Cómo tener siempre la razón
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Cómo tener siempre la razón

Y otras columnas sobre ciencia y sociedad

Moisés Wasserman

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Cómo tener siempre la razón

Y otras columnas sobre ciencia y sociedad

Moisés Wasserman

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En el año 2012, el profesor Moisés Wasserman empezó a escribir en el periódico El Tiempo de Bogotá una columna que, al menos en los papeles, era de divulgación científica. En la práctica, resultó ser eso y muchísimo más: no solo un lugar desde el cual presentar, en un lenguaje transparente y amigable, distintos avances de la ciencia, sino también una tribuna para lanzar toda clase de preguntas inquietantes: ¿Por qué es importante una formación científica básica para los ciudadanos de una democracia? ¿Cuál es el nexo entre las políticas gubernamentales y la investigación de punta? ¿Debemos apoyar o rechazar la minería? ¿Vale la pena prestarle atención a los horóscopos? A través de estos interrogantes el profesor Wasserman deja en claro que los científicos no son, como quiere el lugar común, gente aislada en sus cubículos, sino ciudadanos atentos a la realidad y dispuestos a participar con cordialidad y sentido crítico en los grandes debates públicos. Esta antología de columnas es, pues, una inmejorable oportunidad para replantearse estereotipos muy extendidos y para saber con exactitud qué se está pensando en el amplio universo de la academia colombiana.

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VERDADES Y DENUNCIA DE LAS FALSEDADES

Estadística, en vos confiamos

Tal vez no hay ciencia más calumniada que la estadística. Los chistes sobre ella abundan. Seguro esa actitud se origina en la pésima formación en matemáticas que lleva a que la gente se sienta bien (peor aún, se sienta inteligente) despreciándolas. Incluso en algunos ámbitos de la academia se imponen las ideas peregrinas de que la objetividad no existe, que los números son tan manipulables como el discurso. No es extraño que alguien muy serio le diga a uno: «Son tan solo números». Pero esa estadística, denigrada y mal usada muchas veces, es posiblemente el instrumento más poderoso con que cuentan los políticos para acertar en sus decisiones. Puede ser también (aunque suene extraño) una gran ayuda para la solución de problemas éticos personales y colectivos.
Los orígenes de la disciplina son remotos. Hay evidencia de conteo de productividad de cosechas, en series de años, en Babilonia y en Egipto. La Biblia ya reporta censos de poblaciones. El desarrollo moderno de la estadística sucedió en Europa, por el potencial que tiene para trascender impresiones personales y promover decisiones basadas en evidencia. Confluyeron en su estructuración los intereses más personales con los más sociales. Los primeros análisis de Pascal y Fermat, que están en los orígenes de la teoría de probabilidades, fueron motivados por el interés de predecir y manejar ganancias y pérdidas en juegos de azar. Pero ya ellos entendían que esos análisis tenían implicaciones mayores. Hasta el punto de que Pascal intentó la demostración estadística de la existencia de Dios (en realidad lo que demostró fue que era más conveniente «apostarle» a su existencia).
No pasó mucho tiempo hasta que Arbuthnot y Huygens señalaron la posible importancia de estos métodos para la observación de la «humanidad» (en sus propios términos). Llama particularmente la atención el desarrollo del primer sistema de seguridad social en Inglaterra. En 1825 John Finlaison le manifestó al Parlamento que mientras la mortalidad era un fenómeno sujeto a una ley de la naturaleza, la enfermedad no. La primera había sido estudiada unos ciento sesenta años antes por John Graunt, quien construyó tablas de mortalidad para predecir expectativas de vida.
La enfermedad les parecía demasiado azarosa e incierta para predecir su riesgo. Sin embargo, la respuesta no fue satisfactoria para el Gobierno por una razón: se habían organizado en Inglaterra asociaciones de trabajadores que aseguraban a sus miembros contra las consecuencias de las enfermedades. Era necesario encontrar las «leyes de las enfermedades» para que las aseguradoras no quebraran.
El problema se resolvió no con una ley general de la enfermedad, que convincentemente se demostró que no existía, sino construyendo unas reglas a partir de los registros de muchos años de las mismas sociedades aseguradoras. A pesar de que el fenómeno era reconocidamente aleatorio, se pudo construir un sistema actuarial que le permitió a las sociedades de trabajadores continuar con su aseguramiento. Así, la categoría personal de enfermedad se convirtió en una categoría social, como también pasó con el crimen, el desempleo, el matrimonio, la natalidad y muchos otros que nos parecen obvios hoy.
Esta conversión de fenómenos personales en sociales ha tenido también un profundo efecto en la evolución de los sistemas morales. Pasamos, en parte gracias a la estadística, de un mundo en el que el normal era bueno y el diferente malo (y por tanto candidato potencial para la hoguera), a un mundo más tolerante en el que el normal es el más frecuente, no el más moral. Tal vez una mejor formación matemática y algo de confianza en las estadísticas contribuirían a actitudes respetuosas con las poblaciones diversas.

Cultivos transgénicos: ni Frankenstein, ni demonio

Buenas personas, defensores del medio ambiente, la salud y las culturas han manifestado su repulsión por los cultivos transgénicos; crean un mito moderno, los ven como una amenaza.
Las plantas transgénicas se obtienen en el laboratorio, transfiriéndoles un gen de otro ser vivo para que adquieran una característica que antes no tenían. La primera se introdujo en la República Popular China en 1992 y en el 2012 ya se registraban 170 millones de hectáreas cultivadas con ellas en el mundo. El primer productor es Estados Unidos, seguido por Brasil, Argentina, Canadá, India y China.
La transgénesis es un proceso de evolución acelerado y dirigido por el hombre. Sus posibilidades son infinitas. Todas las que da la variedad biológica combinada con la ilimitada imaginación humana. Mencionaré algunos ejemplos: se transfirió el insecticida natural de una bacteria a la soya, el maíz y el algodón, haciéndolos resistentes a plagas y aumentando su productividad hasta en un quinientos por ciento; otras plantas se modificaron haciéndolas resistentes a las sequías, a la alta salinidad del suelo y a las heladas, para aprovechar tierras no explotadas; se desarrollan plantas capaces de usar nitrógeno atmosférico para reducir el uso de fertilizantes y otras con capacidad de limpiar los suelos de contaminación por insecticidas, residuos de explosivos y petróleo.
Un proyecto atractivo es el «arroz dorado», que con tres genes adicionales produce vitamina A. Alrededor de quinientas mil personas al año quedan ciegas por falta de vitamina A, y un par de cucharadas diarias de ese arroz cubriría el 60 por ciento de sus requerimientos.
Las objeciones de los contradictores no son menores. La primera es que no es natural, que se cruzan fronteras entre las especies. Pero los procesos de transferencia de genes del laboratorio se basan en sistemas naturales que intercambian genes entre especies; las fronteras no están cerradas en la naturaleza. Por demás, los humanos estamos modificando especies domésticas por cruce y por selección hace milenios.
Hay dudas sobre los efectos en la salud, el medio ambiente y la biodiversidad. Sin embargo, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. y la Organización Mundial de la Salud han manifestado su apoyo a esos cultivos, y la Comisión Europea, tras examinar veinticinco años de investigaciones sobre organismos genéticamente modificados, llegó a la conclusión de que no existe evidencia científica que los asocie con mayores riesgos para el medio ambiente o para la seguridad de los alimentos.
Los ambientalistas harían bien aprovechando las posibilidades que ofrecen los transgénicos. La humanidad crece aceleradamente. Ya no somos los 300 millones del medioevo con expectativa de 35 años de vida. Para el 2050 seremos 9 500 millones con expectativa de vida de 90 años y un nivel de alimentación alto. Solo se puede limitar la expansión de la frontera agrícola mejorando la productividad de las áreas ya cultivadas y haciendo producir a desiertos y estepas. Podemos además disminuir la contaminación de suelos y aguas con un menor uso de plaguicidas y fertilizantes.
También se objetan los transgénicos porque las transnacionales se lucran con ellos. Sí, es verdad, pero los propios agricultores los encuentran muy rentables. En el 2012 más de 17 millones de granjeros sembraron transgénicos, de ellos el 90 por ciento en pequeña escala y en países no desarrollados.
Finalmente, hay quienes dicen que a pesar de todo queda la duda. Un científico jamás asegurará que nada va a pasar. Todas las actividades humanas generan riesgo, también las tradicionales. Sin embargo, este se puede estimar y controlar racionalmente. Abstenerse de usar un medio tecnológico nuevo es una opción facilista. Me pregunto, por ejemplo, qué decirle a quinientos mil ciegos si nos abstenemos de aplicar una medida sencilla que potencialmente podría evitar su dolor.

Horóscopos

Todos los días del año los periódicos ofrecen a sus lectores horóscopos para que los guíen. Los primeros días del año están las primeras páginas llenas de predicciones que los astrólogos «leen en el firmamento».
Las astrologías son creencias milenarias y lo curioso es que hayan permanecido durante milenios sin que jamás se haya probado, en ninguna parte, su capacidad de hacer predicciones ciertas.
Hagamos algunos experimentos mentales, de esos que usa la gente sensata para decidir si la información que recibe es confiable. Hay decenas de miles de astrólogos prediciendo el futuro del mundo y en Colombia al menos un par de centenares. ¿Se debería esperar que sus predicciones coincidan? ¿Por qué no es así? ¿Los 27 000 niños que nacen el mismo día en Colombia tienen el mismo destino? ¿Le pasará lo mismo hoy a los 500 millones de humanos del mismo signo? ¿El 11 de septiembre del 2001 se reunieron en las Torres Gemelas, para morir, 3 000 personas con la misma carta astral? ¿Los 30 000 soldados de varias nacionalidades que murieron el 6 de junio de 1944 en la playas de Normandía nacieron bajo el mismo signo?¿Si un médico decide adelantar un parto por cesárea cambia el destino del niño? ¿Por qué, como notaba William Shakespeare en Julio César, «cuando mueren los pobre no aparecen cometas. Los cielos centellean solo por la muerte de los príncipes»?
Hay preguntas que se hacen desde la ciencia y que no han sido respondidas. Los doce signos son una arbitrariedad que introdujeron los geómetras griegos para que cuadraran mejor con el círculo de 360 grados. ¿Qué pasó con el signo de Ofiuco, que debería ir del 30 de noviembre al 17 de diciembre, y con Cetus, que iría del 12 de mayo al 6 de junio? La única razón para que no se introdujeran, a pesar de las evidencias, es que dañaba los negocios bien establecidos.
Hay investigaciones, algunas muy curiosas. Un académico miembro de un comité de una sociedad norteamericana de escépticos envió a los cinco astrólogos más afamados de Estados Unidos los datos de John Wayne Gacy, quien recibió doce sentencias de muerte y veintiún cadenas perpetuas por tortura y asesinato de treinta y tres niños. La carta la envió como si fueran sus propios datos. Los cinco astrólogos describieron una personalidad tranquila y amable. Alguno dijo que era digno de ser imitado y otro afirmó que debía trabajar con niños.
Un estudio relativamente reciente de las universidades de Aarhus en Dinamarca y Giessen en Alemania estudió dos grupos de más de quince mil personas y encontró que no hay ninguna relación entre la fecha y lugar de nacimiento y características de personalidad como la inteligencia. Tres investigadores americanos estudiaron a 1 500 líderes y no encontraron que ninguno de los signos fuera más frecuente que lo que determina el azar, y así otros estudios.
La pregunta es por qué, a pesar de todo, la gente cree en los horóscopos. Hay una tendencia a olvidar las predicciones que no se cumplieron y recordar las que sí. Invito a los lectores que revisen cuántos de nuestros astrólogos predijeron en enero de 2007 que Fidel Castro moriría ese año. Algunas predicciones son tan generales y vagas que no dicen nada: «los Libra deben ser muy cuidadosos con las malas influencias», o algo que se puede leer en el periódico, o algo que está pasando (se firmará la paz, nos irá más o menos bien en el Mundial); otras usan términos oscuros que impactan por sus resonancias científicas o religiosas aunque no signifiquen nada.
Se podrá decir que nada tiene de malo que la gente se tranquilice con lo que le dicen. Eso sería cierto de no importar que la gente decida irracionalmente. Voltaire sostenía que «el hombre dejará de cometer barbaridades cuando deje de creer en absurdos».

El cromosoma sintético

Cuando apenas empezaba mis estudios doctorales en 1972, un artículo científico conmocionó al mundo. Paul Berg publicó la construcción de un ADN híbrido que contenía secuencias de un virus bacteriano y un virus de simio del que se sospechaba que causaba cáncer. Los comentaristas llamaron a ese constructo...

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