Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución
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Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución

Robert Darnton, Pablo Williams, Antonio Saborit, Pablo Williams, Antonio Saborit

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Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución

Robert Darnton, Pablo Williams, Antonio Saborit, Pablo Williams, Antonio Saborit

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El autor demuestra que los best sellers antes de la revolución, pese a su ilegalidad (o más bien, gracias a ella), eran los libros más peligrosos y escandalosos porque atacaban abiertamente al rey, por predicar el ateísmo o por ser pornográficos. Y todos ellos contenían un mensaje político o una idea general de la política. Generosos fragmentos de tres de las más valiosas de estas obras están incluidos en el presente volumen a modo de antología. El lector actual no sólo disfrutará de las mismas obras que los lectores franceses del siglo XVIII, sino que descubrirá, a través del deslumbrante itinerario trazado por Darnton cuál fue su importancia para precipitar el estallido de la Revolución Francesa.

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CUARTA PARTE*

“LIBROS FILOSÓFICOS”
BREVE ANTOLOGÍA

THÉRÈSE FILÓSOFA, O MEMORIAS
PARA SERVIR A LA HISTORIA DEL PADRE
DIRRAG Y DE MADEMOISELLE ERADICE

Thérèse philosophe, ou mémoires pour servir
à l’histoire du P. Dirrag et de Mlle Eradice
[No hay datos de fecha ni lugar de publicación de esta obra, probablemente fue publicada en 1748 y escrita por Jean-Baptiste de Boyer, marqués d’Argens.]
¿QUÉ, SEÑOR? ¿En serio queréis que escriba mi historia, deseáis que os describa las escenas místicas de mademoiselle Eradice con el reverendísimo Padre Dirrag, que os informe sobre las aventuras de madame C. con el abate T.? ¿Pedís esto a una muchacha que nunca antes ha escrito una descripción ordenada y detallada? ¿Deseáis un cuadro donde las escenas que os he relatado o aquellas en las que he participado no pierdan nada de su lascivia y que los razonamientos metafísicos conserven toda su energía? En verdad, querido conde, esto me parece superior a mis fuerzas. Por lo demás, Eradice ha sido mi amiga, el Padre Dirrag fue mi director espiritual, tengo motivos de gratitud a madame C. y al abate T. ¿Habré de traicionar la confianza de personas para con las que estoy muy obligada, puesto que fueron las acciones de unos y las prudentes reflexiones de los otros las que me abrieron de a poco los ojos sobre los prejuicios de mi juventud? Pero, decís, si el ejemplo y la reflexión causaron mi felicidad, ¿por qué no tratar de contribuir a la felicidad de los demás por el mismo camino, a través del ejemplo y la reflexión? ¿Por qué temer escribir verdades útiles para el bien de la sociedad? Pues bien, mi querido benefactor, no me opondré más: escribiré, mi ingenuidad suplirá al estilo pulido ante las personas que piensan, y poco me preocupan los tontos. No, vos no sufriréis jamás una negativa de vuestra querida Thérèse, veréis todos los repliegues de su corazón desde la más tierna infancia, su alma entera se revelará en los detalles de las pequeñas aventuras que la han llevado, como a pesar de sí misma, paso a paso, hasta el colmo del placer.
[...]
APÓSTROFE A LOS TEÓLOGOS
SOBRE LA LIBERTAD DEL HOMBRE
Responded, teólogos astutos o ignorantes, que inventáis nuestros crímenes a vuestro capricho: ¿quién puso dentro mío las dos pasiones que en mí combatían, el amor de Dios y el amor del placer carnal? ¿La naturaleza o el diablo? Elegid. Pero, ¿osaríais afirmar que la una o el otro sean más poderosos que Dios? Si le están subordinados, es Dios quien ha permitido que estas pasiones existiesen en mí; son obra suya. Pero, replicaréis, Dios os ha dado la razón para iluminaros. Sí, pero no para determinar mi voluntad. La razón por cierto me había hecho percibir las dos pasiones que me movían; gracias a ella deduje luego que, proviniendo todo de Dios esas pasiones me venían de Él con todas sus fuerzas. Pero esta misma razón que me iluminaba no me llevaba a elegir. Como Dios, sin embargo –seguiréis vosotros–, os ha dejado ser dueña de vuestra voluntad, erais libre de decidiros por el bien o por el mal. Puro juego de palabras. Esta voluntad y esta pretendida libertad no tienen fuerza propia, no obran sino siguiendo la fuerza de las pasiones y de los apetitos que nos solicitan. Por ejemplo: yo sería libre aparentemente de matarme, de arrojarme por la ventana. En modo alguno: como las ganas de vivir son más fuertes en mí que las ganas de morir, jamás me mataré. Cierta persona, diréis, es sin duda dueña de dar a los pobres, a su indulgente confesor, los cien luises de oro que tiene en su bolsillo. No lo es: como el deseo que tiene de conservar su dinero es más fuerte que el de obtener una absolución inútil de sus pecados, guardará por supuesto su dinero. En fin, cada uno puede demostrarse a sí mismo que la razón sólo sirve para dar a conocer al hombre cuál es el grado de deseo que tiene de hacer o de evitar algo, junto con el placer y el disgusto que resultará de ello. De este conocimiento adquirido por la razón resulta lo que llamamos la voluntad y la determinación. Pero esta voluntad y esta determinación están tan perfectamente sometidas a la intensidad de la pasión y el deseo que nos mueve como un peso de dos libras lo está a uno de cuatro en el otro plato de la balanza.
Sin embargo, me dirá algún razonador que sólo percibe lo exterior, ¿no soy libre de beber en mi cena una botella de vino borgoña o de champaña?, ¿no soy dueño de elegir para mi paseo la grande allée de las Tullerías o la terraza de los Feuillants?
Convengo en que en todos los casos en que el alma es completamente indiferente a su destino, que cuando los deseos de hacer una cosa u otra están perfectamente balanceados, en equilibrio exacto, no podemos percibir esta falta de libertad: es una visión lejana en la que no discernimos los objetos. Pero si nos acercamos un poco a ellos, percibiremos enseguida y claramente el mecanismo de las acciones de nuestra vida, y tan pronto conozcamos una las conoceremos a todas, puesto que la naturaleza obra por un mismo principio.
Nuestro interlocutor se sienta a la mesa; le sirven ostras: este plato lo determina a elegir la champaña. Pero, se dirá, él era libre de elegir el borgoña. Yo afirmo que no: es cierto que otro motivo, otro deseo más poderoso que el primero podía determinarlo a beber este último vino. Pues bien, en este caso, este último deseo habría constreñido igualmente su pretendida libertad.
La misma persona, entrando en las Tullerías ve una bella conocida en la terraza de los Feuillants: se decide a alcanzarla a menos que otra razón de interés o de placer lo conduzca a la grande allée. Pero, sea cual fuere la dirección elegida, siempre habrá una razón, un deseo que lo decidirá invenciblemente a tomar el partido que reflejará su...

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