Luna Benamor
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Luna Benamor

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Luna Benamor, una historia de amor imposible entre una joven judía sefardí y Luis Aguirre, cónsul español en la colonia de Gibraltar, es la apasionada historia que da título a una selección de relatos y bocetos que Blasco Ibáñez previamente había publicado en la prensa, y que reunidos en un solo libro constituyeron su carta de presentación en su periplo por Argentina, país al que viajó en 1907 en calidad de conferenciante. La obra, por su naturaleza miscelánea, no sólo permite reconocer algunas constantes características en el quehacer creativo y editorial del autor, de su gran visión empresarial y oportunista, sino que también revelan al lector una especie de antología donde persisten temas, registros y personajes que responden a una serie de preocupaciones que no fueron fruto de una momentánea casualidad, sino que fueron constantes a lo largo de toda la producción en la imaginación del novelista.

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Information

Estudio preliminar
En vísperas de su primer viaje a Argentina
En Blasco Ibáñez vida y literatura siempre anduvieron íntimamente unidas. En versos juveniles que dicen «Conquistar todo el orbe con mi espada, / ser fiero defensor del inocente», el futuro novelista ya dejaba patente su talante impulsivo y vigoroso. Tenía alma de conquistador y aspiraba a sentirse protagonista, ya fuese dominando las distancias o significándose como paladín de los desvalidos. Con tales expectativas, no resulta extraño que su biografía posea un empaque más novelesco que sus propias creaciones literarias. Su inaudito apasionamiento lo arrastró en mil empresas, en varias de las cuales expuso peligrosamente la vida, sin que los fracasos, que los hubo, lograran acallar su espíritu. Vicente Blasco Ibáñez, el político, el periodista y editor, pero también el colono improvisado y el entusiasta director cinematográfico, superó a sus criaturas de ficción, en el éxito y en el infortunio[1]. Según confesaba, la vida sería demasiado triste si no se pulsaban todas las teclas que podían otorgarle el mismo cromatismo que poseyeron sus descripciones ambientales[2].
Para el valenciano, la creación literaria era una necesidad que se avenía con un temperamento inconformista. Si en ocasiones le sirvió para denunciar la caduca realidad de la Restauración decimonónica, otras veces satisfacía su instinto relator. El que de niño había recorrido las tabernas de la huerta valenciana en busca de historias, impelido por la curiosidad, quería trasladar a un público muy amplio los resultados de sus observaciones, para, además, alcanzar una reputación (y también unos ingresos) que le proyectara más allá de cualquier frontera geográfica. Sus novelas y sus cuentos surgen, pues, como una respuesta inmediata y comprometida a diversos imperativos, hasta el punto de que su producción narrativa se desarrolla conforme a los altibajos biográficos del escritor. De ello da perfecto testimonio la génesis del libro Luna Benamor. El editor y socio del novelista, Francisco Sempere, lo publica en mayo de 1909, dos semanas después de que el propio Blasco se haya embarcado con rumbo a Argentina para impartir un ciclo de conferencias que le dejará suculentos beneficios[3], a la vez que aquel país americano terminará alimentando su fantasía aventurera.
José Luis León Roca define el nuevo título como producto «de oportunidad comercial. Luna Benamor es una historia antigua que nació poco antes de escribir La bodega. La acompañan seis cuentos, ya todos publicados, y cinco bocetos y apuntes dados a la publicidad en la prensa» (41990, p. 370). En efecto, los textos que ahora recopila Blasco en un ejemplar habían aparecido en la prensa. Así por ejemplo, «La rabia», «El sapo» y «Compasión» ya eran familiares a los lectores de Los lunes de El Imparcial; el relato «El lujo» figuraba en el número cuatro de La República de las Letras; mientras que la novela corta «Luna Benamor», que da título al conjunto, se estampó en Caras y caretas, en Buenos Aires, a principios de 1909 (Espinós Quero, 1998, p. 36). ¿Por qué entonces esta nueva edición? Para responder a esta pregunta, deberemos hacer un balance retrospectivo tanto de la experiencia personal como de su bagaje creativo en los años previos a su viaje americano.
Hasta entonces el escritor había publicado casi una veintena de títulos, contados a partir de Arroz y tartana, inicio de su época más popular: la de sus obras valencianas. Pero el cómputo se incrementaría si tomásemos en consideración sus escritos juveniles, ligados a un tardío Romanticismo histórico o planteados con un afán polemista (pensemos en La araña negra). En cualquier caso, Blasco ya había conseguido que su nombre fuese sobradamente conocido entre los lectores españoles, así como también por gentes que accedían a sus obras a través de numerosas traducciones. Merced a la popularidad alcanzada y a sus relaciones periodísticas y amistosas con determinados personajes argentinos, se desplazará al otro lado del Atlántico como embajador prestigioso de un país en que, sin embargo, ni sus aspiraciones privadas ni sus pretensiones políticas parecían hallar fácil acomodo.
Contemplada desde la distancia, la vida del novelista se describe como una ampliación progresiva de sus horizontes geográficos. Blasco había nacido en el seno de una familia que era dueña de un negocio de ultramarinos. Pero su ambición le condujo a liderar desde las páginas de El Pueblo o desde la tribuna pública a miles de valencianos que secundaban su ideario republicano. La prensa, la actividad política y la invención literaria eran facetas complementarias que le remontaron en varias ocasiones hasta un escaño en el Congreso. Cuando se acercaba a los cuarenta años, era un hombre casado, con cuatro hijos, y podía conformarse con la posición alcanzada. No obstante, varios acontecimientos de diversa índole se confabularon para alterar su cuaderno de bitácora, si es que estos términos se consideran compatibles con un espíritu que se dejaba seducir fácilmente por los retos imprevistos. Especialmente decisiva fue su violenta ruptura con Rodrigo Soriano, personaje que el propio escritor había introducido en los círculos republicanos de su ciudad y que en 1903 escribió en las páginas de El Pueblo un artículo en que cuestionaba la sinceridad ideológica del que había sido su mentor. En el seno del partido Fusión Republicana se produjo una total escisión, que desató los ánimos entre los seguidores de los respectivos líderes. Valencia quedó convertida entonces en un campo de batalla en que ambos rivales midieron sus fuerzas, aunque para ello se tuviese que recurrir a la violencia. Precisamente, en medio de esta atmósfera de evidente hostilidad, que llegaría a la sala del Congreso, en septiembre de 1905, a la salida de un mitin celebrado en el casino de Libreros, Blasco Ibáñez y su séquito fueron víctimas de un atentado al pasar frente a las puertas del Café Español. El novelista escapó milagrosamente de las balas, pero tal suceso acentuó su progresivo desencanto hacia la actividad política en primera línea. El mismo Joaquín Sorolla, amigo del escritor, le aconsejó que se replanteara su futuro público a raíz de lo sucedido:
Querido Vicente:
Estoy alarmadísimo por las cosas que ocurren en Valencia. Manda a paseo la política y cuida tu salud, que tan preciosa es para el Arte y tu familia.
Te felicito con toda el alma por haber salido con vida.
Estoy consternado, te abraza fraternalmente tu apasionado amigo.
Sorolla[4].
Algunos meses después, los consejos del famoso pintor tuvieron efecto. En 1906, Blasco se trasladó con su familia a Madrid. En marzo de ese mismo año renunció a su acta de diputado y, aunque en las siguientes elecciones de 1907 volvió a presentarse como candidato, no acudió a jurar el cargo que había obtenido por sexta vez. Los hechos acaecidos en su ciudad, así como la consiguiente pérdida de poder en las filas progresistas, jalonaron un proceso en el que involuntariamente tendría un papel destacado el propio Sorolla. En su taller madrileño, Blasco Ibáñez contempló el retrato de una mujer chilena, Elena Ortúzar, que, de inmediato, despertó su curiosidad. La atracción que sintió hacia la dama, a la que en el futuro se dirigiría como Chita, perturbó su relación conyugal. Su esposa María le había acompañado en sus momentos de mayor dificultad, pero con el tiempo quedaba transformada en una compañera que no podía ofrecerle expectativas similares a las que le ofrecía aquella Elena, también casada con un rico diplomático, pero más sensual y con una experiencia contrastada en la gran sociedad. La aventura sentimental iniciada alejó cada vez más al novelista de su familia y de Valencia. En 1907 su amada y él recorrieron diversas ciudades europeas hasta llegar a Constantinopla, viaje que inspiró sus crónicas periodísticas reunidas bajo el título de Oriente (1907). En este contexto, fructificó el proyecto de su periplo argentino como conferenciante. Tal empresa representó una doble oportunidad para él: por un lado, tuvo por delante la ocasión de pensar en su compleja existencia personal; por otro, pudo obtener unos beneficios económicos que le ayudarían a costear un tren de vida que se estaba haciendo más costoso[5].
La publicación de Luna Benamor vino a ser en esas fechas algo así como una carta de presentación en un país que le aclamaría como prestigiosa celebridad, al tiempo que mantuvo vivo el diálogo con sus lectores españoles. Blasco no contaba, sin embargo, con que el contacto directo con Argentina y sus rápidas incursiones en sus países vecinos colmaría su afición aventurera hasta el punto de querer convertirse en explotador agrícola de dos vastas colonias, lejanas entre sí: Cervantes y Nueva Valencia. Tras completar su ciclo de conferencias, el novelista regresó a Madrid para dedicarse casi en exclusiva a escribir la extensa obra enciclopédica Argentina y sus grandezas (1910). Con ella esperaba atraerse la atención de las autoridades de aquel país para sacar adelante sus empresas colonizadoras, las que con su habitual entusiasmo presumía que iban a enriquecerlo, pero que, por el contrario, lo tuvieron apartado durante cuatro años del oficio literario, hasta que la aventura se coronó con el fracaso.
Una obra miscelánea
En el conjunto de la producción narrativa de Blasco Ibáñez, Luna Benamor ocupa un lugar singular. De acuerdo con su fecha de publicación, a la que seguiría un paréntesis creativo de varios años, hasta que en 1914 apareció Los argonautas, el libro podría marcar el final de una etapa. Más concretamente, el contenido de la novela que da título al conjunto podría hacer presumir que Luna Benamor es el remate de esa serie de obras etiquetadas como «psicológicas» o de «análisis»[6]. Ello, sin embargo, no es completamente cierto. La misma naturaleza miscelánea de la obra dota a la compilación de un sabor extraño, a la vez que permite reconocer algunas constantes características en el quehacer creativo y editorial del autor. Esto es; Blasco Ibáñez puso de relieve en múltiples ocasiones su habilidad para convertir el texto literario en un producto de consumo. Es verdad que su talante impulsivo le llevaba a someterse a una disciplina extenuante a la hora de perfilar cualquier historia. Confiado en su temperamento, se dedicaba a una actividad intensa para terminar en dos o tres meses una novela. Ahora bien, rematada su invención, Blasco se preocupaba también de todos los aspectos relativos a la edición de una obra. Consideraba los elementos tipográficos o llegaba a esbozar la ilustración que iba a figurar como reclamo en su portada (Bell­veser, 1998, p. 32). En su ánimo se entrelazaba un doble objetivo: por una parte, el de suscitar el interés de un amplio sector de público, al que pretendía entretener –y en ocasiones ilustrar (Sales Dasí, 2011)–; mientras que, por otra parte, esperaba ofrecer un objeto atractivo que fuese comercialmente rentable. Blasco pensaba, a un mismo tiempo, como artista, editor, impresor y librero[7]. De ahí que quisiera controlar los distintos eslabones de producción e incluso mostrase una excepcional avidez para encontrar nuevos mercados para sus títulos. Su visión empresarial alcanza tan grandes vuelos que la correspondencia con sus socios editores en Valencia adquiere a veces un tono imperativo cada vez que siente contrariadas sus expectativas[8].
En esta tesitura, resulta lógico que el escritor estuviese muy atento al criterio de la oportunidad. Es por eso por lo que jamás renunció a sacar el máximo partido de todos sus escritos. Así será posible encontrarnos con crónicas –de viajes o con clara intencionalidad política– que aparecen primero en la prensa periódica para ser ensambladas más tarde en un ejemplar: pongamos como ejemplo su obra viajera Oriente, cuyos capítulos aparecieron previamente en las páginas de El Liberal, de Madrid, La Nación, de Buenos Aires, y El Imparcial, de México; o también el libro El militarismo mejicano (1920), integrado por las impresiones sobre el movimiento revolucionario en México que el escritor redactó para varios periódicos estadounidenses de la cadena Hearst. Una estrategia similar se observa en la difusión de sus cuentos y relatos breves. La mayoría de ellos vieron la luz en la prensa, pero luego el novelista no solo los recopiló en una edición, sino que esa misma edición podía ser sucesivamente ampliada con nuevas historias, llegando a variar el mismo título de la obra según donde fueran publicados. A este respecto bastará recordar las diferencias existentes entre la primera edición de sus Cuentos valencianos (Imprenta M. Alufre, 1896) y la segunda, que bajo el título A la sombra de la higuera (Cuentos valencianos) lanzó al mercado el editor barcelonés Antonio López; así como también difiere la composición de La condenada (1900), la mayoría de cuyos relatos figuraron previamente en el libro Cuentos grises (1899).
Estos datos corroboran el empeño del escritor por explotar comercialmente sus invenciones. Pero, paralelamente, se observa un aprovechamiento paralelo de los materiales que el novelista recogió inicialmente de acuerdo con las exigencias realistas y zolescas, aquello que se reconocía como el «documento humano». En múltiples ocasiones los viajes blasquianos tuvieron como objetivo el estudio de ambientes que precedería a la posterior tarea creativa. Pues bien, los resultados de tales observaciones igual figuraron en crónicas viajeras, como se iban a plasmar de forma muy similar en cuentos y novelas. Determinadas descripciones de la ciudad de Milán, recogidas en el volumen En el país del arte (Tres meses en Italia) (1895), reaparecen casi literalmente en las páginas de Entre naranjos (1900), mientras que la familiaridad existente entre la novela Luna Benamor y los artículos sobre su viaje a Gibraltar en 1904, publicados bajo el título «Recuerdos de viaje» en El Pueblo[9], es incontestable. Si a tales evidencias se les añade el recurso frecuente de Blasco Ibáñez a diversos motivos que estaban latentes en su memoria, los cuentos, «bocetos y apuntes» que forman parte de Luna Benamor no pueden ser únicamente catalogados en relación a su etapa «de análisis». Más bien, se presentan al lector como una especie de antología donde persisten temas, registros y personajes fácilmente equiparables con otros escritos de etapas anteriores. En su variedad argumental, se identifican no obstante por responder a una serie de preocupaciones que no fueron fruto de una momentánea casualidad, sino que persistían en la imaginación del novelista.
En la novela Luna Benamor, por ejemplo, destaca especialmente el papel que se les otorga a las diferencias religiosas, responsables últimas del fracaso sentimental de la pareja protagonista. A la vez, junto a ese determinismo religioso, merecen resaltarse las consideraciones del escritor sobre el pueblo hebreo. No era esta la primera ocasión en que Blasco...

Table of contents

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Contra
  4. Legal
  5. Estudio preliminar
  6. Bibliografía citada
  7. Nota previa
  8. Luna Benamor (novela)
  9. I
  10. II
  11. III
  12. IV
  13. V
  14. Cuentos
  15. Un hallazgo
  16. El último león
  17. El lujo
  18. La rabia
  19. El sapo
  20. Compasión
  21. Bocetos y apuntes
  22. El amor y la muerte
  23. La vejez
  24. La madre Tierra
  25. Rosas y ruiseñores
  26. La Casa del Labrador
  27. Publicidad