Historia general de la ciencia en México en el siglo XX
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Historia general de la ciencia en México en el siglo XX

Ruy Pérez Tamayo

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Historia general de la ciencia en México en el siglo XX

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Este libro describe y documenta hechos sobresalientes de la historia general de la ciencia en México a partir de 1912; en especial aquellos que ilustran mejor las tres grandes transformaciones ocurridas en ese lapso en la ciencia mexicana: primero su profesionalización, crecimiento y diversificación, luego su ingreso al discurso oficial y a las decisiones oficiales y, finalmente, su matrimonio con la tecnología. De esa forma, el autor busca dar con las principales razones históricas, sociales, económicas y políticas que explican el subdesarrollo actual de la ciencia mexicana para señalar las ideas que hay que cambiar y los obstáculos que se deben superar.

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Information

Year
2010
ISBN
9786071604767

CAPÍTULO 1

EL I CONGRESO CIENTÍFICO MEXICANO (1912)

El I Congreso Científico
Mexicano (1912)
El I congreso científico mexicano se llevó a cabo en la ciudad de México del 9 al 14 de diciembre de 1912, aunque el día 15 del mismo mes todavía se realizó un banquete de clausura, en el restaurante Ville de Roses, en San Ángel. Para el estudio de la historia de la ciencia en México en el siglo XX, la celebración del I Congreso Científico Mexicano ofrece un mejor punto de partida que la fecha formal de inicio de esa centuria, porque marca con mayor precisión el final de una época histórica bien definida, los 30 años del porfiriato, y el principio de otra, la Revolución mexicana, que intentó transformar en forma radical a buena parte de la sociedad, sin lograrlo realmente. La agitada campaña anti-reeleccionista, iniciada por los hermanos Flores Magón desde antes de principios de siglo; los trágicos episodios de Río Blanco y Cananea, en 1906 y 1907; el surgimiento de Madero en el escenario político, en 1909, con su texto La sucesión presidencial en 1910; el inicio de la revolución maderista, en 1910; la caída del antiguo régimen, en 1911; el interinato de León de la Barra, la elección presidencial de Madero y el movimiento orozquista, en 1912, la sublevación de Bernardo Reyes y Félix Díaz; que finalmente llevó a la Decena Trágica, a principios de 1913, con la traición de Huerta, los asesinatos de Madero, de su hermano y de Pino Suárez, y la usurpación de la presidencia del país por el general traidor, fueron los principales acontecimientos políticos que precipitaron el gran movimiento revolucionario. Fue en este marco de grave y profunda inquietud y confusión social en que se convocó y se llevó a cabo el I Congreso Científico Mexicano.

1. El ambiente cultural, político y social en México a principios del siglo XX

La reorganización de la educación en México que llevó a cabo el presidente Juárez al promulgar la Ley Orgánica de Instrucción Pública, el 2 de diciembre de 1867, incluyó la creación de la Escuela Nacional Preparatoria diseñada de acuerdo con las ideas del doctor Gabino Barreda, uno de los educadores más importantes en toda la historia de nuestro país. Barreda nació en la ciudad de Puebla en 1818 y murió en la ciudad de México en 1881. Aunque primero estudió leyes y después (en Francia) terminó la carrera de medicina, que ejerció durante unos años en Guanajuato, su ocupación principal a partir de 1867 y hasta su muerte fue la educación media y superior. Barreda había peleado contra la invasión norteamericana en 1847 y poco tiempo después viajó a París, en donde permaneció cuatro años. En la capital francesa no sólo se hizo médico sino que conoció a Augusto Comte y asistió a su famoso Cours de Philosophie Positive, que le impresionó profundamente.[1] Según Zea,[2] el presidente Juárez leyó un discurso que Barreda había pronunciado en Guanajuato el 16 de septiembre de 1867 (la famosa Oración cívica) y: “… como sagaz hombre de estado, adivinó en la doctrina positiva el instrumento que necesitaba para cimentar la obra de la revolución reformista. En la reforma educativa propuesta por Barreda, vio Juárez el instrumento que era menester para terminar con la era de desorden y la anarquía en que había caído la nación mexicana.”[3]
Figura 1.1. Gabino Barreda (1818-1881), introductor del positivismo en México y creador de la Escuela Nacional Preparatoria en 1867.
El positivismo de Barreda era abiertamente anticlerical, lo que resultó atractivo a los liberales, que se habían enfrentado al clero católico en múltiples ocasiones. La última de ellas había sido la intervención francesa con el Imperio de Maximiliano, que Juárez y el partido liberal acababan de derrotar, sellando el 19 de junio de ese mismo año de 1867, en el Cerro de las Campanas, el destino trágico de los conservadores. El gobierno legítimo de Juárez volvía a dirigir el país, pero México estaba en ruinas y sumergido en el más profundo desorden. El clero había perdido sus bienes y su fuerza política, pero seguía ejerciendo el control de la conciencia y del espíritu de la mayoría de los mexicanos. Por su parte, los militares liberales que habían peleado y vencido a los conservadores reclamaban todo tipo de privilegios individuales y de clase, sin la menor conciencia social del país. El positivismo de Barreda, implantado como filosofía de la educación media nacional, podía servir como base para enfrentarse a los dos grandes enemigos de la Reforma juarista: por un lado, inculcando la necesidad del orden civil en los asuntos de la nación, indispensable para el progreso de la economía y el desarrollo de la sociedad, y por otro lado, combatiendo a la Iglesia católica, no como religión sino como un grupo interesado en recuperar los privilegios políticos y económicos de que gozaban desde los tiempos de la Colonia, que habían perdido con las Leyes de Reforma y que no habían recuperado durante el Imperio de Maximiliano, gracias a la postura liberal del desafortunado noble austriaco.
De acuerdo con Comte,[4] la evolución natural de la sociedad humana reconoce tres etapas: la teológica, la metafísica y la positiva. En la primera etapa las explicaciones de los fenómenos naturales se dan en términos sobrenaturales, invocando poderes divinos y ocultos a los que sólo se tiene acceso por la fe, mientras que en la segunda etapa los dioses se abandonan pero se sustituyen por toda clase de entidades metafísicas e imaginarias que tampoco son susceptibles de confirmación objetiva. En cambio, en la tercera etapa se elimina todo lo que no puede documentarse directamente por nuestros sentidos en el estudio de la realidad. El positivismo de Comte es una forma extrema, radical e inflexible, del empirismo, con el que comparte varios de sus principios centrales pero del que se aleja al descalificar las importantes contribuciones de la filosofía, de la historia y de la sociología en la teoría del conocimiento.[5] Barreda era quizá más comtiano que el mismo Comte, lo que se refleja en el carácter rigurosamente laico y “científico” que le imprimió al programa de estudios de la nueva Escuela Nacional Preparatoria que organizó por mandato del presidente Juárez. Junto con la teología desaparecieron la filosofía escolástica, la metafísica y el derecho canónico, y en su lugar se reforzaron las matemáticas, la lógica, la geología y otras ciencias naturales. Por primera vez en la historia de la educación en México las ciencias triunfaban sobre las humanidades y de esa manera surgían al primer plano de la educación, que durante toda la Colonia habían ocupado las disciplinas teológicas y “espirituales”. Sin embargo, este triunfo duró poco tiempo, apenas hasta la primera década del siglo XX, como se verá más adelante.
La Escuela Nacional Preparatoria de Barreda se localizaba, como ahora, al final del primer ciclo de enseñanzas generales y antes del ingreso a las distintas profesiones, pero su objetivo primario no era “preparar” a los alumnos para continuar con sus estudios en las escuelas superiores (aunque también servía para eso) sino más bien “preparar” ciudadanos adultos capaces de escoger su vocación, cualquiera que ésta fuera, y enfrentarse a ella y a la vida en general con los conocimientos y la filosofía más útiles y convenientes para salir adelante.[6] Barreda se rodeó de algunos de los profesores más prestigiados de su tiempo, como Porfirio Parra, de lógica; Francisco Díaz Covarrubias y Manuel Fernández Leal, de matemáticas; Ladislao de la Pascua, de física; Leopoldo Río de la Loza, de química; Alfonso L. Herrera (quien más tarde sería el sucesor inmediato de Barreda) de historia natural; Miguel Schultz, de geografía; y otros más de diferentes especialidades, no necesariamente positivistas, como Manuel M. Flores, Agustín Aragón, Horacio Barreda, Justo Sierra, Ezequiel A. Chávez, Rafael Ángel de la Peña, Francisco Rivas, Ignacio Ramírez, Manuel Payno, Ignacio Altamirano, etc.[7] A pesar de los disturbios sociales que siguieron al triunfo del partido liberal y, después de la muerte de Juárez, a la caída de Lerdo de Tejada, a la rebelión de Tuxtepec y al advenimiento de Porfirio Díaz, la Escuela Nacional Preparatoria siguió funcionando de acuerdo con el programa diseñado inicialmente por Barreda desde 1867, con diversas pero ligeras modificaciones, durante cerca de 50 años.
Para 1910, Año del Centenario, Alfonso Reyes (entonces un joven estudiante de jurisprudencia de 21 años de edad, aunque ya miembro fundador del Ateneo de la Juventud), en su Pasado inmediato de 1939,[8] recuerda a la Escuela Nacional Preparatoria como sigue:
“La herencia de Barreda se fue secando en los mecanismos del método. Hicieron de la matemática la Summa del saber humano. Al lenguaje de los algoritmos sacrificaron poco a poco la historia natural y cuanto Rickert llamaría la ciencia cultural, y en fin las verdaderas humanidades. No hay nada más pobre que la historia natural, la historia humana o la literatura que se estudiaba en aquella Escuela por los días del Centenario. No alcanzamos ya la vieja guardia, los maestros eminentes de que todavía disfrutó la generación inmediata, o sólo los alcanzamos en sus postrimerías seniles, fati gados y algo automáticos … Se oxidaba el instrumental científico. A nuestro anteojo ecuatorial le faltaban nada menos que el mecanismo de relojería y las lentes, de suerte que valía lo que vale un tubo de hojalata … Aunque los laboratorios no seguían desarrollándose en grado suficiente, mejor libradas salían la Física y la Química … pero tendían ya a convertirse en ciencias de encerado, sin la constante corroboración experimental que las mentes jóvenes necesitan … Porfirio Parra, discípulo directo de Barreda, memoria respetable en muchos sentidos, ya no era más que un repetidor de su tratado de Lógica, donde por desgracia se demuestra que, con excepción de los positivistas, todos los filósofos llevan en la frente el estigma oscuro del sofisma … El incomparable Justo Sierra, el mejor y mayor de todos, se había retirado ya de la cátedra para consagrarse a la dirección de la enseñanza. Lo acompañaba en esta labor don Ezequiel A. Chávez, a quien por aquellos días no tuve la suerte de encontrar en el aula de Psicología, que antes y después ha honrado con su ciencia y su consagración ejemplar. Miguel Schultz, geógrafo generoso, comenzaba a pagar tributo a los años, aunque aún conservaba su amenidad. Ya la tierra reclamaba los huesos de Rafael Ángel de la Peña —paladín del relativo “que”— sobre cuya tumba pronto recitaría Manuel José Othón aquellos tercetos ardientes que son nuestros Funerales del Gramático. El Latín y el Griego, por exigencias del programa, desaparecían entre un cubileteo de raíces elementales, en las cátedras de Díaz de León y de aquel cordialísimo Francisco Rivas … especie de rabino florido cuya sala era, porque así lo deseaba él mismo, el recinto de todos los juegos y alegres ruidos de la muchachada …En su encantadora decadencia, el viejo y amado maestro Sánchez Mármol —prosista que pasa la antorcha de Ignacio Ramírez a Justo Sierra— era la comprensión y la tolerancia mismas, pero no creía ya en la enseñanza y había alcanzado aquella cima de la última sabiduría cuyos secretos, como los de la mística, son incomunicables. La Literatura iba en descenso, porque la Retórica y la Poética, entendidas a la manera tradicional, no soportaban ya el aire de la vida, y porque no se concebía aún el aprendizaje histórico —otros dicen “científico”— de las Literaturas, lo que vino a ser precisamente una de las campañas de los jóvenes del Centenario…
Quien quisiera alcanzar algo de Humanidades tenía que conquistarlas a solas, sin ninguna ayuda efectiva de la Escuela.”
En ese medio siglo ciertos positivistas se fueron convirtiendo poco a poco en “los científicos”, un colegio político restringido a ministros de Estado, a poderosos empresarios y a sus abogados, a consejeros de bancos, a comer ciantes acaudalados, a ricos inversionistas y a hacendados, que contaban con la amistad personal y el apoyo del presidente Díaz y que controlaban casi todo en el país, incluyendo la educación superior. Este grupo, que en sus mejores momentos fue encabezado por el ministro de Hacienda José Ives Limantour, no tenía absolutamente nada de “científico” más que el nombre, que se popularizó porque los medios y el vulgo lo identificaron con los antiguos positivistas, en cuya Escuela Nacional Preparatoria algunos de ellos habían estudiado (aparte de recibir instrucción religiosa privada). Sin embargo, el desprestigio político en el que cayeron “los científicos” al final del régimen porfiriano y en los inicios de la Revolución fue tan estrepitoso que indudablemente influyó en la reserva con que los primeros gobiernos surgidos de nuestro máximo movimiento social del siglo XX vieron a todo lo relacionado con la verdadera ciencia.[9]
Figura 1.2. Alfonso Reyes (1889-1959), fundador del Ateneo de la Juventud, a fines de 1909, cuando tenía 21 años de edad.
El movimiento anticientífico que precedió al estallido de la Revolución tuvo otra fuente, menos popular pero mucho más profunda y de mayor proyección que la mencionada, que fue la protagonizada por el Ateneo de la Juventud, en contra no sólo de la Escuela Nacional Preparatoria sino también (y principalmente) de la Escuela de Altos Estudios de la nueva Universidad, fundada por Justo Sierra precisamente en 1910. El Ateneo de la Juventud se fundó a fines de 1909 y funcionó como tal durante tres años, hasta el 12 de diciembre de 1912, en que se transformó en la Universidad Popular.[10, 11] Sus principales miembros fueron Antonio Caso, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos, Julio Torri, Martín Luis Guzmán y Mariano Silva y Aceves; también los “hermanos mayores”, Enrique González Martínez y Luis G. Urbina, y al final Alberto J. Pani, Alfonso Pruneda y otros más, que Reyes denomina “los caballeros del Sturm-und-Drang mexicano.”[12] El Ateneo de la Juventud sintió que el positivismo dejaba fuera todo lo que era más valioso en la cultura, no sólo nacional sino universal, y se dedicó no a asaltar los puestos educativos sino a renovar las ideas. En las palabras de Henríquez Ureña:[13]
Figura 1.3. Antonio Caso (1893-1946), miembro prominente del Ateneo de la Juventud. Retrato propiedad de El Colegio Nacional.
Figura 1.4. Pedro Henríquez Ureña (1844-1946), guía espiritual del Ateneo de la Juventud.
Entonces nos lanzamos a leer a todos los filósofos a quienes el positivismo condenaba como inútiles, desde Platón que fue nuestro mayor maestro, hasta Kant y Schopenhauer. Tomamos en serio (¡Oh, blasfemia!) a Nietzsche. Descubrimos a Bergson, a Boutroux, a James, a Croce. Y en la literatura no nos confinamos dentro de la Francia moderna. Leíamos a los griegos, que fueron nuestra pasión. Ensayamos la literatura inglesa. Volvimos, pero a nuestro modo, contrariando toda receta, a la literatura española…”.
Reyes enlista 10 iniciativas que tomó el Ateneo (algunas aun antes de establecerse formalmente) dirigidas a promover y cultivar el estudio de las humanidades en la sociedad mexicana, entre las que se cuentan la fundación de la Sociedad de Conferencias en 1907, cuyo primer ciclo se dio en el Casino de Santa María entre el 29 de mayo y el 7 de agosto de ese mismo año, y el segundo, en el Conservatorio Nacional, del 18 de marzo al 22 de abril del año siguiente; un homenaje a la memoria de Gabino Barreda que culminó con “la expresión de un nuevo sentimiento político” y que posteriormente Reyes consideró como el amanecer teórico de la Revolución; un famoso curso de Antonio Caso en la Escuela Nacional Preparatoria sobre filosofía positivista, en el que definió la postura crítica de los jóvenes frente a la doctrina oficial; y una serie de conferencias en la Esc...

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