Ensayos sobre economía mexicana
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Ensayos sobre economía mexicana

David Ibarra

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David Ibarra

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Ensayos sobre temas económicos nacionales, escritos con un estilo polémico y accesible a un público amplio. El estancamiento de la economía como obstáculo para la consolidación de la democracia electoral; la caída del presidencialismo sin un diseño institucional que remplace sus funciones; la debacle bancaria que no halló más que sustitutos imperfectos al sistema anterior de financiamiento a la producción, son algunas de las preocupaciones que recorren estas páginas, en las que el autor realiza una crítica minuciosa de las reformas estructurales de los últimos 20 años.

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SEGUNDA PARTE
TEMAS ESPECÍFICOS

VII. LA INVERSIÓN EXTRANJERA*

1. LA RECONFIGURACIÓN PRODUCTIVA GLOBAL

El mundo económico y político se transforma. No sólo desaparecen la Guerra Fría y el bipolarismo, sino que la configuración del orden mundial y la de sus paradigmas se alteran radicalmente en respuesta a la revolución tecnológica en marcha y a los cambios productivos y organizativos a escala mundial. Hoy se busca el imperio de mercados sin fronteras y el de la democracia liberal. Los gobiernos, especialmente en las economías en desarrollo, ceden funciones al mercado, abandonan la producción directa, restringen los alcances de la planeación nacional y la ingeniería social, abren sus fronteras y pierden autonomía en favor de actores públicos y privados externos, buscan deliberadamente la eficiencia económica y la estabilidad de precios como los grandes objetivos sociales.
En el dominio de la política las mutaciones no son menos importantes, en especial en el ámbito de los países periféricos. Se afianza una onda democratizadora en la que entre mediados de la década de los setenta y comienzos de los años noventa llegan a instalarse alrededor de 30 nuevos regímenes democráticos en Europa, Asia y América Latina que desplazaron a otros tantos sistemas autoritarios de gobierno.1 En el interior de los países se fortalecen los partidos políticos, la división de poderes, la alternancia en el poder y se hacen transparentes los procesos electorales. Como puente con el liberalismo económico, las fuerzas de la ideología dominante abren el paso al cosmopolitismo o al regionalismo, mientras pierden asideras los nacionalismos.
El nuevo paradigma universal postula que la democracia y el liberalismo económico protegerán a los ciudadanos de la arbitrariedad, ya sea de los gobiernos o de los abusos de la concentración del poder privado. No todo es congruente por cuanto el orden económico resulta efectivamente transfronterizo, mientras la política queda confinada principalmente al ámbito de cada país. Aquí debe advertirse que las reformas profundas, singularmente las no violentas, entrañan procesos transicionales más o menos lentos de demolición y reconstrucción institucional.
Sea como sea, la debacle del socialismo en lo político y la formación de mercados transfronterizos, en lo económico, han tendido a unificar al mundo, a propiciar, no sin trastornos, la convergencia institucional de los países hacia formas, culturas y valores más uniformes.
Son muchas las fuerzas que han contribuido a impulsar esas transformaciones. En este trabajo nos limitaremos a subrayar el papel de las empresas internacionales o transnacionales y sobre todo, el de la inversión extranjera como su principal instrumento de transformación de la distribución espacial de la producción en el mundo.
La inversión extranjera directa vía las empresas transnacionales ha sido el agente activo, estratégico, sine qua non, en el proceso de integración de las economías en el mundo globalizado, así como en la transferencia de poder de los Estados a los grandes actores privados del mercado. Es incuestionable que las empresas transnacionales forman la base de la restructuración industrial del mundo, del impulso a la carrera tecnológica, de la eficiencia productiva; inducen también la transformación de las sociedades avanzadas en economías de servicios, la migración de buena parte de su vieja estructura industrial a latitudes menos costosas, la formación de un mercado mundial de trabajo y la supremacía económica de las finanzas, la tecnología y los medios de comunicación que se cristalizan en cierta uniformidad ideológica globalizante.
En la evolución de la inversión extranjera directa, resalta su extraordinaria espiral ascendente en el mundo que no se quiebra hasta fechas muy recientes. El acervo acumulado de esos flujos creció a razón de 14% anual entre 1982 y 2000; es decir, con una fuerza expansiva sensiblemente mayor a la de la producción planetaria (6%-7% a precios corrientes) y aun al propio comercio internacional (6.0%-6.5%).2 Los ingresos de regalías y licencias recibidos por empresas estadunidenses ascendieron a razón de 14% anual entre 1985 y 1997, los de Japón a 21% y los de Alemania a 13%. Asimismo, las filiales estadunidenses manufactureras en el periodo 1985-1996 tuvieron utilidades medias de 19% y las de Japón entre 1985 y 1995 de 16%.3
En general, el empleo y el valor agregado por la inversión extranjera directa han contribuido a las economías de los países huéspedes en proporción inferior a la expansión de las variables mencionadas. En el mundo los puestos de trabajo creados por esas empresas subieron a razón de 5% anual entre 1982 y 2000 por efecto principal del dinamismo inversor y sin tomar en cuenta el desplazamiento de trabajadores —e incluso empresas— causado por la restructuración productiva mundial. Más dinámico resultó el comportamiento de su valor agregado (no sólo de las utilidades, también de salarios y remuneraciones a trabajadores y directivos) que se expandió a razón de 10% anual en el mismo periodo.
Las fuerzas de la integración económica planetaria se expresan en el acrecentamiento del número y la influencia de las empresas transnacionales y de sus filiales. Los 15 principales países desarrollados han visto multiplicar esas empresas de 7 000 a 60 000 entre finales de los años sesenta y finales de los noventa. En gran medida permanecen los viejos consorcios junto a jóvenes y activos participantes, singularmente en los sectores de la nueva tecnología (telecomunicaciones, electrónica, computación, química). En proporción inferior han surgido empresas internacionales en los países periféricos. La globalización en sí misma y la aspiración de cerrar la brecha del desarrollo, obligan a las naciones emergentes a organizar consorcios de alcance transnacional, como instrumento esencial de sus políticas comerciales e industriales.4
En torno a los países desarrollados y sus empresas transnacionales se concentra el gasto en investigación y desarrollo y la generación de nuevas tecnologías. Siete países de la OCDE efectúan 80% de las erogaciones mundiales en la materia, los Estados Unidos tienen 36%. Asimismo, los países de mayor gravitación en atraer la formación de centros de investigación de empresas extranjeras son los de economías industrializadas. Los países en desarrollo están casi marginados y cuando más se les especializa en la adaptación de las operaciones vernáculas a las redes transnacionalizadas. Más recientemente se comienzan a crear centros estratégicos de investigación y desarrollo descentralizados, cuando el país cuenta con instituciones y servicios apropiados. A la inversa, con el proceso de fusiones y adquisiciones, muchos centros de investigación del Tercer Mundo han sido desmantelados para transferir los trabajos a los lugares donde las empresas transnacionales concentran esas funciones.5
Las empresas transnacionales por ser la vía medular del proceso de formación o integración de los mercados sin fronteras, no escapan, sino promueven el fenómeno de la concentración económica universal de la producción. Las 100 más importantes, comparadas con la lista de empresas no financieras de Fortune Global 500, representan 45% de los activos y de las ventas y 36% del empleo de ese conjunto de grandes consorcios.6
La esfera de acción de los consorcios mundiales, aparte de centralizar el dominio de la tecnología y de las corrientes del intercambio, desde hace tiempo, aborda con fuerza la integración productiva en redes planetarias, nítidamente manifiesta en un intenso proceso de fusiones y adquisiciones que ha venido acelerándose en años recientes. Según la UNCTAD, la inversión destinada a esos propósitos se elevó en el mundo de 115.6 mil millones de dólares en 1988 a 1 143.8 mil millones de dólares en 2000.7 El rubro que más atrajo a la inversión extranjera directa en ese periodo fue el sector de servicios (finanzas, electricidad, gas, transporte y comunicaciones) con una tasa de expansión anual de 29.5%, seguido por las manufacturas (12.2% de crecimiento por año, principalmente en petróleo, productos químicos y equipo eléctrico), mientras se rezagaron los proyectos en las ramas primarias (8.0%).8 Como puede inferirse fácilmente, la preferencia de las empresas transnacionales se inclina a actividades estratégicas (alta tecnología, energéticos, servicios financieros, transporte y algunos bienes de capital), que estén vinculadas al control de los principales mercados nacionales y no necesariamente al comercio exterior.
Los procesos de privatización de empresas estatales y luego de compra de consorcios por firmas privadas explican buena parte de la afluencia del capital extranjero en América Latina. Singularmente desde fines de la década de los años ochenta se registra una afluencia importantísima —y acaso no repetible— de recursos foráneos que hizo posible la apertura externa. En ese proceso, importan los flujos en el financiamiento presupuestario o los apremios de la balanza de pagos, pero también deberían importar los efectos de largo plazo de cesiones patrimoniales de proporciones casi masivas.9
La concentración económica impulsada por la racionalización de la producción en mercados sin fronteras, junto al impulso a la innovación tecnológica y la competencia oligopólica, abaten los costos y mejoran la eficiencia.10 Hay, sin embargo, cargas asociadas en algún grado a los males propios del oligopolio y a las que se añaden las relacionadas con la cesión de soberanía de los estados nacionales —a falta de un gobierno universal o de regulaciones de ese alcance— que se expresan desde relajamiento de los derechos sociales y de los estándares laborales, hasta interferencias en los procesos democráticos locales.
El avance de los sistemas de comunicación, informática y transporte, permite a las empresas transnacionales usar recursos o planear la producción y el ensamblaje de componentes elaborados en los más diversos lugares con ganancias de competitividad y escapando en alto grado a las disciplinas de los mercados y a las exigencias de los gobiernos nacionales, a la par de cancelar filtraciones en el conocimiento tecnológico apropiado.
Una fracción creciente de las transacciones internacionales se lleva a efecto dentro de las mismas corporaciones transnacionales y sus filiales, mediante la combinación de productos, componentes, servicios o utilidades provenientes de distintas zonas transfronterizas. Alrededor de un cuarto de la producción mundial, un tercio del comercio y cuatro quintos de los flujos de tecnología del mundo asumen esa modalidad transaccional intraempresa.11 En los Estados Unidos (2001) ese comercio representó 47% del valor de las importaciones y 32% de los montos exportados.12 Por otro lado, los propios consorcios internacionales al operar en distintos países, elaborar una gran variedad de productos, usar una amplia gama de procesos y programar sistemáticamente sus actividades, están en posición muy favorable para responder al cambio tecnológico que se origine fuera de los mismos.
La reconfiguración de las cadenas productivas altera radicalmente la geografía industrial, hace crecer el comercio y las transacciones financieras internacionales, mucho más que el producto y la producción mundiales. Eso mismo lleva a la concentración del comercio internacional —el sector de punta de la nueva economía—, en manos de los grandes consorcios privados. La planeación estratégica se traslada de los Estados nacionales a esos consorcios que a la par comienzan ...

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