III. ¿Cómo nos orientamos hacia una salida?
En las páginas anteriores hemos podido ver los efectos irreversibles que la lógica que se esconde detrás del capitalismo tiene sobre la naturaleza y el agotamiento y destrucción de los recursos naturales. Esta lógica, basada en un concepto de riqueza y de bienestar ajeno a todo lo que no sea acumular beneficios, no tiene como prioridad la satisfacción de las necesidades vitales de la mayoría de la población, genera violencia e inseguridad, dificulta las relaciones comunitarias, amenaza la esencia de la condición humana y provoca la quiebra del sistema de cuidados que posibilita la reproducción social.
El crecimiento económico e incremento del PIB avanzan a la par que el aumento de la extracción y los residuos, y tratar de desacoplarlos mediante la ecoeficiencia no solamente no funciona, sino que causa, en muchas ocasiones, un efecto rebote consistente en un incremento del consumo total como consecuencia del abaratamiento para el bolsillo y la conciencia del consumo más eficiente. Se ha visto también que las tecnologías «salvadoras» no sólo no han disminuido la presión sobre la naturaleza sino que la están aumentando.
La imposibilidad del crecimiento desbocado en un planeta con límites físicos deja como única opción una reducción radical de la extracción de energía y materiales, así como la fuerte restricción en la generación de residuos, y esto hasta ajustarse a los límites de la biosfera.
Reducir el tamaño de la esfera material de la economía no es una opción. El agotamiento del petróleo y de los minerales, el cambio climático y los desórdenes en los ciclos naturales van a obligar a ello. La humanidad va a tener que adaptarse en cualquier caso a vivir extrayendo menos de la Tierra y generando menos residuos. Esta adaptación puede producirse por la vía de la pelea feroz por el uso de los recursos decrecientes o mediante un proceso de reajuste decidido y anticipado con criterios de equidad.
El gran reto de la apuesta por la sostenibilidad es que aprendamos a producir valor y felicidad reduciendo progresivamente la utilización de materia y energía. Se trata de buscar nuevas formas de socialización, de organización social y económica que permitan librarse de un modelo de desarrollo que antepone la obtención de beneficios monetarios al mantenimiento de la vida.
Una saludable reducción de las extracciones de la biosfera obliga a plantear un radical cambio de dirección. Descolonizar el imaginario colectivo y cambiar la mirada sobre la realidad, promover una cultura de la suficiencia y la autocontención, cambiar los patrones de consumo, reducir drásticamente la extracción de materiales y el consumo de energía, apostar por la organización local y las redes de intercambio de proximidad, restaurar una buena parte de la agricultura campesina, disminuir el transporte y la velocidad y aprender de los trabajos que históricamente han realizado las mujeres. Estas son algunas de las líneas directrices del cambio de la sociedad del crecimiento a una vida humana digna que se reconozca como parte de la biosfera.
En este camino hacia la sostenibilidad, imitar en algunos aspectos a la biosfera puede proporcionarnos una hoja de ruta a seguir. La naturaleza nos proporciona el modelo para una economía sostenible y de alta productividad. Como dice Jorge Riechmann en su libro Biomímesis, la economía de la naturaleza es «cíclica, totalmente renovable y autorreproductiva, sin residuos, y cuya fuente de energía es inagotable en términos humanos: la energía solar en sus diversas manifestaciones (que incluye, por ejemplo, el viento y las olas). En esta economía cíclica natural cada residuo de un proceso se convierte en la materia prima de otro: los ciclos se cierran».
Para poder construir una sociedad no basada en la acumulación y en la obtención de beneficios monetarios, hay que situar la conservación de la biosfera y el respeto de los grandes equilibrios ecológicos como principios rectores que moldeen todo el sistema productivo y social. En última instancia, nuestros modelos de economía y sociedad tienen que volver a respetar la capacidad de carga de la tierra y reconocerse como lo que son: subsistemas dependientes de la biosfera.
¿Qué es la sostenibilidad?
La noción de sostenibilidad hace referencia al menos a tres dimensiones diferentes: la ecológica, la social y la económica. Se trata de la reproducción y producción de las sociedades humanas en su contexto biosférico. En el plano ecológico parece evidente considerar la inviabilidad de la vida humana y de las sociedades durante mucho tiempo si estas se desarrollan en contradicción con los límites y procesos que las sostienen. Somos seres ecodependientes y como tales vivimos y somos en la naturaleza.
En la dimensión social, la sostenibilidad se relaciona con la capacidad de satisfacer las necesidades humanas de forma justa y con la condición de interdependencia que caracteriza a los seres humanos. La supervivencia del ser humano en soledad es físicamente imposible a lo largo de toda su existencia, pero sobre todo en algunos momentos del ciclo vital las personas dependemos de los cuidados que otros nos dan para tener vidas dignas. Como le gustaba decir a Ramón Fernández Durán, somos interdependientes y ecodependientes.
Desde el punto de vista económico, existen bienes, procesos y trabajos que son los que permiten satisfacer las necesidades de las personas. Sin embargo estas tres patas no son iguales, sino que se asemejan a esas muñecas rusas que encajan unas dentro de otras. Tenemos un gran sistema, el entorno en el que habitamos –ese «sistema de sistemas» que es la biosfera–, que contiene al subsistema social de los seres humanos; y uno de los elementos encajados en ese subsistema humano es su sistema económico.
Así, la naturaleza es el gran continente donde se insertan los sistemas sociales y económicos. Si la naturaleza tiene límites físicos –y esto es indudable– ninguno de los otros sistemas puede aspirar a crecer de forma ilimitada durante mucho tiempo. Los actuales modelos, que son impulsados por un capitalismo voraz preso en una ciega dinámica de acumulación, destruyen en lo social, porque son ajenos a las condiciones básicas de vida y bienestar; y también en lo ecológico, pues crecen como un tumor a costa del entorno. Continuar con esta dinámica supondría, literalmente, un suicidio.
Avanzar hacia la sostenibilidad implica acometer profundas transformaciones en las tres dimensiones a las que nos hemos referido. La propia naturaleza y su funcionamiento se perfilan como una buena guía para reorganizar los sistemas humanos. El concepto de «biomímesis» –la imitación de algunos aspectos del funcionamiento de la naturaleza– proporciona pautas para emprender ese proceso de tránsito hacia economías y sociedades compatibles con la vida. La apuesta por la biomímesis como guía hacia la sostenibilidad no se basa en un principio normativo que, por ejemplo, coloque a los sistemas naturales como superiores, sino en un principio práctico. Si la naturaleza ha demostrado ser capaz de perdurar y evolucionar hacia grados crecientes de complejidad durante millones de años, ¿no es sensato aprender de quien tiene éxito en su supervivencia y en su capacidad de evolucionar? A largo plazo, los sistemas humanos que contraríen las dinámicas básicas de funcionamiento de la biosfera están condenados. Tenemos que ser capaces de encajar bien dentro de esta, y las sociedades industriales que se desarrollaron en los últimos dos siglos no lo hacen.
De este modo, a través de la observación de los ecosistemas, podemos extraer algunos de los principios que guiarían una práctica sostenible. En cada uno de los principios hemos señalado tres tipos de ejemplos que lo ilustran. Uno tendría una escala micro (personal o comunitaria), otro meso (provincial o estatal) y el último macro (internacional).
1. Promover el principio de suficiencia para acoplar el uso de recursos a los disponibles.
Este criterio está íntimamente relacionado con los conceptos de límite y justicia, con entender que vivimos en un planeta de recursos limitados y, por lo tanto, nuestra actividad tiene que acogerse a ese marco.
En la naturaleza ningún ecosistema crece por encima de los recursos que tiene disponibles, siempre hay mecanismos de autolimitación. Por ejemplo, la lombriz roja (la que se usa en el vermicompostaje) es hermafrodita, de manera que cuando tiene muchos recursos disponibles se reproduce; pero cuando llega a los límites de los mismos fija su población haciendo que todos los individuos tengan el mismo sexo.
El actual modelo económico promueve el sobreconsumo de bienes y servicios que sólo son accesibles para una pequeña parte de la humanidad. En los países del Norte, por ejemplo, se posee una media de 10.000 objetos frente a los 236 de la población navaja. Hemos creado un «mundo lleno», un mundo saturado de cosas, ya sean coches, pantallas, centros comerciales o urbanizaciones, creando un masivo problema de escala ante el cual sólo cabe una cultura de suficiencia o de autocontención.
Frenar el modelo de crecimiento económico insostenible se hace imprescindible. Un cambio de paradigma que lleve a repensar las necesidades básicas y la forma de satisfacerlas debería ser tema prioritario para la sociedad civil y los gobiernos. Ello supone una reducción de la esfera material de la economía, de lo superfluo, de lo ostentoso, de lo efímero, a través de una apuesta por la disminución de los despilfarradores consumos de materiales y energía, así como la minimización de residuos. Precisamos una cultura de la suficiencia que conlleve una importante reducción de los bienes materiales en los países ya sobredesarrollados, que apueste por el incremento de los bienes relacionales basados en la articulación comunitaria y posibilite un modelo de vida más austero (sobre todo en aquellas regiones que han crecido a costa de limitar las opciones de otras).
Y si hablamos de límites, el reparto de la riqueza se convierte en un asunto nodal. En un planeta con recursos limitados que, además, están parcialmente degradados y son decrecientes, la única posibilidad de justicia es la distribución radical de la riqueza. En este sentido es urgente abordar debates prohibidos como es el de la propiedad. No tanto el de la propiedad ligada al uso, sino sobre todo el de la propiedad ligada a la acumulación.
La simplicidad voluntaria es una deseable actitud pero debemos tener instrumentos políticos que aseguren el acceso de todos y todas a los mínimos de vida digna.
Analizar el metabolismo económico en su conjunto e integrarlo dentro de los límites de funcionamiento de la biosfera supone un cambio profundo que implica una acción desde lo local a lo global, colectiva, social y política. Supone cambios en la forma de producir, distribuir, cuidar, consumir, divertirse, alimentarse o transportarse fundamentalmente en los países más depredadores y entre las poblaciones más enriquecidas. Es decir, un...