Francisco Zarco y la libertad de expresión
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Francisco Zarco y la libertad de expresión

Miguel Ángel Granados Chapa

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Francisco Zarco y la libertad de expresión

Miguel Ángel Granados Chapa

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La obra narra la obra de Francisco Zarco antes, durante y después del Congreso Constituyente de 1856-1857, resultado de la revolución de Ayutla. Deja constancia de la persecución que sufrió, sus alegatos a favor de la libertad de expresión, su labor como cronista político y su posterior desempeño como ministro del gabinete de Benito Juárez.

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VOCACIÓN PERIODÍSTICA

EL DEMÓCRATA DE 1850

Luego de concluida una primera parte de su tarea en la administración pública (en la segunda trabajó al lado y bajo las órdenes del presidente Benito Juárez), Francisco Zarco encontró su vocación periodística. Había escrito literatura en El álbum de las señoritas mexicanas. Pero abrazó el periodismo como un modo de hacer política al mediar el siglo de la Independencia. Durante la primera mitad de esa década su tarea osciló entre la redacción y la cárcel, o por lo menos las audiencias judiciales. Debió guardar silencio no pocas veces, cuando se agudizaba la tensión permanente entre la prensa y el poder. Debutó en El Demócrata, aparecido en la ciudad de México el 12 de marzo de 1850. Era lunes, a las 11 de la mañana, cuando empezó a circular ese “periódico político, literario y comercial” cuyo redactor en jefe, el duranguense Zarco, había sido ya, antes de cumplir 20 años, oficial mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores, por entonces bajo la conducción de Luis de la Rosa, sería la prematura apuesta de los liberales a favor de un presidente civil, elegido por el pueblo y no impuesto por las armas.1
El Demócrata hizo profesión de fe en esa forma de la convivencia en un texto generalmente atribuido a su director:
Nosotros conocemos y deploramos todos los males de nuestra patria, pero jamás culparemos por ellos a las instituciones democráticas que unos han hollado y otros se esfuerzan en que no sean comprendidas. Creemos, por el contrario, que nuestras desgracias provienen de habernos detenido a la mitad del camino, que necesitamos seguir en todo el verdadero espíritu de la democracia; que debemos reformar todo aquello que le sea contrario, que debemos procurar adelantar y siempre adelantar, a fin de que la libertad y la igualdad no sean sólo meras palabras escritas en las constituciones.
Al mismo tiempo que El Demócrata promovía a De la Rosa, cuestionaba al general Mariano Arista, ministro de Guerra en el gobierno de José Joaquín Herrera, cuya moderación le valió el mote de “Presidente sin mancha” en la historiografía conservadora. El 23 de mayo, ya próxima la elección presidencial prevista para agosto, Zarco describe las opciones al alcance de los electores:
Si quiere la nación que prepondere la política del partido conservador, elegirá al general Bravo, que será gobernado por personas cuya influencia es demasiado conocida, y se tendrá un gobierno como aquel que dirigió el señor Alamán o como el de 1846 del general Paredes. Si la nación está contenta con el estado actual, si cree provechosa la administración del general Herrera, elegirá al ministro de Guerra, cuya influencia ha dirigido los negocios todos en los últimos dos años. Si quiere la política que como el fatalista lanzase al acaso, sin poder calcular lo que le espera, fiada solo en el talento, en la actividad y el patriotismo del Presidente, ocupará este puesto el general Almonte. Y si quiere, en fin, conservar la Federación y hacerla efectiva, si quiere no detenerse en la carrera de la civilización y en el perfecto desarrollo de la democracia, sus sufragios recaerán en nuestro candidato.
Al formalizarse la candidatura de Arista, El Demócrata se declaró contrario a ella. Además de expresarlo en sus propias páginas, encabezó una protesta que firmaron periódicos de menor importancia: La Civilización, Don Juan Tenorio, El Honor, El Mensajero, La Palanca y El Universal. Se acusó a Arista de que “en los aciagos momentos de la invasión del ejército americano y su aproximación al valle de México, desoyó el llamamiento de la Patria y se negó expresamente a servir con su espada y su persona a la defensa de cuanto podía haber más querido para los mexicanos”.
Arista denunció la protesta y Zarco y Antonio Pérez Gallardo, los responsables de El Demócrata fueron encarcelados, como lo fue también, poco después, el dueño de la imprenta. Desde la prisión, Zarco avisó a sus lectores, el 8 de agosto:
Continuando preso injustamente el administrador de esta imprenta y sufriendo mil dificultades la publicación de El demócrata, nos vemos obligados a suspenderla por algunos días y tal vez la continuemos dentro de poco. Debemos dar las más expresivas gracias a todos los que han favorecido nuestra publicación, y creemos poder lisonjeamos de haber sido consecuentes con el plan que nos propusimos.2
Zarco salió de la cárcel pero El Demócrata no se publicó más. Su director entró en receso, más obligado que nunca tras la elección de Arista. Se ausentó primero de las páginas de toda publicación y después retornó dedicado a la escritura de temas literarios, bajo el seudónimo de Fortún. Apartado de la escritura, no lo estuvo Zarco de la política: fue elegido diputado suplente por el estado de Yucatán.

AL FRENTE DE EL SIGLO XIX

El 1º de enero de 1852 ingresó en la redacción de El Siglo XIX. Aunque en esa fecha saludó al público con el seudónimo literario, anunciaba su intención de redactar textos políticos: “Como puedo alojarme en El Siglo XIX para decir todo lo que me dé la gana, tendréis que sufrir mi charla de cuando en cuando, cada vez que yo quiera elogiar o censurar o simplemente emborronar papel”.3 Ponía fin de ese modo a un silencio autoimpuesto, del que había dejado constancia en una declaración privada, suscrita sin embargo con su nombre y fechada el 18 de junio de 1851:
Desde que el año pasado suspendí la publicación de El Demócrata, me resolví firmemente y por circunstancias que no es del caso referir, a no tomar parte en las discusiones de la prensa política, y he llevado adelante ese propósito, negándome a escribir no sólo editoriales más o menos importantes sino hasta ligeros artículos de variedades para los diarios políticos. He vuelto a escribir para el público hace poco, pero me he resuelto a ocuparme sólo de puntos literarios.
Al ingresar a El Siglo XIX, Zarco reanudaba su relación de trabajo con Ignacio Cumplido, pues antes había colaborado con textos literarios y de amenidades en varias de las empresas literarias de ese notable empresario de las artes gráficas. Nacido en Guadalajara el 20 de mayo de 1811, antes de cumplir 40 años ya había cobrado prestigio como impresor, como buscador incansable de nuevas técnicas, equipos y papeles para sus publicaciones: El mosaico mexicano, El álbum mexicano, La ilustración mexicana, Presente amistoso dedicado a las señoritas mexicanas. Cumplido ingresó al periodismo político el 8 de octubre de 1841, fecha del primer número de ese que llegó a ser uno de los dos portavoces del partido liberal (El Monitor Republicano, del pachuqueño Vicente García Torres, fue el otro). Sufrió varias suspensiones, algunas prolongadas, como la que lo sacó de circulación de 1845 hasta concluida la invasión estadounidense, o como la padecida entre 1858 y 1861, a partir del golpe de Comonfort, y la causada por la intervención francesa, su silencio más duradero, de 1863 a julio de 1867. Cumplido murió el 30 de noviembre de 1887 y su periódico lo sobrevivió todavía nueve años.
El impresor era hombre de polémica. El Monitor llegó a llamarlo “financiero y calculador como siempre”.4 Prieto se quejó de que “los emolumentos que disfrutaban estos hombres (los periodistas que lo dirigieron) eran realmente mezquinos, no pasando ninguno de ellos de 100 pesos, con excepción de Zarco, que quedó casi...

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