Antropología del cerebro
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Antropología del cerebro

Conciencia, cultura y libre albedrío

Roger Bartra

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Antropología del cerebro

Conciencia, cultura y libre albedrío

Roger Bartra

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En Antropología del cerebro Roger Bartra se adentra en los rincones del cerebro humano con el fin de hallar explicaciones sobre la conciencia y el libre albedrío. En este ensayo Bartra postula que la relación de los individuos con el entorno genera y modifica las características de la conciencia, con lo cual abre una nueva arena de discusión e investigación sobre los enigmas del cerebro. Las hipótesis de Bartra retoman los avances más recientes de los estudios sobre la naturaleza y el funcionamiento del cerebro que se han elaborado desde las neurociencias y plantean que el estudio de las relaciones de los individuos con el entorno debe incluirse en las exploraciones de la mente, uno de los campos más enigmáticos en los que se ha aventurado el ser humano.

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Information

Year
2014
ISBN
9786071623089

PRIMERA PARTE

LA CONCIENCIA
Y LOS SISTEMAS SIMBÓLICOS

PREFACIO

En este libro trato de explicar el misterio de la conciencia. Explicar no quiere decir resolver el enigma. Quiero poner en juego, exponer desde el punto de vista de un antropólogo, los extraordinarios avances de las ciencias dedicadas a explorar el cerebro. Los neurólogos y los psiquiatras están convencidos de que los procesos mentales residen en el cerebro. Yo pretendo hacer un viaje antropológico al interior del cráneo en busca de la conciencia o, al menos, de las huellas que deja impresas en las redes neuronales. ¿Qué puede encontrar un antropólogo en el cerebro? Uno de los temas favoritos de la antropología, y en cuyo estudio tiene experiencia, es el de la identidad, una condición que suele ser vista como un enjambre de símbolos y procesos culturales que giran en torno de la definición de un yo, un ego que se expresa primordialmente como un hecho individual, pero que adquiere dimensiones colectivas muy variadas: identidades étnicas, sociales, religiosas, nacionales, sexuales y otras muchas. ¿Qué identidad hay dentro del cerebro? Su principal expresión es la conciencia.
Con el objeto de que el lector deduzca de entrada mis intenciones quiero aclarar qué es lo que entiendo por conciencia, para lo cual —más que una definición estricta— deseo hacer una referencia a la perspectiva de un filósofo que, a mi parecer, es el iniciador de las reflexiones modernas sobre este problema. No me refiero a Descartes, al que suelen recurrir los científicos más para criticar su dualismo que para apoyarse en él: al tomarlo como referencia muchas veces quedan atrapados en las coordenadas que estableció sobre la relación entre el cuerpo y el alma. En realidad Descartes usó poquísimas veces el término latino conscientia. Yo quiero traer en mi ayuda a John Locke, quien con gran audacia usó el concepto para plantear una idea que provocó intensas discusiones durante varios decenios. Creo que su idea sigue siendo útil para señalar y circunscribir el problema de la conciencia.
Al agregar un nuevo capítulo sobre la conciencia en la segunda edición de 1694 de su Ensayo sobre el entendimiento humano, Locke perturbó profundamente las tradiciones morales y religiosas de su época.1 Locke rechazó la visión ortodoxa religiosa según la cual la identidad personal es una sustancia permanente. Para Locke el yo no está definido por una identidad de sustancias, sean divinas, materiales o infinitas: el yo se define por la conciencia. La identidad personal reside en el hecho de tener conciencia, algo inseparable del pensamiento: “es imposible que alguien perciba sin percibir que percibe”.2 Locke no concibe la conciencia como una sustancia pensante inmaterial y concluye que el alma no define a la identidad.3 A menos de medio siglo de la publicación de Las pasiones del alma (1649) de Descartes, Locke afirma que la conciencia es la apropiación de cosas y actos que incumben al yo y que son imputables a ese self.4 El yo radica en la identidad de un tener conciencia, de una actuación.5 Para Locke la persona es un término “forense”, es decir, que implica al foro: el yo es responsable, reconoce actos y se los imputa a sí mismo. El alma, en cambio, es indiferente al contorno material e independiente de toda materia.6
Al discutir el tema de la conciencia me parece mucho más estimulante partir de Locke que de Descartes. Podemos entender la conciencia como una serie de actos humanos individuales en el contexto de un foro social y que implican una relación de reconocimiento y apropiación de hechos e ideas de las cuales el yo es responsable. La manera en que Locke ve a la conciencia se acerca más a las raíces etimológicas de la palabra: conciencia quiere decir conocer con otros. Se trata de un conocimiento compartido socialmente.7
En su afán por colocar el problema a un nivel que pueda ser explorado científicamente, muchos neurólogos han reducido la conciencia a un sinónimo del hecho de percatarse, darse cuenta o percibir el entorno. Es lo que hace Christof Koch en su muy útil compendio panorámico del avance de las neurociencias en el estudio de la conciencia. Para él awareness es igual que consciousness.8 Con ello bloquea automáticamente toda investigación que entienda la conciencia a la manera lockeana, es decir, que incluya la vinculación del yo con el contorno que le concierne. La ventaja que encuentran los neurobiólogos en ampliar la conciencia a todo estado de alerta que le permita a un organismo percibir su contorno, radica en que posibilita el estudio del fenómeno en especies no humanas de animales, con las cuales se pueden hacer experimentos inadmisibles en personas. Sin embargo, al hacer a un lado las redes culturales que envuelven a la autoconciencia, se nublan fenómenos que, aun siendo estrictamente neuronales, no se entienden más que en un contexto más amplio. Quiero recalcar que a lo largo de las páginas que siguen entenderé que la conciencia es el proceso de ser consciente de ser consciente. Ya lo definía un antiguo diccionario castellano del siglo XVII: “Conciencia es ciencia de sí mesmo, o ciencia certísima y casi certinidad de aquello que está en nuestro ánimo, bueno o malo”.9 Me gusta la ingenua seguridad con que se acepta, en esta definición anticuada, que la ciencia puede conocer con certeza los secretos del yo, sean benignos o malignos.
¿De dónde se alimentan mis reflexiones sobre el problema de la conciencia? Puedo hacer referencia al menos a cuatro fuentes principales. En primer lugar, los muchos años como sociólogo sumergido en el estudio de diversas expresiones de la conciencia social y de su relación con las estructuras que la animan. Agrego a estas experiencias mis estudios antropológicos sobre la historia y las funciones de los mitos, incluyendo en forma destacada aquellos que giran en torno a las enfermedades mentales o de la identidad. En tercer lugar, recojo y cultivo los hábitos de la introspección, en algunas ocasiones sistemática y la mayor parte de las veces siguiendo al azar los vaivenes de mis gustos literarios y musicales o mis ensoñaciones.10 Por último, y de gran importancia, algunos años de lectura y estudio de los resultados que arroja la investigación de los neurocientíficos. Me ha parecido que he reunido los elementos suficientes para presentar un ensayo tentativo y exploratorio, sin duda riesgoso e imprudente, sobre uno de los más grandes enigmas a los que se enfrenta la ciencia.11 Pero debo confesar que no me hubiese atrevido a realizar este viaje si, durante un paseo solitario por el barrio gótico de Barcelona en 1999, no hubiese tenido una ocurrencia que se clavó en mi cerebro sin que nada pudiese borrarla. Desde ese día de otoño me dediqué a buscar obsesivamente en las investigaciones neurológicas los conocimientos que me permitiesen desechar la ocurrencia. No me disgustó —aunque sí me sorprendió— comprobar que estas lecturas contribuyeron a afianzar la idea original e impulsaron su transformación en una hipótesis manejable. No he podido resistir la tentación de exponerla a los lectores con la esperanza de que, acaso, contribuya a resolver el enigma de la conciencia.

1 El libro que hay que leer sobre estas repercusiones es el de Christopher Fox, Locke and the Scriblerians. Identity and consciousness in early eighteen-century Britain.
2 Essay concerning human understanding, capítulo 27, § 9, p. 318. Las páginas remiten a la traducción de Edmundo O’Gorman.
3 Ibid., 27, § § 12 y 15.
4 Ibid., 27, § 16, pp. 324-325.
5 Ibid., 27, § 23, p. 328.
6 Ibid., 27, § 27, p. 332.
7 Las raíces del término latino conscius son scive (conocer) y con (con). El Oxford English Dictionary dice: “knowing something with others”.
8 The quest for consciousness. A neurobiological approach, p. 3. Con más precisión, el neurobiólogo Francisco Javier Alvarez-Leefmans ha definido así a la conciencia: “un proceso mental, es decir, neuronal, mediante el cual nos percatamos de nuestro ‘yo’ y de su entorno, así como de sus interacciones recíprocas, en el dominio del tiempo y del espacio”; “La conciencia desde una perspectiva biológica”, p. 17.
9 Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española [1611].
10 Javier Alvarez-Leefmans explica la importancia de la introspección en su texto “La conciencia desde una perspectiva biológica”. Una idea similar es desarrollada por José Luis Díaz en su artículo “Subjetividad y método: la condición científica de la conciencia y de los informes en primera persona”. Díaz afirma con razón: “si la conciencia no es un factor mental interno, recóndito y oculto, sino que está de alguna manera impresa en los informes verbales, de ello se desprende que un análisis empírico y técnicamente verosímil de los reportes verbales introspectivos sería, en realidad, un análisis de las características de la conciencia” (p. 164).
11 Divulgué en 2003 mi hipótesis sobre el exocerebro en una conferencia el 6 de noviembre de ese año en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid. Publiqué mi conferencia en febrero de 2004 como “La conciencia y el exocerebro”. Otro adelanto de mis ideas apareció como “El exocerebro: una hipótesis sobre la conciencia” en 2005.

I. LA HIPÓTESIS

A PRINCIPIOS del tercer milenio el cerebro humano sigue siendo un órgano oculto que se resiste a rendir sus secretos. Los científicos todavía no han logrado entender los mecanismos neuronales que sustentan el pensamiento y la conciencia. Una gran parte de estas funciones ocurre en la corteza cerebral, un tejido que parece la cáscara de un enorme fruto, una papaya por ejemplo, que hubiese sido estrujada y arrugada al introducirla en nuestro cráneo. Me gustaría extraer esta corteza para, al desplegar sus surcos, extenderla como un pañuelo en el escritorio frente a mí, con el propósito de escudriñar su textura. Si pudiese hacerlo tendría ahora bajo mis ojos un hermoso paño gris de unos dos o tres palmos de ancho. Mi mirada podría recorrer la delgada superficie para buscar señales que me permitirían descifrar el misterio escondido en la red que conecta miles de millones de neuronas.
Algo similar es lo que han logrado hacer los neurobiólogos. Gracias al refinamiento de nuevas técnicas de observación del sistema nervioso (como las tomografías de emisión positrónica y las imágenes de resonancia magnética f...

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