La resiliencia
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Anna Forés

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La resiliencia

Anna Forés

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El término resiliencia se refiere a la capacidad de las personas, los grupos y las comunidades para enfrentarse, sobreponerse y salir transformados ante las adversidades. Cuando nos encontramos con situaciones que parecen no tener salida, la resiliencia nos invita a desbloquear la mirada paralizada, dar vuelta atrás del callejón sin salida y encontrar nuevos caminos, nuevas posibilidades. Consiste en reanimar lo que creemos acabado, sortear aquello que parecía que no se podía rehuir. Redescubrir aquello extraordinario que todas las personas poseemos. El proceso resiliente es parecido a la creación de la perla dentro de una ostra. Cuando un granito de arena entra en su interior y la agrede, la ostra segrega nácar para defenderse y, como resultado, crea una joya brillante y preciosa. Ésta es la perla que encontrarán en este libro. Un texto ameno y profundo a la vez que nos acerca a la resiliencia como metáfora generativa que construye futuros posibles sobre la esperanza humana y la consecución de la felicidad ante los sufrimientos, los traumas y el dolor padecido. Los autores nos ofrecen un texto claro, sistemático y lleno de historias que llegan a todas las personas, acercando el término resiliencia a todos los públicos.

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Information

Publisher
Plataforma
Year
2008
ISBN
9788415577348

Los tres giros transgresores

De todas las ilusiones, la más peligrosa consiste en pensar que sólo existe una única realidad.
P. WATZLAWICK



La resiliencia es un concepto transgresor en las ciencias sociales que aporta un nuevo aire a la intervención educativa, sanitaria y social. No es una nueva técnica de intervención, es alguna cosa más. Es más bien una invitación a tener una nueva mirada. Es una nueva manera de ver las cosas, es un cambio de perspectiva que nos conduce a refrendar formas de intervención diferentes. Precisamente porque nos conduce a modificar nuestra mirada sobre los seres humanos y sobre la vida, la resiliencia nos cambia.
La resiliencia nos acerca a un concepto con un enorme potencial de inspiración. Extraído a partir de la observación de muchas historias de vida, nos permite sistematizar y poner en práctica todo aquello que por experiencia o intuición, hacemos cotidianamente por el bienestar de los otros. Por tanto, más que una verdad científicamente probada, se trata de una apuesta pascaliana. La apuesta pascaliana hace referencia al argumento que el filósofo, matemático y físico francés Blaise Pascal utilizó sobre la existencia divina en base a probabilidades. Creer en la existencia de Dios es una apuesta más segura que creer que no existe. De la misma manera, tenemos mucho más a ganar si creemos que la resiliencia existe.
La resiliencia es una metáfora que nos invita a dar un valor positivo a nuestra manera de ver a las otras personas, a modificar nuestras prácticas, a observar mejor, a definir y a utilizar los recursos propios de aquellos que ayudamos o que confían en nosotros. También nos invita a construir modelos de prevención, a buscar salidas más allá del determinismo, ya sea innato o adquirido, para abrir el campo de la creatividad y de la libertad humana. Para la manera de pensar determinista, la resiliencia es una revolución copernicana. Todo eso significa hablar de transgresión, de cambio de modelo. La resiliencia nos introduce en una concepción del mundo diferente, contribuye a una gran transformación que, en estos momentos, está en fase de desarrollo en múltiples órdenes y disciplinas humanas.
Básicamente, la nueva mirada se traduce en tres giros. Primero, un giro epistemológico que hace referencia al cambio en nuestra concepción del futuro: «el futuro no es un regalo, más bien una conquista». Segundo, un giro antropológico que tiene relación con un cambio en nuestra manera de concebir la condición humana: «Nacemos para cambiar, los seres humanos son proyectos inacabados que se reescriben continuamente». Y tercero, un giro metodológico que transforma nuestra manera de realizar una intervención social, educativa, sanitaria, etc.: «Es necesario apostar por una manera de hacerla más apreciativa y menos deficitaria».

EL FUTURO NO ES UN REGALO, ES UNA CONQUISTA

Eurípides, el poeta trágico griego, en su obra Medea observa que «los dioses nos sorprenden: lo que esperamos no se cumple y un dios abre la puerta a lo inesperado».
A finales del siglo XX e inicios del XXI, después del estrépito de la posmodernidad, se ha instaurado la pérdida del futuro. Parece que los juegos divinos nos siguen deparando sorpresas y las puertas continúan abiertas, ahora de par en par: el futuro se mantiene abierto. Esto supone que se ha desvanecido la esperanza humana de predecir. Ahora el futuro se llama incertidumbre.
El ser humano vive inmerso en un marasmo de incertidumbres. Vivimos en una época caracterizada por el cambio continuo y acelerado, donde navegamos surcados por grandes y profundas transformaciones. En ese contexto de cambio acelerado, la gran conquista de la inteligencia humana es deshacerse de la ilusión de poder predecir el destino humano.
Esta idea del futuro no fijado nos trastoca. Como se señala en el libro bíblico de los Proverbios: «sin visión, las personas mueren». La pérdida de la capacidad de predecir supone un aspecto desolador, pero vivir en un mundo incierto no quiere decir que no sea posible afrontar las incertidumbres. ¿Cómo podemos hacer frente al futuro incierto? Sí, la mejor manera de predecir el futuro, es creándolo. En otras palabras: ahora no podemos tener la esperanza de predecir el futuro pero podemos influir en él, lo podemos construir. Los seres humanos tenemos la capacidad, a veces poco usada, de dar forma al futuro.
No sólo el concepto de futuro ha caído del pedestal. Otras grandes palabras, como la «verdad» o el «progreso», que antes se decían en mayúsculas, ahora también se han minimizado; y binomios básicos de nuestro pensamiento como «la causa y el efecto», «el bien y el mal», «el culpable y el salvador», se empiezan a deshacer, a desmenuzarse para dar lugar a tríadas, tétradas y planteamientos multivalentes. En el contexto del pluralismo posmoderno no hay mucho sitio para las teorías omnicomprensivas ni para las palabras altisonantes ni para los binomios limitantes; más bien se ha instaurado la humildad epistemológica que nos advierte del camino para eliminar la incertidumbre; construir, saber y actuar es otro.
Es cierto que nuestro pensamiento occidental hasta ahora ha sido un pensamiento reduccionista que continúa con la pretensión de eliminar, sin ver más allá de la punta de la nariz, toda tipo de ambigüedades y de incertidumbres. Se trata de un pensamiento unidimensional parcelario, disyuntivo y reductor. Por desgracia, una medicina demasiado suministrada a menudo por las élites dirigentes.
No es extraño que los occidentales seamos básicamente bivalentes, porque la lógica aristotélica que rige nuestra manera de razonar y el pensamiento digital también son bivalentes. Nuestra lógica se fundamenta en el principio del tercer excluido de Aristóteles. Según este principio no puede ser que una afirmación sea a la vez verdad y falsa. La lógica bivalente y el pensamiento digital formado por ceros y unos nos acercan a la metáfora del interruptor, que sólo tiene dos posiciones, encendido y apagado, y nos aleja de la metáfora alternativa del difusor de luz graduable.
Los seres humanos estamos amaestrados fundamentalmente en el dualismo. El dualismo continúa siendo un esquema de pensamiento demasiado extendido. Esta visión dual consiste en examinar la realidad con la ayuda de dos extremos, sin admitir grados ni términos medios. Somos creadores de binomios muy deterministas: bueno o malo, verdadero o falso. Nuestro pensamiento es bastante maniqueo, pues reduce estrictamente la explicación de la realidad a dos principios radicalmente opuestos donde no hay posibilidades de otras opciones.
La cultura occidental también tiene una gran tendencia a la respuesta correcta, al procedimiento adecuado y único o a la verdad última y mejor. Decir la verdad, hacer lo que siempre ha sido lo correcto es central; hay una apropiación monopolista de la verdad y el procedimiento.

Un planteamiento más transgresor

La resiliencia reafirma nuestra intuición de acercarnos a planteamientos más borrosos. La resiliencia es transgresora porque también preconiza el cambio del paradigma y nos dice que la respuesta a la incertidumbre no se halla en abrazar el corsé del dualismo, el maniqueísmo o las apropiaciones monopolistas. Más bien nos muestra que el camino, más humilde, pero más liberador, se encuentra en eliminar muchas polaridades que son falsas, en afirmar que no hay cuestiones absolutas, que todo es cuestión de grados. La resiliencia también nos dice que nuestra verdad es parcial, ambigua, tentativa y abigarrada.
En definitiva, la resiliencia contribuye a combatir toda pretensión del pensamiento de llegar a ser pensamiento. La resiliencia nos previene contra toda pretensión de instaurar venenos peligrosos, como el que dice que no hay alternativas. Al contrario, la resiliencia estimula la pasión por lo que es posible. Nos reafirma que todo puede ser de otra manera, que todo cambio es posible.
Un proverbio budista zen dice que en la mente de los principiantes hay muchas posibilidades, mientras que en la mente del experto hay pocas. La resiliencia nos recuerda que la buena intervención se encuentra más cercana a la mente del principiante que a la del experto.
La resiliencia nos acerca a dos maneras de hacer frente a las incertidumbres, de construir el futuro, de mostrar que todo cambio puede llegar a ser: la primera es la capacidad de serendipidad o el don de la sagacidad accidental; la segunda, el principio heliotrópico o el poder de las expectativas positivas.

El arte de la serendipidad

Hay un cuento de origen persa que se titula Los tres príncipes de Serendip. A pesar de que existen distintas versiones, el núcleo de la historia es la misma: «El rey de Serendip (nombre árabe de la antigua Ceilán, la actual Sri Lanka) envía a sus tres hijos para que sean educados por los mejores sabios del momento y adquieran la experiencia vital y la sabiduría necesaria que les permita ser dignos de sucederle en el trono. Los tres prínceps viajan mezclados con la gente común, encontrándose con continuos problemas y dilemas. Alcanzan las expectativas y salen bien librados de toda situación con una gran capacidad de astuta sagacidad y una misma capacidad de meterse en líos, los cuales se desvanecen por el giro positivo inesperado de los acontecimientos.»
Este cuento es el origen de la palabra «serendipidad». En el ámbito científico hace referencia a los descubrimientos casuales o imprevistos. En otros ámbitos se utiliza la serendipidad como el don de la sagacidad accidental. Es la sabiduría de convertir en buena suerte un acontecimiento inesperado o adverso, un accidente o un contratiempo. Se trata de saber encontrar la respuesta a la pregunta: ¿Qué hay de bueno en todo esto?
El arte de la serendipidad, el arte de saber buscar los beneficios escondidos en las dificultades, es una manera resiliente de convivir con la incertidumbre y, por tanto, de construir o dar forma al futuro. Cualquier adversidad puede transformarse y posibilitar el resurgimiento de la persona herida si ella misma y el entorno saben crear las condiciones necesarias para que lo inesperado, o dicho de otra manera, la buena suerte, juegue de nuestro lado. Trabajar la resiliencia quiere decir estar atentos para saber activar los remedios insospechados contra las adversidades que están a nuestro alcance.

El efecto Pigmalión

Según la mitología griega, Pigmalión fue un rey de Chipre que destacó por ser un gobernante bueno y sabio. Además, era también un magnífico escultor. Durante mucho tiempo Pigmalión había buscado una esposa, cuya belleza correspondiera con su idea de la mujer perfecta. Decidió que no se casaría y dedicaría todo su tiempo y el amor que sentía dentro a la creación de las estatuas más bonitas. Así, esculpió la estatua de una joven a la que llamó Galatea. Tan perfecta y tan bonita era que se enamoró de ella perdidamente. Entonces pidió a Afrodita, la diosa del amor, que le diera vida. Afrodita accedió a sus ruegos y transformó la estatua en una mujer real.
Este mito ha dado lugar al efecto Pigmalión. Según este efecto, las expectativas que una persona o un grupo depositen en alguien afectan su conducta hasta provocar la confirmación de sus expectativas. Si un profesor cree que un alumno sacará buenas notas, éste las acaba obteniendo, pero no sólo porque tenga más capacidad o se esfuerce más, sino porque el maestro modifica su conducta, la evalúa de manera subjetiva, premiando excesivamente sus aciertos, o lo trata de manera preferente.
Las autoprofecías que se cumplen, para bien o para mal, las tenemos que tener muy presentes. Cuando un educador piensa que alguien es irrecuperable o lo estigmatiza como sujeto de riesgo, lo convierte verdaderamente en una persona irrecuperable porque interactúa de tal manera que todo lo que sucede reafirma su imposible recuperación. Se crea lo que se teme. El efecto también se denomina profecía autocumplida porque se verifica una profecía que se cumple a sí misma.
Una profecía que se autocumple es una suposición o una predicción que, por el simple hecho de haberse enunciado, empieza a hacer realidad lo supuesto, esperado o profetizado; y de esta manera se confirma su exactitud.
La resiliencia trasciende la tendencia reductora y estigmatizadora tanto del efecto Pigmalión como de las profecías que se autocumplen, porque nos muestra que nosotros somos más responsables de los resultados esperados y de nuestras acciones de lo que acostumbramos a creer. La resiliencia nos dice que el futuro se mueve como una marioneta colgada de unos hilos que a menudo penden de nuestros dedos.
A pesar de que no nos lo creemos, los seres humanos podemos construir y dar forma de manera deliberada a nuestras expectativas de mejora y resurgimiento, y volver a la vida después de sufrir una herida.
De la misma manera que estamos convencidos que somos el centro de círculos perniciosos a menudo alejados de nosotros mismos, la resiliencia nos proporciona la idea de que poseemos la capacidad de generar círculos expansivos virtuosos que nos permiten alcanzar lo que deseamos.
Esto quiere decir que la resiliencia reafirma la hipótesis heliotrópica. Igual que las plantas buscan los rayos del sol para crecer, esta hipótesis enuncia que los seres humanos exhiben una observable tendencia a desarrollarse en la dirección de las imágenes positivas del futuro que anticipan.
Las personas resilientes se han proporcionado un sentido, han alcanzado una explicación plausible, y han digerido el horror que han padecido. Pero para hacerlo posible necesitan creer que son artífices de su propio futuro, deben tener la esperanza de que volver a la vida es posible. En definitiva, necesitan creer que la construcción de su destino esperanzador está en sus manos porque nada está escrito para siempre.

NACIDOS PARA CAMBIAR

Según el discurso de la psicología modernista las «personas normales» son previsibles, honestas y sinceras. Este discurso también afirma que la esencia del ser humano es la racionalidad. Este yo racional, además, es ordenado y accesible. Las personas son coherentes, estables y congruentes a lo largo del tiempo. Como una huella digital o una marca de nacimiento, el temperamento acoge las características que siempre estarán presentes, con pequeñas variaciones, en la biografía de una persona. Todo individuo es percibido como una entidad aislada y maquinal y, por tanto, previsible.
La resiliencia nos reafirma en una mirada diferente del ser humano que se aleja de esta versión empobrecida de la psicología modernista. Según el enfoque resiliente no es cierto que el ser humano sea tan previsible y estable; más bien al contrario: es lo que se hace continuamente, lo que se construye. Se puede hablar mejor de un proyecto inacabado. Es más: las personas no pueden no cambiar. Hemos nacido para cambiar.
La resiliencia es transgresora porque también nos reafirma con la idea de que no hay nada que podamos denominar esencia humana. Se trata de un pensamiento no esencialista. Se hace difícil determinar cuál es la característica que nos define como humanos porque el ser humano es multidimensional, es complejo.

Un canto a la libertad

La resiliencia nos ha hecho descender de los cielos al recordarnos que hemos perdido la capacidad divina de predecir el futuro. Es cierto que no somos dioses, pero sí que hemos recuperado algo que nos asemeja aún a ellos: la libertad.
La resiliencia es un canto a la libertad humana con una cantinela muy particular: no hay fatalidad ni determinismos absolutos de ningún tipo. Como hemos visto reiteradamente, una herida se inscribe en nuestra historia, pero no determina un destino de infelicidad. La creencia en un destino infeliz después de padecer una adversidad es falsa, incluso estigmatizante. Nuestra historia no es un destino y el trauma no determina. Es un ejercicio de mala fe que pretende reducir un ser humano a su adversidad, a su incapacidad, a su crimen, a su criminalidad. La complejidad del ser humano no nos permite reducirlo alegremente a la parte más pequeña ni al fragmento más perverso de su pasado.
La resiliencia busca afirmar nuestra libertad para buscar rastros o huellas de vida y crecimiento incluso cuando nada va bien; trata de afirmar la libertad para el crecimiento después de cada fracaso, después de ca...

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