Gasolinera
En estos momentos, la construcción de la vida se halla mucho más bajo el dominio de hechos que de convicciones. Y ciertamente de una clase de hechos que casi nunca ni en lugar alguno han constituido la base de convicciones. En estas circunstancias, la verdadera actividad literaria no puede aspirar a desenvolverse en el marco literario: esta es más bien la expresión usual de su infructuosidad. La eficacia literaria significativa solo puede nacer del riguroso intercambio entre acción y escritura: ha de plasmar, en folletos, opúsculos, artículos periodísticos y carteles, las modestas formas que corresponden mejor a su influencia en comunidades activas que el pretencioso gesto universal del libro. Solo este lenguaje instantáneo se muestra activamente a la altura del momento. Las opiniones son al gigantesco aparato de la vida social lo que el aceite a las máquinas: nadie se sitúa delante de una turbina y la inunda de lubricante. Uno vierte un poco en roblones y juntas ocultos que se han de conocer.
Sala del desayuno
Una tradición popular desaconseja contar sueños por la mañana en ayunas. De hecho, en ese estado quien se ha despertado sigue todavía en el círculo mágico del sueño. Pues las abluciones no sacan a la luz más que la superficie del cuerpo y sus funciones motrices visibles, mientras que en los estratos más profundos, también durante la purificación matutina, la gris penumbra onírica persiste, es más, se consolida en la soledad de la primera hora de vigilia. Quien, sea por temor a las personas, sea por mor del recogimiento íntimo, rehúye el contacto con el día, no quiere comer y rechaza el desayuno. Evita así la ruptura entre mundo nocturno y diurno. Una precaución solo justificada por la combustión del sueño en un trabajo matutino concentrado cuando no en la oración, pero que de otro modo conduce a una confusión de los ritmos vitales. En esta situación el relato de sueños es infausto, pues la persona, aún a medias confabulada con el mundo onírico, lo traiciona en sus palabras y no puede por menos de esperar la venganza de este. En términos más modernos: se traiciona a sí mismo. Ha dejado atrás la protección de la ingenuidad onírica y queda desamparado al rozar, sin superioridad, sus visiones oníricas. Pues solamente desde la otra orilla, desde el pleno día, puede abordarse el sueño desde el superior recuerdo. Este más allá del sueño solo es alcanzable en una purificación análoga a las abluciones pero totalmente distinta de estas. Pasa por el estómago. Quien está en ayunas habla de los sueños como si hablara en sueños.
N.º 113
Las horas que contienen la forma
han transcurrido en la casa de los sueños.
Sótano
Hace tiempo que hemos olvidado el ritual según el cual se construyó la casa de nuestra vida. Pero cuando se la ha de tomar por asalto y ya caen las bombas enemigas, qué de antiguallas esmirriadas y extravagantes no ponen estas al descubierto entre los cimientos. Qué no se enterró y sacrificó, todo entre fórmulas de encantamiento, qué espantoso gabinete de rarezas allá abajo, donde a lo más cotidiano le están reservados los pozos más profundos. En una noche de desesperación me vi en sueños renovando calurosamente amistad y fraternidad con el primer camarada de mis años escolares, al que hace décadas que ya no veo y del que tampoco me había acordado casi nunca en todo ese tiempo. Pero al despertar lo vi claro: lo que la desesperación había sacado a la luz como una detonación era el cadáver de ese hombre allí emparedado y que debería hacer que quien alguna vez viva aquí no se le asemeje en nada.
Vestíbulo
Visita a la casa de Goethe. No recuerdo haber visto habitaciones en el sueño. Era una sucesión de corredores enlucidos como en una escuela. Dos visitantes inglesas ya mayores y un empleado son los comparsas del sueño. El empleado nos invita a registrarnos en el libro de entradas abierto sobre un pupitre junto a una ventana al final de un pasillo. Cuando me acerco, al ojearlo encuentro mi nombre ya anotado con letra infantil grande y desmañada.
Comedor
En sueños me vi en el gabinete de trabajo de Goethe. No se parecía en nada al de Weimar. Ante todo, era muy pequeño y solo tenía una ventana. A la pared de enfrente estaba adosada por su lado estrecho la escribanía. Sentado ante ella escribía el poeta a edad muy avanzada. Yo me hallaba a un lado, cuando él se interrumpió y me dio como obsequio un jarroncito, una vasija antigua. Lo hice girar entre las manos. En la habitación hacía un calor tremendo. Goethe se levantó y pasó conmigo a la estancia contigua, donde se había dispuesto una larga mesa para mis parientes. Pero parecía calculada para muchas más personas de las que estos contaban. Sin duda estaba también puesta para los ancestros. Tomé asiento junto a Goethe en el extremo derecho. Concluida la cena, él se levantó con dificultad, y con un gesto le pedí permiso para sostenerlo. Al tocarle el codo me eché a llorar de emoción.
Para hombres
Convencer es infructuoso.
Reloj regulador
Para los grandes las obras concluidas son menos importantes que aquellos fragmentos en los que el trabajo les lleva toda su vida. Pues solo al más débil, al más disperso, le produce una alegría incomparable la conclusión, y se siente con ello devuelto a la vida. Al genio cualquier cesura, los más duros golpes del destino, le sobrevienen como el dulce sueño en el celo de su taller. Y el círculo mágico de este él lo traza en el fragmento. «El genio es celo».
¡Vuelve! ¡Todo perdonado!
Como uno que hace molinos en la barra fija, así de chaval hace uno mismo girar la rueda de la fortuna de la que tarde o temprano sale el premio gordo. Pues únicamente lo que ya sabíamos o practicábamos a los quince constituye un día nuestra attrativa. Y por eso a una cosa nunca se puede poner remedio: no haber escapado a los padres de uno. A las cuarenta y ocho horas de intemperie, a esa edad se forma como en una solución alcalina el cristal de la felicidad de toda la vida.
Vivienda de diez habitaciones lujosamente amueblada
El estilo mobiliario de la segunda mitad del siglo xix únicamente lo ha descrito y analizado satisfactoriamente a la vez cierta clase de novelas policíacas en cuyo centro dinámico se halla el terror provocado por la casa. La disposición de los muebles es al mismo tiempo el plano de las trampas mortales, y la serie de habitaciones prescribe a la víctima el trayecto de su huida. Que precisamente esta clase de novela policíaca comience con Poe –es decir, en una época en la que apenas quedaban ya viviendas de ese tipo– no prueba nada en contra. Pues sin excepción los grandes escritores ejercen su arte combinatorio en un mundo que viene tras ellos, tal como las calles parisinas de los poemas de Baudelaire no existieron sino después de 1900, ni tampoco antes los personajes de Dostoievski. El interior burgués de los años sesenta a noventa, con sus gigantescos aparadores rebosantes de tallas de madera, los rincones sin sol donde se alza la palmera, el balcón parapetado por la balaustrada y los largos corredores con la cantarina llama de gas, solo al cadáver le resulta adecuado como morada. «En este sofá la tía solo puede ser asesinada.» La inánime opulencia del mobiliario únicamente se vuelve verdadera comodidad ante el cadáver. En las novelas policíacas, mucho más interesante que el Oriente paisajístico es ese opulento Oriente de sus interiores: la alfombra persa y la otomana, el candil y la noble daga caucasiana. Tras los pesados kelims arregazados, el dueño de la casa celebra sus orgías con los títulos bursátiles, puede sentirse un mercader oriental, un pachá embustero en el kanato del embuste, hasta que una hermosa tarde esa daga de vaina plateada sobre el diván ponga fin a su siesta y a él mismo. Este carácter de la vivienda burguesa que tiembla esperando al asesino anónimo como una vieja lasciva al galán lo captaron algunos autores a los que, en cuanto «escritores de novelas policíacas» –tal vez también porque en sus obras se plasma una parte del pandemónium burgués–, se les han negado los honores merecidos. De lo que aquí se trata lo pusieron de relieve Conan Doyle en obras aisladas y la escritora A. K. Green en una gran producción, y con El fantasma de la ópera, una de las grandes novelas sobre el siglo xix, Gaston Leroux contribuyó a la apoteosis de este género.
Productos chinos
En estos días nadie debe empeñarse en lo que «sabe hacer». La fuerza estriba en la improvisación. Todos los golpes decisivos se darán con la mano izquierda.
Un portón se abre al comienzo de un largo camino que conduce cuesta abajo a casa de..., a quien yo visitaba todas las tardes. Desde que ella se mudó, la abertura del arco del portón quedó ante mí como el pabellón de una oreja que ha perdido el oído.
No hay manera de que un niño en camisón de dormir salude a una visita que entra. Los presentes, desde su superior posición moral, intentan en vano persuadirle para que venza su mojigatería. Minutos después se presenta, esta vez en cueros, ante el visitante. Mientras tanto se había lavado.
La fuerza de la carretera es distinta si uno la recorre a pie o la sobrevuela en aeroplano. Así, también la fuerza de un texto es distinta si uno lo lee o lo transcribe. Quien vuela solo ve cómo la calzada se desliza por el paisaje, se devana ante sus ojos según las mismas leyes que el terreno circundante. Solo quien recorre la carretera a pie advierte el poder de esta y cómo jus...