Alain de Benoist o el retorno de los dioses dormidos de la «nueva» derecha francesa como alternativa a la crisis del neoliberalismo
Sigo indagando las señales que vienen de un afuera perturbador e incitante. La búsqueda tiene algo de frenética, de insaciable, como si acompañase un tiempo distendido e interminable que no tiene ningún apuro en cerrar las preguntas con respuestas acabadas. Lejos de las certezas, me inclino por seguir el camino de mis inquietudes. Recuerdo que muchos años atrás, en la segunda mitad de la década de 1980, Nicolás Casullo me habló de la «nueva» derecha francesa, una derecha sofisticada que medraba de la crisis de una modernidad liberal agotada y que intentaba darle más coherencia y complejidad a una derecha nacionalista que seguÃa oliendo a naftalina. Era una derecha que no se ofendÃa cuando le recordaban sus herencias intelectuales y polÃticas, cuando la referenciaban en la acción francesa y en Charles Mourras, pero que también se sentÃa plenamente a gusto en la estela dejada por una cierta interpretación de Nietzsche y que supo leer con sagacidad las corrientes crÃticas de la Ilustración y del marxismo. Una derecha que atravesó los años sesenta y que entendió algunas cosas sin las cuales le resultarÃa imposible aspirar al poder. Uno de los intelectuales que desplegó una escritura atravesada por esas herencias y esa complejidad narrativa fue Alain de Benoist. De él me habló largamente Casullo y lo hizo para señalar su peligrosidad, que se afincaba, según él, en su refinamiento intelectual y en el poder seductor de algunas de sus ideas, poder que nacÃa de su fervorosa e inteligente crÃtica de un capitalismo agotado y de una democracia despellejada e incapaz de despertar ninguna pasión en el pueblo francés y en ningún pueblo con memoria de un pasado cargado de intensidad. Mientras Nicolás me leÃa sus reflexiones sobre la extrema derecha contemporánea, a mà me volvÃan imágenes de otras lecturas que me trasladaban a los debates filosóficos y polÃticos del mundo intelectual de la Europa central de entreguerras, ese ámbito donde las corrientes neorrománticas se desplegaron tanto hacia la derecha como hacia la izquierda. De Benoist ha sido y sigue siendo un cabal heredero de esas polémicas antiilustradas y antiburguesas que afiebraron las mentes brillantes de quienes vivieron en una época grávida de experimentaciones revolucionarias y reaccionarias. Un cóctel extraordinario con el que muchos se emborracharon. En la fluidez de lecturas diversas que acompañan las horas de la cuarentena me encontré, otra vez y cuando ya lo habÃa olvidado, con Alain de Benoist. No con aquel de los años 70 y 80 leÃdo atentamente por Casullo, sino con el que todavÃa sigue escribiendo desde su lugar en esa derecha antiliberal que odia, con la misma pasión, al viejo socialismo como al liberalismo desvaÃdo de Macron. Y lo hallé siguiendo ociosamente algunas lecturas de una revista online llamada Nomos –con resonancias que me llevaban directamente a Carl Schmitt y a ese mundo cultural de las derechas nacionalistas que siempre encontraron un lugar en cierto peronismo y que abrevaron de las aguas filosóficas neorrománticas y existencialistas–; y ahà estaba un texto que venÃa a responder algunas preguntas que alguien le formuló al intelectual francés que, en los perturbadores años 1980 en los que tantas certezas se derrumbaron mientras se expandÃa la ola neoliberal, habÃa interesado a Nicolás Casullo.
Leo, entonces, la entrevista a Alain de Benoist. Recupero en un instante a este pensador de la extrema derecha francesa y uno de esos publicistas que desde hace varias décadas viene alimentando una crÃtica del liberalismo que ha sabido apropiarse de argumentos provenientes del nietzscheanismo, de la corriente del conservadurismo revolucionario de la República de Weimar –asà la llamó, bajo la forma contradictoria del oxÃmoron, Thomas Mann en sus Consideraciones de un apolÃtico–, siendo para De Benoist pensadores decisivos en su visión del mundo Oswald Spengler, Moeller van den Bruck y Carl Schmitt –sobre todo éste último–, el existencialismo sartreano, ciertas lecturas idiosincrásicas del marxismo y de lo que genéricamente se ha denominado los estudios culturales en la academia anglosajona para tomar de ellos argumentos antagónicos cuando fue importante construir una crÃtica culturalista de los nuevos migrantes magrebÃes y subsaharianos que aculturalizaban a la Francia esencial –aunque, como es obvio, esa apropiación se dirigió hacia la cuestión de la etnicidad, los inmigrantes, el estado de excepción schmittiano y su crÃtica de la neutralización liberal, el neocomunitarismo y el relativismo cultural, además de alinearse en la tradición de un conservadurismo antagónico a la Revolución francesa, a la moral republicana, al cientificismo y, obviamente, al liberalismo individualista–. Intempestivamente se apropió del término populismo para evidenciar que su horizonte polÃtico iba más allá de las categorÃas tradicionales de derecha e izquierda; término que a su vez le permitió construir el maridaje entre una crÃtica aristocratizante de la cultura moderna y un rechazo contundente al liberalismo y al socialismo, al tiempo que reivindicaba la tradición del «pueblo», en especial de ese mundo campesino que le permitÃa hacer el elogio de la comunidad de valores y de lazos solidarios contrapuesta al individualismo egoÃsta de la sociedad burguesa.
Lo cierto es que una de las apropiaciones polÃticas de la crisis del Estado neoliberal es la que viene peligrosamente de la extrema derecha. Ahà se ofrece una salida que se muestra capaz de seducir al individuo atemorizado, cargado de incertidumbres por un presente que amenaza con destrozar el futuro y que lo ha dejado solo ante un mundo indescifrable. La pandemia tiene la peculiaridad de tocar fibras sensibles y atávicas de una humanidad desconcertada que siente que su centro se ha perdido, que ya no hay un rumbo hacia un lugar seguro y confortable. Aunque nunca la haya experimentado, al menos las generaciones emergentes del 68, la nostalgia por la comunidad perdida –sobre todo de vieja raigambre campesina– se convirtió en un doloroso recordatorio de un presente social precario y «contaminado» de modos de vida ajenos a la francesidad. La normalidad de la que supuestamente venÃa se ha transformado, de la noche a la mañana y como si fuese una mala pesadilla, en un páramo en el que nada tiene sentido. Su cotidianidad, sus certezas y el sentido de sus acciones se han confundido al punto de volvérsele indiscernibles y monstruosas. Está solo. Necesita volver a creer. Intuye que el orden de las cosas se ha quebrado, que algo funciona mal en un sistema que lo dejó desamparado ante sus miedos. Busca, casi con desesperación, aferrarse a algo sólido. El carrusel del shopping center ya no le ofrece ese narcótico que le permitÃa seguir la rueda de una vida insulsa pero sin riesgos ni miedos. La crudeza de una sociedad dominada por las finanzas indiscernibles y plutocráticas que un dÃa lo deja solo ante el terror de la peste. De la cuarentena no sólo se puede salir mejor, más crÃtico y más solidario, imaginando un mundo reparado; también se puede salir mucho peor: egoÃsta ante el más débil, cargado de resentimiento contra el otro (migrante, extranjero, pobre, negro, mujer o quien sea que no represente su ideal de hombre o mujer blanco, occidental y patriarcal) y deseoso de ser parte de una genuina comunidad que represente origen y valores, sangre y pertenencia, comunidad y destino, aunque todo eso no sea más que una vana ilusión o una oscura quimera reaccionaria. Es ahÃ, en el interior de esos miedos, donde abreva la derecha neofascista que tiene sus intelectuales sofisticados, lectores de las filosofÃas contemporáneas y capaces de elaborar una sólida crÃtica de la modernidad liberal y burguesa mostrando su descomposición y su incapacidad de proteger a los miembros de la comunidad de la disolución moral y del pillaje que viene de fuera.
Refundar la comunidad nacional recuperando una ficción de unidad y solidaridad que jamás existió, pero que se ofrece como un analgésico reparador. HarÃamos muy mal en subestimar la fuerza cautivadora del resentimiento en quien se siente desamparado, sin amarras en medio de una pandemia que refuerza la interpelación que se dirige directamente hacia los miedos más recónditos de una humanidad carente de brújula para orientarse en la noche más oscura. La extrema derecha sabe atusar el odio y el terror, el resentimiento y la busca del sentido de arraigo y pertenencia en un mundo de la pérdida y el desarraigo. Entre los mitos y los sÃmbolos antiguos que vuelven a ser esgrimidos, preexistentes a su condición de individuos de una sociedad cada vez más fragmentada y oscuro motivo guardado vagamente en la memoria de un pasado idÃlico perdido, el hombre y la mujer contemporáneos se vuelven materia inflamable para llevar adelante la contrarrevolución de los resentidos que creen pertenecer a una raza de elegidos simplemente por haber nacido en suelo francés, español, alemán o cualquier otro que refuerce el atavismo y la etnicidad cultural. Un Nietzsche leÃdo de modo caprichoso e invertido que hace del pueblo la masa arcaica que guarda la promesa de la comunidad recuperada.
Pero volvamos a nuestro filósofo, que, para llegar a ese entusiasmo redentor de la nacionalidad, primero tiene que pasar por una crÃtica radical de la modernidad liberal y burguesa, ilustrada y cientificista, secular y racionalista, democrática e igualitarista. Allà donde el neoliberalismo cooptó a la democracia vaciándola de su contenido social y participativo para convertirla en un armazón funcional a sus necesidades, la extrema derecha viene a declarar que se trata de ir hacia un orden que abandone un sistema polÃtico inútil y perjudicial para los intereses de la nación y de su pueblo. Nadie, todavÃa, deja de hablar de democracia, ya que ese concepto sigue habitando el imaginario de la sociedad. Lo que hacen es redefinirla, saquearle sus connotaciones sociales y emancipatorias para dejarla como un nombre que ya no representa otra cosa que una formalidad, al mismo tiempo que fortifican una profunda regresión autoritaria. Una parte del poder económico se siente atraÃda por ese modelo cada vez más jerárquico y controlador de la vida y las acciones de los miembros de la sociedad. Las extremas derechas, en especial sus actores más sofisticados en el plano de las ideas, se muestran como las depositarias de una crÃtica demoledora hacia un sistema económico, social y polÃtico que multiplicó las penurias de una ciudadanÃa extrañada de sus valores y de sus orÃgenes en nombre de una abstracción republicana e igualitarista en términos de derechos. Pero también se hacen cargo de denunciar la precaria situación económica en la que viven esos exponentes de la verdadera nacionalidad. De ahà que su interpelación contenga una explosiva alquimia que incluye elementos extraÃdos de diversas tradiciones polÃticas y filosóficas.
Cito a De Benoist en una rápida descripción de lo que está sucediendo, la cual, de no haber mediado su nombre, el lector hubiera podido confundir perfectamente con una crÃtica por izquierda de lo que ha generado la globalización:
Sucediendo al antiguo capitalismo industrial, que todavÃa tenÃa algunos anclajes nacionales, un nuevo capitalismo cada vez más desconectado de la economÃa real, enteramente desterritorializado y operando en tiempo cero, tuvo su desarrollo demandando a los Estados, de aquà en adelante prisioneros de los mercados financieros, que adoptasen una «buena gobernanza» susceptible de servir a sus intereses. Las privatizaciones se multiplicaron, las relocalizaciones y los contratos de subcontratación internacional también, acarreando desindustrialización, baja de salarios y alza del desempleo. Se hizo uso y abuso del viejo principio ricardiano de la división internacional del trabajo, lo que resultó en la competencia, bajo condiciones de dumping, entre los trabajadores de los paÃses occidentales y los de los confines del mundo. La clase media de los paÃses occidentales empezó a declinar, mientras que las clases populares se engrosaban con un creciente número de vulnerables y precarizados. Los servicios públicos fueron sacrificados en el altar de los grandes principios presupuestarios de la ortodoxia liberal. El libre cambio se convirtió más que nunca en un dogma y el proteccionismo en algo repelente. Cuando eso no anduvo más, en lugar de retroceder, ¡se optó por pisar a fondo el acelerador!
Más claro imposible y, sin embargo, sabemos de quién viene esa crÃtica y hacia dónde está dirigida. Un oscuro déjà vu nos retrotrae a la Europa de finales de los años 20, en la que el liberalismo era descuartizado por izquierda y por derecha. De la Revolución rusa a la marcha sobre Roma y al incendio del Reichstag, se trataba de la época del Estado, de las masas y de la excepcionalidad, pero era expresión, a su vez, de una profunda y aparentemente terminal crisis de un modo de ser del capitalismo que ya no podÃa sostenerse de cara a su imprescindible legitimación social. Alain de Benoist sabe que no estamos en la primera posguerra ni atravesando la crisis del 29, del mismo modo que también sabe que no hay peligro revolucionario a la vista. Él lo que ve es la descomposición acelerada de la economÃa-mundo forjada a lo largo de los últimos cuarenta años y que, en su perspectiva polÃtico-filosófica, se inscribe en la continuidad del viejo liberalismo y de aquella categorÃa schmittiana de la «neutralización de la polÃtica»; categorÃa asociada con la administración racional de la cosa pública entramada con la ciencia moderna y la financiarización de la economÃa, que acabaron por convertirse en modelo de «gobernanza»; modelo en el que se desvanecieron los valores propios de una «comunidad nacional» para imponerse una cultura global y americanizada.
Contra esa centralidad de un individuo autosuficiente asociado a la libertad abstracta del mercado es contra la que dirigió sus dardos crÃticos De Benoist en una época, ya más próxima a la nuestra, en la que el peligro para el capital no era la revolución obrera sino la propia descomposición del sistema ante su tendencia a la autofagia. La derecha que expresa De Benoist, reminiscencias de la antigua derecha antimodernista francesa de finales del xix y principios del xx y que se lleva más o menos con el Frente Nacional, está convencida de que éste es su tiempo, que ella es la única que puede garantizar la continuidad material y metafÃsica de Occidente. Y para ello no duda en echar mano de una crÃtica antineoliberal que se ajusta a los cánones de un cierto anticapitalismo asociado a un neokeynesianismo de raÃz etno-nacional. Cito a De Benoist, a su vez publicado en castellano por la ya mencionada revista online Nomos, que responde –como su nombre indica– a una raÃz filosófico polÃtica schmittiano-católica y nacional-popular de derecha, porque hay en esa corriente –débil entre nosotros pero muy fuerte en Europa, de Francia a HungrÃa, de Gran Bretaña a Italia, de España a Polonia– una amenaza de encontrar una salida autoritaria a la profunda crisis desencadenada por el Covid-19. PecarÃamos de ingenuos si no prestásemos atención a esas corrientes que, por comodidad, llamamos neofascistas o de extrema derecha, en un momento del capitalismo en el que todo amenaza con derrumbarse, en especial lo que queda de democracia en nuestras sociedades.
Para ellos se trata del retorno del Estado fuerte, de las fronteras duras, del etno-nacionalismo, de la recuperación de los valores sustantivos y comunitaristas devastados por el individualismo liberal y sus lógicas neutralizadoras. El capital, cuando fue necesario, no dudó en utilizar los servicios de esa derecha. Allà está la fatÃdica historia de la primera mitad del siglo pasado, cuando fascismo, nazismo y falangismo se constituyeron en las fortalezas construidas para defender al capitalismo del peligro revolucionario (y, en el sur de América Latina, la utilización de las dictaduras militares y del Terrorismo de Estado como forma de disciplinamiento del campo popular en la década del 70 y de adaptación de la región a la lógica de la desposesión imperial que le darÃa su nuevo carácter al neoliberalismo. Nunca hay que perder de vista que fue en el Chile de Pinochet, en medio de la dictadura, donde Milton Friedman y sus Chicago boys llevaron adelante el primer experimento neoliberal a nivel mundial. Luego llegarÃan Videla y MartÃnez de Hoz en la Argentina de 1976). Asà como el neoliberalismo fue la consumación de una contrarrevolución llamada a desarmar el Estado de bienestar cuando éste ya no fue necesario en la medida en que ya no se vislumbraba la posibilidad del socialismo, en la actualidad algunos sectores del poder económico global estarÃan dispuestos, si no hubiese otra alternativa, a asociarse con la extrema derecha para impedir que se profundice una crÃtica radical y emancipatoria vinculada a movimientos de izquierda, ecologistas y nacional-populares capaces de cuestionar el dominio del gran capital. Claro que esa asociación estarÃa llena de problemas y contradicciones, ya que el núcleo duro del capitalismo actual necesita de la globalización como el pez, el agua. Sin embargo, no debiera sorprendernos que, bajo una alta presión y un derrumbe absoluto del centro liberal-democrático que administró polÃticamente la expansión neoliberal de las últimas décadas, no tenga otra opción que aceptar ese extraño maridaje. El Brasil de Bolsonaro o los Estados Unidos de Trump en algo anticipan esa alianza cuya continuidad en el tiempo es harto problemática, pero no por eso inviable a corto y mediano plazo. En Occidente, más que el peligro de una salida «oriental» como la que planteó Byung-Chul Han haciendo referencia a China, a su tradición de una disciplina de origen confuciano y su tendencia a privilegiar lo colectivo frente a lo individual, junto con el uso indiscriminado y sin resistencias del big data, lo que puede emerger como una propuesta seductora para el poder económico tal vez ya no sea la desgastada y descascarada democracia liberal, como vino funcionando hasta el estallido del Covid-19, sino una alternativa ligada a las extremas derechas y su alquimia de autoritarismo y fortalecimiento de las fronteras nacionales. Habrá que ver si la opción nacionalista y antiliberal, como la que postula un Alain de Benoist, es viable para un capital que sigue necesitando de los flujos globales y de la financiarización. Sólo el miedo ante una crisis social y polÃtica de envergadura, que les aparezca como inmanejable desde un discurso de centro liberal algo reforzado por los protocolos del distanciamiento social y la vigilancia digital, los puede llevar hacia algún tipo de acuerdo con esa derecha. Pero tampoco olvidemos que puede ser la propia sociedad, sus núcleos de clase media y baja de origen «nativo», la que empodere a una derecha extrema que les devuelva la seguridad en «la casa propia». La ambigua experiencia de los chalecos amarillos está ahà para...