Los orígenes de la Reconquista y el reino asturiano
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Los orígenes de la Reconquista y el reino asturiano

Jesús Espino Nuño

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Los orígenes de la Reconquista y el reino asturiano

Jesús Espino Nuño

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La división estructural en libros base y monografías referidas a hechos cruciales para la interpretación de la historia de los pueblos ( conflictos, desarrollo social, cultural y tecnológico, vida cotidiana, pensamiento ) permite tanto la comprensión global de la historia de la humanidad, como la profundización sobre determinados acontecimientos o aspectos generalmente ignorados en los manuales al uso. Los estudiantes encuentran así una forma atractiva y unas amplias posibilidades de su aplicación al estudio de las múltiples facetas del devenir histórico y de las diferencias culturales y sociales.Se combinan así los grandes acontecimientos históricos con aspectos referidos a la vida cotidiana, al pensamiento o a los avances tecnológicos.Se ofrece de este modo una pluralidad de recursos para la investigación individual o colectiva, y para el desarrollo de actividades sobre temas que, a su vez, relacionan la historia del pasado para la comprensión del mundo actual.Todos los libros de esta colección contienen abundantes ilustraciones, esquemas, mapas y gráficos aclaratorios de los textos, y han sido diseñados en un formato especialmente adecuado para la consulta y el trabajo de los alumnos y alumnas

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Information

Year
1996
ISBN
9788446041368
Edition
1
1. Los inicios de la resistencia astur
La situación de los pueblos del norte antes de la invasión musulmana
El escenario geográfico donde va a nacer el reino cristiano de Asturias ocupa una larga y estrecha franja desde Galicia al actual País Vasco y desde la Cordillera Cantábrica al mar. Este espacio estuvo habitado desde antiguo por una serie de pueblos que siempre habían mostrado su resistencia a aceptar poderes políticos y pautas socioculturales ajenos a su propia idiosincrasia. Ni los romanos primero, ni los visigodos después, habían conseguido someterlos. Tan sólo los primeros lograron tener cierto dominio sobre ellos, aunque de un modo bastante superficial.
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Vista de los Picos de Europa. Los condicionantes geográficos de la zona norte de España contribuyeron en buena medida a preservar el carácter autónomo de los pueblos que la habitaban, tanto antes como después de la invasión musulmana.
Estos pueblos del norte presentaban unas características sociales, económicas, culturales..., definidas globalmente por su arcaísmo y primitivismo, muy distintas de las que, por ejemplo, los romanos habían extendido entre el resto de los grupos étnicos peninsulares, dentro de ese proceso de aculturación que se conoce con el nombre de romanización.
Eran sociedades de organización gentilicia, en las que el principal elemento que daba unidad a sus miembros, agrupados en grandes clanes, eran los lazos sanguíneos, la pertenencia a un mismo linaje. Estaban formados por hombres libres sometidos a la autoridad de un jefe y entre ellos el elemento femenino tenía gran importancia. Ocupaban unas regiones formadas por altos montes y profundos valles, con importantes zonas boscosas. En ellas practicaban una economía basada en la ganadería y en la recolección de frutos del bosque, a la que a veces se unía una primitiva explotación agrícola; todo esto condicionaba un tipo de asentamientos no muy estables, con tendencia al nomadismo. El clan ejercía una cierta propiedad colectiva sobre los terrenos que explotaba, normalmente aquellos de la comarca en que se asentaban. En cuanto a su cultura, se mantuvieron en un estadio bastante primitivo, fieles a sus cultos paganos, sin que elementos de la cultura romana o de la religión cristiana llegasen a penetrar en sus estructuras.
Este panorama, sin embargo, no era homogéneo en toda la región; como ya dijimos, eran varios los pueblos que la habitaban. De oeste a este se encontraban los galaicos, los astures, los cántabros y los vascones. Aunque de modo general se les puedan aplicar las características que acabamos de señalar, cada uno de ellos tuvo una respuesta distinta ante las pautas colonizadoras que venían del sur. Así, según se avanza hacia las regiones occidentales (Galicia, sobre todo en su zona meridional, y también la mitad occidental de la actual Asturias) se advierte una mayor aceptación e implantación de los principios romanizadores (vinculación más estable a la tierra, propiedad privada, explotaciones agrícolas, cristianización), mientras que en las orientales la penetración de éstos es prácticamente nula.
Por otra parte, las relaciones entre estos pueblos y los habitantes de la meseta septentrional estuvieron frecuentemente marcadas por la violencia. Esto hizo que los romanos establecieran en la zona de contacto entre meseta y cordillera una serie de asentamientos militares que constituían un auténtico “limes”, es decir, una línea fronteriza de carácter defensivo; desde ellos intentarían combatir y controlar a los primitivos habitantes de más allá de las montañas. Núcleos de población como Astorga (Asturicam Augustam), León (cuyo nombre deriva de las tropas que tuvieron allí su sede, la Legio VII Gemina) o Amaya formaban parte de esta línea fronteriza.
Con la llegada y establecimiento de los visigodos en la Península la situación no sólo no cambia, sino que probablemente la autonomía de los pueblos del norte aumenta, pudiendo hablarse incluso de auténtica independencia. A pesar de las constantes campañas militares que desde la segunda mitad del siglo vi se llevan a cabo, los monarcas de Toledo no consiguen dominarlos. Por eso se ven obligados a reforzar la zona defensiva romana, con nuevos asentamientos fortificados. Además, cántabros y vascones realizan ahora incursiones más allá de las montañas, en algunas de las cuales parece vislumbrarse un incipiente movimiento expansivo en busca de asentamientos más estables.
Esta es la realidad que se van a encontrar los musulmanes cuando entre 711 y 716 sometan a su poder el territorio peninsular. La situación en el noroeste no va a cambiar. Van a ocupar de nuevo los asentamientos de la zona fronteriza y también ellos tendrán que enfrentarse a los pueblos que habitaban al otro lado de ella.
Covadonga
En el año 711 los ejércitos musulmanes, ayudados por miembros de la nobleza visigoda, cruzan el estrecho de Gibraltar y, tras derrotar a don Rodrigo en la batalla del Guadalete, ocupan el territorio peninsular en un breve espacio de tiempo. Sin embargo, su dominio no fue total. La franja norte del territorio peninsular, fiel a su tradición de mantener la independencia frente a poderes extraños a su idiosincrasia, va a mostrar de nuevo su rebeldía e insumisión.
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Dolmen de Eguilaz (Álava). El carácter primitivo y arcaico de los pueblos del norte se manifestaba, entre otras cosas, en sus prácticas religiosas. A pesar de los esfuerzos oficiales por cristianizarlos, en determinadas zonas de los territorios de la monarquía, fundamentalmente las ocupadas por los vascones, pervivirán durante mucho tiempo las prácticas paganas.
La presencia musulmana en estos territorios debía ser escasa, limitándose quizá a alguno de los asentamientos romanos que se encontraban en la zona, como puede ser el caso de Gijón. Pero, como acabamos de decir, si los pueblos de la cornisa cantábrica no se habían sometido al poder romano y visigodo, tampoco lo iban a hacer a los nuevos señores. Los orígenes de esta situación de oposición al poder de al-Andalus nos han llegado envueltos en relatos oscuros y legendarios, protagonizados, al parecer, por un antiguo miembro de la corte visigoda de Toledo.
Este personaje, como otros muchos de sus compatriotas, emigró hacia el norte, buscando el amparo de aquellos mismos pueblos a los que tradicionalmente habían combatido sin éxito. Es probable que fuese perseguido por las tropas islámicas y que, por esta razón, entrase en el territorio de los astures. Elegido caudillo en una reunión en las montañas, el antiguo dignatario del rey visigodo supo aprovechar en su favor el carácter independiente y rebelde de este pueblo. Al frente de sus nuevas “tropas” decidió hostigar al ejército invasor, para lo cual iban a aprovechar las facilidades que el terreno escarpado de la región les ofrecía. El encuentro más importante tuvo lugar en el monte Auseva. La fecha del mismo, el año 722. El caudillo visigodo se llamaba Pelayo. Los acontecimientos que allí tuvieron lugar pasaron a la historia como la “batalla de Covadonga”.
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Covadonga. La antigua cova dominica, el monte Auseva de las crónicas, fue el lugar en que, aprovechando los accidentes del terreno, se desarrolló el encuentro militar que iba a propiciar el nacimiento de la monarquía asturiana.
¿Qué ocurrió exactamente en Covadonga? ¿Hubo verdaderamente una gran confrontación en la que la providencia divina ayudó a aquellos esforzados defensores de la cristiandad a vencer a los infieles invasores del suelo hispano y a iniciar así el largo y penoso proceso que conocemos con el nombre de Reconquista? Antes de contestar a éstas o similares preguntas, quizás sea mejor leer y juzgar por uno mismo las versiones que cada uno de los dos contendientes dan sobre este acontecimiento. Comencemos por el bando “rebelde”. Para ello vamos a acudir a uno de los textos históricos más antiguos que conservamos del reino astur, la Crónica de Alfonso III, escrita en la segunda mitad del siglo ix. En él se cuenta el episodio del modo siguiente: “El tal Alkama había recibido de su camarada la consigna de que, si Pelayo no quería hacer caso del obispo, apresado por la fuerza del combate fuera llevado a Córdoba. Y viniendo con todo el ejército entraron en Asturias unos 187.000 hombres en armas.
Pelayo por su parte estaba en el monte Auseva con sus camaradas. Y el ejército marchó contra él, y ante la entrada de la cueva plantaron sus innumerables tiendas. (...) Y ahora ya el dicho Alkama ordena que se inicie el combate. Toman las armas, se alzan las catapultas, se disponen las hondas, brillan las espadas, se erizan las lanzas, y sin cesar disparan saetas. Pero en esto no faltaron las grandezas del Señor: pues una vez que las piedras habían salido de las catapultas y llegaban a la iglesia de Santa María Virgen, que está dentro, en la cueva, recaían sobre los que las lanzaban y hacían gran mortandad a los musulmanes. Y como el Señor no cuenta las lanzas, sino que tiende las palmas a quien quiere, una vez que de la cueva salieron a combatir, los musulmanes se dieron a la fuga y se dividieron en dos grupos. Y allí fue preso al momento el obispo Oppas y se dio muerte a Alkama. Y en el mismo lugar fueron muertos 124.000 de los musulmanes, y 63.000 que habían quedado subieron a la cima del monte Auseva, y por el lugar de Amuesa bajaron a la Liébana. Pero ni siquiera ésos escaparon a la venganza del Señor. Cuando marchaban por lo alto del monte que está sobre la ribera del río que se llama Deva, junto a la villa que llaman Cosgaya, ocurrió por sentencia de Dios que ese monte, revolviéndose desde sus fundamentos, lanzó al río a los 63.000 hombres, y allí los sepultó a todos el tal monte.”
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Don Pelayo (Plaza de Oriente, Madrid). La imagen del caudillo que encabezó la rebelión astur fue magnificada e idealizada a lo largo de los siglos, mostrándolo como el gran defensor de la cristiandad y el continuador de la monarquía hispana visigoda.
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Batalla de Covadonga. Frente al que parece ser el verdadero desarrollo de los hechos, durante siglos y a partir de lo escrito en las crónicas asturianas se ha mantenido la imagen de una Covadonga con grandes masas de musulmanes heridos y desesperados ante la heroica resistencia de un pequeño, pero valeroso ejército cristiano, que con la ayuda divina rechazó las terribles acometidas del ejército infiel.
Veamos ahora lo que nos cuentan los historiadores musulmanes, en concreto Al-Maqqari en su obra “Nafh al-tib”: “Dice Isa ben Ahmand Al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim Al-Qalbi, se levantó en tierra de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces empezaron los cristianos en al-Andalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamitas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país hasta llegar a Ariyula, de la tierra de los francos, y ha­bían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugió el rey llamado Pelayo con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres ...

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