El derrumbe del Palacio de Cristal
eBook - ePub

El derrumbe del Palacio de Cristal

  1. 80 pages
  2. English
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

El derrumbe del Palacio de Cristal

About this book

El virus nos ha pillado a todos con el pie cambiado. Confinados en medio de la incertidumbre, se va imponiendo la cuestión de hacia dónde nos puede llevar esta crisis, una pregunta a la que urge que busquemos respuestas, puesto que, bajo la premisa del miedo, lo que podría ser un contexto ideal para transformar las cosas puede derivar fácilmente hacia una sociedad autoritaria y controladora.Al hilo de la anterior, en el presente libro Ricardo Forster trata de explicar las contradicciones y fallas del orden neoliberal que la crisis está poniendo en evidencia más que nunca; señalar los peligros y apuntar caminos a seguir; en suma, pensar en futuro para no quedarnos inmóviles en el presente. Un completo repaso a las vergüenzas del sistema que la pandemia ha puesto al descubierto (para los que aún no las conocían) y una sólida y argumentada batería de propuestas que, de lo político a lo económico, sin olvidar la cultura, constituyen una excelente guía para orientarnos en la única certeza que ahora tenemos: el turbio panorama que nos espera. Nunca las circunstancias habían sido tan favorables para el cambio, nunca tan peligrosas.

Frequently asked questions

Yes, you can cancel anytime from the Subscription tab in your account settings on the Perlego website. Your subscription will stay active until the end of your current billing period. Learn how to cancel your subscription.
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
Perlego offers two plans: Essential and Complete
  • Essential is ideal for learners and professionals who enjoy exploring a wide range of subjects. Access the Essential Library with 800,000+ trusted titles and best-sellers across business, personal growth, and the humanities. Includes unlimited reading time and Standard Read Aloud voice.
  • Complete: Perfect for advanced learners and researchers needing full, unrestricted access. Unlock 1.4M+ books across hundreds of subjects, including academic and specialized titles. The Complete Plan also includes advanced features like Premium Read Aloud and Research Assistant.
Both plans are available with monthly, semester, or annual billing cycles.
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Yes! You can use the Perlego app on both iOS or Android devices to read anytime, anywhere — even offline. Perfect for commutes or when you’re on the go.
Please note we cannot support devices running on iOS 13 and Android 7 or earlier. Learn more about using the app.
Yes, you can access El derrumbe del Palacio de Cristal by Ricardo Forster in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Historia & Historia social. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.

Information

Year
2020
eBook ISBN
9789878367057
Alain de Benoist o el retorno de los dioses dormidos de la «nueva» derecha francesa como alternativa a la crisis del neoliberalismo
Sigo indagando las señales que vienen de un afuera perturbador e incitante. La búsqueda tiene algo de frenética, de insaciable, como si acompañase un tiempo distendido e interminable que no tiene ningún apuro en cerrar las preguntas con respuestas acabadas. Lejos de las certezas, me inclino por seguir el camino de mis inquietudes. Recuerdo que muchos años atrás, en la segunda mitad de la década de 1980, Nicolás Casullo me habló de la «nueva» derecha francesa, una derecha sofisticada que medraba de la crisis de una modernidad liberal agotada y que intentaba darle más coherencia y complejidad a una derecha nacionalista que seguía oliendo a naftalina. Era una derecha que no se ofendía cuando le recordaban sus herencias intelectuales y políticas, cuando la referenciaban en la acción francesa y en Charles Mourras, pero que también se sentía plenamente a gusto en la estela dejada por una cierta interpretación de Nietzsche y que supo leer con sagacidad las corrientes críticas de la Ilustración y del marxismo. Una derecha que atravesó los años sesenta y que entendió algunas cosas sin las cuales le resultaría imposible aspirar al poder. Uno de los intelectuales que desplegó una escritura atravesada por esas herencias y esa complejidad narrativa fue Alain de Benoist. De él me habló largamente Casullo y lo hizo para señalar su peligrosidad, que se afincaba, según él, en su refinamiento intelectual y en el poder seductor de algunas de sus ideas, poder que nacía de su fervorosa e inteligente crítica de un capitalismo agotado y de una democracia despellejada e incapaz de despertar ninguna pasión en el pueblo francés y en ningún pueblo con memoria de un pasado cargado de intensidad. Mientras Nicolás me leía sus reflexiones sobre la extrema derecha contemporánea, a mí me volvían imágenes de otras lecturas que me trasladaban a los debates filosóficos y políticos del mundo intelectual de la Europa central de entreguerras, ese ámbito donde las corrientes neorrománticas se desplegaron tanto hacia la derecha como hacia la izquierda. De Benoist ha sido y sigue siendo un cabal heredero de esas polémicas antiilustradas y antiburguesas que afiebraron las mentes brillantes de quienes vivieron en una época grávida de experimentaciones revolucionarias y reaccionarias. Un cóctel extraordinario con el que muchos se emborracharon. En la fluidez de lecturas diversas que acompañan las horas de la cuarentena me encontré, otra vez y cuando ya lo había olvidado, con Alain de Benoist. No con aquel de los años 70 y 80 leído atentamente por Casullo, sino con el que todavía sigue escribiendo desde su lugar en esa derecha antiliberal que odia, con la misma pasión, al viejo socialismo como al liberalismo desvaído de Macron. Y lo hallé siguiendo ociosamente algunas lecturas de una revista online llamada Nomos –con resonancias que me llevaban directamente a Carl Schmitt y a ese mundo cultural de las derechas nacionalistas que siempre encontraron un lugar en cierto peronismo y que abrevaron de las aguas filosóficas neorrománticas y existencialistas–; y ahí estaba un texto que venía a responder algunas preguntas que alguien le formuló al intelectual francés que, en los perturbadores años 1980 en los que tantas certezas se derrumbaron mientras se expandía la ola neoliberal, había interesado a Nicolás Casullo.
Leo, entonces, la entrevista a Alain de Benoist. Recupero en un instante a este pensador de la extrema derecha francesa y uno de esos publicistas que desde hace varias décadas viene alimentando una crítica del liberalismo que ha sabido apropiarse de argumentos provenientes del nietzscheanismo, de la corriente del conservadurismo revolucionario de la República de Weimar –así la llamó, bajo la forma contradictoria del oxímoron, Thomas Mann en sus Consideraciones de un apolítico–, siendo para De Benoist pensadores decisivos en su visión del mundo Oswald Spengler, Moeller van den Bruck y Carl Schmitt –sobre todo éste último–, el existencialismo sartreano, ciertas lecturas idiosincrásicas del marxismo y de lo que genéricamente se ha denominado los estudios culturales en la academia anglosajona para tomar de ellos argumentos antagónicos cuando fue importante construir una crítica culturalista de los nuevos migrantes magrebíes y subsaharianos que aculturalizaban a la Francia esencial –aunque, como es obvio, esa apropiación se dirigió hacia la cuestión de la etnicidad, los inmigrantes, el estado de excepción schmittiano y su crítica de la neutralización liberal, el neocomunitarismo y el relativismo cultural, además de alinearse en la tradición de un conservadurismo antagónico a la Revolución francesa, a la moral republicana, al cientificismo y, obviamente, al liberalismo individualista–. Intempestivamente se apropió del término populismo para evidenciar que su horizonte político iba más allá de las categorías tradicionales de derecha e izquierda; término que a su vez le permitió construir el maridaje entre una crítica aristocratizante de la cultura moderna y un rechazo contundente al liberalismo y al socialismo, al tiempo que reivindicaba la tradición del «pueblo», en especial de ese mundo campesino que le permitía hacer el elogio de la comunidad de valores y de lazos solidarios contrapuesta al individualismo egoísta de la sociedad burguesa.
Lo cierto es que una de las apropiaciones políticas de la crisis del Estado neoliberal es la que viene peligrosamente de la extrema derecha. Ahí se ofrece una salida que se muestra capaz de seducir al individuo atemorizado, cargado de incertidumbres por un presente que amenaza con destrozar el futuro y que lo ha dejado solo ante un mundo indescifrable. La pandemia tiene la peculiaridad de tocar fibras sensibles y atávicas de una humanidad desconcertada que siente que su centro se ha perdido, que ya no hay un rumbo hacia un lugar seguro y confortable. Aunque nunca la haya experimentado, al menos las generaciones emergentes del 68, la nostalgia por la comunidad perdida –sobre todo de vieja raigambre campesina– se convirtió en un doloroso recordatorio de un presente social precario y «contaminado» de modos de vida ajenos a la francesidad. La normalidad de la que supuestamente venía se ha transformado, de la noche a la mañana y como si fuese una mala pesadilla, en un páramo en el que nada tiene sentido. Su cotidianidad, sus certezas y el sentido de sus acciones se han confundido al punto de volvérsele indiscernibles y monstruosas. Está solo. Necesita volver a creer. Intuye que el orden de las cosas se ha quebrado, que algo funciona mal en un sistema que lo dejó desamparado ante sus miedos. Busca, casi con desesperación, aferrarse a algo sólido. El carrusel del shopping center ya no le ofrece ese narcótico que le permitía seguir la rueda de una vida insulsa pero sin riesgos ni miedos. La crudeza de una sociedad dominada por las finanzas indiscernibles y plutocráticas que un día lo deja solo ante el terror de la peste. De la cuarentena no sólo se puede salir mejor, más crítico y más solidario, imaginando un mundo reparado; también se puede salir mucho peor: egoísta ante el más débil, cargado de resentimiento contra el otro (migrante, extranjero, pobre, negro, mujer o quien sea que no represente su ideal de hombre o mujer blanco, occidental y patriarcal) y deseoso de ser parte de una genuina comunidad que represente origen y valores, sangre y pertenencia, comunidad y destino, aunque todo eso no sea más que una vana ilusión o una oscura quimera reaccionaria. Es ahí, en el interior de esos miedos, donde abreva la derecha neofascista que tiene sus intelectuales sofisticados, lectores de las filosofías contemporáneas y capaces de elaborar una sólida crítica de la modernidad liberal y burguesa mostrando su descomposición y su incapacidad de proteger a los miembros de la comunidad de la disolución moral y del pillaje que viene de fuera.
Refundar la comunidad nacional recuperando una ficción de unidad y solidaridad que jamás existió, pero que se ofrece como un analgésico reparador. Haríamos muy mal en subestimar la fuerza cautivadora del resentimiento en quien se siente desamparado, sin amarras en medio de una pandemia que refuerza la interpelación que se dirige directamente hacia los miedos más recónditos de una humanidad carente de brújula para orientarse en la noche más oscura. La extrema derecha sabe atusar el odio y el terror, el resentimiento y la busca del sentido de arraigo y pertenencia en un mundo de la pérdida y el desarraigo. Entre los mitos y los símbolos antiguos que vuelven a ser esgrimidos, preexistentes a su condición de individuos de una sociedad cada vez más fragmentada y oscuro motivo guardado vagamente en la memoria de un pasado idílico perdido, el hombre y la mujer contemporáneos se vuelven materia inflamable para llevar adelante la contrarrevolución de los resentidos que creen pertenecer a una raza de elegidos simplemente por haber nacido en suelo francés, español, alemán o cualquier otro que refuerce el atavismo y la etnicidad cultural. Un Nietzsche leído de modo caprichoso e invertido que hace del pueblo la masa arcaica que guarda la promesa de la comunidad recuperada.
Pero volvamos a nuestro filósofo, que, para llegar a ese entusiasmo redentor de la nacionalidad, primero tiene que pasar por una crítica radical de la modernidad liberal y burguesa, ilustrada y cientificista, secular y racionalista, democrática e igualitarista. Allí donde el neoliberalismo cooptó a la democracia vaciándola de su contenido social y participativo para convertirla en un armazón funcional a sus necesidades, la extrema derecha viene a declarar que se trata de ir hacia un orden que abandone un sistema político inútil y perjudicial para los intereses de la nación y de su pueblo. Nadie, todavía, deja de hablar de democracia, ya que ese concepto sigue habitando el imaginario de la sociedad. Lo que hacen es redefinirla, saquearle sus connotaciones sociales y emancipatorias para dejarla como un nombre que ya no representa otra cosa que una formalidad, al mismo tiempo que fortifican una profunda regresión autoritaria. Una parte del poder económico se siente atraída por ese modelo cada vez más jerárquico y controlador de la vida y las acciones de los miembros de la sociedad. Las extremas derechas, en especial sus actores más sofisticados en el plano de las ideas, se muestran como las depositarias de una crítica demoledora hacia un sistema económico, social y político que multiplicó las penurias de una ciudadanía extrañada de sus valores y de sus orígenes en nombre de una abstracción republicana e igualitarista en términos de derechos. Pero también se hacen cargo de denunciar la precaria situación económica en la que viven esos exponentes de la verdadera nacionalidad. De ahí que su interpelación contenga una explosiva alquimia que incluye elementos extraídos de diversas tradiciones políticas y filosóficas.
Cito a De Benoist en una rápida descripción de lo que está sucediendo, la cual, de no haber mediado su nombre, el lector hubiera podido confundir perfectamente con una crítica por izquierda de lo que ha generado la globalización:
Sucediendo al antiguo capitalismo industrial, que todavía tenía algunos anclajes nacionales, un nuevo capitalismo cada vez más desconectado de la economía real, enteramente desterritorializado y operando en tiempo cero, tuvo su desarrollo demandando a los Estados, de aquí en adelante prisioneros de los mercados financieros, que adoptasen una «buena gobernanza» susceptible de servir a sus intereses. Las privatizaciones se multiplicaron, las relocalizaciones y los contratos de subcontratación internacional también, acarreando desindustrialización, baja de salarios y alza del desempleo. Se hizo uso y abuso del viejo principio ricardiano de la división internacional del trabajo, lo que resultó en la competencia, bajo condiciones de dumping, entre los trabajadores de los países occidentales y los de los confines del mundo. La clase media de los países occidentales empezó a declinar, mientras que las clases populares se engrosaban con un creciente número de vulnerables y precarizados. Los servicios públicos fueron sacrificados en el altar de los grandes principios presupuestarios de la ortodoxia liberal. El libre cambio se convirtió más que nunca en un dogma y el proteccionismo en algo repelente. Cuando eso no anduvo más, en lugar de retroceder, ¡se optó por pisar a fondo el acelerador!
Más claro imposible y, sin embargo, sabemos de quién viene esa crítica y hacia dónde está dirigida. Un oscuro déjà vu nos retrotrae a la Europa de finales de los años 20, en la que el liberalismo era descuartizado por izquierda y por derecha[1]. De la Revolución rusa a la marcha sobre Roma y al incendio del Reichstag, se trataba de la época del Estado, de las masas y de la excepcionalidad, pero era expresión, a su vez, de una profunda y aparentemente terminal crisis de un modo de ser del capitalismo que ya no podía sostenerse de cara a su imprescindible legitimación social. Alain de Benoist sabe que no estamos en la primera posguerra ni atravesando la crisis del 29, del mismo modo que también sabe que no hay peligro revolucionario a la vista. Él lo que ve es la descomposición acelerada de la economía-mundo forjada a lo largo de los últimos cuarenta años y que, en su perspectiva político-filosófica, se inscribe en la continuidad del viejo liberalismo y de aquella categoría schmittiana de la «neutralización de la política»; categoría asociada con la administración racional de la cosa pública entramada con la ciencia moderna y la financiarización de la economía, que acabaron por convertirse en modelo de «gobernanza»; modelo en el que se desvanecieron los valores propios de una «comunidad nacional» para imponerse una cultura global y americanizada.
Contra esa centralidad de un individuo autosuficiente asociado a la libertad abstracta del mercado es contra la que dirigió sus dardos críticos De Benoist en una época, ya más próxima a la nuestra, en la que el peligro para el capital no era la revolución obrera sino la propia descomposición del sistema ante su tendencia a la autofagia. La derecha que expresa De Benoist, reminiscencias de la antigua derecha antimodernista francesa de finales del xix y principios del xx y que se lleva más o menos con el Frente Nacional, está convencida de que éste es su tiempo, que ella es la única que puede garantizar la continuidad material y metafísica de Occidente. Y para ello no duda en echar mano de una crítica antineoliberal que se ajusta a los cánones de un cierto anticapitalismo asociado a un neokeynesianismo de raíz etno-nacional. Cito a De Benoist, a su vez publicado en castellano por la ya mencionada revista online Nomos, que responde –como su nombre indica– a una raíz filosófico política schmittiano-católica y nacional-popular de derecha, porque hay en esa corriente –débil entre nosotros pero muy fuerte en Europa, de Francia a Hungría, de Gran Bretaña a Italia, de España a Polonia– una amenaza de encontrar una salida autoritaria a la profunda crisis desencadenada por el Covid-19. Pecaríamos de ingenuos si no prestásemos atención a esas corrientes que, por comodidad, llamamos neofascistas o de extrema derecha[2], en un momento del capitalismo en el que todo amenaza con derrumbarse, en especial lo que queda de democracia en nuestras sociedades.
Para ellos se trata del retorno del Estado fuerte, de las fronteras duras, del etno-nacionalismo, de la recuperación de los valores sustantivos y comunitaristas devastados por el individualismo liberal y sus lógicas neutralizadoras. El capital, cuando fue necesario, no dudó en utilizar los servicios de esa derecha. Allí está la fatídica historia de la primera mitad del siglo pasado, cuando fascismo, nazismo y falangismo se constituyeron en las fortalezas construidas para defender al capitalismo del peligro revolucionario (y, en el sur de América Latina, la utilización de las dictaduras militares y del Terrorismo de Estado como forma de disciplinamiento del campo popular en la década del 70 y de adaptación de la región a la lógica de la desposesión imperial que le daría su nuevo carácter al neoliberalismo. Nunca hay que perder de vista que fue en el Chile de Pinochet, en medio de la dictadura, donde Milton Friedman y sus Chicago boys llevaron adelante el primer experimento neoliberal a nivel mundial. Luego llegarían Videla y Martínez de Hoz en la Argentina de 1976). Así como el neoliberalismo fue la consumación de una contrarrevolución llamada a desarmar el Estado de bienestar cuando éste ya no fue necesario en la medida en que ya no se vislumbraba la posibilidad del socialismo, en la actualidad algunos sectores del poder económico global estarían dispuestos, si no hubiese otra alternativa, a asociarse con la extrema derecha para impedir que se profundice una crítica radical y emancipatoria vinculada a movimientos de izquierda, ecologistas y nacional-populares capaces de cuestionar el dominio del gran capital. Claro que esa asociación estaría llena de problemas y contradicciones, ya que el núcleo duro del capitalismo actual necesita de la globalización como el pez, el agua. Sin embargo, no debiera sorprendernos que, bajo una alta presión y un derrumbe absoluto del centro liberal-democrático que administró políticamente la expansión neoliberal de las últimas décadas, no tenga otra opción que aceptar ese extraño maridaje. El Brasil de Bolsonaro o los Estados Unidos de Trump en algo anticipan esa alianza cuya continuidad en el tiempo es harto problemática, pero no por eso inviable a corto y mediano plazo. En Occidente, más que el peligro de una salida «oriental» como la que planteó Byung-Chul Han haciendo referencia a China, a su tradición de una disciplina de origen confuciano y su tendencia a privilegiar lo colectivo frente a lo individual, junto con el uso indiscriminado y sin resistencias del big data, lo que puede emerger como una propuesta seductora para el poder económico tal vez ya no sea la desgastada y descascarada democracia liberal, como vino funcionando hasta el estallido del Covid-19, sino una alternativa ligada a las extremas derechas y su alquimia de autoritarismo y fortalecimiento de las fronteras nacionales. Habrá que ver si la opción nacionalista y antiliberal, como la que postula un Alain de Benoist, es viable para un capital que sigue necesitando de los flujos globales y de la financiarización. Sólo el miedo ante una crisis social y política de envergadura, que les aparezca como inmanejable desde un discurso de centro liberal algo reforzado por los protocolos del distanciamiento social y la vigilancia digital, los puede llevar hacia algún tipo de acuerdo con esa derecha. Pero tampoco olvidemos que puede ser la propia sociedad, sus núcleos de clase media y baja de origen «nativo», la que empodere a una derecha extrema que les devuelva la seguridad en «la casa propia». La ambigua experiencia de los chalecos amarillos está ahí para...

Table of contents

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Entre el peligro y la oportunidad
  5. La ruptura de los cristales del invernadero de la riqueza insolente
  6. Entre la literatura, la vida encerrada y la cuarentena de la crítica
  7. Pandemia y capitalismo: el círculo vicioso
  8. De lo abstracto y virtual a lo material y concreto: el Covid-19 y el freno de emergencia de la locomotora del progreso
  9. Más allá del neoliberalismo: el Estado social el día después
  10. ¡Es la salud pública, estúpido!
  11. Alain de Benoist o el retorno de los dioses dormidos de la «nueva» derecha francesa como alternativa a la crisis del neoliberalismo
  12. El búho de Minerva levanta vuelo a la hora del atardecer y la prohibición del filosofar «apresurado»
  13. La fábrica de almas, más allá de la «normalidad» y el atrevimiento de imaginar otros modos del vivir
  14. «La naturaleza no es sino el nombre para el exceso»: aprender de la pandemia
  15. De ciclos históricos agotados, de mutaciones en la subjetividad y de resentimientos varios
  16. Más allá del fervor tecnológico: el retorno de la experiencia y la memoria como freno de emergencia de la locomotora del capital
  17. De la «intrusión» de Gaia a la imposible normalidad: las alternativas por extrema derecha o por izquierda a la crisis del capitalismo
  18. Entre la irrealidad, el síndrome de la cabaña, Thoreau, Kaczynski y el día después
  19. El mito de Erisictón, el fin de las ideologías y la digitalización de la vida
  20. Epílogo