Historia de la guerra
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Historia de la guerra

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Las naciones occidentales –encabezadas por Estados Unidos– disfrutan en la actualidad de una considerable ventaja en casi todos los enfrentamientos militares. ¿Cómo ha llegado a alcanzar tal predominio la "práctica occidental de la guerra"? El presente libro, escrito por un equipo de siete distinguidos historiadores militares, ofrece una respuesta que parte de los orígenes en la Grecia y la Roma clásicas, recorre la Edad Media (cuando los enemigos de Occidente estuvieron a punto de triunfar) y la Edad Moderna (cuando Occidente utilizó la fuerza militar para adueñarse de extensos territorios que nunca había poseído, primero en América y Siberia y, luego, en las costas de Asia y África), y llega hasta las guerras mundiales y los conflictos actuales. En él se ponen de relieve cinco aspectos esenciales de la práctica occidental de la guerra: una combinación de técnica, disciplina y tradición militar agresiva, más una extraordinaria capacidad para responder con rapidez a los retos y servirse de recursos económicos, más que humanos, para triunfar. Aunque, a lo largo de sus páginas, la obra centra su atención en Occidente y en la función de la violencia en su auge, cada uno de los capítulos examina también la eficacia militar de sus adversarios y los ámbitos en que la ventaja militar occidental ha sido –y sigue siendo– puesta en entredicho.

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Information

CUARTA PARTE
la época de la guerra mecanizada
1815-1871
XII. La industrialización de la guerra
Williamson A. Murray
La resolución, en 1815, de veinticinco años de guerra entre las potencias europeas no constituyó una tarea fácil. Pero los vencedores estaban de acuerdo en que tenían ciertos intereses comunes; en particular se proponían controlar las emociones nacionalistas que habían recorrido Europa. Sin embargo, el agotamiento general fue, quizá, más decisivo para la paz europea; nadie estaba dispuesto a recurrir a la guerra para solventar disputas territoriales o atender a ambiciones hegemónicas. Aunque la Revolución Industrial llevada a cabo en Gran Bretaña antes de las guerras revolucionarias y napoleónicas y a lo largo de ellas había proporcionado a los británicos una riqueza y un poder económico inauditos, se sintieron satisfechos con mantener un equilibrio de poder en el continente mientras controlaban el comercio mundial.
Los vencedores accedieron también a otorgar a los franceses una paz cómoda y restablecieron la monarquía de los Borbones y las fronteras de 1792. Sin embargo, el arreglo en Europa del Este y en «las Alemanias» resultó más difícil que el problema de qué hacer con la derrotada Francia, pues el impacto de la conquista francesa había trastornado de tal manera la trama de la vida en el territorio germánico que ningún acuerdo habría podido retrasar el reloj en Centroeuropa hasta ponerlo en la hora de 1789. Además, los rusos abrigaban considerables ambiciones en Europa oriental, sobre todo respecto a Polonia.
Al final, los estadistas elaboraron trabajosamente un arreglo aceptable. Los rusos recibieron casi toda Polonia, y los prusianos obtuvieron a cambio algunos territorios a lo largo del Rin, en la frontera francesa, con el fin de impedir que una Francia renaciente penetrara en Alemania occidental. Estas adquisiciones otorgaron a Prusia unas ventajas importantes: en primer lugar, al cambiar la mayor parte de sus territorios polacos por otros alemanes, se convirtió en un Estado con una población relativamente homogénea; y lo que es igualmente importante, controló el ignoto valle de un río, el Ruhr, que iba a convertirse en el segundo gran centro de la Revolución Industrial.
Al satisfacer los intereses de las principales potencias, el Congreso de Viena demostró ser uno de los tratados negociados con más éxito en la historia de la civilización occidental. Adolecía de varias debilidades –la más obvia era la amenaza creciente del nacionalismo–, pero, en conjunto, el Congreso proporcionó a las principales potencias un fundamento racional para mantener entre ellas la correlación de fuerzas, potenciada por el recuerdo de las catastróficas guerras de 1792 a 1815 (y que contribuyó a atemperar las ambiciones hasta la llegada de otra generación al poder).
Así pues, a partir de 1815 Europa se acomodó a un periodo de desarrollo pacífico sin precedentes. Hubo, por supuesto, dificultades políticas. En 1830, una revolución derribó para siempre en Francia la monarquía borbónica, aunque el resultado no pasó de ser un cambio dinástico, mientras que los disturbios desencadenados en Bruselas provocaron la partición de los Países Bajos. El orden establecido se vio en un peligro más grave en 1848. Los problemas habían comenzado de nuevo en Francia, pero esta vez no se detuvieron en la frontera francesa, sino que se extendieron por Europa central. El sistema de control creado por el Congreso de Viena, cuyo objetivo era estrangular el nacionalismo en las tierras habsburguesas y alemanas, se hundió en cuestión de semanas. Al final, sólo la intervención de Rusia ayudó a aplastar a los nacionalistas húngaros rebeldes y mantener unida la monarquía de los Habsburgo.
En Prusia, los conservadores actuaron en un primer momento un poco mejor contra las fuerzas revolucionarias, pero una asamblea de representantes reunida de Fráncfort se mostró incapaz de formar un nuevo Estado alemán unificado en aquella situación revolucionaria. Tras una lucha desesperada, los conservadores recuperaron el control de la situación. El rey de Prusia rechazó –con el comentario despectivo de que no aceptaría una Corona de manos de la alcantarilla– la oferta de la asamblea de Fráncfort que le brindaba la Corona de un nuevo Estado alemán. Aunque la revolución de 1848 fue un fracaso en el sentido más general de la palabra, puso de relieve la profundidad del nacionalismo que subyacía al equilibrio europeo.
La Guerra de Crimea
El éxito de Rusia tanto al evitar la revolución en 1848 como al aplastar a los nacionalistas húngaros animó al zar a emprender una política más activa en los Balcanes. El Imperio otomano era ya un Estado débil y decrépito, incapaz de adaptarse al desafío industrial y tecnológico de Occidente, aunque poseía, no obstante, una capacidad casi inagotable para sobrevivir a sus propios desastres. Los rusos esperaban sacar partido de la debilidad otomana; los británicos y los franceses se oponían a ello. No podían permitir que Rusia recogiera los restos del hundimiento de Turquía, y los británicos, en particular, deseaban impedirle conseguir un acceso directo al Mediterráneo.
En 1854, un ejército ruso cruzó el Danubio e invadió el territorio otomano; británicos y franceses declararon la guerra y enviaron fuerzas a Constantinopla para defender a los turcos. Antes, incluso, de que pudieran producirse enfrentamientos armados al sur del Danubio, los austriacos intervinieron dando muestras de una asombrosa ingratitud por la ayuda prestada por Rusia en 1849: exigían al zar que retirara sus fuerzas del territorio otomano. Los rusos accedieron, eliminando así el casus belli, pero los dirigentes británicos y franceses decidieron dar una lección a Rusia. El resultado fue la Guerra de Crimea.
El conflicto constituye en algunos aspectos un hito fundamental en la historia de la guerra; en otros, sin embargo, fue una vuelta a las «guerras limitadas» del siglo xviii. Los combates fueron testigos por primera vez de la influencia directa de la ciencia y la técnica en el campo de batalla. La invención de la bala «minié» para mosquetes rayados (con acanaladuras en espiral abiertas en el cañón) permitía a los soldados de infantería alcanzar y herir a los enemigos hasta una distancia de casi 300 metros. (La bala minié estaba perforada en la base, lo que permitía a la carga explosiva forzar hacia fuera los rebordes del proyectil y encajarlo con suficiente presión como para que el estriado le proporcionara giro y dirección. De ese modo triplicaba el alcance mortal del mosquete.) Otro elemento de igual importancia fue la aparición de los barcos de vapor en las flotas: los británicos y los franceses pudieron transportar y abastecer a sus tropas en Turquía y Crimea con notable facilidad. Finalmente, el telégrafo permitió a los gobiernos de París y Londres comunicarse con los comandantes del campo de batalla; además, los corresponsales de prensa transmitieron sus relatos a los directores de los periódicos en cuestión de días y no de semanas. Pero a pesar de los avances técnicos, los gobiernos beligerantes no llegaron a despertar nunca el entusiasmo y el sentimiento nacionalista en favor de una guerra total. La Guerra de Crimea fue más bien un conflicto declarado por cuestiones abstrusas, ninguna de las cuales era esencial para la supervivencia de los participantes.
Tras la retirada de los rusos al norte del Danubio, los comandantes anglofranceses decidieron invadir Crimea y atacar la base naval rusa de Sebastopol. En septiembre de 1845, la flota aliada desembarcó soldados ingleses y franceses en la costa de Crimea sin orden ni concierto; por suerte, los rusos no se enfrentaron a ellos. Luego, el ejército conjunto marchó hacia el sur, en dirección a Sebastopol. Por el camino se topó con un ejército ruso apostado sobre las alturas que dominaban el río Alma. Un ataque británico contra el flanco izquierdo arrolló a los defensores; el fuego bien dirigido de los mosquetes estriados masacró a los rusos, concentrados en columnas, mucho antes de que la «delgada línea roja» se hallara al alcance de los mosquetes del enemigo. La victoria a orillas del Alma reflejó la superior tecnología de los aliados, más que su entrenamiento o su disciplina.
Los aliados marcharon luego contra Sebastopol. Un ataque inmediato les habría llevado, quizá, a tomar el puerto, pero los franceses se mostraron cautelosos, y los preparativos para montar un asedio permitieron a los rusos completar sus defensas. Antes de que el invierno pusiera fin a las operaciones militares, los rusos realizaron dos intentos de abrirse paso hasta la guarnición asediada. En Balaclava, debido a una confusión de planes y malentendidos contradictorios, la caballería británica atacó las posiciones de la artillería rusa situada al fondo de un largo valle. El ataque fue desesperado y glorioso, y la «Carga de la brigada ligera» se sumó a la lista de fracasos heroicos de los británicos. No obstante, al acabar el día, los aliados seguían aún entre los rusos y Sebastopol. Un segundo intento de aliviar la ciudad portuaria no tuvo más éxito: en la batalla de Inkerman, los mosquetes estriados de las tropas aliadas dominaron por completo el campo de batalla; los rusos sufrieron 12.000 bajas, y los aliados sólo 3.000.
Luego, llegó el invierno a la comarca sin que el ejército británico se hallase preparado. Su sistema de abastecimiento se vino abajo: las condiciones en las líneas del frente y en los hospitales no tardaron en ser atroces; algunos comandantes invernaron en sus yates. Pero los tiempos en que los oficiales de alta graduación podían ignorar las penalidades del soldado corriente eran ya cosa del pasado en las naciones con gobiernos representativos. Los corresponsales británicos informaron sobre la terrible situación padecida por el ejército, y la indignación pública dio pie a unas reformas sustanciales que iniciaron el proceso de modernización del ejército británico.
A corto plazo, sin embargo, el invierno de Crimea desbarató las fuerzas británicas, y los franceses y piamonteses tuvieron que cargar en 1855 con el grueso del conflicto. Los rusos realizaron nuevas tentativas para aliviar Sebastopol, pero la tecnología volvió a actuar en su contra. En su último intento, realizado a mediados de agosto, los rusos sufrieron más de 8.000 bajas, y los aliados menos de 2.000. El 8 de septiembre, los franceses irrumpieron en la fortaleza de Malakoff. Los oficiales que dirigían las columnas de asalto sincronizaron sus relojes por primera vez en la historia. El ataque tuvo éxito e hizo imposible seguir defendiendo el puerto.
Al final, la Guerra de Crimea tuvo escasas repercusiones. Sólo sirvió para contener temporalmente las ambiciones rusas en los Balcanes y aplazar hasta el siglo siguiente el hundimiento de Turquía. No obstante, los avances armamentistas que habían marcado la conducción de la guerra en el plano táctico pusieron de relieve que la tecnología y la ciencia eran ahora decisivas para el éxito en el campo de batalla. El bando que reconociera esos cambios y los utilizase en sus fuerzas militares disfrutaría de importantes ventajas sobre sus adversarios.
La Guerra Civil norteamericana
La Guerra Civil norteamericana se considera el conflicto más importante del siglo xix, pues fue la primera vez en que unos gobiernos enfrentados asociaron el entusiasmo popular de la Revolución francesa a la tecnología industrial que se estaba apoderando de Occidente. Los bandos contendientes fijaron desde el primer momento unas posturas que no admitían compromiso alguno: para el Norte no habría paz sin un restablecimiento de la unión; para el Sur, no la habría sin independencia. Sin embargo, ambas partes subestimaron en un primer momento la voluntad política de su adversario. La mayoría de los sudistas creía que unos pocos éxitos rápidos sobre los cobardes yanquis les garantizarían la victoria, mientras que la mayoría de los del Norte estaba convencida de que la población del Sur se oponía a la secesión y que unas pocas victorias provocarían el hundimiento de la conspiración secesionista.
El Norte contaba, sin duda, con importantes ventajas. Su población ascendía a casi 25 millones de habitantes, mientras que el Sur tenía 9 millones escasos (de los que 3 eran esclavos). Casi todas las empresas industriales importantes y la mayoría de los ferrocarriles de la nación se hallaban en el Norte. Además, el gobierno federal controlaba la flota y el ejército, así como el grueso de la maquinaria burocrática de la nación. Pero el Sur disponía de otras ventajas, comenzando por la geografía. La distancia entre el centro de Georgia y el norte de Virginia es aproximadamente la que hay entre Prusia oriental y Moscú; y la existente entre Baton Rouge, en Luisiana, y Richmond, en Virginia, supera la que separa la frontera francoalemana de la frontera oriental de Polonia. El hecho de que unas soledades primigenias cubrieran muchas partes de la región, especialmente en el oeste, agravaba el desafío que suponía lanzar operaciones militares contra el Sur. Aunque el teatro de operaciones en el este se hallaba relativamente cerca de los centros del poder industrial norteño, Cairo (Illinois), punto de partida de los ejércitos occidentales de la Unión, se encontraba a 1.600 kilómetros del corazón de las industrias del Norte. Sin ferrocarriles ni barcos de vapor, el Norte no habría podido beneficiarse de su capacidad económica y, probablemente, habría perdido la guerra. El Sur tenía también la ventaja de no necesitar «ganar»: para lograr sus objetivos le bastaba con frustrar los esfuerzos militares del Norte.
Ambas partes se enfrentaban a problemas sobrecogedores para crear unas fuerzas militares eficaces a partir de cero. El ejército regular era poco más que un cuerpo de policía ideado para intimidar a los indios; ninguno de sus oficiales había recibido entrenamiento o preparación para dirigir grandes ejércitos. Como ha ocurrido en gran parte de la historia militar de Estados Unidos, la guerra civil fue una crónica de improvisación militar y aprendizaje en el campo de batalla. Si los oficiales sabían poco acerca de la guerra, los políticos no sabían nada; Abraham Lincoln se sentía lo bastante desesperado como para ordenar a la Biblioteca del Congreso que enviara a la Casa Blanca las obras clásicas de historia militar. Al final demostró ser un estratega y un líder político de considerable acierto en tiempo de guerra, pero su éxito se debió casi por entero a su intuición y astucia innatas, y no a una seria preparación intelectual.
El primer problema al que se enfrentaron ambos bandos fue el de reunir, formar y suministrar una gran fuerza militar. Paradójicamente, el Sur contó una vez más con una importante ventaja. Al no disponer de un ejército regular, los militares que renunciaron a sus empleos federales para luchar por la Confederación fueron repartidos entre los regimientos de la milicia de los distintos Estados, donde su experiencia aportó un módico conocimiento básico. En el Norte, sin embargo, el ejército regular siguió existiendo y se negó a desprenderse de sus oficiales para impartir instrucción a los regimientos de voluntarios.
Los propios ejércitos mantuvieron un carácter fundamentalmente civil. Las fotografías incluso del Ejército del Potomac, supuestamente el más atildado de los que participaron en la Guerra Civil, dan a entender una actitud general desenfadada respecto a las sutilezas de la uniformidad. Sin embargo, cuando estaban bien dirigidas, aquellas tropas soportaban sacrificios que pocas unidades de la historia militar norteamericana han llegado a igualar. Un buen ejemplo de ello es el comportamiento del I Regimiento de Minnesota en Gettysburg. El 2 de julio de 1863 sufrió más de un 80 por 100 de bajas, pero sus escasos supervivientes regresaron al frente para soportar la carga de Pickett durante la tarde siguiente.
El primer año de la guerra, 1861, ofreció una demostración del extraordinario talento político de Lincoln: los éxitos del Norte en aquel año destacan en marcado contraste con los errores de la política sureña. La cuestión estratégica crucial era quién controlaría los Estados fronterizos. En Maryland, el criterio de las autoridades federales de ejercer una intervención militar directa intimidó a los secesionistas en Annapolis. En Missouri, lo...

Table of contents

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Prólogo
  5. Introducción
  6. PRIMERA PARTE. LA ÉPOCA DE LA INFANTERÍA MASIVA
  7. SEGUNDA PARTE. LA ERA DE LAS FORTIFICACIONES DE PIEDRA
  8. TERCERA PARTE. LA ÉPOCA DE LOS CAÑONES Y LAS VELAS
  9. CUARTA PARTE. LA ÉPOCA DE LA GUERRA MECANIZADA
  10. Epílogo. El futuro de la práctica occidental de la guerra
  11. GUÍA DE REFERENCIAS PARA LA HISTORIA DE LA GUERRA
  12. Cronología
  13. Glosario
  14. Bibliografía
  15. Los colaboradores