Ideas comprometidas
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Los intelectuales y la política

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Ideas comprometidas

Los intelectuales y la política

About this book

El compromiso del intelectual, en el sentido del engagement sartriano, fue durante buena parte del siglo XX un lugar común, al menos hasta 1968. Desde entonces, y más aún con el nuevo contexto alumbrado tras la caída del bloque soviético en 1989 y con el auge del posmodernismo, todo compromiso de semejante índole se volvió sospechoso. Y, sin embargo, este nunca desapareció del horizonte de los intelectuales.Esta ambiciosa obra, coral y pluridisciplinar, pretende registrar los seísmos que han sacudido los compromisos forjados por los intelectuales durante los dos últimos siglos. A partir de estudios de caso como el de Francia –el país donde más y mejor se ha trabajado la historia de los intelectuales–, de capítulos temáticos dedicados al análisis de cuestiones específicas –las cultu-ras políticas comunista y conservadora, los intelectuales judíos o el compromiso bélico– y del estudio de figuras concretas como Camus, Sartre o Pasolini, se iluminan aspectos decisivos del significado del compromiso intelectual.Carlos Aguirre, Ferran Archilés, Paula Bruno, Patrizia Dogliani, Ángel Duarte, Maximiliano Fuentes Codera, Jeanyves Guérin, François Hourmant, José Neves, Giaime Pala, Gisèle Sapiro, Ismael Saz, Enzo Traverso, Albertina Vittoria

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1. Modelos de implicación política de los intelectuales: el caso francés[1]
Gisèle Sapiro
Aunque en la mayoría de las sociedades haya grupos o categorías de individuos que desempeñan una función intelectual, como los clérigos, la intelectualidad como campo autónomo no surge en Europa hasta el siglo XVIII[2]. La ampliación de los periodos de escolarización, la evolución de las universidades, el auge del paradigma científico y la industrialización del libro impreso elevaron el poder simbólico de los «intelectuales» y avalaron su aparición como categoría social a finales del siglo XIX[3]. En los escritos de autores como Saint-Simon o Amiel ya aparece la palabra en forma de adjetivo, pero, como sustantivo, no pasó a ser de uso corriente en Francia hasta la época del caso Dreyfus. Los antidreyfusards la usaron en sentido peyorativo, para desacreditar a aquellos de sus adversarios que querían intervenir en la escena política, precisamente, en calidad de especialistas. Sin embargo, estos últimos se reapropiaron del término, que tuvo gran eco a nivel internacional. Esta coyuntura explica la ambigüedad original del concepto: se refiere tanto al conjunto de productores de cultura como a aquellos de entre ellos que intervienen en la esfera pública en calidad de tales. La definición política precedió a la profesional, que no se fijó hasta la década de 1920[4].
La idea de un ámbito intelectual nos permite analizar la tensión existente entre ambas definiciones: la política y la profesional. El campo de lo intelectual se sitúa en la intersección entre el ámbito de lo político y los campos concretos de producción cultural, de manera que engloba la producción ideológica; «ese universo, relativamente autónomo, donde se elaboran, por medio del consenso y del conflicto, las herramientas objetivas a nuestro alcance, en un momento dado, para pensar el mundo social, definiendo, a la vez, el ámbito de lo políticamente pensable o, si se prefiere, en palabras de Pierre Bourdieu, las problemáticas legítimas»[5]. Los individuos y grupos pertenecientes a campos diversos (político, sindical, mediático, académico, literario, etc.) se enfrentan en ese universo y luchan por imponer sus legítimos puntos de vista sobre el mundo de lo social. Lo más característico del modo de intervención de los intelectuales, en su calidad de tales, es que tienden a referirse sólo a los debates propios del ámbito intelectual, con el consiguiente riesgo de autoexclusión, como ocurrió en el caso de los intelectuales pertenecientes al clero católico tras la condena del modernismo en 1907[6].
Sin embargo, este modo de intervención, definido por su especificidad, ha adoptado formas diversas, más o menos politizadas, que van del profetismo a la apreciación de la pericia profesional. Las tomas de postura se clasifican, preponderantemente, atendiendo al punto de vista discursivo (panfleto o diagnóstico) o a las modalidades de intervención (repertorio de acción individual o colectivo, como peticiones, manifiestos, reagrupamiento, etc.), más que al contenido, del que trata este artículo, aunque, como veremos, ambas cosas están interrelacionadas. Me gustaría analizar, a partir del caso francés, los modelos de intervención política de los intelectuales y su evolución en el siglo XX. Empezaré preguntando, en primer lugar, por los factores ideal-típicos que los caracterizan.
Me ceñiré concretamente a empresas específicamente intelectuales, excluyendo otras formas de acción militante, como manifestaciones, actividad sindical u otras en las que también participan intelectuales a título individual, pero que no dependen del valor de su capital simbólico concreto ni justifican que reciban un trato diferente al resto de categorías sociales, salvo en el aspecto de la tensión existente entre pensamiento y la acción que recorre todos los debates sobre la función de los intelectuales. La necesidad de tomar las armas con la Resistencia en tanto que poeta, puesta de manifiesto por René Char, nos recuerda, aparte de a la obsesión de los intelectuales de esa época, de los surrealistas a Sartre, de convertir a la literatura en un ejército[7], que los escasos intelectuales que se implican en la lucha armada no lo hacen precisamente en calidad de tales.
FACTORES DE DIFERENCIACIÓN EN LAS FORMAS DE INTERVENCIÓN POLÍTICA DE LOS INTELECTUALES
En ese espacio social con estructura de quiasma que Pierre Bourdieu construye en La Distinction, los intelectuales ocupan una posición subordinada en el seno de las clases dominantes en tanto que detentadores de un capital cultural, distinto al capital económico desde la institucionalización del sistema escolar. Puesto que la valorización del capital cultural es central para su función como intelectuales, las diversas formas que adoptan sus intervenciones políticas deben ser coherentes con los principios de estructuración de ese espacio social. Las modalidades y formas de implicación de los intelectuales tienden a diferenciarse atendiendo a tres factores que estructuran el ámbito de lo intelectual: el capital simbólico, la autonomía política y el nivel de especialización.
Primer factor: la posición que se ocupa en el campo intelectual depende del volumen global de capital simbólico que se ostente. El capital simbólico incide sobre la forma en la que se toma postura. Cuanto más dominante sea la posición que se ocupa, más se tiende a universalizar intereses particulares de forma despolitizada. La forma de despolitización (formal) más habitual es el moralismo. Pero hay otras, como el esteticismo, la teorización o el formalismo (la introducción de procedimientos de investigación, el uso de técnicas cuantitativas y de técnicas de modelización han sido formas de despolitización en las ciencias sociales). En un estudio consagrado a Heidegger, Pierre Bourdieu muestra la labor eufemística que supuso el recurso a los conceptos filosóficos para adaptar la ideología conservadora al humor völkisch, predominante en la Alemania de Weimar[8]. Y a la inversa, en su lucha contra la visión hegemónica del mundo, se anima a la doxa, u «ortodoxia» (cuando se trata de teoría, quienes ocupan la posición dominante en su campo se convierten en figuras «heréticas», como el profeta weberiano ante el sacerdote[9]), a formular sus protestas de un modo politizado para darle un empaque universal, como demuestra la historia de las vanguardias, de los surrealistas a Tel Quel (vid. infra). Esta oposición se refleja en los géneros, en la diferencia entre el ensayo y el panfleto[10]. El panfleto surrealista «Un cadáver», que alude a tres escritores representativos del establishment literario, miembros de la Académie Française, constituye un buen ejemplo:
Loti, Barrès, France, marcados, sin embargo, por un bello signo blanco, el año en el que cayeron los tres hombres siniestros: el idiota, el traidor y el policía. En el caso de France, lo que desaparece es algo del servilismo humano. Celebremos el día en el que enterremos el engaño, el tradicionalismo, el escepticismo y la falta de corazón[11].
Las modalidades de participación, individuales o colectivas, también dependen del capital simbólico. Los intelectuales a quienes se despoja de él están abocados a adoptar formas de acción colectiva anónimas, como el manifiesto, la manifestación, la acción sindical (el sindicalismo intelectual) o la participación en grupos de vocación ético-política. Al revés, la fama de un intelectual confiere una autoridad a sus tomas de postura, que le permite implicarse de forma individual o individualizada al margen de la forma dominante. Las formas colectivas, como la petición, muestran el capital simbólico colectivo, que surge de la acumulación de los capitales individuales.
El capital simbólico individual se mide, bien por los títulos (diplomas, distinciones, cargos universitarios o pertenencia a las Academias), que remiten a un capital de tipo institucional; bien por la fama, capital de reconocimiento ligado al nombre propio, como en el caso de André Gide o Jean-Paul Sartre (quien rechazó el Premio Nobel de Literatura, al igual que cualquier otra distinción o adscripción institucional, porque, como explicaba en su carta a la Academia sueca: «No es lo mismo firmar Jean-Paul Sartre, que firmar Jean-Paul Sartre, premio Nobel», añadiendo que «el escritor debe negarse a que lo conviertan en una institución»). Hay quien acumula ambos tipos de capital, pues el capital simbólico asociado a un nombre propio puede encumbrar a una persona a una prestigiosa posición institucional, como en el caso de Michel Foucault y Pierre Bourdieu (ambos miembros del Collège de France). Esta distinción repercute sobre el modo de valorización del capital simbólico (mención del título o de la función) y remite a otros dos factores, a saber, la dependencia de las instituciones y la división del trabajo o la expertise en los repertorios de acción. La competencia certificada por títulos constituye el capital simbólico del experto, que da su diagnóstico siguiendo procedimientos reglados, mientras que el reconocimiento fundado en el carisma predispone al profetismo.
El segundo factor de diferenciación es la autonomía en relación con las demandas políticas externas. Cuando el ámbito intelectual se hizo autónomo, en el siglo XIX, las...

Table of contents

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Introducción. El malestar en el compromiso
  5. 1. Modelos de implicación política de los intelectuales: el caso francés
  6. 2. Un momento latinoamericano. Voces intelectuales entre la I Conferencia Panamericana y la Gran Guerra
  7. 3. Un punto de inflexión: los intelectuales europeos y la Gran Guerra
  8. 4. ¿Internacionalismo, transnacionalismo o nacionalismo? El difícil compromiso de los intelectuales socialistas europeos al final de la Gran Guerra
  9. 5. Intelectuales judíos y cosmopolitismo
  10. 6. Largas y quebradas. Trayectorias intelectuales del liberalismo al antiliberalismo en España (1898-1945)
  11. 7. El PCI y sus intelectuales, 1945-1968
  12. 8. Albert Camus. Un justo en la ciudad
  13. 9. Equivocarse con Sartre. El precio de la (in)coherencia o Jean-Paul Sartre como paradigma
  14. 10. António José Saraiva o el intelectual entre la defensa de la cultura y la crítica de la alienación
  15. 11. El intelectual comprometido en España (décadas de 1950 a 1970). Algunas consideraciones a cuenta de Carlos Castilla del Pino y de una instantánea
  16. 12. Compromiso político-cultural y antifranquismo: el caso de los intelectuales comunistas de Cataluña
  17. 13. Los intelectuales de izquierda y la revolución latinoamericana: sueños y pesadillas (1959-1990)
  18. 14. Bajo la prueba del desencanto. La desaparición del intelectual de izquierdas y la recomposición del campo intelectual francés
  19. Notas biográficas de los autores