El fascismo
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El fascismo

Ernest Mandel, Patricia Meneses Orozco

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El fascismo

Ernest Mandel, Patricia Meneses Orozco

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La historia del fascismo es también la historia del análisis teórico del mismo. La aparición simultánea de un fenómeno social nuevo de las tentativas efectuadas para comprenderlo es más sorprendente en el caso del fascismo que en cualquier otro ejemplo de la historia moderna. El?shock? que experimentaron los observadores atentos al proceso fue todavía más fuerte en la medida en que esa sacudida de la historia vino acompañada del ejercicio directo de la violencia física sobre los individuos. Bruscamente, el destino histórico y el individual de millones de seres humanos se transformaron en una misma cosa. No sólo sucumbieron los partidos políticos, sino que la existencia física de importantes grupos humanos se convirtió en un problema.

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Information

Year
2011
ISBN
9788446038887
Edition
1
IV
¿Cómo soporta la teoría trotskista del fascismo la comparación con otras teorías de distintas corrientes del movimiento obrero? ¿Qué rasgos específicos aparecen cuando se compara la teoría de Trotsky con otros estudios sobre el fascismo con la ayuda del método marxista?
Lo que resulta más chocante en los autores socialdemócratas es el pragmatismo, el tono apologético que utilizan en sus análisis: la teoría debe justificar una práctica archioportunista y explicar su fracaso por «culpa de nuestros oponentes». En esa época, el oportunismo no había roto todavía el cordón umbilical que lo unía al marxismo vulgar, fatalista y objetivista de Kautsky. Si no se invoca la «culpa de nuestros oponentes», se deplora el peso de las condiciones objetivas; la «correlación de fuerzas» no permitía mejores resultados. El hecho de que a través de la acción pueda transformarse la correlación de fuerzas –en concreto, el hecho de que con la pasividad propia se modifica la relación de fuerzas en favor del enemigo de clase– no fue nunca asimilado por esta escuela. El contenido esencial de esas teorías aparece claramente en la tesis que afirma que la agitación radical de los «bolcheviques» proporcionó la ocasión, o al menos una excusa al fascismo para movilizar a las capas asustadas y conservadoras de la población: el fascismo es el castigo que inflinge la gran burguesía al proletariado por su agitación comunista. «Si no queréis asustar a la pequeña burguesía y molestar a los grandes capitalistas, sed moderados.» La sabiduría liberal de la «vía dorada»[1] olvida completamente que es precisamente el fracaso del parlamentarismo burgués «moderado», rutinario y enfrentado a la intensificación de la crisis estructural del neocapitalismo, el que arroja a la pequeña burguesía desesperada en brazos del fascismo. La manera de impedir esto es proponer una alternativa susceptible de éxito, que emerja de la actividad militante cotidiana. Si no se avanza esta alternativa y si la pequeña burguesía depauperada y desclasada se encuentra ante la elección entre un parlamentarismo impotente y un fascismo en pleno auge, elegirá sin duda este último. Y son, precisamente, la «moderación», el comedimiento y el temor de la clase obrera los que reforzarán en las masas el sentimiento de que el fascismo será el vencedor.
La debilidad de la teoría socialdemócrata del fascismo se reveló especialmente en la tesis de «aferrarse a la legalidad a cualquier precio». Esta tesis proviene de la falsa convicción según la cual cuando los fascistas abandonan la esfera de la legalidad, las organizaciones de los trabajadores deben contentarse con actuar estrictamente en esa esfera. Este particular punto de vista olvida el hecho de que la legalidad y el Estado no son reificaciones de conceptos abstractos, sino expresiones de clases e intereses sociales concretos. La «legalidad» y el «Estado» eran, en última instancia, los jueces, coroneles y comandantes cuyos vínculos con sus «camaradas» del Stahlhelm y las SS eran múltiples, y que hostigaban y combatían al movimiento obrero organizado tanto como las bandas fascistas, aunque lo hiciesen de una forma un poco más «civilizada». Quererlos utilizar como defensa contra las bandas suponía de hecho enfrentarse a ellas con las manos desnudas.
El hecho de aislar en el análisis los factores «crisis económica» y «paro masivo» constituye un elemento importante en la teoría del fascismo de los socialdemócratas: si no hubiera crisis económica, desaparecería el peligro del fascismo. Con ello, olvidan que la crisis estructural es más importante que la coyuntural, y, mientras la primera se mantenga, las mejoras que sufra la segunda no pueden en ningún caso cambiar fundamentalmente la situación. Esto, los socialdemócratas belgas Spaak y De Mann lo aprendieron por experiencia propia ya que, concentrando todos sus esfuerzos en la reducción del paro –sacrificando incluso posiciones fuertes y la capacidad de lucha de los trabajadores– vieron, a pesar de todos sus intentos, aumentar la ola fascista y no al contrario.
Todos estos elementos de la teoría socialdemócrata del fascismo se encontraban ya en los primeros libros que consagraron los socialdemócratas italianos a la catástrofe que se cernía sobre sus cabezas. Así Giovanni Zibordi escribía ya en 1922:
[…] los excesos de los extremistas son los responsables de la situación, y también el movimiento obrero y social en su conjunto tiene la responsabilidad por el hecho de que esos excesos han arrojado a las capas pequeño-burguesas e intelectuales, que no poseen, por otra parte, ninguna razón económica seria para temer y odiar al socialismo, en los brazos del fascismo[2].
Turati dirá lo mismo alguno años más tarde:
Los excesos filobolcheviques, que resultaban tan increíbles e infantiles, tuvieron como consecuencia que el temor de las clases dominantes a perder sus privilegios fuera, en ciertos momentos, muy real y muy intenso [...] Lógicamente, podemos concluir que de no haber existido esta actitud la cooperación entre la plutocracia y los fascistas hubiera sido imposible[3].
Es doloroso constatar que Angelo Tasca, que había sido con anterioridad un comunista y un marxista, exprese, en el libro que escribió antes de la Segunda Guerra Mundial, la conclusión de que era imposible combatir al mismo tiempo al aparato del Estado y al fascismo y que era necesario, por tanto, aliarse con uno de ellos para combatir al otro[4].
La socialdemocracia alemana ofreció solamente un refrito vulgar y superficial de tesis similares. Su mejor teórico de los años veinte, el antimarxista belga Hendrik de Mann, intentó sondear la psicología de la pequeña burguesía y su relación con el fascismo y llegó a la conclusión, incluso tras la catástrofe en Alemania, de que no había que «alarmar» a la pequeña burguesía. Más en concreto, lo hizo tan bien que una ola de entusiasmo y voluntad de los trabajadores para luchar por una huelga general en 1935 se disipó bruscamente; con ello creó las condiciones favorables a un enorme crecimiento del fascismo en Bélgica a partir de ese año. Sólo León Blum fue lo suficientemente perspicaz como para declarar, tras la toma del poder por Hitler, que si la victoria había sido de los nazis era para castigar a la socialdemocracia alemana por haber ahogado los gérmenes de revolución proletaria después del derrumbamiento del Imperio alemán y por haber liberado y consolidado con ello todos los elementos (desde el ejército hasta los Freikorps) que ahora iban a exterminarlos salvajemente[5]. Pero el mismo León Blum cuando tuvo que enfrentarse algunos años más tarde a una gran huelga de masas, se limitó a reiterar la política de apaciguamiento de los Ebert y Scheidemann, que llevó a la caída de la III República y a la toma del poder por el bonapartismo senil de Vichy.
La teoría del fascismo de la Internacional Comunista posterior a Lenin pasó la prueba con no mayor éxito que la de la socialdemocracia. Sin duda alguna, podría encontrarse en ella los principios de una mayor comprensión del peligro que amenazaba al movimiento obrero internacional. Los elementos de una teoría marxista del fascismo pueden encontrarse en las obras de Clara Zetkin, Radek Ignazio Silone e incluso a veces en Zinoviev. Pero, muy pronto, las luchas de fracción del Partido Comunista de la URSS sofocaron el trabajo teórico de la Komintern. El objetivo dejó de ser la comprensión científica de los procesos objetivos en curso y se convirtió en asignar la dirección del KPD (Partido Comunista Alemán) a una fracción fiel y obediente a Stalin. Todo lo que concernía al análisis marxista y a la lucha revolucionaria de clases fue subordinado a ese fin.
El resultado es bien conocido: la teoría que considera al fascismo como la expresión directa de los intereses de los «sectores más agresivos del capitalismo de los monopolios» olvida por completo el carácter autónomo y de masas del movimiento fascista. De esta concepción se deduce la teoría según la cual el fascismo sería el «hermano gemelo» de la socialdemocracia al servicio del capital monopolista, así como la teoría de la «fascistización gradual» de la República de Weimar, que disimularon a los ojos de los trabajadores la naturaleza catastrófica de la toma del poder por los fascistas y les impidió combatir ese inminente peligro. Todo esto culmina con la teoría del «social-fascismo» que conduce, bajo su forma extrema, a la tesis según la cual era necesario destruir a la socialdemocracia antes de que fuese posible vencer al fascismo[6]. Por fin llegaron los añadidos típicamente socialdemócratas y fatalistas: «La nefasta gestión de Hitler le hará hundirse a sí mismo» (a causa de su incapacidad para resolver la crisis económica, entre otras razones), y «después de Hitler será nuestro turno». Prácticamente puede observarse cómo ese solo elemento analítico contenía la aceptación de la inevitabilidad de la toma del poder por Hitler y la exagerada subestimación de las consecuencias de esa toma del poder respecto al aplastamiento del movimiento obrero. Todo el análisis sólo podía paralizar y confundir la resistencia al ascenso de los nazis.
Veinticinco años de mala conciencia han sido necesarios para que el movimiento comunista «oficial» iniciase una discusión crítica de la falsa teoría estalinista del fascismo. La ruptura práctica con esa teoría tuvo lugar, por supuesto muy pronto, cuando ya era demasiado tarde. El giro hacia la táctica de Frente Popular se produjo en 1935 e implicó una completa revisión de la teoría del «socialfascismo» y el deslizamiento hacia un error derechista paralelo tras las desastrosas consecuencias del error izquierdista[7]. Pero como los escritos y afirmaciones de Stalin fueron sacrosantos hasta 1956, la prudente revisión de la teoría del «social-fascismo» no comenzó hasta los principios de la presunta desestalinización[8]. Togliatti, dirigente del Partido Comunista Italiano, afirmó en voz alta lo que la mayoría de los cuadros comunistas pensaban en voz baja, y la superficial Historia del movimiento obrero alemán, publicada en Alemania del Este, sometió la teoría y la práctica del KPD en los años 1930-1933 a una crítica prudente, pero no metódica, sin evitar, no obstante, nuevos errores en la definición de la naturaleza y función del fascismo[9].
Las teorías de la «fascistización gradual» y el «social-fascismo» no sólo contienen una apreciación equivocada de la coyuntura política y errores tácticos en la forma de llevar la lucha contra el auge del fascismo, sino que también olvidan completamente la característica principal del fascismo que Trotsky supo denunciar correctamente y que la historia ha confirmado trágicamente.
El fascismo no es simplemente una nueva etapa del proceso por el que el ejecutivo del Estado burgués se convierte en más fuerte e independiente cada vez. No es sólo la «dictadura abierta del capital monopolista». Es una forma especial del «ejecutivo fuerte» y de la «dictadura abierta», caracterizada por la completa destrucción de todas las organizaciones de la clase obrera –incluso de las más moderadas– y sin duda alguna de la socialdemocracia. El fascismo intenta evitar físicamente toda forma de autodefensa de parte de los trabajadores organizados mediante su atomización absoluta. Argüir que la socialdemocracia prepara el terreno al fascismo para declarar que ambos son aliados y desterrar toda posibilidad de unidad con ella contra el fascismo es erróneo.
Justo lo contrario. Si la socialdemocracia, con su práctica, de colaboración de clases y su identificación con la democracia parlamentaria en bancarrota, socavó la lucha de clases de los trabajadores y preparó de hecho la toma del poder por los fa...

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