El carbono
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El carbono

Cuentos orientales

Pedro Bosch Grial, Graciela Pacheco

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El carbono

Cuentos orientales

Pedro Bosch Grial, Graciela Pacheco

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La lectura de estos textos compagina la magia y la literatura con la ciencia. Existe en ellos un trastocamiento del espacio y del tiempo digno de los mejores inventos de todas las épocas. Pedro Bosch y Graciela Pacheco nos ofrecen una visión panorámica de la historia del carbono y, por supuesto, de la sociedad islámica de los siglos IX y X, basándose en historias de "Las mil y una noches".

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IV. El diamante

Y CUANDO LLEGÓ LA TERCERA NOCHE

DONAZIADA dijo:
—¡Hermana mía!, te ruego que nos cuentes la historia de los tres príncipes y el brujo transformado en alcornoque.
Y Scherezada repuso:
—¡De todo corazón y como debido homenaje! Pero no sé si lo consentirá el rey.
El rey se apresuró a decir:
—Puedes contarla.
Voy a contarte, ¡oh mi señor!, lo que he llegado a saber gracias a un brujo que, mediante la observación de los astros, podía predecir el porvenir… pero que tuvo la osadía de decirle a su monarca que la hermosa gema que adornaba su turbante era simplemente un trozo de carbón.
Hace muchos años el califa de un país lejano decidió festejar, como no se había hecho nunca, los 50 años de su mandato. Era ya un hombre mayor que lucía barba blanca y larga. Para celebrar tan significada fecha, este soberano, que había sido un señor poderoso y justo, pero que además era fatuo, quiso que sus hijos le regalaran un diamante tan grande o más que el mayor que existiera. Quería mandar hacer con él un broche para su turbante y colocar allí tres plumas de pavo real. Los cortesanos supieron leer entre líneas y comprendieron que el monarca no se conformaría solamente con un diamante grande, sino que tenía que ser el diamante más grande del mundo. En efecto, a todas las castas les gustan los diamantes, pero entre más alto es el rango, mayor y más resplandeciente debe ser la gema. Siendo el califa poderoso entre los poderosos, debía poseer el diamante más grande del mundo.
La corte se dividió en grupos rivales alrededor de los tres hijos del califa. Con el hijo mayor se aliaron el gran visir y los políticos; alrededor del hijo siguiente se juntaron el eunuco mayor y todos los cortesanos; pero al hijo menor sólo se unió el brujo.
El equipo encabezado por el gran visir y el hijo mayor no perdió un segundo y salió en busca del Cullinan, que así se llama el diamante más grande descubierto. Pesa 621.2 gramos, o sea 3 106 quilates (1 quilate es = 0.2 g) y fue encontrado en 1905. Además montaron el proyecto de conseguir el Excélsior, que pesa 194 gramos, o sea 970 quilates. “Quién quita y no nos dan el Cullinan o qué tal si se nos pierde en el camino de regreso. Más vale estar preparado”, reflexionaba siempre el gran visir.
Para no competir con el visir en una empresa tan difícil y que les pareció fracasada desde el inicio, los cortesanos y el eunuco mayor, junto con el segundo hijo del califa, decidieron dividirse: unos organizaron una expedición a Brasil y el resto se dirigió a África. En efecto, después de consultar la enciclopedia se enteraron de que los diamantes se conocían en la India y en Borneo desde tiempos prehistóricos.
Sin embargo, estos diamantes nada tenían que ver con los que conocemos actualmente. Casi nunca se engarzaban o se pulían. Se les apreciaba más bien por sus poderes. Y no fue sino hasta fines del siglo XVII, cuando el lapidario italiano Vicenzo Peruzzi cortó el primero, que se conoció como piedra preciosa en todo su esplendor.
Al principio las palabras “adamas”, “adamante” y “diamante” (en latín adamantinus significa “indomable”, “duro”), se usaron para designar a los minerales transparentes y duros como el diamante, el corindón, el topacio o el cuarzo. Plinio el joven describió la forma geométrica de seis variedades de adamas, una de las cuales es, obviamente, el mineral que hoy conocemos como diamante.
También se enteraron de que los cristales octaédricos son los que distinguen a las mejores calidades de diamante de Sierra Leona, Ghana, Angola y la República del Congo. Los cristales en forma de dodecaedro, en cambio, son propios de Brasil. Los dodecaédricos y los octaédricos, predominando los primeros, son los más frecuentes en el Distrito de Kimberley, Australia. En el suroeste de África, en Tanzania, la forma de los diamantes es irregular.
Ante tanta actividad, el brujo, en cambio, se arrellanó en los almohadones del gran salón y no salió. Sólo le dijo al hijo más joven del califa, a gritos, para que todos lo oyeran:
—¡A los diamantes se les aprecia por su brillo y transparencia! Los diamantes son de color y aspecto variables. Los hay con tonos amarillentos, pardos o grises, pero los más finos son transparentes e incoloros. ¡Cuando encontréis lo que buscáis vuestro regreso será más fácil, pues se dice que los diamantes dotan de invulnerabilidad ante el peligro a quien los porta!
Y muy en secreto le dijo al joven príncipe:
—¡Nosotros, en vez de buscar un diamante lo vamos a hacer! Haremos un diamante tan perfecto como la virtud misma.
El príncipe, atónito y perplejo, pensó para sí:
—¡Me he quedado peor que solo, me acompaña un demente!
Pero de todas maneras se atrevió a susurrar de mal modo:
—¿Y cómo lo vas a lograr?
—Príncipe, príncipe, si estudiaras, si te interesaras más en las ciencias en vez de en las odaliscas, sabrías que cuando los átomos de carbono están muy próximos unos de otros, de tal manera que cada uno de ellos se encuentra rodeado por sólo 4 átomos y cada uno de éstos a su vez por otros 4, a lo largo, a lo ancho y a lo alto, se crea una densidad tan alta que se forma el cuerpo conocido más duro de la naturaleza: el diamante. El diamante es la única piedra que está compuesta por un solo elemento: el carbono. Se le ha asignado el 10 en la escala de Mohs, que caracteriza la dureza —el 9 le corresponde al corindón, en seguida, después del diamante, aunque en realidad éste sea muchas veces más duro que aquél—. Ningún ácido puede destruir este sólido. Tiene una densidad muy alta, debida a su apretada estructura atómica. Su peso específico es 3.52 y los 3 700°C marcan su punto de fusión, dos veces y medio más alto que el del acero. Es decir, que semejante sólido es capaz de desgastar cualquier otro compuesto o material existente sobre la faz de la Tierra, y que solamente él se puede cortar a sí mismo: nada ni nadie puede destruirlo. Bueno, miento. Ciertos planos y ciertas direcciones cristalográficas en la superficie son más frecuentes que otros y, por lo tanto, hay una mayor concentración de ciertos enlaces. Así varía la dureza con la dirección. Los cristales de diamante sólo se pueden cortar con polvo de diamante cuando las direcciones más débiles del cristal de diamante se le presentan a las partículas de polvo. En efecto, en la distribución al azar del polvo de diamante, algunos cristalitos presentarán las direcciones más duras frente al diamante que se va a cortar.
—A una temperatura de unos 900°C en atmósfera de oxígeno —siguió diciendo el brujo— los diamantes se queman poco a poco y producen bióxido de carbono. A 1 000°C, en atmósfera inerte, el diamante se transforma lentamente en grafito, y entre 1 700-1 800°C la velocidad de transformación es muy rápida.
El brujo se ajustó el turbante y siguió:
—Bajo intenso bombardeo radiactivo los diamantes primero se vuelven verdes, luego cafés y, finalmente, negros. Si no se lleva demasiado lejos, el proceso se puede revertir calentando a blanco. Como lo mencioné antes, el diamante cristaliza en forma de octaedros, dodecaedros y cubos, las dos primeras formas son las más frecuentes. No es raro encontrar que dodecaedros o cubos han crecido sobre octaedros. Algunos cristales de Sierra Leona y de la República del Congo presentan las tres formas igualmente desarrolladas. Los cristales de mayor pureza a menudo son de forma irregular. Los de color ligeramente amarillo suelen tener las formas más perfectas. Cuando una forma crece sobre otra (fenómeno de gemelado) se asocia con pequeñas impurezas de materia oscura extraña. El gemelado es tan frecuente que los cortadores de diamante se refieren a los más comunes como “maclas”. Las grandes áreas gemeladas se conocen como “bloques” y las más pequeñas como “nudos”…
En este momento de su perorata el brujo vio que el príncipe lloraba y calló discretamente, pues comprendió que el joven hijo del califa estaba desesperado.
—La verdad, brujo —dijo el príncipe que se había consolado mirando un pequeño anillo de brillantes que le había regalado una guapa cortesana— me pregunto ¿cómo es posible que un trozo negro y opaco de carbón, un trozo grasiento y gris de grafito y un reluciente y diáfano diamante sean formas distintas de un mismo elemento químico? Y, además, ¿cómo puede el carbono transformarse de sólido a gaseoso cuando se combina con el oxígeno? Eso parece magia, me parece enigmático y confuso, ¿no es verdad?
Y el sabio brujo le explicó:
—En la primera etapa de su existencia, el carbono está en los magmas fundidos en forma de aglomerados laminares o esféricos de grafito, que se encuentran a grandes profundidades y en masas derretidas. Sin embargo, en su mayor parte este carbono se combina con otros elementos formando gases volátiles que se escapan entre las fisuras de rocas solidificadas. Cuando el carbono se une al oxígeno, se forma el gas carbónico, que tiende a subir a la superficie. Recuerda, príncipe, que antiguamente en las regiones en donde existían volcanes, tanto en actividad como extinguidos, el gas carbónico escapaba con violencia a la atmósfera, ya fuese en forma de gas o combinándose con el agua. Así es como se forman las supuestas aguas medicinales con burbujas.
El príncipe, intrigado, le interrogó:
—Tú, un día, me explicaste que hubo periodos en la historia de la corteza terrestre en los que se arrojaban a la atmósfera enormes cantidades de gas carbónico y que hubo periodos en los que la vegetación se desarrolló enormemente. ¿Qué significa lo anterior, en dónde quedó tanto gas carbónico?
—Calma, príncipe, tranquilo —musitó el brujo mordiéndose el bigote—. El gas carbónico tiene gran afinidad por el calcio y el magnesio, dando lugar a la formación de los carbonatos que es el material que forma las conchas y los caracoles del mar.
—¡No es posible! —se levantó indignado el príncipe—. Estás mintiendo; me estás tomando el pelo.
—Trae tu collar de conchitas de mar —respondió el brujo autoritariamente, y añadió—: Ordena que traigan la cesta de limones.
Convertido rápidamente en manso cordero, el príncipe le obedeció, mientras oía cantar a los gitanos:
Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos,
yo nunca llegaré a Córdoba
Por el llano, por el viento,
Jaca negra, luna roja.
La m...

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