaba a la población que llevase a cabo la tarea colectiva del transporte y levantamiento del palo. Llevé a cabo otros intentos en Tancolol y, después, en Cuayalab, pero sin mayor éxito.
Tuve más suerte en Tamaletom, cerca de Tancanhuitz, donde, con mi ayuda, el antiguo rito fue resucitado después de quince o veinte años de interrupción. Desafortunadamente, no tenía en ese lugar las mismas amistades que en los alrededores de Tanlajás y los posibles informantes se mostraron siempre muy desconfiados conmigo. Además, Martín Crisóstomo, el anciano jefe ritual y músico de la Danza de los Voladores, había muerto precisamente el mes anterior, por lo que tuvieron que conformarse con un músico al que consideraban poco competente, aunque era de edad madura. Un viejo, Diego Reyes, fue elegido jefe ritual de la ceremonia, pero no me proporcionó ninguna información. El jefe de los danzantes fue el hijo de Crisóstomo, Maximiano Trinidad, que ya había desempeñado antes esa peligrosa función, y aceptó llevarla a cabo una vez más, pese a su muy avanzada edad. También debía proporcionarme la información sobre el ritual y el simbolismo de la danza, pero, llegado el momento, eludió todas las preguntas y sólo me proporcionó algunos datos fragmentarios. Me habían asegurado que las ceremonias preliminares no se celebrarían, porque el viejo Crisóstomo se había llevado a la tumba el secreto de esos ritos; pero, atando cabos, más tarde pude enterarme de que dichas ceremonias habían sido celebradas en secreto, ocultándose de mí.
Consecuentemente, decidí completar la información mediante una encuesta oral llevada a cabo entre los huastecos de los alrededores de Tanlajás. El resultado fue satisfactorio, pese a que ninguna otra de mis encuestas se topó con tantas reticencias y temores.
Después de muchas vacilaciones y escrúpulos, Hipólito Zumaya, antiguo jefe de los danzantes de Tantzan, cerca de Cuayalab, consintió en informarme; pero, en el momento de comunicarme las palabras que se debían dirigir a la tierra lo invadió el remordimiento: se arrodilló y se puso a pronunciar su discurso muy rápidamente, con una voz estrangulada por la emoción. Cuando le pedí que hablara con más lentitud, se puso de pie bruscamente y se marchó, con la mirada perdida, diciendo: “Ya no sé, ya no sé […], además, eso es todo […] no hay nada más”. A partir de ese día, evitó cuidadosamente encontrarse conmigo.
La Danza de los Voladores me hizo perder la colaboración de Damiano, quien durante mucho tiempo había sido uno de mis mejores informantes. Un buen día, cuando acabó de dictarme —a lo largo de varias sesiones— el discurso y las palabras rituales que habría pronunciado si hubiese tenido la ocasión de dirigir la ceremonia, fue atacado por un absceso en la espalda. Entonces se acordó de que un viejo indio al que yo había interrogado en vano le había reprochado el haberme proporcionado la información, y se persuadió de que había cometido una falta y había sido denunciado a los dioses por un hechicero. Así, tuve que renunciar a obtener de él cualquier otra cosa.
Pedro Flores me dictó en lengua indígena una descripción y un comentario sobre las diferentes fases de la ceremonia. Obtuve cierta información en Tzinejá, cerca de Huehuetlán, y, en fin, una breve estancia entre los totonacos de Papantla me permitió hacer algunas comparaciones respecto de la práctica y la ideología de la Danza de los Voladores.
Por sí mismas, las dificultades de mi investigación bastarían para demostrar el carácter sagrado de la Danza de las Águilas. Entre los huastecos, la Danza de los Voladores se conservó sobre todo como un rito religioso; pero, entre los otomíes de Pahuatlán, por el contrario, llegó a ser, antes bien, un entretenimiento. Si, en lo que sigue de esta exposición, ciertas danzas huastecas pueden parecer demasiado profanas, recuérdese que, en su origen, la Danza de los Voladores fue con seguridad una ceremonia religiosa en todas partes, pero en ciertas regiones se desacralizó poco a poco a partir del siglo XVI.
LOS NOMBRES DE LA DANZA
La ceremonia que en francés se denomina impropiamente del “Volador” se designa correcta y explícitamente en español con el nombre de Danza de los Voladores, es decir, “danza de los hombres que vuelan”. Los mestizos y europeos de la Huasteca potosina emplean sobre todo el término Volantín y en ocasiones la llaman Danza de los Gavilanes. Esta última expresión corresponde al nombre huasteco bišom-tíu’, los “tíu’ danzarines”. Pedro Flores también decía, aunque raramente, ‘ahib an tíu’, lo que se traduce como “danza de los tíu’” o “fiesta de los tíu”.
En este libro emplearé el término Danza de los Voladores, consagrado por la etnología, y traduciré el nombre huasteco como Danza de las Águilas.
La palabra tíu’ designa a varias especies de aves rapaces diurnas,4 y parece que no se trata de águilas, aunque sin duda alguna no todas las que vi eran gavilanes. Puesto que el término tíu’ no parece corresponder exactamente a ningún nombre de ave de Francia, lo traduciré convencionalmente como “águila”, lo que tiene la ventaja de hacerlo coincidir con la terminología habitual de los etnólogos mexicanistas. En efecto, la palabra náhuatl cuauhtli se traduce siempre como “águila” en las obras que tratan de la antigua religión mexicana y, en especial, del calendario ritual prehispánico. Ahora bien, se trata del mismo término cuauhtli que los nahuas del sur de la Huasteca potosina emplean para traducir la palabra huasteca tíu’. Así, por ejemplo, Huautla, en Hidalgo, es el antiguo pueblo huasteco de tam-tíu’, el “país de las águilas”, cuyo nombre tradujeron los nahuas como Cuauhtlan, que tiene el mismo sentido: Cuauh (tli) = águila, tlan = sufijo locativo.
ÁRE...

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