Confesiones de un médico
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Confesiones de un médico

Dr. Miquel Vilardell

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  1. 140 pages
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Confesiones de un médico

Dr. Miquel Vilardell

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El doctor Miquel Vilardell repasa en esta obra, con sencillez y claridad, su dilatada trayectoria profesional y nos brinda sus reflexiones más personales, fruto de toda una vida dedicada a la medicina. Como él mismo escribe: "Las páginas que vienen a continuación son una reflexión sobre el trabajo de hacer de médico tras haber pasado 46 años en un hospital universitario. He pensado que es el momento de mirar atrás con gratitud y explicar lo que podría ser útil a personas que quieren ejercer o que ejercen de médico".Con la lucidez del conocimiento y la experiencia, el autor, lejos de caer en la nostalgia y con un tono sereno que no excluye la pasión ante nuevos retos, se interesa por el presente y proyecta su mirada hacia el futuro de la medicina.Confesiones de un médico es un libro que interesará a todos los profesionales de la medicina, a los jóvenes aspirantes a ser médicos y en general a todos los lectores interesados por el mundo de la medicina y sus retos.

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Information

1. Ser un buen médico y ser un médico bueno

«La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino amar lo que uno hace.»
JEAN-PAUL SARTRE
Siempre decimos que el ideal de la atención del problema de salud es que te atienda un profesional competente, que es lo que llamamos «un buen médico», pero también «un médico bueno». Así pues, me gustaría empezar hablando del significado de estos calificativos que buscamos en la persona que nos tiene que atender.
Entiendo que un buen médico es una persona que siente pasión por lo que hace; es decir, disfruta haciendo su trabajo y, si pudiera volver atrás, elegiría de nuevo ser médico. Probablemente, esta pasión se corresponde con lo que llamamos «vocación», una vocación que tanto puede venir desde la infancia –desde pequeño sientes una afinidad especial por esta profesión– como puede ser adquirida con el tiempo –una vocación de las que se llaman «tardías»–. Sea como fuere, para ser un buen médico siempre es necesario que haya esta vocación, porque es la que te hará sentir pasión.
Si me preguntan: «¿Qué es lo más importante para un médico durante su vida profesional?», yo respondería: que se sienta bien con lo que hace, porque, si te sientes cómodo con lo que haces, significa que la tarea que haces es tu fuerte, lo que te toca hacer. Dicho de otro modo, cuando a esta persona le preguntas: «¿Te aburre tu trabajo?», y te responde: «Sí», diría que en el fondo nos dice que aquello no es su especialidad, que no tiene vocación para ello y, probablemente, este es el motivo por el que no se siente cómodo. Por el contrario, si te contesta: «No, no me aburre», aunque alguna vez pueda matizar «pero me canso ejerciendo mi trabajo», seguro que la medicina es su lugar. Cansarte con el trabajo es normal; aburrirte, no.
Por lo tanto, esta sería una de las primeras condiciones que yo resaltaría del buen médico vocacional y apasionado por el trabajo que desempeña, un profesional que, al mismo tiempo, siempre tiene las antenas puestas para captar hacia dónde van las cosas. Estar atento significa buscar siempre aquellos conocimientos que pueden beneficiar su trabajo, una inquietud intrínseca del buen médico. De no ser así, te conviertes en una persona pasiva que, tarde o temprano, no se acaba sintiendo bien con lo que hace.
Desde mi punto de vista, esta primera parte, la vocación-pasión, es una de las piedras angulares de la vida de un médico. En estos fundamentos, sin embargo, hay una segunda piedra esencial: los conocimientos. El médico debe saber hacer el trabajo de manera óptima en cada situación, manteniéndose al día de todos los avances del sector; dicho de otro modo, debe tener los conocimientos suficientes, y eso significa contar con una formación excelente. Como médico, tienes que formarte muy bien antes de empezar a ejercer tu trabajo, porque, de otro modo, no lo harás bien, por más vocación que tengas, ya que te sentirás desequilibrado y, a la larga, esto tendrá repercusiones que te perjudicarán. Todo ello te conducirá a una situación que no es rara entre los profesionales: aparece la angustia por el trabajo que deben desempeñar.
Así pues, para ser un buen médico hay que irse actualizando siempre, y esto solo se puede conseguir con una formación continuada que permita ir incorporando los conocimientos nuevos sobre la base de la formación ya consolidada e ir arreglando o llenando los vacíos de conocimiento que se van perdiendo con los años. Si tienes clara tanto esta necesidad como que debes invertir tiempo, si lo has interiorizado, probablemente la segunda piedra, que son los conocimientos, será compacta.
Las dos piedras, muy sólidas, son los fundamentos ideales para edificar el edificio profesional encima. Si una de las dos es de mala calidad o frágil, probablemente acabarán apareciendo grietas en el futuro edificio, y, en algún caso, pueden llegar a derribarlo. Por lo tanto, para mí, un buen médico debe tener las características que acabo de mencionar.
Otra cosa es ser «un médico bueno». Con vocación y conocimiento, probablemente desempeñarías una misión en la relación médico-paciente; es decir, la misión contractual. Con las dos piedras, seguro que podrías atender un problema de salud, pero ya no tengo tan claro que consiguieras la plena satisfacción del enfermo ni estoy seguro de que la calidad final del producto fuera buena, porque, para lograrlo, también debes ser un médico bueno.
El médico no es aquel que tiene, ante todo, las aptitudes necesarias para poderlo ser. Me gustaría remarcar que los conocimientos a que me refería anteriormente incluyen conocimiento teórico y práctico –es decir, habilidades–; el conocimiento adquirido junto con las habilidades constituyen lo que denominamos «experiencia». Ahora bien, cuando hablo de «médico bueno», me refiero a actitudes. La actitud de una persona en un momento dado o ante una circunstancia determinada depende fundamentalmente de su personalidad, que incluye los valores personales, un aspecto que es tan importante como el de ser un buen médico.
Cuando hablo de «médico bueno» me refiero a que tiene unos valores personales que empieza a adquirir durante su infancia, en el seno de la estructura familiar. Después, los valores personales van arraigando durante la etapa escolar y se siguen consolidando al pasar por la universidad. Ahora bien, no basta con inculcar los valores; una vez se poseen, hay que regarlos y podarlos para que se puedan desarrollar más. Hay que ir cuidando progresivamente de la planta de los valores, porque, en este caso, son piedras fundamentales para llegar a ser un médico bueno.

Los valores de un médico bueno

Entre estos valores personales, la carrera de médico obliga a una gran dedicación. No hay horas cuando tienes delante un problema de salud y no acabas de estar seguro de cómo enfocarlo o de encontrarle la solución. A pesar de haber terminado la jornada, sigues llevando dentro aquel problema de salud y algo te empuja a bucear en las fuentes bibliográficas para intentar resolverlo, o bien consultar a otros compañeros que consideres más expertos en ese tema. Por lo tanto, ser un médico bueno significa dedicación; no hay horario ni es un trabajo funcionarial, y la dedicación significa esfuerzo, otro valor importante. Te puedes cansar físicamente, pero debes intentar encontrar fuerzas para seguir considerando ese problema de salud hasta el final del camino, para hallar su solución.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la dedicación y el esfuerzo pueden ir en detrimento del propio entorno social y familiar. Ello significa que deberías saber explicar con pelos y señales a tu entorno las razones que te obligan a centrarte en ese problema de salud, los motivos que te obligan a una dedicación y un esfuerzo adicionales.
Dentro de estos valores hay otro que me gustaría destacar. Resolver un problema de salud no es como solucionar un problema matemático. A veces, la respuesta no se halla inmediatamente, sino que hay que trazar muchas curvas antes de llegar a la meta, y es bien sabido que cuando la carretera tiene muchas curvas, hay que tener calma para no caer e ir con cuidado para no tener un accidente. Todo ello obliga a tener mucha paciencia, paciencia para que te expliquen bien el problema de salud, paciencia para entender que enfrente tienes a una persona que sufre y que, evidentemente, según cómo, posiblemente presente conductas que te puedan parecer un poco agresivas. Tienes que entender que se encuentra en una situación de debilidad, teme por un problema de salud que cree que es muy importante. Por este motivo, es necesario que tengas mucha paciencia para buscar el fondo de aquel problema de salud. La paciencia para hacer de médico es crucial; las prisas son malas compañeras de viaje, y los atajos, en medicina, no existen. Tanto es así que, aunque tengas experiencia, es conveniente revisar las cosas una y dos veces. Cuando crees que sabes mucho sobre un tema, es cuando hay más riesgo de equivocarte, porque quieres coger un atajo y no aplicas el método que deberías haber seguido, como una guía clínica o un protocolo de tratamiento. Es muy importante seguir las indicaciones de las guías clínicas, aunque creas que conoces la solución inmediata, porque ya la has visto al principio. No hay atajos ni ojo clínico que valgan para llegar a un buen diagnóstico, del mismo modo que no hay ningún tipo de experiencia que permita tomar un atajo. El mejor atajo en medicina consiste en seguir el camino marcado por los que nos han precedido, aunque, naturalmente, a veces podremos realizar alguna aportación, podremos sacar una piedra del camino o podremos acortarlo algunos metros. Sin embargo, no hay que olvidar nunca que los caminos vienen de lejos, no podemos ser adánicos y creer que todo empieza de nuevo. Yo diría que la historia es muy larga y continuará, y que todavía desconocemos muchos secretos de la medicina; esto nos indica que hay que ir con mucho cuidado y tener mucha paciencia.
Otro aspecto clave es que en medicina no podemos aceptar el desánimo. No puedes decir frases como: «Lo dejo», «No lo puedo resolver», «Abandono el caso», «No puedo hacer nada»… No, la perseverancia es otro valor destacado. Tienes que intentarlo una vez, otra y otra más, tantas como sea necesario. Y cuando ves que no puedes salir adelante, lo más aconsejable es empezar de nuevo; rompe el papel que has escrito y vuelve a empezar. Ante un problema de salud que no acabas de ver claro, siempre tienes que ir para atrás y empezar de nuevo para intentar descubrir si has hecho algo mal; esto significa perseverar en la búsqueda de la verdad, en la búsqueda de la solución. Evidentemente, la perseverancia cansa, pero debes tener claro que las personas que encuentran la solución al problema son las que hurgan continuamente. Hay muy pocos que tengan la suerte de encontrar la solución al problema por casualidad. Esto puede ocurrir en investigación y se denomina «serendipia», pero la serendipia en el problema de salud no se suele producir. Tienes que ser perseverante en la búsqueda del camino que te va a conducir al diagnóstico.
Otro tema es que, por más que seas un buen médico –es decir, que tengas vocación y conocimiento–, eso no significa que lo sepas todo, ni quiere decir que puedas ser osado y hacer algo que no esté escrito en ningún protocolo ni ninguna guía. A veces sucede que, al sentirte tan seguro de ti mismo, crees que eres capaz de aplicar un método que te parece revolucionario, o prescribir un tratamiento agresivo, y en un momento determinado puedes llegar a hacerlo. En estos casos hay que hacer gala de otro valor, la prudencia.
Ser prudente cuesta mucho. Pericles decía que la prudencia no se puede enseñar, que solo se puede adquirir si tienes cerca a personas prudentes a quien imitar; por lo tanto, es una suerte trabajar con gente prudente. Ante un problema de salud, la prudencia –que según cómo se podría interpretar como timidez, como miedo o como comportarse como un indeciso– es una buena compañera de viaje para ser un médico bueno. Tienes que ser prudente para reconocer tus debilidades en relación con un tema que quizá no acabas de dominar y tienes que ser prudente y no aplicar un tratamiento si no estás convencido, al igual que la prudencia te ayuda a retroceder cuando te das cuenta de que te has equivocado, en lugar de seguir adelante y esperar a que se solucione. La prudencia también nos ayuda a saber cuándo hay que pedir otra opinión a profesionales que, de ese tema, saben más que nosotros.
La prudencia está relacionada con otro valor imprescindible, la humildad. Ser humilde no es sinónimo de persona que desaparece de la escena en un momento determinado debido a su timidez, ni tampoco significa excederse en la falsa humildad para obtener un mayor reconocimiento. En realidad, la humildad es un valor que no se tiene que explicitar nunca; quien dice que es muy humilde probablemente no lo es nada. Humildad significa reconocer que hay cosas que no sabes y que hay otras personas que sí conocen. La humildad es un reconocimiento, a veces, de la propia ignorancia, y en medicina todavía hay mucho desconocimiento. Como decía Ramon Llull: «Es tanto lo que desconocemos, que más vale hablar poco». Pues bien, hay momentos en medicina en que reconocer que hay un tema que no está lo suficientemente desarrollado o que tú mismo no dominas lo bastante, aunque puedas perder momentáneamente la confianza de esa persona (o incluso perder al enfermo como cliente), significa hacerle un gran bien. Supone reconocer que no eres especialista en esa enfermedad, que no te vas a aventurar y que por ello le derivas hacia otro centro, hacia otro profesional. Eso son actos de humildad.
Evidentemente, ser humilde va en contra de un valor que uno nunca debe tener: el ego, el egocentrismo, pensar que lo sabes todo, que eres quien más sabes de un tema determinado. Y esto suele acompañarse de la verbalización de esta circunstancia. En medicina, asegurar que eres el que más sabe de una u otra disciplina es un auténtico disparate. Ya he comentado antes que la medicina es totalmente incierta en un porcentaje muy elevado de situaciones, por lo que creer que sabes mucho de una materia determinada no es más que un acto ególatra de orgullo, de pensar que puedes vencer el desconocimiento que la ciencia aún no ha aportado. A menudo, esto hace que la persona, entonces, se salte un escalón y afirme sin pudor: «Pues esto lo haremos así», sin ning...

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