La Edad Media, I
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La Edad Media, I

Bárbaros, cristianos y musulmanes

Umberto Eco, Omar Daniel Alva Barrera, Dennis Peña Torres, Juan Carlos Rodríguez Aguilar

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La Edad Media, I

Bárbaros, cristianos y musulmanes

Umberto Eco, Omar Daniel Alva Barrera, Dennis Peña Torres, Juan Carlos Rodríguez Aguilar

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La Edad Media es un esfuerzo coordinado por Umberto Eco que nos muestra todas las esferas de un periodo que duró poco más de un milenio. El tiempo abarcado en este primer volumen va desde la caída del Imperio Romano de Occidente hasta el año mil mientras que el escenario que no se queda en el ámbito europeo al incluir tanto a Bizancio como a Arabia. La obra no sólo se queda en la historia política y abarca prácticamente todos los aspectos del mundo medieval, incluyendo a la economía, la filosofía, la ciencia, la tecnología, las artes visuales, la literatura y la música.

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Information

Year
2019
ISBN
9786071642509
HISTORIA
INTRODUCCIÓN
LAURA BARLETTA
En el recuento de los hechos que caracterizan a la primera Edad Media —una larga época de decadencia caracterizada por un fuerte declive demográfico— hace tiempo que se destacan ciertos rasgos fundamentales. El periodo se interpreta como el ocaso del mundo antiguo y como el periodo de la lenta conformación de una nueva amalgama de pueblos bárbaros, con sus modos específicos de organización social, sus lenguas, sus instituciones, sus prácticas jurídicas. Es, por otro lado, la época en que se difunde una cultura religiosa común: el cristianismo —convertido en religión de Estado del Imperio romano desde Teodosio (ca. 347-395, emperador a partir de 379)—; el cristianismo redundará en una profunda modificación de la sensibilidad de los pueblos. Asimismo, éste es el periodo en que se desplaza el baricentro de la vida política y económica del Mediterráneo hacia el norte y el este, y se conforma así la Europa que nosotros conocemos, organizada según ciertos espacios que estarán destinados a convertirse en futuras naciones (las naciones visigoda, lombarda y franca, esta última, a su vez, dividida en Neustria y Austrasia), aunque el confín oriental de Europa se ubica por mucho tiempo bastante más al occidente de lo que ahora estamos acostumbrados a considerar como su límite geográfico. Se trata de un prolongado periodo histórico en el que se verifica el nacimiento y la disolución de un nuevo imperio (el carolingio), se ponen a prueba, por una parte, la tendencia a la concentración del poder y, por otra, las fuerzas centrífugas que ejercerán sus efectos Una Europa en transformación durante muchos siglos; se ponen a prueba también las relaciones de fuerza entre príncipes y papas, entre el Estado y la Iglesia, y se determina la construcción de un nuevo orden social y económico basado en el sistema feudal, fincado en la propiedad de la tierra, el carácter hereditario de los oficios y la servidumbre de los campesinos, que, a pesar de las muchas y muy profundas transformaciones e innovaciones que habrán de venir, continuarán siendo el tejido que une a todo el continente hasta el siglo XIX. También son éstos los siglos en los que se define una identidad europea contrapuesta al islam y al Imperio romano de Oriente, que, no por azar, ahora llamamos Imperio bizantino; una identidad también contrapuesta a las nuevas oleadas de bárbaros que ejercerán su presión en las fronteras orientales.
Si bien es cierto que todos los periodos históricos sólo pueden interpretarse a partir de los hechos del presente, algunos de los problemas más acuciantes que hoy enfrentan los políticos, los economistas y los eruditos, sin hablar ya de los medios de comunicación, de los hombres y las mujeres que los confrontan cotidianamente, tienen su origen en la Edad Media o se remontan directamente hasta ella.
Actualmente nos preguntamos si presenciamos la decadencia de una Europa que tuvo, en el periodo que nos ocupa, su nacimiento; se trataría, pues, del fin de un ciclo entero de civilización. Al mismo tiempo, los Estados Unidos de América, nación hija de la misma civilización europea, también comienza a dar señales de cansancio (después de haber dominado indiscutiblemente durante todo el siglo pasado) frente a algunos países asiáticos que parecen hacer su entrada en la escena de una historia que, hasta ahora, se había visto sólo con ojos europeos. Resulta claramente inevitable el reposicionamiento del continente europeo en el cuadro geopolítico mundial.
Por otro lado, es evidente la existencia de una crisis de identidad de los europeos, ahora que los desplazamientos de un país a otro y de un continente a otro ya no son hechos aislados, sino tan consistentes que pueden La crisis moderna de los fundamentos medievales considerarse verdaderas migraciones (inminentes o en curso) que van conformando grupos; estos grupos son como islas esparcidas por su interior, que tienen fronteras bien delimitadas y están rodeadas por entornos que se pretenden homogéneos (o que ahora se muestran como tales) a pesar de todos los discursos sobre la tolerancia, el multiculturalismo y el interculturalismo.
Al mismo tiempo se percibe la crisis de los Estados nacionales —cuyos primeros núcleos suelen reconocerse justo a partir de la época que nos ocupa—, asediados por el surgimiento y resurgimiento de regionalismos y provincialismos, por la consolidación de organismos multinacionales y supranacionales, por la economía globalizada, por los rápidos —o, de plano, instantáneos— medios de comunicación a escala mundial, que no se limitan a poner en contacto áreas y sistemas de vida antes aislados —o, al menos, no inmediatamente contiguos—, sino que además comportan nuevas reflexiones sobre la naturaleza, la legalidad y la conveniencia de tales sistemas de vida y su recíproca compatibilidad.
No menos influyentes, aunque sí a primera vista menos inmediatamente vinculados con el plano histórico, son los adelantos de la ciencia y la tecnología, que ponen en crisis algunos valores y comportamientos arraigados, como, por ejemplo, los relacionados con la familia (que ahora se tornan problemáticos por la fecundación artificial) o con la muerte, y, sobre todo, el concepto mismo de hombre, el confín entre lo humano y lo no humano, entre las máquinas, cada vez más inteligentes, y los hombres que, poco a poco, se ven “armados” de miembros artificiales. Así, se habla ahora del retorno a la naturaleza y a la religión, de la búsqueda de puntos de referencia seguros, sitios fuera del tiempo.
Por un lado se busca olvidar que la naturaleza no es separable de su historia; no es posible presentar la hipótesis de una naturaleza primigenia e inalterada, que sólo después se vería comprometida por la intervención humana. Sencillamente no es cierto que la Edad Media, incluso con sus bosques habitados por una gran riqueza de fauna silvestre, sus mares vacíos de embarcaciones, sus pocos asentamientos humanos y la ausencia de vías de comunicación, es decir, incluso con sus usos pretendidamente primordiales, pueda servir de fondo inmóvil que dé la medida exacta del cambio que se verificaría después, hasta la edad contemporánea (como lo pretendería cierto tipo de medievalismo).
Por otro lado, a menudo se destaca el papel de la religión en la constitución de la identidad europea, en la formación de la Christiana communitas o Christiana societas, de la Christiana respublica o Christianitas, y se discute si la influencia del cristianismo fue realmente primordial o no, si ha de dejarse silenciosamente de lado, o si debe incluso rechazarse como algo peligroso frente a la laicidad recientemente conquistada (a partir del siglo XIX) de la vida pública y de los Estados; o bien si fue un elemento tan exclusivo que debe incluso citarse en la redacción de la Constitución europea en vez de otros rasgos distintivos como pudieran ser la precoz formación de una mentalidad capitalista o un espíritu de aventura y conquista, o una voluntad de transformación de la naturaleza y de la realidad circundante (rasgos, todos, cuyo desarrollo se puede remontar con toda validez hasta la Edad Media).
En estos tiempos en que muchos se ocupan de definir la posmodernidad y el postsecularismo, en que mucho se habla de incertidumbre pero, justo por ello, también se hace un análisis más sutil de la historia pasada y del presente, a partir de una pluralidad de puntos de vista apuntalada sobre objetos de estudio que antes solíamos desdeñar, sobre relativismos y sobre miedos al propio relativismo, también la historia ha perdido la linealidad que le era atribuida por la visión eurocéntrica de un progreso sin fin. La historia ahora más bien parece ser el resultado, más o menos fortuito, del cruce de acontecimientos sólo en parte determinados y controlados La relectura de la historia por una voluntad humana consciente o, más bien, sólo en pequeña medida consciente o, mejor aún, fragmentada en miles de voluntades diferentes y a menudo contradictorias que son resultado de tensiones y negociaciones, de múltiples procesos parciales o incluso fallidos.
La valoración de una Edad Media, según el esquema de los humanistas del Renacimiento, como una edad intermedia, carente de valor propio, una época de barbarie, violencia, miseria y anarquía, una suerte de paréntesis entre el resplandor de la edad clásica y la recuperación renacentista, no puede sino padecer ante tales recientes consideraciones.
Aquel periodo que, todavía en la época de la Ilustración, se rechazaba en bloque por considerarse como la etapa del surgimiento del feudalismo, de la segregación de la sociedad en clases estrictas, regidas por reglas y derechos muy precisos y destinadas a recorrer un camino predeterminado, posponiendo hasta el más allá todo sueño o esperanza de salvación, ese periodo, pues, que era rechazado en aras del redescubrimiento de una razón universal, de una naturaleza racional, de una humanidad a la que había que extirparle esas clases fundadas en supersticiones y abusos, y que, sin embargo, el siglo siguiente revaluaría como una época de redescubrimiento de la espiritualidad, de fundación de una unidad religiosa cristiana, de formación de las independencias nacionales y municipales, parece hoy despedazado en segmentos sueltos que no han encontrado una sistematización unívoca.
HIPÓTESIS DIVERSAS PARA UNA PERIODIZACIÓN DE LA EDAD MEDIA
La fecha generalmente reconocida como principio de la Edad Media es, como bien se sabe, el año 476, fecha de la deposición del emperador Rómulo Augústulo (459-476, emperador a partir de 475) y considerada como el fin del Imperio romano de Occidente. Ahora bien, no falta quien prefiera la llegada de los lombardos a Italia en 567 o 568, o la llegada de los francos en 774; no falta quien proponga que todo el periodo hasta el siglo VI debe considerarse parte de la Antigüedad tardía y que sólo desde el siglo siguiente se puede hablar de Alta Edad Media. Es cierto que un parteaguas muy importante lo constituye la presencia islámica en el Mediterráneo a partir de los siglos VII y VIII, aunque la tesis de Henri Pirenne (1862-1935) según la cual este hecho determinó el fin del Mundo Antiguo ha sufrido serias reconsideraciones. ¿Qué inicio? Igualmente importante parece el nuevo orden impuesto por Carlomagno (742-814, rey a partir de 768 y emperador a partir de 800) en el corazón del continente. Incluso el año 1000, antes cargado de toda suerte de sentidos apocalípticos, parece haber perdido algo de su importancia en la periodización, sobre todo para aquellos que ubican entre los siglos IX y XI el periodo central de la Edad Media. El paso del siglo V al VI y del X al XI siguen siendo, sin embargo, goznes importantes en la historia europea, a los cuales se ha decidido atenerse muy a menudo.
La tendencia a esta multiplicación de puntos de referencia, de acontecimientos que pueden ser juzgados como fundacionales (y su variación según el área geográfica o el punto de vista desde donde se examinan) no sólo hace posibles diversas periodizaciones, sino que también pone de relieve, además de las transformaciones del mundo antiguo, la aportación fundamental de los pueblos “bárbaros”, de los bizantinos (tradicionalmente ausentes por la pretendida inmovilidad de su historia), de los musulmanes —que hoy, por obvias razones, atraen mucho la atención— o de las minorías como la de los judíos o los herejes en la construcción de la identidad y los hechos europeos.
Precisamente si se considera de manera íntegra el crisol de pueblos y civilizaciones que han Una historia, muchos autores contribuido a la primera formación de la Europa medieval y sus contactos recíprocos, también los confines del continente resultan móviles y permeables, constituidos, como se ve, más que por barre...

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