Crítica de la filosofía de las ciencias sociales de Max Weber
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Crítica de la filosofía de las ciencias sociales de Max Weber

Walter Garrison Runciman, Eduardo Peña Alfaro, Eduardo Peña Alfaro

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Crítica de la filosofía de las ciencias sociales de Max Weber

Walter Garrison Runciman, Eduardo Peña Alfaro, Eduardo Peña Alfaro

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W. G. Runciman ha logrado llevar a cabo un examen de la obra weberiana digno tanto de la atención de los legos como de la de los especialistas: su libro es una contribución teórica al entendimiento de la obra de Weber y, simultáneamente, un esclarecimiento de las opciones críticas que van más allá de ella y, trascendiéndola, la enriquecen.

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VI

HASTA ahora tal vez parezca que las correcciones que propongo hacer a Weber sean en una sola dirección. He indicado que en los aspectos, tanto de “pertinencia en cuanto a valor” como de explicación histórica hizo a los idealistas y a la “escuela histórica”, no menos, sino más concesiones de las que podrían defenderse; de tal manera, la pregunta bien puede formularse así: ¿en qué consiste, en suma, la diferencia entre las ciencias naturales y las ciencias sociales? Es cierto que las ciencias sociales, aun siendo depuradas de cualquier mancha persistente de idealismo, son muy distintas de una ciencia como la mecánica clásica. Ahora bien, sucede que la mecánica clásica no es el modelo para las ciencias naturales, y que no se demuestra que la explicabilidad se acaba en la frontera entre la naturaleza y la cultura haciendo ver que las ciencias sociales no pueden nunca alcanzar una especie de consumación laplaceana, en la que, en un futuro remoto, las acciones humanas sean tan predecibles como el movimiento de las estrellas. Si, como he estado diciendo, Weber no deja de estar en lo cierto al afirmar que hay una diferencia de tipo entre la ciencia natural y la ciencia social, esta diferencia debe consistir en algo, distinto de que todas las ciencias sociales, como muchas de las naturales, sean al mismo tiempo irrestrictas e ilimitadas. No intento en este ensayo sino sugerir en un esbozo qué tipo de diferencia es éste. Sin embargo, argumentaré que la mejor forma en que esto puede verse es estudiando un relato sobre la relación entre explicación y descripción en las ciencias sociales, relación que Weber parece insinuar a veces, pero que no percibió de manera clara. Servirá mi intento, no únicamente para corregir el tercero de los errores de Weber que mencioné al principio, sino también para mostrar cómo su doctrina de “pertinencia en cuanto a valor”, aunque insostenible tal como está formulada, se deriva de un reconocimiento implícito del único punto en disputa en que los idealistas y no los positivistas, están en lo cierto.
Una forma de presentar esto de manera muy general sería decir que Weber reconoce, igual que los idealistas, que los relatos que hacen los científicos sociales de sus materias escogidas son de algún modo opcionales, aun después de tener todas las pruebas, como no surgen en las ciencias de la naturaleza. Es posible decir, naturalmente, que los esquemas conceptuales son también discrecionales en las ciencias de la naturaleza: en cierto sentido podemos, si queremos, adherirnos a la descripción ptolomeica de los cielos, y no a la copérnica, independientemente de las ventajas de la segunda. Pero independientemente de la forma obstinada en que los científicos naturales de escuelas rivales se afiancen a sus esquemas escogidos, y por tortuoso y azaroso que haya sido el progreso, aun de las ciencias naturales más prósperas, al final se llega a un consenso por referencia a la relativa capacidad de un grupo de conceptos, más que de otro, para dar teorías probadas y de aplicación amplia. Sin duda este criterio opera en las ciencias sociales tanto como en las ciencias naturales. En las ciencias sociales, sin embargo, no es en la misma manera un criterio único y suficiente; sólo en el estudio del comportamiento significante el investigador siente la necesidad de decir, con Wittgenstein, que aun satisfecho con su demostración de causas y efectos, todavía tiene ante sí un problema que no es causal, sino conceptual.1
Otra forma ligeramente distinta de presentarlo sería decir que el estudio del comportamiento significante suscita problemas de sentido y referencia determinados, como no lo hace el estudio de la naturaleza. Al utilizar esta frase evoco deliberadamente el artículo que publicó Frege en la Zeitschrift für Philosophie und Philosophische Kritik en 1892 con el título de “Über Sinn und Bedeutung” y que Weber, por tanto, pudo haber leído (aunque, que yo sepa, no lo hizo).2 Las muchas discusiones que ha provocado en la filosofía reciente de lengua inglesa se refieren en su mayor parte a temas de lógica modal, y a la teoría del significado, temas completamente ajenos a los intereses de Weber. Sin embargo, la distinción que Frege estableció entre el Sinn de un término —el sentido de la designación escogido— y su Bedeutung, o nominatum, tiene, creo yo, relación con el intento de Weber para mostrar por qué la formación de conceptos en las ciencias sociales plantea dificultades. La distinción está estrechamente relacionada con la distinción que hace Mill en el System of Logic (obra que Weber leyó) entre “connotación” y “denotación”.3 Pero, como he dicho, no son tanto los aspectos filosóficos mismos lo que tiene importancia aquí, sino el significado particular que tiene para el sociólogo, el historiador o el antropólogo, el hecho de que términos cuyos referentes son coextensivos pueden diferir radicalmente en su Sinn. Cuando alguno de éstos escoge (o acuña, como Weber señala que sucede con frecuencia) los términos con los que designará y caracterizará a un “individuo histórico”, no está simplemente bautizando algo con el nombre que tiene más a la mano, como hace Faraday cuando acepta la sugerencia de Whewell de que el polo eléctrico positivo sea llamado “ánodo”. En el caso dado, puede o no estar buscando darle algún matiz valorativo; aunque los términos de las ciencias sociales tal vez no sean “pertinentes en cuanto a valor” en el sentido de Weber, puede suceder, sin embargo, que como hice notar en relación con el ejemplo de la “magia”, se utilicen para significar la aprobación o la condena del investigador. Ahora bien, el elemento discrecional en su esquema conceptual consiste en más de una elección de nombres, por una parte, y una decisión de permitir o no permitir implicaciones valorativas, por la otra. Consiste en la posibilidad de descripciones alternativas de aquellas áreas de comportamiento, y, por lo tanto, de aquellos estados de conciencia de agentes designados que él ha escogido como objeto de estudio, independientemente de la validez (o invalidez) de las hipótesis causalmente explicativas que trata de justificar.
Volvamos ahora a la construcción de tipos ideales, tal como Weber la describe. La mayoría de los historiadores se compromete en el proceso, como Weber reconoce, sin reflexionar en absoluto en cuanto a su lógica;4 el número de historiadores que, como él, están conscientes del conocimiento de sus propios procedimientos es relativamente mucho menor. Sin embargo, no implica una crítica al relato de Weber el que otros sociólogos no pretendan identificar su propia actividad de este conocimiento. Consciente o inconscientemente, los historiadores, los sociólogos y los antropólogos constantemente eligen entre determinados esquemas conceptuales alternativos para el pensamiento y la acción humanos, y lo hacen no sólo mediante la prueba de si uno, más que otro, conducirá eventualmente a una teoría mejor probada y de aplicación más amplia, o de si uno, más que otro, se derivará de ésta. Tómese el primero de los ejemplos de Weber que cité: el tipo ideal de “lo gótico”. Para propósitos explicativos funciona, como decimos, como lo hace cualquier idealización, ya sea en una ciencia natural o en una ciencia social, que puede ser provechosamente aplicada en la formulación de una presunta generalización empírica o, mejor aún, de una teoría. Su justificación reside en el éxito del sociólogo en cuanto a clasificar obras de arte aparentemente diferentes por referencia a ello, y en mostrar cómo la presencia de “lo gótico” de varios grados puede explicarse en términos de la influencia de determinado grupo de variables psicológicas y/o sociológicas que, en este caso, según el punto de vista de Weber, van del descubrimiento de la bóveda a los matices de la teología medieval. Éste, sin embargo, no es el único criterio mediante el cual se determina lo “gótico” en escritos sociológicos o históricos; y es este hecho lo que distingue el papel de la idealización en las ciencias sociales y no (como pretendía equivocadamente Weber) el hecho de que los tipos ideales no fueran empleados por las ciencias de la naturaleza. El uso que un sociólogo o un historiador haga de lo “gótico” posiblemente implique, y en la práctica con frecuencia es así, una decisión de no caracterizar la obra de arte (y, por lo tanto, el comportamiento significante del artista) o no caracterizar la obra de arte únicamente como el producto de aquellas causas comunes con las que se han producido asimismo otras obras “góticas”, sino como relacionadas con éstas en términos de su significado; como algo explícitamente distinto a lo que sería en términos de su causa. Tales aplicaciones no-causales no son juegos de palabras: describir la catedral de Chartres y The Mysteries of Udolpho de la señora Radcliffe como “góticas” no es lo mismo que describir a un artista que empuña el lápiz y a un verdugo que destripa a su víctima como “trazando”. No surgen simplemente porque el término “gótico” sea (como ciertamente lo es) no sólo de “textura abierta”, sino también vaga. Surgen debido a la manera en la que cualquier descripción del significado de una acción humana autoconsciente conlleva una elección entre términos alternativos que difieren, no en Bedeutung sino en Sinn.5
Consideremos nuevamente el ejemplo de la “magia”. Para Weber, su aplicación a un papel social determinado en la cultura de que se trate es, como decimos, una cuestión de “pertinencia en cuanto a valor”. Pero, como sugerí, su aplicación puede permanecer discrecional, aun ahí donde se utiliza (como sucede con frecuencia) sin ninguna sugerencia de valoración. Si dos sociólogos están en desacuerdo en cuanto a si el integrante particular de una cultura que están estudiando debería o no ser descrito como “brujo”, posiblemente discutan si el ritual que parece ser su papel sigue una serie, y no otra de condiciones necesarias y contingentemente suficientes. Pero también es posible que discutan si el ritual, independientemente de cómo se explique, está suficientemente cerca, en términos de la actitud de sus practicantes hacia él, a un ritual en una cultura distinta al que ya han acordado llamar “mágico”; o si es apropiado decir que los sociólogos, sobre la base de lo que dicen y hacen en el ritual, tratan de manipular los poderes ocultos, lo cual es una de las características distintivas de lo mágico, como opuesto, tanto a lo religioso, como a lo puramente pragmático; o si la propia insistencia de los sociólogos en describir el ritual como “mágico” debería tener prioridad sobre la renuencia de los observadores a hacer lo mismo. En estos casos, la dificultad del sociólogo no se relaciona con la ciencia y/o con la lógica en el sentido acostumbrado, en mayor medida que con la intrusión de juicios de valor. Sin embargo, es el tipo de dificultad característica en la formulación y uso de “tipos ideales” de conducta significante.
¿Cómo, entonces, establecer los términos descriptivos por los cuales han de ser designadas las acciones, las instituciones o las culturas? La idea de que ha de ser mediante la propia descripción que hace el agente de su actividad —esto es, aquella bajo la cual estaría de acuerdo que encuadra de manera más apropiada, una vez que la esfera de alternativas le ha sido sugerida— hace surgir entre otras dificultades la de ciertas relaciones precisas entre intenciones, motivaciones y actos, que a propósito he dejado al margen. Ahora bien, pued...

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