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Dersú Uzalá
About this book
Vladímir Arséniev rememora en este libro las aventuras y amistad que compartió con Dersú Uzalá, un nativo del Lejano Oriente ruso que fortuitamente encontró en una de sus expediciones por la taiga. Un peculiar estilo narrativo, tan sencillo como lleno de humanidad y rigor científico, es tal vez el secreto del éxito de la obra de este escritor-explorador ruso, absolutamente maravillado por la imponente naturaleza de los confines de su gigantesco país.
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Information
Capítulo III
Primera expedición
Partida. Dersú encuentra el destacamento siguiendo las huellas. Los ríos Iodzyje y Litiangou. Los afluentes del Iodzyje. El Ludeva. La taiga. Arañas. El Da-Sinantsa y sus afluentes. Lluvia duradera. El tazá[1] jorobado y su familia. Su huida de los chinos. El sueño de Dersú y las comidas de exequias en honor a los difuntos.
Finalmente y tras una larga espera, nuestros mulos llegaron en el vapor El Dorado a finales de junio, alegre acontecimiento que nos sacó de la inactividad y nos permitió ponernos en marcha.
El vapor se detuvo a unos cuatrocientos pasos del delta del río y los mulos fueron soltados directamente al agua. Enseguida se orientaron y nadaron hacia la orilla, donde los esperaban los fusileros. Estuvimos dos días ensillando los mulos y poniendo a punto los fardos. El 30 de junio fue el último día que estuvimos parados y, al día siguiente, el 1 de julio, emprendimos la marcha.
En el río Iodzije nuestros destacamentos se dividieron. N. A. Desulavi, P. P. Bordakov, parte del equipo y yo nos dirigimos al río Sinantsu, y A. I. Merzliakov y el resto de la gente remontaron el curso del río Litiangou. Tuvimos que dividirnos cerca de las últimas fansás de los tazás, en el ángulo noroccidental del valle. En ese momento Dersú se acercó y me pidió permiso para quedarse un día con ellos. Prometió alcanzarnos al día siguiente al atardecer y le expresé mis temores de que no pudiera encontrarnos. El gold se rio sonoramente y dijo:
—Ti no tienes aguja, tampoco pájaro. Vuela no puedo. Ti ve por la tierra, pisa los pies, haz huella. Mía tener ojos, mira.
Ante aquella respuesta, ya no tuve objeciones que poner. Sabía de su capacidad para distinguir huellas, por lo que me mostré de acuerdo. Continuamos la marcha y él se quedó en el río Iodzyje. A la mañana del segundo día, Dersú, en efecto, nos dio alcance. Sabía todo lo que había sucedido en el destacamento por las huellas. Había visto el lugar de nuestros altos y que permanecimos durante largo rato en el mismo sitio, justo donde la senda se interrumpía de repente. Había visto que yo había enviado a la gente por diferentes direcciones para buscar el camino. En ese lugar uno de los fusileros se había cambiado de calzado. Había deducido que alguien se había hecho un raspón en el pie y demás por un jirón de trapo manchado de sangre y un trocito de algodón que revoloteaban en el suelo. Yo estaba acostumbrado a sus análisis, pero para los fusileros fue una revelación. Miraban al gold con asombro y curiosidad.
El río Iodzyje, que en lengua udejey se llama Ienji, por algún motivo figuraba en las cartas marítimas con el nombre de Vladímirovka y está señalado como arroyo.
Su cuenca es de unas tres verstas[2] de anchura y su margen izquierda es elevada y montañosa. La derecha presenta pendientes suaves escasamente cubiertas de álamos temblones, abedules, alisos y alerces. No se puede ver con exactitud dónde el valle se convierte en montaña. Remontando el río, el panorama cambia y las montañas adquieren un relieve muy expresivo.
Aquí, aparte del roble, crecen abedules negros y blancos, fresnos chinos, nogales, arces, abetos blancos, alcornoques, tejos, acacias, álamos temblones y tilos. En cuanto a los arbustos, hay avellanos, espinos, sauquillos, filipéndulas y lespedezas.
Cerca del delta, el río Iodzyje se divide en numerosas mangas, de las cuales una se aproxima a la parte derecha del valle. Ése era el lugar al que los creyentes del antiguo rito habían echado el ojo para su futuro poblado.
La senda del mar sube por el valle de manera que todos los ramales del Iodzije quedan a su derecha. Pero luego, justo frente al delta del Dungou, vadea a este río cerca de unas fansás chinas situadas al pie de una ancha terraza compuesta de barro, arena y cantos angulosos.
Sería más justo llamar al Iodzyje el río de las Corzas. En ningún otro sitio como aquí había visto tal cantidad de estos gráciles animales.
La corza siberiana[3] es más grande que la europea. Estirada de lado a lado mide 1,5 metros y tiene una altura de 87 centímetros. Su bonita cabeza ovalada con grandes bigotes redondeados está posada sobre un largo cuello. La de los machos cabríos está adornada por dos cuernos poco ramosos con forma de tenedor en su final y que no tienen más de seis ramificaciones. El matiz general del cuerpo de la corza en verano es de un color de herrumbre oscura y, en invierno, de gris pardo. Por detrás, en los cuartos traseros, cerca del rabo, el color del vellón es blanco. Cuando la corza corre levantando mucho la grupa, es de un color muy notorio. Los cazadores llaman a esta mancha espejo, un matiz protector que, no obstante, la hace completamente invisible: la tonalidad del vellón del animal se funde con el ambiente circundante y únicamente se ve un refulgente «espejo» blanco.
En otoño, en octubre, la corza abandona en grandes manadas los selvosos parajes del territorio del Ussuri y trashuma a Manchuria. Sin embargo, un porcentaje de animales permanece en las estepas de Prijankay. Tras distinguir el lugar donde las manadas de corzas vadeaban el río, los cosacos las acechaban y sacrificaban a montones, sin distinguir sexo ni edad. Con el tendido de la vía férrea y la población del valle del Ussuri, la corza siberiana cesó de practicar esas trashumaciones. Las matanzas de animales en los vados acabaron y, actualmente, tales migraciones sólo quedan en el recuerdo.
En general, la corza es un animal asustadizo, eternamente perseguido por los depredadores cuadrúpedos y por el hombre. Siempre se mantiene en alerta y trata de captar el mínimo indicio de peligro con ayuda de su oído y olfato. Su lugar preferido son los bosques frondosos cenagosos y sólo por la tarde sale a pacer por los calveros. Incluso allí, en completa calma y quietud, no hace más que girarse y aguzar el oído. Cuando huye atemorizada, la corza puede dar grandes y asombrosos saltos sobre los barrancos, los arbustos y los troncos de árboles derribados por el viento que obstruyen el paso.
En el territorio del Ussuri esta corza habita las zonas donde sólo hay claros o lugares que han ardido. No soporta la alta montaña revestida por los corrimientos de tierras ni los bosques de coníferas frondosos. La cazan por su carne. Las pieles de invierno se utilizan para hacer sacos de dormir, kojliankas[4] y dojás[5]. Los cuernos se venden a tres rublos el par.
Curiosamente, la corza acepta de buena gana la presencia de otros animales, pero de ninguna manera aguanta al ciervo común siberiano. En los criaderos artificiales, en coexistencia con otros animales, se muere. Es algo especialmente notorio en los terrenos salobreños. Si las corzas encuentran de principio esos salobrales, los frecuentan de buena gana hasta que llegan los ciervos. Los cazadores han advertido más de una vez que, apenas llegan estos animales a los salobrales, las corzas abandonan el lugar por un tiempo más o menos prolongado.
Las montañas de bosques ralos, las pendientes suaves cubiertas de arbustos y el amplio valle del río Iodzyje, revestido de altas cañas y claros en el hielo, son condiciones muy agradables para el hábitat de las corzas. A menudo las veíamos salir corriendo de entre la hierba, pero rápidamente conseguían volver a ocultarse en la maleza, por lo que no logramos matar a ninguna.
Por alguna parte se divisaba tierra recientemente removida. Dado que los chinos tenían a sus cerdos domésticos en porqueras, tan sólo quedaba por admitir la existencia de jabalíes salvajes, cosa que confirmamos. Y, toda vez que había jabalíes, también debía de haber tigres[6]. En efecto, al poco tiempo hallamos cerca del río huellas en la arena de un tigre muy grande. Iba a lo largo del cauce y se escondía tras las ramas caídas, de lo cual podía deducirse que la terrible fiera había llegado allí no para saciar su sed, sino para cazar corzas y jabalíes.
Según contaban los tazás, un par de meses atrás un tigre se había llevado a un niño de su propia fansá. Y, al cabo de unos días, otro tigre atacó a un chino que estaba trabajando en el campo, hiriéndolo tan gravemente que murió ese mismo día.
En el valle del río Iodzyje hay muchos faisanes; se encuentran poco menos que a cada paso. Su hábitat preferido es la maleza junto a los campos labrados y las plantaciones de adormidera que los chinos siembran para cosechar opio. Rara vez se ven ortegas entre las mimbreras que crecen por el lecho principal y sus ramales. Se nutren de algo en la tierra y sólo en caso de alarma vuelan hacia los árboles. Varias águilas de mar de cola blanca daban vueltas en el cielo. De repente, una de ellas empezó a descender hacia el río. Con cuidado, me deslicé por la hierba hacia la orilla y me puse a observarla. Se había posado en un guijarro cerca del agua. En el lugar había algunas cornejas que se habían estado atiborrando de peces. El águila se puso a ahuyentarlas. Al principio, las cornejas intentaron defenderse, pero, tras recibir varios picotazos, abandonaron el sitio y salieron volando. Entonces el águila se dedicó a pescar. Entró en el agua y, luego de sumergir la panza, la cola y las alas, comenzó a revolotear, como dando saltos. En no más de un minuto capturó un pez, lo sacó a la orilla y allí mismo se puso a devorarlo.
Tras hartarse, el depredador alado echó de nuevo a volar. Enseguida se le sumaron otras dos águilas y empezaron a describir suaves círculos. No se perseguían, sino que tranquilamente planeaban a diferentes alturas, ascendiendo cada vez más alto hacia...
Table of contents
- Portada
- Portadilla
- Legal
- Prólogo del traductor
- Prólogo del revisor científico
- Dersú Uzalá
- I. La partida
- II. La estancia en el golfo
- III. Primera expedición
- IV. En las montañas
- V. Inundaciones
- VI. Regreso al mar
- VII. Excursión al Siao-Kema
- VIII. El Takema
- IX. Li Tsun-Bin
- X. Un hallazgo terrible
- XI. Un vado peligroso
- XII. Los cazadores coreanos de martas cebellinas
- XIII. La cascada
- XIV. Una travesía dura
- XV. El curso bajo del Kusún
- XVI. Los solones
- XVII. El corazón del territorio de Transussuri
- XVIII. El testamento
- XIX. El regreso de Hei-Ba-Tou
- XX. Cruzando la Sijoté-Alín
- XXI. Fiestas de invierno
- XXII. El ataque de un tigre
- XXIII. Fin del viaje
- XXIV. La muerte de Dersú