Obras V. Hegel y el idealismo
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Obras V. Hegel y el idealismo

Wilhelm Dilthey, Eugenio Ímaz, Eugenio Ímaz

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Obras V. Hegel y el idealismo

Wilhelm Dilthey, Eugenio Ímaz, Eugenio Ímaz

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Encuentro y discusión sobre la base filosófica e histórica de Wilhelm Dilthey para abordar la suma hegeliana como culminación (de la filosofía clásica alemana) y comienzo (de la conciencia crítica moderna).

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HISTORIA JUVENIL DE HEGEL

Trabajos diferentes, en primer lugar la historia de las ciencias del espíritu y la vida de Schleiermacher, me han llevado de continuo a Hegel, y al ocuparme de esta figura he visto que ni siquiera después de las obras de Rosenkranz y Haym es posible su comprensión histórica sin un nuevo estudio de los manuscritos. Así ha surgido en mí la idea de una nueva historia del desarrollo de Hegel, en la que coloco en primer lugar la historia del periodo que va desde sus primeros escritos hasta las primeras exposiciones de su sistema y las primeras publicaciones en el Philosophischen Journal. Los fragmentos de este periodo no sólo tienen importancia, como ocurre con los trabajos de juventud de Kant, para el sistema hegeliano, para ver cómo surge del ahondamiento del inmenso material histórico sin sentirse constreñido todavía por la rigidez del método dialéctico, sino que les proporciona un valor autónomo el hecho de que representan una contribución inestimable para una fenomenología de la metafísica. Por eso me pareció conveniente trabajarlo para historiadores, filósofos y teólogos con mayor detalle de lo que parecería conveniente al estudio del desarrollo general de Hegel. Me he limitado a marcar en la historia espiritual de Hegel las etapas claramente distinguibles, tratando de revelar en cada una de ellas la conexión de sus ideas. Estas etapas se distinguen y demarcan por las épocas de los manuscritos, pero no es posible identificarlas con espacios de tiempo que pudieran fijarse por años o por lugares de residencia. Si he tenido que enlazar la historia externa, que transcurre al hilo de las residencias, con el desarrollo interno, para mostrar así la relación entre el tono vital de Hegel y sus ideas, tampoco he descuidado señalar que ambos aspectos sólo parcialmente coinciden. Han sido utilizados por mí todos los manuscritos que pudieran considerarse con seguridad como pertenecientes a la época que me interesa, y si el lector tropieza en la lectura de Rosenkranz o Haym con algo de mayor importancia no sacado a relucir, será porque no tenía cabida en las etapas del desarrollo de Hegel de que yo me ocupo o también por faltarme los medios para ordenar con seguridad tales fragmentos, que ya no se conservan manuscritos. Porque la intención principal de mi trabajo se encamina a establecer cimientos sobre los que podrán seguir edificando otros. Por eso he prescindido también del intento de señalar dentro de cada etapa periodos más precisos. Estos manuscritos habrán de ocupar todavía mucho tiempo a los investigadores hasta que se logre extraer de ellos todo lo importante para la historia de Hegel.
Sólo en el estudio del desarrollo ulterior de Hegel podré ocuparme del modo en que las ideas del periodo que va a ocuparnos han determinado la marcha hacia el sistema definitivo, pues por ahora he tenido que limitarme a trazar unas cuantas líneas que conducen hacia las etapas ulteriores.
Desde que comencé a trabajar con estos manuscritos, hace ya varios años, hasta este momento, me ha acompañado la colaboración de mi joven amigo el doctor Hermann Nohl, y a su laboriosidad y a su agudeza debo que hayamos podido lograr, utilizando el sistema de signos empleados por Hegel, agrupar en un gran todo, según la intención del filósofo, las hojas dispersas en numerosos volúmenes de su mano. Si Nohl lleva a cabo la edición de los manuscritos de este periodo, ella representaría el complemento más precioso del trabajo presente.

PRIMER DESARROLLO Y ESTUDIOS TEOLÓGICOS

I. Años escolares

HEGEL NACIÓ en Stuttgart, el 27 de agosto de 1770. Su padre era un funcionario ducal y la familia de viejo espíritu protestante, con toda su grave sencillez. Y si es cierto que, más tarde, los ideales de Weimar y de Jena cambiaron sus ideas sobre la vida, por lo que respecta a su vida personal siguieron influyendo decisivamente las viejas formas de sólida honradez que ambientaron su infancia; si su pensamiento penetró profundamente en la problemática del mundo moral, la vida propia, sin embargo, se mantuvo incontaminada de toda duda en lo que afecta a las costumbres protestantes y a las reglas de vida de la casa paterna. El espíritu de Suabia arraigó en su ser y se manifestó con más fuerza que en los otros dos grandes contemporáneos wurtemberguenses: Schiller y Schelling. Nada había en él de ese temple inquietante que se alimenta de la conciencia orgullosa de una singularidad importante. Su espíritu ingenuo, objetivo, se resiste al sentimiento aristocrático de lo peculiar, tal como se manifiesta en temperamentos nórdicos como Jacobi, Humboldt y Schleiermacher. Frío y ajeno, como un mero expectador, ante las románticas tragedias del destino vividas por sus compañeros —Hölderlin en Fráncfort, Schelling en Jena, Creuzer en Heidelberg—, se va desarrollando lentamente, en un trabajo sosegado, y a veces es presa de ese desamparo que procede de la enajenación de la persona en las cosas. Su naturaleza sencilla, insapiente de sí misma, sin pretensiones, sin fachada, le granjeó amigos por todas partes, amigos que le querían sin sentir con desagrado la distancia a que se hallaban del genio. A su fuerte sentido de la realidad corresponde ese don suyo de acomodarse a las estrechas circunstancias que le rodean, aceptándolas sin ninguna sofrenada ambición. La más sólida sensatez reguló su vida y un humor amistoso iluminaba las limitaciones de ella. Tan felizmente le habían equipado su patria, su familia y su temperamento.
Fue un alumno modelo en el gimnasio de Stuttgart. Pero desde un principio le acucia la curiosidad filosófica. Todo está regulado en él y en lo que le rodea. Se conserva un diario de esta época en que va registrando con bastante pedantería sus estudios, sus vacaciones, los diversos sucesos. Y en los métodos del estudiante sorprendemos la técnica bien elaborada del docto; tenía preparados sus resúmenes en hojas separadas, en tal forma que podían utilizarse a cada momento; ya entonces adquiere la costumbre de sacar notas cuidadosas de lo que lee, para aprovechar el estudio con una fidelidad objetiva. Este ejercicio, practicado hasta edad avanzada, desarrolló su gran facultad de dominar masas de material y de encontrar la expresión más apretada de la naturaleza de los sucesos históricos.
Con su periodo escolar coincide el desarrollo de la literatura alemana desde Emilia Galotti hasta la Ifigenia y Don Carlos. Sin embargo, no hay huellas fuera de su conocimiento del Mesías, del Fiesko y, sobre todo, del Nathan. La literatura que le es familiar se compone de obras de la Ilustración, desde Garve y Sulzer hasta Nicolai y los Journal de la época. Su autor de cabecera es Lessing. Siguiendo el gusto de la psicología de la Ilustración registra experiencias de toda clase y su interés lógico se manifiesta en una colección de definiciones. Desde un princpio gobernó en él el pensamiento objetivo. En esta época en que el sentimiento de la vida y la poesía sentimental constituían la potencia en ascenso, su interés se orienta exclusivamente por las cosas, y se dirige con una fuerza desembarazada y radical hacia la realidad, sin reflexión alguna sobre sí mismo. Y lo que trata de asimilarse en primer lugar son la Antigüedad y la historia.
La literatura griega había cobrado una posición importante en los estudios del gimnasio gracias a Gesner y Heyne, y Winckelmann, Lessing y Herder habían abierto el acceso a su inteligencia. Hegel dedicó su atención a los trágicos, tradujo a Sófocles, y desde entonces le acompaña cierta debilidad por la Antígona. Como en la mayoría de los gimnasios de la época, también en el de Stuttgart el estudio de los griegos se hallaba entreverado con una gran dosis de espíritu de la Ilustración, que encuentra resonancia en Hegel. El sacrificio a Esculapio ordenado por Sócrates al morir, profundo juego irónico con la figura de la salvación de la larga enfermedad de la vida, es concebido por el discípulo ilustrado como una acomodación del sabio a los conceptos religiosos del populacho, y se explica la mitología de los griegos porque en aquellos tiempos, los “hombres no tenían ilustración”. Este pragmatismo resabiado rezuma por todos los escritos de estos últimos años del gimnasio.
Entre los problemas de la Ilustración le prende sobre todo el de la comprensión filosófica de la historia, y ya por entonces se apropia los métodos de la historiografía universal y filosófica del siglo XVIII. En un ensayo acerca de la religión de los griegos y de los romanos, parte de una teoría general sobre el origen de las religiones y, al modo ilustrado, deriva la forma más vieja de las religiones del desconocimiento de las leyes de la naturaleza, de la situación despótica de la sociedad y de las ansias de poder de los sacerdotes. La marcha hacia la Ilustración se lleva a cabo por hombres de una razón más serena, que comunican conceptos más adecuados. Sus observaciones acerca de algunas diferencias entre los poetas clásicos y los modernos pregonan la superioridad de los griegos, y cuando considera las razones tiene en cuenta sobre todo la relación del arte con toda la vida de la nación. El público de los épicos griegos era el pueblo y respondía con un sentimiento común al objeto de su arte; “nuestro mayor poeta épico” (Klopstock) a pesar de la sabia elección del tema “sólo en la parte educada del pueblo alemán e interesada por las ideas cristianas podía despertar interés”.
Así Hegel, desde un principio, comprende la religión y el arte en conexión con la vida de las naciones. En esto sigue el espíritu de la Ilustración; pero lo mantuvo también en aquella época en que los grandes poetas alemanes desligaron la vida superior de su fundamento nacional. Y a esta idea corresponde la sorprendente madurez de su pensamiento político tal como se manifiesta en un diálogo de los triunviros romanos que, por otra parte, revela la influencia shakespeariana.
También prevalece el afán pedagógico de la Ilustración, su empeño por fundar la doctrina de la educación en el estudio del hombre y de su desarrollo. Todo su pensamiento se halla dominado por el espíritu pragmático, político y práctico de la Ilustración; había, sin duda, un rasgo fundamental de Hegel que casaba muy bien con esta dirección pues que siempre la ha mantenido.
La vocación filosófica se manifiesta en el muchacho en su universal deseo de saber tal como nos lo revelan sus resúmenes y su diario; su interés abarca, lo mismo que el del joven Leibniz, todas las ramas del saber humano, y resulta metódico y consecuente cuando trata de comprender la Antigüedad, la historia y la conexión espiritual dentro de ellas. Se ve patentemente cómo a base del trabajo histórico de la Ilustración surge esa orientación hacia la penetración, hacia la “interiorización” de la historia. “Hace tiempo vengo meditando sobre la historia pragmática. Hoy tengo ya una idea de ella, si bien bastante oscura y unilateral.” Más allá de los meros hechos, trata de llegar a los caracteres de los hombres famosos, de las costumbres, de la religión, a todo el carácter de una nación. Estudia la influencia de los acontecimientos en la constitución y peculiaridad de los estados, las causas de su elevación y de su caída. Es la Historia de Voltaire y de Montesquieu. Y su finalidad práctica de provocar una cultura de las naciones fundada en la Ilustración es también el sentimiento original de estas cabezas políticas. Con la historia de las religiones debemos aprender a someter a examen todas las opiniones heredadas y transmitidas de generación en generación, también aquellas en las que nos parece imposible la duda. En este espíritu tan objetivo arde al mismo tiempo el anhelo de la liberación del hombre de toda la opresión de las creencias y formas de vida tradicionales.

Época universitaria

1. En el otoño de 1788 comienzan los estudios universitarios en Tubinga que duran cinco años, hasta el otoño de 1793.
Le acoge ahora el viejo claustro agustino al pie del Burgberg, la “fundación” por la que ha pasado toda una serie de espíritus libres y atrevidos: junto a Hegel, Hölderlin y Schelling, después Baur, Strauss, Vischer, Zeller, Schwegler. Reina aquí una alianza única de regla exterior y libertad interna. El silencio conventual en el magnífico valle del Neckar, las viejas reglas del Instituto, los estudios generales, especialmente la filosofía, todo fomenta el desarrollo del espíritu científico independiente de los alumnos. Así actuó también sobre Hegel, y en este establecimiento se extrema el rasgo fundamental de su carácter: entrega de toda su intimidad a las grandes realidades de la ciencia, de la Iglesia y del Estado. El reverso, sin embargo, era que esta educación un poco monacal sofocó todos los brotes que su personalidad grave pudiera ofrecer para la manifestación exterior y el desarrollo personal.
Vida interior, que persigue acuciosamente desde la celda de estudio la naturaleza del mundo y que, sin embargo, debe prescindir del dominio de las formas exteriores de la vida, una necesidad muy fuerte, auténticamente suaba, de independencia, que llega a los extremos de la obstinación, sobre la que, no obstante, pesa la carga del ordenamiento pedante y del atraso político-eclesiástico. Éstas son las circunstancias dispares en que transcurren sus años académicos. La juventud hace valer sus derechos suavemente. En el álbum de su amigo más querido, Fink, escribió versos acerca de la amistad, de besos ardientes y, más tarde, al reverso de la hoja: “Bellamente terminó el último verano, ¡más bellamente el de ahora! Su motto era: vino, de este amor. 7 de octubre 91”. Pero en otro álbum se ve, dibujado por su amigo Fallot, la figura de Hegel con la cabeza sumida, con un par de muletas y las palabras al pie: “Dios socorra al pobre viejo”; sus compañeros le llamaban el “viejo”. Era de esos hombres que no han sido nunca jóvenes y a quienes todavía en la vejez les arde un fuego escondido.
2. ¡Cuán diferente de los años de Stuttgart la atmósfera espiritual que envuelve a Hegel como estudiante de teología en Tubinga! El estudioso de los griegos se encuentra rodeado de conceptos teológicos. Es verdad que la educación por la razón, propia de la época, penetra también en la “fundación” e impera sobre sus filósofos y teólogos, pero en esta vieja sede de la rigurosa fe luterana se trata de buscar un compromiso entre ella y los derechos de la razón. Este compromiso representa el “sobrenaturalismo” de un Baumgarten y un Tieftrunk en Halle y el de un Storr y sus discípulos en Tubinga. Su base lo constituye la convicción acerca de la personalidad de lo divino, de la libertad, el valor y la inmortalidad del alma humana, tal como se encuentra al fondo del cristianismo bíblico. Pero estos supernaturalistas se encontraban ante la nueva situación y tenían que reconocer que la actuación de la divinidad se halla vinculada a firmes leyes eternas del orden de la naturaleza. ¿Cómo podrían fundamentar ahora que en un rincón de este universo se hicieran necesarias intervenciones contrarias a estas leyes? ¿Cómo es posible que se produzca en Dios, cuyo ser infinito e inmutable se manifiesta en las leyes de la naturaleza, la oscura inquietud de la voluntad de condenar y luego su transformación en el ánimo salvador? Todo estaba en contra: investigación de la naturaleza, conciencia moral avanzada, crítica de las fuentes. Lo que en la Sagrada Escritura era expresión natural de una concepción del mundo que no imponía límite alguno a la fuerza divina e inundaba la tierra de fuerzas sobrenaturales, había que defenderlo ahora mediante conceptos científicos en medio de esta época ilustrada, había que defender las profecías, las revelaciones, los milagros, la condenación y la redención. Para salvar lo imprescindible se sacrificó lo que no era necesario en el nexo del dogma y la vieja creencia de la humanidad se transformó en un sistema de delgados conceptos. Por lo mismo, a la juventud sincera de aquella época figuras como las de Nosselt, Knap, Storr y Tieftrunk tenían que parecerle anticuadas y ñoñas.
Entre estos supernaturalistas es Storr una de las cabezas más sutiles, reconocido jefe de la facultad de teología. Probablemente Hegel ha estudiado con él los cursos de teología desde 1790 a 1793. Storr partía de la veracidad de Jesús y de la credibilidad de sus discípulos. Así resulta, para él, el reconocimiento de lo que el Nuevo Testamento transmite acerca de la vida, de la doctrina y de la obra de Cristo, que interpreta luego en el sentido del dogma luterano y presenta como una conexión conceptual muy rigurosa. Todavía en nuestros días Ritschl ve en sus métodos una “prueba apreciable de los métodos bíblico-teológicos”; en realidad se trata de la sección artesana del mayor misterio sentimental de la humanidad. La dogmática luterana descansa en el enlace entre el Antiguo Testamento y el Evangelio de Cristo por medio de los conceptos de la condenación, del sacrificio y de la redención. Cuando Storr analiza el decreto condenatorio y la justificación mediante la pasión y muerte de Cristo, y toda su obediencia, en ásperos conceptos jurídicos, que proceden del campo de la subordinación política y del derecho penal, no hace sino rebajar y destruir el misterio del cristianismo, acogido por el ánimo, y al mismo tiempo rebajar también la razón por este su uso abusivo. Y este método no fue mejorado por el hecho de que Storr adoptara al servicio de su apologética el punto de vista crítico de Kant. Lo llevó a cabo en una obra que sigue muy al pie de la letra la filosofía de la religión de Kant. También Tieftrunk utilizó la filosofía crítica de una manera antipáticamente artificiosa en favor de su doctrina de la justificación.
Los jóvenes sentían con disgusto esta presión que el sobrenaturalismo ejercía sobre los estudios de Tubinga. Frente a todos estos sofistas hacían valer las verdaderas consecuencias kantianas, la soberanía moral de la persona. Pero Hegel se distingue de sus compañeros porque durante una serie de años concentra toda la fuerza de su pensamiento sobre el tema de la religiosidad cristiana. La marcha de este espíritu objetivo consiste en que vive y medita lo helénico, desde los primeros años escolares, y el cristianismo, en su época universitaria, como las dos más grandes fuerzas históricas del pasado. Esta circunstancia es la que le conducirá a su visión histórica del mundo. A este respecto tienen un gran valor los años transcurridos en la escuela de Storr. Acogió los conceptos sutiles en los cuales se compaginaban violentamente en la doctrina paulinoluterana de Storr el orden conceptual judío acerca de la justa condenación y la redención cristiana. Sólo de este modo pudo llegar más tarde a una honda conciencia de la religiosidad judía y de la cristiana. A través de un trabajo continuado llegaría a captar lo que había de vivo en estos conceptos de un acontecer supramundano en Dios. La ley y la sanción por ella impuesta representan por sí una concepción religiosa de la vida de tipo inferior. Porque el castigo ni llega a expiar el crimen ante la ley ni llega a mejorarlo: provoca únicamente el sentimiento de impotencia frente a un señor. El perdón de los pecados pertenece a una región que se halla más allá de la moral judía: es el “destino reconciliado por el amor”. Con esta hondura se enfrenta con la ortodoxia luterana de Tubinga en sus estudios de Berna y de Fráncfort. Por eso la introducción en este áspero mundo de conceptos teológicos, debida a Storr, representa un momento importante en su evolución hacia una nueva conciencia histórica. Ya en Tubinga realiza Hegel los primeros pasos. Rechazó la realidad ultramundana de este drama de la condenación y de la redención.
3. En este trabajo teológico solitario entran nuevas ideas. No proceden de las aulas...

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