Política y perspectiva
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Política y perspectiva

Sheldon Wolin, Leticia García Cortés, Nora A. de Allende, Leticia García Cortés, Nora A. de Allende

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Sheldon Wolin, Leticia García Cortés, Nora A. de Allende, Leticia García Cortés, Nora A. de Allende

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Edición ampliada de Política y perspectiva, obra clásica de filosofía política en que Sheldon Wolin realiza una brillante exposición del pensamiento político desde Platón hasta los posmodernistas, y revela cómo los pensadores han abordado las inmensas posibilidades y peligros del poder. En esta obra Wolin acuña el término "totalitarismo inverso" para referirse a aquél en el que el poder económico predomina peligrosamente sobre el político, y realiza un análisis sobre un régimen nuevo, todavía tentativo: la superpotencia.

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PRIMERA PARTE

I. FILOSOFÍA POLÍTICA Y FILOSOFÍA

… expresar diversos significados de cosas complejas mediante un reducido vocabulario con sentidos precisos.
WALTER BAGEHOT

LA FILOSOFÍA POLÍTICA COMO FORMA DE INDAGACIÓN

Este libro versa sobre una tradición especial del discurso: la filosofía política. En él intento analizar el carácter general de esa tradición, los variados problemas de quienes han contribuido a establecerla y las vicisitudes que han caracterizado las principales líneas de su evolución. Al mismo tiempo, también trato de decir algo acerca del quehacer de la filosofía política misma. Naturalmente, esta declaración de intenciones despierta la expectativa de que la discusión comenzará con una definición de la filosofía política. Sin embargo, intentar satisfacer esa expectativa sería inútil, no sólo porque unas cuantas oraciones no pueden lograr lo que pretende todo un libro sino también porque la filosofía política no es una entidad de índole permanente. En cambio, es una actividad compleja que se comprende mejor analizando las numerosas formas en que la han practicado los maestros reconocidos. No se puede decir que ningún filósofo ni ninguna época histórica por sí solos la haya definido de manera concluyente, así como ningún artista o escuela de pintura ha representado todo lo que entendemos con el término “arte pictórico”.
Si la filosofía política es más de lo que haya expresado cualquier gran filósofo, hay cierta justificación para creer que la filosofía política constituye una actividad cuyas características se revelan con más claridad al transcurrir el tiempo. Dicho de manera diferente, se debe interpretar la filosofía política en la misma forma en que interpretamos una tradición variada y compleja.
Si bien tal vez no sea posible reducir la filosofía política a una definición breve, se pueden determinar las características que la distinguen de otras formas de indagación, así como las que la conectan con ellas. Examinaré estas consideraciones bajo los siguientes encabezados: las relaciones de la filosofía política con la filosofía, las características de la filosofía política como actividad, su contenido temático y lenguaje, el problema de las perspectivas o puntos de vista y la forma en que opera una tradición.
Desde que Platón percibió por primera vez que la indagación acerca de la naturaleza de la vida buena del individuo estaba necesariamente asociada con una indagación convergente (y no paralela) acerca de la naturaleza de la comunidad buena, ha persistido una asociación estrecha y continua entre la filosofía política y la filosofía en general. La mayoría de los filósofos eminentes ha aportado generosamente a la dotación principal de nuestras ideas políticas y también ha proporcionado al teórico de la política muchos de sus métodos de análisis y juicios críticos. Históricamente, la principal diferencia entre filosofía y filosofía política ha sido una cuestión de especialización más que de método o temple. En virtud de esta alianza, los teóricos de la política aceptaron como propia la búsqueda básica del filósofo de un conocimiento sistemático.
Hay también otro sentido fundamental en el que la teoría política se vincula con la filosofía. Se puede distinguir la filosofía de otros métodos de esclarecimiento de la verdad, como la visión mística, el rito secreto, las verdades de conciencia o los sentimientos particulares. La filosofía afirma que versa sobre verdades a las que se llega públicamente y que son públicamente comprobables.1 Al mismo tiempo, una de las cualidades esenciales de lo político que ha configurado poderosamente la visión de los teóricos de la política acerca de su contenido es su relación con lo que es “público”. Cicerón tenía esto en mente cuando llamó al Estado res publica, una “cosa pública” o “la propiedad del pueblo”. De todas las instituciones con autoridad existentes en la sociedad, la organización política ha sido seleccionada como excepcionalmente preocupada por lo que es “común” a toda la comunidad. Ciertas funciones, como la defensa nacional, el orden interno, la administración de justicia y la normatividad económica, han sido declaradas responsabilidad básica de las instituciones políticas, en gran medida con el argumento de que esas funciones favorecen intereses y fines que benefician a todos los miembros de la comunidad. La única institución que alguna vez rivalizó con la autoridad del orden político fue la Iglesia medieval; no obstante, esto fue posible sólo porque la Iglesia, al asumir las características de un régimen político, se había convertido en algo distinto de un organismo religioso. La íntima conexión que hay entre las instituciones políticas y los intereses públicos se ha extendido al ejercicio del filósofo; se ha considerado que la filosofía política significa reflexionar sobre cuestiones que afectan a la comunidad en general.
En consecuencia, es conveniente que la indagación acerca de asuntos públicos sea realizada conforme a los cánones de un tipo público de conocimiento. La otra alternativa, aliar el conocimiento político con modos privados de conocimiento, sería incongruente y contraproducente. El símbolo dramático de la alianza correcta fue la exigencia de la plebe romana de que la condición de las Doce Tablas de la ley se transformara de un misterio sacerdotal que podíaser conocido sólo por unos cuantos en una forma pública de conocimiento, accesible para todos.

FORMA Y FONDO

Pasando al contenido temático de la filosofía política, aun el examen más somero de las obras maestras de la literatura política revela la reaparición continua de ciertos temas-problemas. Se podrían enumerar muchos ejemplos, pero aquí sólo mencionaremos algunos, como las relaciones de poder entre gobernante y gobernados, la naturaleza de la autoridad, los problemas planteados por los conflictos sociales, la importancia de ciertas metas o propósitos como objetivos de la acción política y el carácter del conocimiento político. Ningún filósofo de la política se ha interesado en igual medida por todos esos problemas, pero ha existido un consenso suficientemente amplio acerca de la identidad de los problemas que justifica la creencia de que ha habido una continuidad de las preocupaciones. El hecho de que los filósofos a menudo han discrepado violentamente acerca de las soluciones tampoco pone en duda la existencia de un contenido temático común. Lo que es importante es la continuidad de las preocupaciones, no la unanimidad de la respuesta.
La concordancia en cuanto al contenido temático a su vez presupone que aquellos que están interesados en extender el conocimiento de un determinado campo comparten una interpretación común de lo que es pertinente para su tema y lo que debe ser excluido. En relación con la filosofía política, esto implica que el filósofo debe ser claro acerca de lo que es político y lo que no lo es. Aristóteles, por ejemplo, argumentó en las páginas iniciales de la Política que la función del político (politikós) no debía ser confundida con las del propietario de esclavos o el jefe de familia; la primera era propiamente política, las últimas no lo eran. Lo que Aristóteles subrayó todavía tiene una importancia vital y las dificultades de mantener una idea clara de lo que es político constituyen el tema básico de este libro. Aristóteles aludía a los problemas que experimenta el filósofo de la política al intentar aislar un contenido temático que no puede ser aislado en la realidad. Hay dos razones principales de esta dificultad. En primer lugar, una institución política, por ejemplo, está expuesta a influencias de índole no política que interfieren, de tal modo que se vuelve un problema explicar cuándo comienza lo político y cuándo acaba lo no político. En segundo lugar, existe la difundida tendencia a utilizar las mismas palabras y conceptos que empleamos al hablar de cuestiones políticas para describir fenómenos no políticos. En contraste con los restringidos usos técnicos de las matemáticas y las ciencias naturales, frases como “la autoridad del padre”, “la autoridad de la Iglesia” o “la autoridad del Parlamento” son pruebas de los usos paralelos predominantes en las discusiones sociales y políticas.
Esto plantea uno de los problemas básicos que afronta el filósofo de la política cuando trata de afirmar el carácter distinto de su contenido temático: ¿qué es lo político?, ¿qué distingue, por ejemplo, la autoridad política de otras formas de autoridad, o la membresía en una sociedad política de la membresía en otros tipos de asociaciones? Al intentar responder a estas preguntas, durante siglos los filósofos han contribuido a la concepción de la filosofía política como una forma continua de discurso concerniente a lo político, y a una imagen del filósofo de la política como aquel que filosofa acerca de lo político. ¿Cómo lo han hecho? ¿Cómo han llegado a seleccionar ciertas acciones e interacciones humanas, ciertas instituciones y valores, para llamarlos “políticos”? ¿Cuál es la característica común distintiva de ciertos tipos de situaciones o actividades, como votar y legislar, que nos permite llamarlas políticas? ¿O qué condiciones debe satisfacer una determinada acción o situación para ser llamada política?
En un sentido, el proceso de definir el área de lo que es político no ha sido marcadamente diferente del que ha tenido lugar en otros campos de indagación. Por ejemplo, nadie discutirá seriamente que los campos de la física o la química han existido siempre en una determinada forma, evidente por sí misma, esperando sólo ser descubiertos por Galileo o Lavoisier. Si admitimos que un campo de indagación es en gran medida el producto de una definición, el campo político puede ser considerado como un área cuyos límites han sido trazados por siglos de discusión política. Así como otros campos han cambiado sus contornos, las fronteras de lo que es político son tornadizas, incluyen a veces más, a veces menos, de la vida y el pensamiento humanos. La era actual de totalitarismo excita la queja de que “vivimos una era política. Guerra, fascismo, campos de concentración, toletes de goma, bombas atómicas, etc., son las cosas en las que pensamos”. En otros tiempos más serenos, lo político es menos ubicuo. Santo Tomás de Aquino pudo escribir que “el hombre no está formado en su totalidad, o en todo lo que tiene, para la confraternidad política…”2 No obstante, me gustaría insistir en que el campo de la política es y ha sido, en un sentido radical e importante, un campo creado. La designación de ciertas actividades y estructuras como políticas, la forma característica en que pensamos en ellas y los conceptos que empleamos para comunicar nuestras observaciones y reacciones no están escritos en la naturaleza de las cosas, que son el legado acumulado gracias a la actividad histórica de los filósofos de la política.
Con estas observaciones no quiero sugerir que el filósofo de la política ha tenido libertad para llamar “político” a todo lo que quisiera o que, como el poeta de Lord Kames, ha estado ocupado “fabricando imágenes sin ningún fundamento en la realidad”. Tampoco quiero implicar que los fenómenos que llamamos políticos son, en un sentido literal, “creados” por el teórico. Se admite sin discusión que las prácticas y estructuras institucionales establecidas han proporcionado a los teóricos de la política los datos básicos, y pronto analizaré este punto. También es verdad que muchos de los temas tratados por el teórico deben su inclusión al simple hecho de que son llamados políticos en los usos lingüísticos convencionales. Por otra parte, también es cierto que las ideas y categorías que empleamos en el análisis político no son del mismo orden que los “hechos” institucionales, ni están “contenidos”, por así decirlo, en los hechos. Representan en cambio un elemento agregado, algo creado por el teórico de la política. Conceptos como “poder”, “autoridad”, “consentimiento” y demás no son “cosas” reales, si bien se usan con el fin de destacar algún aspecto importante de las cosas políticas. Su función es volver significativos los hechos políticos, ya sea para propósitos de análisis, crítica o justificación, o una combinación de todos ellos. Cuando se expresan conceptos políticos en forma de una afirmación, como “no son los derechos y los privilegios de que goza lo que hacen ciudadano a un hombre, sino las obligaciones mutuas entre súbdito y soberano”, la validez de la afirmación no se establece haciendo referencia a los hechos de la vida política. Éste sería un procedimiento circular, ya que la forma de la declaración inevitablemente regiría la interpretación de los hechos. Dicho de otra manera, la teoría política no está interesada tanto en las prácticas políticas o en cómo operan éstas, sino, más bien, en su significado. Por consiguiente, en la declaración de Bodin recién citada, el hecho de que por ley o práctica el miembro de la sociedad tenía ciertas obligaciones para con su soberano, y viceversa, no era tan importante como el hecho de que esas obligaciones podían ser interpretadas en una forma que sugería algo importante acerca de la membresía y, en las etapas posteriores del argumento de Bodin, acerca de ...

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