Obras reunidas IV. Ensayos sobre literatura mexicana del siglo XX
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Obras reunidas IV. Ensayos sobre literatura mexicana del siglo XX

Margo Glantz

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Este volumen reúne los textos que Margo Glantz ha escrito a lo largo de medio siglo sobre la narrativa mexicana del siglo XX y constituye un certero acercamiento a algunos de los autores mexicanos más significativos de dicha época. A lo largo de cuatro capítulos la autora explora desde los autores que escribieron durante la revolución hasta las más recientes literaturas. Sin duda, el libro es una pieza clave para comprender el pensamiento crítico de Glantz.

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LO QUE LA REVOLUCIÓN NOS TRAJO O LO QUE LA REVOLUCIÓN NOS DEJÓ

Segunda parte

Octavio Paz

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LAS HIJAS DE LA MALINCHE
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
[…]
No concluir las leyes geométricas contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
[…]
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser1
¿DESMITIFICAR O MITIFICAR?
En el ensayo que lleva justamente ese título, Antígonas, George Steiner2 indaga acerca de la vigencia “eterna” de algunos mitos griegos, y, en especial, el de la Antígona de Sófocles. Por su parte, como bien se lee en el epígrafe, Castellanos se rebela y busca cancelar las referencias mitológicas: democratizar a la mujer y permitirle su entrada a la historia sin estridencias; anular actuaciones semejantes a las que Josefina Ludmer llamó, refiriéndose a Sor Juana Inés de la Cruz, las “tretas del débil”.3
Pareciera sin embargo que aún tenemos que mitificar. No acudiré a las Antígonas, tampoco a Mesalina, ni a Santa Teresa o a la Bovary, ni siquiera a Virginia Woolf. Revisaré de nuevo a la Malinche,4 mito surgido durante la Conquista y de nuevo muy frecuentado con asiduidad. Voy a ocuparme de algunos aspectos esenciales de esa tradición.
LA MALINCHE
En la historia de México ocupa un lugar primordial la figura de Malintzin, mejor conocida como la Malinche. De ella dice Octavio Paz:
Por contraposición a Guadalupe, que es la Madre virgen, la Chingada es la Madre violada [la] pasividad [de la Chingada es aún más] abyecta: no ofrece resistencia a la violencia, es un montón inerte de sangre, huesos y polvo. Su mancha es constitucional y reside, según se ha dicho más arriba, en su sexo. Esta pasividad abierta al exterior la lleva a perder su identidad: es la Chingada. Pierde su nombre, no es nadie ya, se confunde con la nada, es la Nada. Y sin embargo, es la atroz encarnación de la condición femenina […] Si la Chingada es una representación de la madre violada, no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias. El símbolo de la entrega es doña Malinche, la amante de Cortés. Es verdad que ella se da voluntariamente al Conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche.5
Si uno estudia la figura de la Malinche, tal como aparece en los textos de los cronistas, encuentra semejanzas y discrepancias con Paz. La Malinche no fue de ningún modo una mujer pasiva, como podríamos deducir de la descripción que acabo de citar. Es cierto que fue entregada a los conquistadores como parte de un tributo, junto con algunas gallinas, maíz, joyas, oro y otros objetos. Cuando se descubrió que conocía las lenguas maya y náhuatl se convirtió en la principal “lengua” de Hernán Cortés: suplantó paulatinamente a Jerónimo de Aguilar, el español náufrago, prisionero de los indígenas, rescatado en Yucatán en 1519 y conocedor sólo del maya. Los “lenguas” eran los intérpretes: Malinche no fue sólo eso, fue “faraute y secretaria” de Cortés, como dice, atinado, López de Gómara, y “gran principio para nuestra Conquista”, aclara Bernal, es decir, la intérprete, la “lengua”, la aliada, la consejera, la amante; en suma, una especie de embajadora sin cartera, representada en varios de los códices como cuerpo interpuesto entre Cortés y los indios y, para completar el cuadro, recordemos que a Cortés los indígenas lo llamaban, por extensión, Malinche. Más aún, en la desventurada expedición de Cortés a las Hibueras, acompaña a don Hernando, después de cumplida la conquista de Tenochtitlan, como uno de los miembros más importantes de su séquito, aunque en ese viaje precisamente Cortés se desembaraza de ella y la entrega en matrimonio a uno de sus lugartenientes.6 Podríamos sin embargo afirmar que el término malinchismo, popular en el periodismo de izquierda de la década de los cuarenta, durante la presidencia del licenciado Alemán, hace su aparición después de la Revolución y se aplica a la burguesía desnacionalizada surgida en ese periodo: para la izquierda era entonces el signo del antipatriotismo. Paz no utiliza la palabra malinchismo; analiza a la Malinche como mito, la yuxtapone o más bien la integra a la figura de la Chingada, y la transforma en el concepto genérico —porque lo generaliza y por su género—de la traición en México, encarnado en una mujer histórica y a la vez mítica.
En una reciente compilación de textos intitulada México en la obra de Octavio Paz, el poeta selecciona para su primer tomo, El peregrino en su patria, varios capítulos de El laberinto de la soledad, los cuales, fechados y por tanto dotados de historicidad, como se señala en el prólogo, mantienen sin embargo su vigencia. Las siguientes son palabras textuales del autor:
Todo se comunica en este libro, las reflexiones sobre la familia y la figura del Padre se enlazan con naturalidad a los comentarios en torno a la demografía, la crítica del centralismo contemporáneo nos lleva a Tula y a Teotihuacan, el tradicionalismo guadalupano y el prestigio de la imagen de la Madre en la sensibilidad popular se iluminan cuando se piensa en las diosas precolombinas…7
Es significativo entonces que en estas páginas se siga leyendo: “Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su ‘rajada’, herida que jamás cicatriza”. De esa misma “fatalidad anatómica” que configura una ontología definida por el existencialismo, analizada exhaustivamente por Simone de Beauvoir en El segundo sexo, participa la Malinche, el paradigma de la mujer mexicana, en definitiva, la Chingada. La mujer es, como el campesino, un ser excéntrico, “al margen de la historia universal”, “alejado del centro de la sociedad”, “encarna lo oculto, lo escondido […] Mejor dicho, es el Enigma”.8
El primer límite de la mujer según este análisis es su marginación, su anonimato, su excentricidad. Sí, pero ¿respecto de qué? Frente a la historia universal: desde la Conquista, América existe sólo en su relación con Europa: se está al margen de la historia si se está al margen de Europa pues sólo en ese continente y en el llamado Primer Mundo puede hablarse de historicidad.9 “Estar en el centro” es estar en la conciencia europea. Algunos mexicanos lo están; los campesinos y las mexicanas, no. En este sentido Paz estaría de acuerdo con Simone de Beauvoir: por culpa de su cuerpo, de su “fatalidad anatómica”, la mujer no puede ingresar a la historia, no puede trascender. En El laberinto de la soledad Paz asegura que “la preeminencia de lo cerrado frente a lo abierto no se manifiesta sólo como impasibilidad y desconfianza […] sino como amor a la Forma”,10 lo que equivaldría a decir que a la mujer no sólo se le niega la trascendencia sino también la posibilidad de la creación: al constituirse anatómicamente como un ser abierto, la mujer es incapaz de crear formas: “La Forma contiene y encierra a la intimidad, impide sus excesos, reprime sus explosiones, la separa y aísla, la preserva”.11
La segunda marginación se relaciona con el pronombre de primera persona del plural, usado a menudo por Paz en este mismo capítulo intitulado “Los hijos de la Malinche”: “Cifra viviente de la extrañeza del universo y de su radical heterogeneidad, la mujer ¿esconde la muerte o la vida?, ¿piensa acaso?, ¿siente de veras?, ¿es igual a nosotros?”12
“Ser igual a nosotros” presupone de inmediato el complemento “los hombres” y la fijación del otro límite: la mujer. Ella cae en la misma categoría de irracionalidad que los indios, llamados eufemísticamente por Paz “los campesinos”, los llamados naturales a partir del descubrimiento o invención de América, objeto de encomiendas y repartimientos. Ser hijos de la Malinche supone una exclusión muy grave, no seguir el cauce de la historia, guardar una situación periférica —la esclavitud de jure o de facto—, carecer de nombre o aceptar el de la Chingada que, concluye Paz, “no quiere decir nada. Es la Nada”.13 Ser mexicana (por ser mujer, es decir, un ser rajado, abierto) sería, si tomamos al pie de la letra las palabras ya canónicas de Paz, un desclasamiento definitivo, caer de bruces en el no ser: la existencia se define por una esencia negativa que en el caso del mexicano es un camino hacia la “nada”: ser mujer y mexicana no sólo implica una doble marginalidad, también la desaparición.
MALINCHE Y SUS HIJAS
Si todos somos los hijos de la Malinche, hasta las mujeres, ¿cómo pueden ellas (podemos nosotras) compartir o discernir su (nuestra) porción de culpa y hasta de cuerpo? Llevar el nombre genérico de la Chingada como mujeres es mil veces peor, es carecer de rostro, o tener uno impuesto: para verse hay que descubrir la verdadera imagen, cruzar el espejo, lavar la “mancha”. Rosario Castellanos sintetiza en un fragmento de poema esta idea: “No es posible vivir / con este rostro / que es el mío verdadero / y que aún no conozco”.14 Si el hombre mexicano ha sido un producto de la traición, de la entrega de la Malinche, la Chingada, ¿qué es entonces la mujer mexicana, o simplemente, en este caso, la mujer? ¿Cómo se enfrenta ella a esta esencia negativa?
En la década de los cincuenta hacen su aparición en la literatura mexicana varios libros escritos por mujeres: María Lombardo de Caso (Muñecos, 1953, y Una luz en la otra orilla, 1959); Guadalupe Dueñas (Las ratas y otros cuentos, 1954, y Tiene la noche un árbol); Josefina Vicens (El libro vacío, 1958); Amparo Dávila (Tiempo destrozado, 1959); Luisa Josefina Hernández (El lugar donde crece la hierba, 1959); Emma Dolujanoff (Cuentos del desierto, 1959), y muchos más, pero de especial interés para el tema de este texto, Balún Canán de Rosario Castellanos en 1957.15
En la década siguiente empieza a multiplicarse el número de novelas y cuentos escritos por mujeres: Elena Garro, Julieta Campos, Inés Arredondo, Elena Poniatowska, para citar a algunas; a partir de la década de los setenta, y con un aumento prodigioso en la de los ochenta, la producción femenina adquiere carta de ciudadanía en las letras mexicanas. No puedo, obviamente, seguir más que una línea de persecución, la anunciada, la de las escritoras que asumen el papel de hijas de la Malinche, las escritoras que intentan crear una forma y trascender mediante ella la maldición a la que están condenadas por su “familiaridad anatómica” y por el papel simbólico y social de la Malinche a través de la historia.
LOS ROSTROS DE LAS HIJAS
El personaje mítico, el estereotipo interiorizado, definido y poetizado por Paz, aparece en esta narrativa femenina que analizaré: constituye, ficcionalizado y profundamente transformado, una materia genealógica. El característico sentimiento de traición, inseparable del malinchismo, surge en la infancia, época durante la cual las escritoras analizadas fueron educadas por sus nanas indígenas, transmisoras de una tradición que choca con la de las madres biológicas. Esbozo brevemente esa simbiosis.
Rosario Castellanos: ¿indigenismo?
En su novela Balún Canán,16 la infancia constituye el revés de la trama: sus hilos se bordan en la primera y la tercera partes del texto, narrado en primera persona por una niña de siete años. Es durante la infancia cuando se inscribe la marca de la traición:
Este hecho [confiesa Rosario] trajo dificultades casi insuperables. Una niña de esos años es incapaz de observar muchas cosas y sobre todo es incapaz de expresarlas. Sin embargo, el mundo en que se mueve es lo suficientemente fantástico como para que en él funcionen. Ese mundo infantil es muy semejante al mundo de los indígenas, en el cual se sitúa la acción de la novela [las mentalidades de la niña y de los indígenas poseen en común varios rasgos que las aproximan]. Así en estas dos partes la niña y los indios se ceden la palabra y las diferencias de tono no son mayúsculas.17
Y las diferencias de tono no son mayúsculas porque entre la niña y su nana india existe la complicidad de los que no son tratados con justicia (“La rabia me sofoca. Una vez más ha caído sobre mí el peso de la injusticia”).18 Advertirla es a la vez percibir que existe una ruptura social, “una llaga”, “que nosotros le habremos enconado”19 y reiterada por Castellanos al dejar en la infancia perpetua a los indios y permitir que los niños criollos salgan de ella, al situarse luego en otra perspectiva para escribir la novela.20 El nosotros de Castellanos es muy diferente al de Paz; en este nosotros va implícito un reconocimiento: la niña se incluye entre los otros, los patrones; advierte que la aparente normalidad de un mundo donde hay servidores y señores propicia una zona borrosa que exige una aclaración. El nosotros de la niña denota su perplejidad, la percepción de un espacio nebuloso conectado con el lenguaje y con la tradición. “Conversan entre ellas, en su curioso idioma, acezante como ciervo perseguido”.21 Los indios no saben español, se comunican con el patrón en dialecto maya, “con unas palabras que únicamente comprendieron mi padre y la nana”.22 El indio asesinado por sus compañeros (“Lo mataron porque era de la confianza de tu padre”),23 la nana alcanzada por un maleficio que la marca (“Porque he sido crianza de tu casa. Porque quiero a tus padres y a Mario y a ti”,24 y el desclasado blanco,...

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