La economía en evolución
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La economía en evolución

Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico

Jose Manuel Naredo

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La economía en evolución

Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico

Jose Manuel Naredo

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El libro fundamental de José Manuel Naredo, la voz más prestigiosa de la economía ecológica en este país. Una visión de la ciencia económica que trasciende la pura técnica de relaciones entre objetos a base de variables cuantitativas para abrirla a las decisiones humanas inspiradas en valores sociales y moldeadas por redes institucionales.

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Information

Year
2015
ISBN
9788432317743
Edition
1
1. LAS ENSEÑANZAS DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
En los últimos decenios se han producido elaboraciones notables en el campo de la filosofía y de la historia de la ciencia que han contribuido a modificar la idea misma que se tenía de ella y de los mecanismos que la configuran y modifican. Nuestra reflexión sobre la forma de concebir lo económico y la ciencia que se ocupa de ello no puede transcurrir al margen de tales elaboraciones, sobre todo cuando nos ofrecen un marco útil de referencia.
Pero no es el objeto del presente trabajo hacer síntesis divulgadoras de las aportaciones de la epistemología y la historia de la ciencia, que se pueden encontrar en textos específicos sobre el tema. En consecuencia, hemos reducido esta exposición general al mínimo que estimamos necesario para presentar nuestros enfoques a la luz de las racionalizaciones de la filosofía de la ciencia, manteniendo aquellas referencias que parten de las reflexiones concretas sobre la ciencia económica contenidas en los capítulos siguientes.
En la década de los sesenta, la epistemología vigente se vio sometida a una pujante crítica de historiadores de la ciencia que señalaban que la evolución de esta no se sujetaba a los moldes de racionalidad descritos por aquella. La obra de Th. S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas[1], ocupó un lugar central en este tipo de críticas que tuvieron cierto impacto entre los economistas. Al no aportar la ciencia económica respuestas convincentes a toda una serie de problemas de actualidad, no han faltado textos críticos que recordaran el hecho extraordinario, en comparación con las ciencias físicas, de que la visión que un economista tiene del mundo se ha mantenido en lo fundamental invariable desde finales del siglo XVIII, para postular a renglón seguido la necesidad de que se produzca al fin en el campo de la economía una ruptura copernicana que la oriente hacia esos problemas acuciantes dándoles un tratamiento satisfactorio[2]. Sin embargo, a pesar de su voluntad impugnadora, ha sido corriente que este tipo de discursos acabara aceptando, de forma más o menos implícita, aspectos fundamentales del sistema de pensamiento criticado, convergiendo con otra literatura menos disconforme que calificaba de revoluciones las inflexiones diversas producidas en la forma de pensar lo económico, hablando de revolución neoclásica, keynesiana, etc., y negando la premisa de invariabilidad antes postulada. Y es que el propio término revolución, tan bien ejemplificado por Kuhn en el estudio de casos concretos[3], no aparece acotado con precisión en el terreno de la lógica, siendo fuente de interpretaciones ambiguas.
En efecto, para Kuhn, una «revolución científica» tiene lugar en una rama del conocimiento, cuando se opera en ella un cambio de «paradigma». Ello, entendiendo por «paradigma» la constelación de creencias, valores y técnicas compartidas por una comunidad científica y de problemas y soluciones ejemplares que orientan la investigación sin explicitar las reglas a las que se atiene. Las imprecisiones que conlleva una tal definición enumerativa de «paradigma» –en la que conviven creencias, valores y experiencias científicas compartidas– son las que han dado pie a su utilización ambigua antes mencionada. Imprecisiones que afloran con fuerza en la crítica posterior y que el propio Kuhn apreció como «fuente de confusión que oscurecía las razones que impulsaron originariamente a introducir un término nuevo»[4]. Así, después de un periodo en el que el término «paradigma» se puso de moda, fue cayendo en desuso a medida que se trató de precisar su contenido, hasta el punto de que el propio Kuhn deja de utilizarlo en trabajos posteriores[5].
Pese a todas sus limitaciones, las críticas ejercidas por historiadores de la ciencia durante la década de los sesenta tuvieron la gran virtud de servir de revulsivo para los epistemólogos, al incitarles a buscar solución a los nuevos problemas que se plantearon. La década de los setenta dio así paso a una serie de elaboraciones orientadas a formalizar en el campo de la lógica los problemas sobre la estructura y la evolución de las teorías que suscitó la crítica histórica antes mencionada, arrojando alguna luz sobre ese reino nebuloso de los «paradigmas» y, por ende, de las «revoluciones científicas». Así, las acusaciones de «irracionalismo» que suscitaron inicialmente las interpretaciones kuhnianas de la historia de la ciencia acabaron abriendo paso a nuevas racionalizaciones que trascendían del razonamiento deductivo y de las concepciones enunciativas de la lógica corriente. Lo que parecía irracional desde el ángulo de los análisis lógicos usuales podía encontrar racionalidad en otro marco conceptual más apropiado. La elaboración de este marco ha sido la meta de autores como Stegmüller, cuyos desarrollos en el campo de la lógica se orientan hacia «una reconciliación entre los lógicos de la ciencia por un lado y los “rebeldes contra la filosofía de la ciencia” por otro»[6]. Aunque la polémica sobre la racionalidad de la ciencia continúa, se puede decir que ha dado ya frutos positivos en el sentido indicado de adecuar la noción misma de racionalidad desde la que debe analizarse[7].
La vehemencia de las polémicas desencadenadas en el campo de la filosofía de la ciencia durante la década de los sesenta ha desembocado así en una fase más constructiva. Imre Lakatos señaló con claridad la situación de partida de la polémica al indicar que
si la metodología de un historiador proporciona una reconstrucción racional pobre, este puede o bien hacer una mala lectura de la historia de modo que aquella coincida con su reconstrucción racional, o se encontrará con que la historia de la ciencia es enormemente irracional. El gran respeto de Popper por la ciencia le hizo elegir la primera opción, mientras que el irrespetuoso Feyerabend eligió la segunda[8].
Frente a esta opción inicial de recortar la historia de la ciencia a la medida de unos instrumentos de racionalización harto simplistas o de postular en caso contrario su irracionalismo, se están construyendo hoy líneas de racionalización más amplias de la estructura y la dinámica de las teorías científicas –como reza el título del libro de Stegmüller antes citado–, siendo esta tarea más el cometido de lógicos que de historiadores. El trabajo pionero de Sneed, The logical structure of mathematical physics (1971), abrió el camino hacia la reconstrucción en el terreno de la lógica de la interpretación kuhniana de la historia de la ciencia, mostrando que la antigua visión lineal y acumulativa de esta puede criticarse también sin incurrir en el pecado del relativismo. Al argumento utilizado por Kuhn y Feyerabend de que una teoría puede no resultar comparable con otra que le sucede por no ser los enunciados de la primera deductibles de los de la segunda, se le ha dado la vuelta para sugerir que el modo de pensar en relaciones de deductibilidad entre enunciados es un método totalmente inadecuado para comparar entre sí la teoría suplantadora y la suplantada»[9]. Se desarrolló así, con la ayuda del método axiomático, un marco conceptual capaz de registrar el entramado formal de las teorías trascendiendo de los planteamientos enunciativos de la lógica usual, que llevó a hablar de teoría de las teorías o metateoría. Más adelante precisaremos el interés y el alcance de estas elaboraciones con vistas a su aplicación en el caso que nos ocupa (véase infra, caps. 24.I y 27).
Recapitulemos por el momento algunos de los puntos que han quedado establecidos tras las polémicas mantenidas por los filósofos de la ciencia. Por una parte, se ha tomado conciencia de «que las elaboraciones de la ciencia deben considerarse como productos del metabolismo intelectual global de la sociedad y que, por ello mismo, el desarrollo a largo plazo de la ciencia depende de forma crítica de aquel de todos los dominios del co­nocimiento»[10]. Esto ha llevado a evitar confusionismos diferenciando con claridad entre las reglas del juego a las que debe sujetarse la ciencia, ya precisadas por la epistemología clásica, y lo que la ciencia es en realidad. Y ello no solo porque los científicos puedan violar consciente o inconscientemente tales reglas, sino sobre todo porque inevitablemente existen importantes áreas o dimensiones de las disciplinas científicas que permanecen al margen de ellas. Una regla a primera vista tan clara y evidente como la de que la teoría no puede contradecir a los hechos de la experiencia «se torna sutil a la hora de aplicarla, pues a menudo, o quizá siempre, cabe aferrarse a un fundamento teórico general a base de acomodarlo a los hechos mediante nuevos supuestos artificiales»[11]. O, también, la sutileza de esta regla se agrava porque disciplinas que son reputadas de científicas dan lugar a sistemas de pensamiento que crean sus propias evidencias empíricas, evitando que tales sistemas puedan verse refutados desde dentro, utilizando el aparato conceptual que les es propio. Este es uno de los problemas fundamentales que han sacado a la luz las críticas de los historiadores y que han retomado los lógicos de la ciencia. En un texto de madurez, Th. S. Kuhn hace hincapié sobre ello señalando que
al examinar la investigación llevada a cabo dentro de una tradición, bajo la dirección de lo que yo en otro tiempo llamaba un paradigma, he insistido repetidamente en que tal investigación depende, en parte, de la aceptación de elementos que no son impugnables desde dentro de la tradición y que solo pueden cambiarse por un tránsito a otra tradición […] Lakatos, creo, hace la misma observación cuando habla del «núcleo firme de los programas de investigación», aquella parte que ha de aceptarse absolutamente en orden a realizar la investigación y que solo puede impugnarse después de adoptar otros programas de investigación[12].
De ahí el interés que presentan las elaboraciones «metateóricas» que hoy tratan de formalizar esos núcleos que orientan los programas de investigación y de racionalizar las opciones existentes. Frente al empeño tan arrogante como infructuoso de construir una ciencia libre de influencias metacientíficas, ha madurado aquel otro más modesto y viable de someter a reflexión esas influencias tratando, en la medida de lo posible, de racionalizarlas. Visto el estrecho campo de aplicación que a raíz del teorema de Gödel se ofrece a los sistemas deductivos completos, el método axiomático se ha revelado un instrumento más útil para controlar, que para desterrar, los presupuestos intuitivos y valorativos que orientan las elaboraciones científicas y para advertir los límites que estas comportan (infra, cap. 24.I).
La noción usual de sistema económico y la versión cuantitativa corriente que de ella nos ofrecen las contabilidades nacionales aportan un ejemplo significativo de núcleo teórico firme que orienta la investigación de los economistas sin que pueda verse impugnado por ella. Esa noción de sistema económico crea su propio sistema de positividades que lo mantienen al resguardo de toda crítica. Su impugnación solo puede realizarse desde fuera, abandonando el aparato conceptual que le da forma, relativizando esa noción y entreviendo la posibilidad de formular otras nociones de sistema económico.
Los análisis que se desarrollan en los próximos capítulos tienen como nexo común la preocupación de desvelar las líneas maestras de esa noción de sistema que ha orientado implícitamente ...

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