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Julia o la nueva Eloísa
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Julia o la Nueva Eloísa, obra epistolar publicada en 1760 que gozó de un enorme éxito en su época, nos sumerge en un análisis profundo de los sentimientos humanos: la pasión amorosa y el amor filial, el deber, el honor y la virtud, la amistad, la lealtad en el matrimonio... Pero, a pesar de un romanticismo incipiente, Rousseau no deja de ser el filósofo de la Ilustración, de tal manera que, además de relatar una historia de amor, podemos hacer un completo recorrido tanto por su pensamiento como por los usos y costumbres del siglo XVIII: las Artes, las Letras, la política, la educación de los hijos, pero también la moda en el vestir, la cocina, el trabajo del campo, y hasta el paisajismo y los jardines.
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Information
Carta XI, de monsieur de Wolmar
He dejado pasar el primer dolor en silencio; mi carta sólo hubiera causado un dolor mayor; ni usted estaba en condiciones de soportar los detalles, ni yo de contárselos. Hoy, quizá, sea dulce para los dos. Sólo me quedan de ella los recuerdos; mi corazón se complace en recogerlos; a usted sólo le quedan las lágrimas; pero tendrá el gusto de derramarlas por ella. Ese placer de los infortunados se me niega; para mi miseria, soy, pues, más desgraciado que usted.
No quiero hablarle de su enfermedad sino de ella. Otras madres pueden echarse al agua tras un hijo. El accidente, la fiebre, la muerte, están en la naturaleza: es el común destino de los mortales; pero la forma de pasar sus últimos momentos, las palabras, los sentimientos, su alma, todo eso no pertenece más que a Julia. Ella no vivió como ninguna otra; nadie, que yo sepa, ha muerto como ella. Esto es lo que he podido observar y lo que usted sabrá por mí.
Usted sabe que el susto, la emoción, la caída, la evacuación del agua, le produjeron una gran debilidad de la que no se recuperó. Al llegar a casa preguntó por su hijo; trajimos al niño; tan pronto como le vio andar y responder a sus caricias se tranquilizó del todo y consintió en descansar un poco. El sueño fue corto, y como el médico no había llegado aún, para esperarle, nos hizo sentar alrededor de su cama, a la Fanchon, a su prima y a mí. Nos habló de sus hijos, de los asiduos cuidados que necesitaban a causa de la forma de educación que ella había iniciado y por el peligro que había en descuidarles un momento. Sin dar una gran importancia a su enfermedad, preveía que ésta le impediría, por algún tiempo, cumplir con la parte que le correspondía en estos cuidados, y nos encargaba a cada uno de nosotros una función determinada, además de las que ya teníamos, para suplir las suyas.
Habló ampliamente de todos sus proyectos, de los de usted, de los medios más apropiados para que estos proyectos llegaran a buen fin, de las observaciones que ella había hecho y de cómo podían perjudicar o favorecer al proyecto, en fin, de todo lo que podía ponernos en condiciones de reemplazarla en sus funciones de madre tan largo tiempo como se viese imposibilitada para cumplirlas. Son demasiadas precauciones, pensé, para alguien que se cree privado de una ocupación tan querida por unos pocos días; pero lo que me asustó totalmente fue ver que para la educación de Henriette entraba en muchos más detalles aún. Respecto a sus hijos, se había limitado a su primera infancia, como descargando sobre otro las atenciones que habrían de necesitar en su juventud; pero para su hija, abarcaba todas las etapas de su educación, y, dándose cuenta de que nadie iba a suplir en este punto las reflexiones que su propia experiencia le había dictado, nos expuso, brevemente, pero con fuerza y claridad, el plan de educación previsto para la niña, dirigiéndose a la madre con los razonamientos más vivos y más conmovedores para exhortarla a llevarlo a cabo.
Todas estas ideas sobre la educación de los jóvenes, y sobre los deberes de las madres, mezclado con frecuentes alusiones a ella misma, no podían dejar de acalorar la conversación. Vi que se animaba demasiado. Clara cogía la mano a su prima y la acercaba a cada instante a su boca, sollozando por toda respuesta; la Fanchon no estaba más tranquila; y en cuanto a Julia, noté que sus ojos estaban también llenos de lágrimas, pero no se atrevía a llorar abiertamente por miedo a alarmarnos más. Al pronto me dije: «Cree que se va a morir». La última esperanza que me quedaba era pensar que el mismo espanto podía confundirla sobre su verdadero estado, y hacerla ver un peligro mayor del que en realidad había. Desgraciadamente yo la conocía demasiado bien como para contar demasiado con este error. Intenté calmarla varias veces; le rogué una vez más que no se excitara más de lo necesario hablando sobre temas que podríamos volver a tratar ampliamente. «¡Ah! –dijo–, nada hace tanto daño a las mujeres como el silencio; y además, noto que tengo fiebre; así es que más vale emplear en temas útiles estas ganas de hablar que da la fiebre, antes que andar desvariando sin razón.»
La llegada del médico causó un revuelo en la casa imposible de describir. Todos los criados, uno tras otro, en la puerta de la habitación, con la mirada inquieta y las manos juntas, esperaban el juicio del médico sobre el estado de su ama como si esperasen ante un tribunal el fallo de su propia sentencia. Este espectáculo puso a la pobre Clara en una agitación tal que me hizo temer su cordura. Hubo que alejarlos de allí con diferentes pretextos para apartar de sus ojos ese objeto de espanto. El médico nos dio vagamente un poco de esperanza, con un tono más apropiado para quitárnosla. Julia tampoco dijo lo que pensaba; la presencia de su prima la coaccionaba. Cuando el médico salió, le seguí; Clara quiso hacer lo mismo, pero Julia la retuvo y me hizo una seña con la mirada que yo entendí. Me apresuré a advertir al médico de que, si había peligro, tenía que ocultárselo a madame d’Orbe con tanto más cuidado que a la enferma, por temor a que la desesperación terminara por trastornarla y ponerla en condiciones de no poder asistir a su amiga. Declaró que, en efecto, había peligro, pero que como sólo habían pasado veinticuatro horas desde el accidente, era necesario un poco más de tiempo para establecer un pronóstico más seguro; que la noche siguiente sería decisiva para el curso de la enfermedad y que él no podía pronunciarse sino al tercer día. Sólo la Fanchon fue testigo de este discurso; y después de haberla hecho prometer, no sin esfuerzo, que debía contenerse, convinimos en lo que debíamos decir a madame d’Orbe y al resto de la casa.
Hacia el anochecer, Julia obligó a su prima a que fuera a descansar algunas horas, ya que había pasado la noche junto a ella y quería además pasar la siguiente. Durante ese tiempo, la enferma, al enterarse que iban a sangrarla de un pie, y que el médico estaba preparando unas recetas, le llamó y le dijo: «Monsieur de Bosson, si usted cree que debe engañar a un enfermo asustado sobre su estado de salud, es una precaución llena de humanidad que yo apruebo; pero es una crueldad actuar del mismo modo con todos, prodigándoles cuidados superfluos y desagradables, algunos de los cuales no necesitan en absoluto. Prescríbame todo lo que usted considere que me será verdaderamente útil, obedeceré puntualmente. En cuanto a esos remedios que son para la imaginación, exonéreme; es mi cuerpo el que sufre, no mi espíritu; y no tengo miedo de terminar mis días, sino de emplear mal los que me quedan. Los últimos momentos de la vida son demasiado preciosos para que a uno le esté permitido engañarse. Si usted no puede prolongarme la vida, al menos no me la abrevie, quitándome la posibilidad de emplear los pocos instantes que me deja la naturaleza. Cuantos menos me queden, más debe usted respetarlos. Hágame vivir o déjeme: sabré morir bien yo sola». Mire cómo esta mujer, tan tímida y tan dulce en el trato ordinario, sabía encontrar un tono firme y serio en ocasiones extraordinarias.
La noche fue cruel y decisiva. Ahogos, opresión, síncopes, la piel seca y ardorosa; y una ardiente fiebre, mientras se la oía llamar vivamente a Marcellin como para retenerle, y pronunciar también algunas veces otro nombre, antaño tan repetido en una ocasión semejante. Al día siguiente, el médico me declaró sin rodeos que él estimaba que no le quedaban más de tres días de vida. Yo fui el único depositario de tan espantoso secreto; y la hora más amarga de mi vida fue aquella en la que, llevándolo conmigo, no sabía qué uso debía hacer de él. Me fui solo a errar por el bosque, pensando en el partido que debía tomar, no sin hacerme tristes reflexiones sobre la suerte que iba a correr en mi vejez, en este estado solitario del que ya me había lamentado, incluso antes de haber conocido otro destino más dulce.
La víspera había prometido a Julia repetirle fielmente el juicio del médico; me había hecho darle mi palabra por todo aquello que más pudiera llegar a mi corazón. Este compromiso me pesaba sobre la conciencia; pero, ¡cómo!, ¿por qué un compromiso quimérico y sin utilidad tenía que entristecer su alma y hacerle saborear la muerte sorbo a sorbo? ¿Qué podía suponer para mí un compromiso tan cruel? ¿Anunciarle su última hora no era tal vez adelantarla? En un intervalo tan corto de tiempo, ¿qué se hace de los deseos, de las esperanzas que son los elementos de la vida? ¿Se goza aún de la vida viéndose tan cerca de perderla? ¿Era yo quien debía darle la muerte?
Caminaba con paso precipitado en una agitación que nunca había experimentado. Esta larga y penosa ansiedad me seguía por todas partes, arrastraba conmigo su insoportable peso. Pero me vino una idea que me ayudó a decidir. No se esfuerce en adivinar: se la diré.
¿Para quién estoy deliberando? ¿Para ella o para mí? ¿En qué sistema me baso? ¿En su sistema de principios o en el mío? ¿Qué me demuestran uno y otro? Yo, para creer en lo que creo, no tengo sino mi opinión fundada en algunas probabilidades. Ninguna demostración puede echarla abajo, es cierto; pero ¿qué demostración la establece? Ella, para creer en lo que cree, tiene igualmente su opinión, pero la percibe como evidente; esa opinión, a sus ojos, es una demostración. Así pues, tratándose de ella, ¿qué derecho tengo yo a preferir mi simple opinión, que reconozco dudosa, a la suya, que ella cree bien demostrada? Comparemos las consecuencias de estos dos sentimientos. En el suyo, la disposición de su última hora debe decidir su suerte para toda la eternidad. En el mío, las precauciones que quiero tener con ella le serán indiferentes en tres días. En tres días, según yo creo, ya no sentirá nada. Pero si por casualidad ella tuviera razón, ¡qué diferencia! ¡El bien o el mal eterno...! ¡Quizá!... Esa terrible palabra... ¡Desgraciado!, arriesga tu alma, pero no arriesgues la suya.
Ésta es la primera duda que me hizo digna de sospecha la incredulidad que usted me rebatió tan a menudo. Desde entonces, no es la última vez que me asaltan las dudas al respecto. Sea lo que sea, me sentí liberado de lo que me atormentaba. En ese momento me decidí; y, por temor a cambiar de opinión, corrí junto al lecho de Julia. Hice que salieran todos y me senté; imaginará usted con qué aspecto. No tomé con ella ninguna de las precauciones que se toman con las almas pequeñas. No dije nada; pero me vio y comprendió al instante. «Crees que vas a descubrirme algo? –me dijo dándome la mano–. No, amigo mío, lo sé: la muerte se acerca, tenemos que separarnos.»
Entonces mantuvo conmigo un largo discurso del que algún día le hablaré y que sirvió para escribir su testamento en mi corazón. Si yo no hubiera conocido su corazón, sus últimas disposiciones hubieran bastado para dármelo a conocer.
Me preguntó si su estado era conocido en la casa. Le dije que la alarma era general, pero que nadie sabía nada con certeza, y que monsieur du Bosson sólo me lo había confiado a mí. Me hizo jurar que el secreto fuera celosamente guardado durante todo el día. «Clara –añadió– no soportará este golpe si no es de mi mano; morirá si le viene de alguna otra. Destino la próxima noche a este triste deber. Por eso he querido saber la opinión del médico, para no exponer a esta infortunada a que reciba un golpe tan cruel solamente con mi propia opinión. Haz que no sospeche nada antes de tiempo, o te arriesgas a quedarte sin amiga y a dejar sin una madre a tus hijos.»
Me habló de su padre. Le confesé que le había enviado un correo urgente, pero me guardé de añadir que este hombre, en lugar de contentarse con darle la carta, como yo le había ordenado, se apresuró a hablar, y tan torpemente que mi viejo amigo, creyendo que su hija se había ahogado, cayó de espanto por la escalera y se hizo una herida que lo retenía en el lecho en Blonay. La esperanza de volver a ver a su padre la afectó sensiblemente; y la certeza, para mí, de que esta esperanza era ilusoria, no fue el menor de los males que tuve que soportar.
La subida de la fiebre de la noche anterior la había debilitado extraordinariamente. La larga conversación de ahora no había contribuido a fortalecerla. En el agotamiento en el que estaba, intentó descansar un poco durante el día; sólo al día siguiente supe que no había ocupado esa jornada solamente en dormir.
Sin embargo, la consternación seguía reinando en la casa. Todos esperaban, en un triste silencio, que les sacasen de la duda, pero nadie se atrevía a preguntar por temor a que les dijeran lo que no querían saber. Se decían: «Si hay alguna noticia buena, ya se apresurarán a decírnosla; si es mala, siempre será demasiado pronto para conocerla». En el espanto que les tenía sobrecogidos, ya era suficiente para ellos que no hubiera ninguna noticia. En medio de esta triste calma, madame d’Orbe era la única activa y habladora. Tan pronto como estaba fuera de la habitación de Julia, en lugar de ir a descansar a la suya, recorría toda la casa; paraba a todo el mundo preguntando qué había dicho el médico, qué pensaban ellos. Ella misma había sido testigo de la noche anterior; no podía ignorar lo que había visto, pero quería engañarse a sí misma y recusar el testimonio de sus ojos. Como a quienes preguntaba no le respondían nada que no fuese favorable, seguía interrogando a los demás, y siempre con una inquietud tan grande, con un aspecto tan espantado, que, aunque hubieran sabido la verdad mil veces, no se les hubiera ocurrido decírsela.
Junto a Julia, se contenía, y el adorado ser que tenía ante sus ojos la disponía más a la aflicción que al arrebato. Temía que su espanto se notase, pero lo ocultaba mal. Su inquietud se veía sobre todo en el esfuerzo que ponía en parecer tranquila. Julia, por su parte, no ahorraba nada para mantenerla en el engaño. Sin dejar de reconocer su enfermedad, hablaba de ella como de una cosa pasada, y sólo parecía preocupada por el tiempo que tardaría aún en reponerse. Éste era un suplicio más para mí: ver a cada una de ellas tranquilizar a la otra, yo, que sabía muy bien que ninguna de las dos sentía en su alma la esperanza que simulaban darse mutuamente.
Madame d’Orbe la había velado las dos noches anteriores; hacía tres días que no se desvestía. Julia le propuso que fuera a acostarse; ella no quiso. «Pues bien –dijo Julia–, que te pongan una cama en esta habitación; a no ser, añadió como reflexión, que quieras compartir la mía. ¿Qué dices, prima? Mi enfermedad no es contagiosa, no te doy repugnancia, acuéstate en mi cama.» La idea fue aceptada. A mí me echaron de allí, y realmente necesitaba descansar.
Me levanté temprano. Inquieto por lo que podía haber sucedido durante la noche, al primer ruido que oí entré en la habitación. Por el estado en el que se encontraba madame d’Orbe la víspera, juzgué la desesperación en la que iba a encontrarla y el furor al que iba a enfrentarme. Al entrar, la vi sentada en un sillón, deshecha, pálida, más bien lívida, los ojos hundidos y casi apagados, pero dulce, tranquila, casi sin hablar, aunque haciendo lo que se le pedía sin responder. En cuanto a Julia, parecía menos débil que la víspera; la voz más firme, el gesto más animado; parecía que hubiera tomado la viveza de su prima.
Fácilmente me di cuenta por sus mejillas que esa aparente mejoría era el efecto de la fiebre; pero también vi brillar en su mirada no sé qué secreta alegría que podía contribuir a su mejor aspecto, y de la que yo no acertaba a ver la causa. El médico volvió a confirmar el mismo pronóstico de la víspera; la enferma siguió también pensando igual, y a mí no me quedaba ninguna esperanza.
Como tuviera que ausentarme durante algún tiempo, al volver me di cuenta de que habían arreglado la habitación con esmero; allí reinaba el orden y la elegancia; habían puesto macetas de flores sobre la chimenea, las cortinas estaban entreabiertas y recogidas; habían ventilado y perfumado el aire; se respiraba un aroma tan agradable que nadie hubiera pensado que era la habitación de una enferma. También ella se había aseado y arreglado con cuidado: la gracia y el buen gusto seguían mostrándose en su atuendo senc...
Table of contents
- Cubierta
- Portadilla
- Contraportada
- Legal
- Prólogo
- Julia, o la nueva Eloísa
- Cita
- Prefacio
- PRIMERA PARTE
- Carta I, a Julia. Su maestro, enamorado de ella, le testimonia los sentimientos más tiernos. Le reprocha el tono ceremonioso en privado, y el tono familiar ante los demás
- Carta II, a Julia. La inocente familiaridad de Julia en público, cercenada; quejas de su amado por esta razón
- Carta III, a Julia. Su amante se da cuenta de la turbación que le causa, y quiere alejarse para siempre
- Carta IV, de Julia. Le confiesa su pasión. Los remordimientos. Hace prometer a su amante que sea generoso a este respecto
- Carta V, a Julia. Delirios de su amante; promesas del respeto más inviolable
- Carta VI, de Julia a Clara: Julia apremia a Clara, su prima, para que regrese junto a ella y le hace ver que ama...
- Carta VII, respuesta. Alarma de Clara ante el estado de ánimo de su prima, a quien anuncia su cercano regreso
- Carta VIII, a Julia. Su amante le reprocha la recuperación de la salud y la tranquilidad, las precauciones que toma con él, y no quiere rechazar las ocasiones que Julia no haya podido evitar
- Carta IX, de Julia. Se queja de los errores de su amante, le explica la causa de su primer temor y la causa del presente estado de su corazón, le invita a mantenerse en el delicioso placer del más puro amor. Sus presentimientos sobre el futuro...
- Carta X, a Julia. La impresión que la belleza del alma de Julia produce en su amante. Contradicciones que siente en los sentimientos que ella le inspira
- Carta XI, de Julia. Le renueva la ternura que siente, y al mismo tiempo la devoción por el deber. Le explica lo importante que es, para los dos, el que ella se encargue del destino de ambos
- Carta XII, a Julia. Su amante asiente a lo que ella le exige. Propuesta de un nuevo plan de estudios, lo que le lleva a varias observaciones críticas
- Carta XIII, de Julia. Satisfecha de la pureza de los sentimientos de su amante, le atestigua que no desespera de poder hacerle feliz algún día, le anuncia la vuelta de su padre y le previene de una sorpresa que quiere darle en un bosquecillo
- Carta XIV, a Julia. Violento estado del amante de Julia. Efecto de un beso que ella le dio en el bosquecillo
- Carta XV, de Julia. Exige que su amante se ausente por algún tiempo y le hace que acepte el dinero para ir a su tierra con el pretexto de ocuparse de unos asuntos
- Carta XVI, respuesta. El amante obedece y, por orgullo, le devuelve el dinero
- Carta XVII, réplica. Indignación de Julia por el rechazo del dinero. Hace que acepte el doble de la suma anterior
- Carta XVIII, a Julia. Su amante recibe el dinero y se va
- Carta XIX, a Julia. Algunos días después de llegar a su patria, el amante de Julia le pide que no le olvide, y le testimonia su inquietud sobre la suerte corrida por la carta anterior
- Carta XX, de Julia. Tranquiliza a su amante en relación con el retraso de las respuestas a sus cartas. Llegada del padre de Julia. La mención a su padre sobre su amante, diferida
- Carta XXI, a Julia. La sensibilidad de Julia hacia su padre, alabada por su amante. Se queja, sin embargo, de no poseer todo su corazón
- Carta XXII, de Julia. Asombro de su padre por los conocimientos y el talento que ve en ella. Se entera de la procedencia plebeya del maestro y de su osadía
- Carta XXIII, a Julia. Descripción de las montañas del Valais. Costumbres de los habitantes. Retrato de sus mujeres. El amante de Julia sólo tiene ojos para ella
- Carta XXIV, a Julia. Su amante le responde sobre la propuesta de pagarle los servicios por su educación. Diferencia de su situación en relación con la de Abelardo y Eloísa
- Carta XXV, de Julia. Su esperanza se acaba; se siente abrumada por el peso de la ausencia de su amante
- Carta XXVI, a Julia. Cruel situación de su amante. Desde lo alto de su refugio, tiene los ojos clavados en ella; le propone huir con él
- Carta XXVII, de Clara. Julia está muy enferma; efecto de la proposición de su amante. Clara le llama
- Carta XXVIII, de Julia a Clara. Julia se queja de la ausencia de Clara; de su padre que quiere casarla con un amigo suyo; y ya no responde de sí misma
- Carta XXIX, de Julia a Clara. Julia pierde su inocencia. Sus remordimientos. Sólo puede acudir a su prima
- Carta XXX, respuesta. Clara trata de calmar la desesperación de Julia y le jura una amistad inviolable
- Carta XXXI, a Julia. El amante de Julia, quien la ha sorprendido fundida en lágrimas, le reprocha su arrepentimiento
- Carta XXXII, respuesta. Julia no se reprocha tanto el haber cedido demasiado al amor, como verse privada de su mayor encanto. Aconseja a su amante, a quien comunica las sospechas de la madre, que finja que otros asuntos le impiden seguir ocupándose de su educación, y le informará de los medios que está fraguando para buscar otras ocasiones de verse
- Carta XXXIII, de Julia. Poco satisfecha de la obligación de verse en actos sociales públicos, de los que teme, por otra parte, la disipación que en ellos se produce, y que ésta debilite la pasión de su amante, le invita a tomar de nuevo, con ella, la vida retirada y apacible de la que le ha sacado. Le oculta un proyecto y le prohíbe que le pregunte al respecto
- Carta XXXIV, respuesta. El amante de Julia, para tranquilizarla respecto a la diversión que le comentó en su carta, le da detalle de todo lo que ocurría en torno a ella en aquella reunión, y le promete que guardará el silencio impuesto. Rechaza el grado de capitán al servicio del rey de Cerdeña, y da las razones de este rechazo
- Carta XXXV, de Julia. Al comentar la justificación de su amante, Julia aprovecha para tratar sobre los celos. Aun cuando fuera un amante voluble, nunca le creería un amigo infiel. Cenarán juntos en casa de Clara. Lo que ocurrirá después de la cena
- Carta XXXVI, de Julia. Los padres de Julia estarán ausentes, ella estará en casa de su prima. Arreglo para verse con su amante libremente
- Carta XXXVII, de Julia. Marcha de los padres de Julia. Estado de su corazón en esos momentos
- Carta XXXVIII, a Julia. Testimonio de la tierna amistad de las dos primas, el amante de Julia siente que su amor aumenta. Impaciencia de encontrarse ya en la choza, la cita en el campo propuesta por Julia
- Carta XXXIX, de Julia. Pide a su amante que parta de inmediato a pedir el permiso militar de Claude Anet, joven que se alistó para pagar el arrendamiento de la casa de su novia, a quien Julia y su madre protegían
- Carta XL, de Fanchon Regard a Julia. Implora la ayuda de Julia para conseguir la licencia de su prometido. Nobles y virtuosos sentimientos de esta joven
- Carta XLI, respuesta. Julia asegura a Fanchon Regard, prometida de Claude Anet, que se ocupará del asunto de su prometido
- Carta XLII, a Julia. Su amante sale de viaje para conseguir la licencia de Claude Anet
- Carta XLIII, de Saint-Preux a Julia. Generosidad del capitán de Claude Anet. El amante de Julia pide a ésta una cita en la choza antes del regreso de sus padres
- Carta XLIV, de Julia. Precipitado regreso de la madre. Ventajas resultantes del viaje que hizo el amante de Julia para obtener la licencia de Claude Anet. Julia le anuncia la llegada de milord Edward Bomston, conocido también de su amante. Lo que ella piensa de este extranjero
- Carta XLV, a Julia. Dónde y cómo conoció a milord Edward, de quien hace un retrato. Reprocha a su amante el que piense como mujer en relación con este inglés, y la conclusión de la cita en la choza
- Carta XLVI, de Julia. Anuncia a su amante el matrimonio de Fanchon Regard y le deja entender que el tumulto de la boda puede suplir al misterio de la choza. Contesta sobre el reproche hecho en relación con milord Edward. Diferencia moral de los dos sexos. Cena para el día siguiente, donde Julia y su amante se encontrarán con milord Edward
- Carta XLVII, a Julia. Su amante teme que milord Edward pretenda llegar a ser el esposo de Julia. Cita para una velada musical
- Carta XLVIII, a Julia. Reflexiones sobre la música francesa y la música italiana
- Carta XLIX, de Julia. Calma los temores de su amante asegurándole que no se trata de matrimonio entre ella y milord Edward
- Carta L, de Julia. Reproche que hace a su amante porque, ebrio, al final de una cena, mantuvo discusiones groseras y modales indecentes
- Carta LI, respuesta. El amante de Julia, asombrado por este comportamiento, del que no era consciente, renuncia al vino para siempre
- Carta LII, de Julia. Bromea en torno al voto hecho por su amante de no beber vino nunca jamás; le perdona y le releva de su voto
- Carta LIII, de Julia. La boda de Fanchon, que debía celebrarse en Clarens, tendrá lugar en la ciudad. Esto perturba los proyectos de Julia y de su amante. Julia le propone una cita nocturna con gran riesgo para los dos
- Carta LIV, a Julia. El amante de Julia en el gabinete de su amante. Sus delirios mientras la espera
- Carta LV, a Julia. Sentimientos de amor del amante de Julia, más tranquilos, pero más afectuosos y más grandes después del goce amoroso
- Carta LVI, de Clara a Julia. Riña del amante de Julia con milord Edward. La razón es Julia. Proposición de duelo. Clara, quien cuenta esta aventura a su prima, le aconseja que se aleje de su amante para evitar cualquier sospecha. Añade que sería necesario terminar con el asunto de milord Edward, y por qué motivos
- Carta LVII, de Julia. Razones de Julia para disuadir a su amante del duelo con milord Edward, fundadas, principalmente, en el cuidado que debe poner en la reputación de su amante, sobre la idea del honor real y el verdadero valor
- Carta LVIII, de Julia a milord Edward. Le confiesa que tiene un amante, dueño de su corazón y de su persona. Hace el elogio de este amante y jura que no le sobrevivirá
- Carta LIX, de monsieur d’Orbe a Julia. Le cuenta la respuesta de milord Edward después de la lectura de la carta de Julia
- Carta LX, a Julia. Reparación de milord Edward. Hasta qué punto le lleva su humanidad y su generosidad
- Carta LXI, de Julia. Sentimientos de agradecimiento a milord Edward
- Carta LXII, de Clara a Julia. Milord Edward propone al padre de Julia que la case con su maestro, cuyos méritos alaba. Rotunda negativa del padre. Reflexiones de milord Edward sobre la nobleza. Clara informa a su prima de la repercusión que el asunto de su amante tiene en la ciudad y hace prometer a Julia que aleje de allí a su amante
- Carta LXIII, de Julia a Clara. Furia del padre de Julia contra su mujer y su hija; los motivos de esta furia. Consecuencias. Pesar del padre. Sin embargo, declara a su hija que jamás aceptará como yerno a un hombre como su maestro. Prohibición de verle o de hablarle. Impresión que dichas órdenes producen en el corazón de Julia; encarga a su prima que, en su nombre, haga lo necesario para que su amante abandone la ciudad
- Carta LXIV, de Clara a monsieur d’Orbe. Le da cuenta de lo que hay que hacer para preparar la marcha del amante de Julia
- Carta LXV, de Clara a Julia. Detalle de las medidas tomadas con monsieur d’Orbe y milord Edward para la marcha del amante de Julia. Llegada de este amante a casa de Clara, quien le anuncia la necesidad de que se aleje de la ciudad. Lo que ocurre en su corazón. Su marcha
- SEGUNDA PARTE
- Carta I, a Julia. Reproches de su amante, presa de las penas de la ausencia
- Carta II, de milord Edward a Clara. La informa de la turbación del amante de Julia y promete no abandonarle hasta no verle en un estado capaz de poder contar con él
- Carta III, de milord Edward a Julia. Le propone partir hacia Inglaterra y casarse allí con su amante; les ofrece unas tierras que posee en el ducado de York
- Carta IV, de Julia a Clara. Dudas de Julia sobre la aceptación o no de la propuesta de milord; pide consejo a su amiga
- Carta V, respuesta. Clara testimonia a Julia el más inviolable afecto y le asegura que la seguirá adonde vaya, sin aconsejarle, sin embargo, el abandono de la casa paterna
- Carta VI, de Julia a milord Edward. Agradecimiento y rechazo de la proposición que le hizo
- Carta VII, de Julia. Levanta el abatido ánimo de su amante y le describe con fuerza la injusticia de sus reproches. Su temor a contraer vínculos aborrecidos y quizá inevitables
- Carta VIII, de Clara. Reprocha al amante de Julia su tono de protesta y su descontento, y le confiesa que ha sido ella la que insistió a su prima para que lo alejase de la ciudad y también para que rechazara el ofrecimiento de las tierras de York de milord Edward
- Carta IX, de milord Edward a Julia. El amante de Julia se vuelve más razonable. Viaje de milord Edward a Roma. A su regreso recogerá en París a su amigo para llevarle a Inglaterra. Le explica sus intenciones
- Carta X, a Clara. Sospechas del amante de Julia sobre milord Edward. Consecuencias. Clarificaciones. Su arrepentimiento. Su inquietud causada por unas palabras de una carta de Julia
- Carta XI, de Julia. Exhorta a su amante a que haga uso de su talento en la carrera que va a comenzar, a que no se olvide nunca de la virtud y a que tampoco olvide a su amante; añade que nunca se casará con él sin el consentimiento del barón d’Étange, pero que nunca será de otro sin el consentimiento de su amante
- Carta XII, a Julia. Su amante le anuncia su marcha a París
- Carta XIII, a Julia. Llegada del amante a París. Le jura una confianza eterna y le informa de la generosidad de milord Edward con él
- Carta XIV, a Julia. Entrada de su amante en el gran mundo. Falsas amistades. Idea del tono de las conversaciones de moda. Contraste entre los discursos y las acciones
- Carta XV, de Julia. Crítica de la carta precedente. Próxima boda de Clara
- Carta XVI, a Julia. Su amante responde a la crítica de su última carta. Dónde y cómo hay que estudiar a un pueblo. El sentimiento de su pena. Consuelo en la ausencia
- Carta XVII, a Julia. Su amante inmerso en la vorágine del gran mundo. Dificultades para estudiar a las personas. Cenas. Visitas. Espectáculos
- Carta XVIII, de Julia. Informa a su amante sobre el matrimonio de Clara; toma nuevas medidas para mantener la correspondencia por otra vía distinta a la de su prima; elogia a los franceses, se queja de que no le hable nada de las parisinas; invita a su amigo a que haga uso de su talento en París; le anuncia la llegada de los recién casados y la mejoría en la salud de madame d’Étange
- Carta XIX, a Julia. Motivos de la franqueza de su amante en relación con los parisinos. La razón por la que prefiere Inglaterra a Francia para demostrar su talento
- Carta XX, de Julia. Envía un retrato a su amante y le anuncia la llegada de los recién casados
- Carta XXI, a Julia. Su amante le describe a las parisinas
- Carta XXII, a Julia. Delirios del amante ante el retrato de Julia
- Carta XXIII, del amante de Julia a madame d’Orbe. Descripción crítica de la Ópera de París
- Carta XXIV, de Julia. Informa a su amante de los medios empleados para conseguir el retrato que le envió
- Carta XXV, a Julia. Crítica del retrato. Su amante lo hace modificar
- Carta XXVI, a Julia. Su amante, conducido sin saberlo a una casa de mujeres de la vida. Consecuencias. Confesión de su fechoría. Lo lamenta
- Carta XXVII, respuesta. Reprocha a su amante sus reuniones de sociedad y su falsa vergüenza como las primeras causas de su falta; le aconseja que cumpla con su función de observador entre los burgueses e incluso con la gente de estados inferiores; se queja de la diferencia entre los frívolos relatos que le envía a ella y los relatos serios que envía a monsieur d’Orbe
- Carta XXVIII, de Julia. La madre sorprende las cartas que Julia ha recibido de su amante
- TERCERA PARTE
- Carta I, de madame d’Orbe. Comunica al amante de Julia la enfermedad de madame d’Étange, el abatimiento de la hija, y le anima a que renuncie a Julia
- Carta II, del amante de Julia a madame d’Étange. Promesa de romper cualquier relación con Julia
- Carta III, del amante de Julia a madame d’Orbe, adjuntándole también la carta anterior. Le reprocha que le haya obligado a tomar el compromiso de renunciar a Julia
- Carta IV, de madame d’Orbe al amante de Julia. Le relata el efecto que ha producido su carta en el corazón de madame d’Étange
- Carta V, de Julia a su amante. Muerte de madame d’Étange. Desesperación de Julia. Su turbación al decir adiós para siempre a su amante
- Carta VI, del amante de Julia a madame d’Orbe. Le testimonia el más vivo sentimiento por el dolor de Julia y la confía a la amistad de su prima. Sus inquietudes sobre la verdadera causa de la muerte de madame d’Étange
- Carta VII, respuesta. Madame d’Orbe felicita al amante de Julia por el sacrificio que ha hecho; intenta consolarle y disipa su inquietud en torno a la causa de la muerte de madame d’Étange
- Carta VIII, de milord Edward al amante de Julia. Le reprocha su olvido; sospecha que quiere dejar de vivir y le acusa de ingratitud
- Carta IX, respuesta. El amante de Julia tranquiliza a milord Edward sobre sus temores
- Carta X, del barón d’Étange, en la que se incluía la esquela anterior. Reproches y amenazas al amante de su hija
- Carta XI, respuesta. El amante de Julia desafía las amenazas del barón d’Étange y le reprocha su barbarie
- Carta XII, de Julia. Su desesperación al verse separada para siempre de su amante. Su enfermedad
- Carta XIII, de Julia a madame d’Orbe. Le reprocha los cuidados que se ha tomado para devolverla a la vida. Pretendido sueño que le hace temer que su amante haya muerto
- Carta XIV, respuesta. Explicación del pretendido sueño. Llegada súbita de su amante. Éste se contagia voluntariamente besando la mano de Julia enferma. Su marcha. Cae enfermo en el camino. Su curación. Su vuelta a París con milord Edward
- Carta XV, de Julia. Nuevos testimonios de ternura hacia su amante. Sin embargo, está resuelta a obedecer a su padre
- Carta XVI, respuesta. Delirios de amor y de furia del amante de Julia. Máximas vergonzosas de las que pronto se retracta. Partirá con milord Edward a Inglaterra y proyecta escaparse cada año para ir secretamente junto a su amante
- Carta XVII, de madame d’Orbe al amante de Julia. Le informa del matrimonio de Julia
- Carta XVIII, de Julia a su amigo. Recapitulación de su amor. Intenciones de Julia en sus encuentros. Su embarazo. Sus esperanzas desvanecidas. Cómo su madre fue informada al respecto. Confiesa a su padre que nunca se casará con monsieur de Wolmar. Medios que emplea su padre para vencer la firmeza de la hija. Julia se deja llevar a la iglesia para casarse. Cambio total de su corazón. Refutación sólida de los sofismas que tienden a disculpar el adulterio. Compromete a quien fue su amante a mantenerse, como ella hace, en el sentimiento de una fiel amistad y le pide su consentimiento para confesar a su esposo sus relaciones pasadas
- Carta XIX, respuesta. Sentimientos de admiración y de furia del amigo de Julia. Se interesa en conocer si ella es feliz y la disuade de hacer la confesión que está meditando
- Carta XX, de Julia. Su felicidad con monsieur de Wolmar, cuyo carácter describe a su amigo. Lo que basta a dos esposos para vivir felices. Las razones por las que no hará esa confesión a su marido. Rompe todo trato con su amigo, permitiéndole tener noticias suyas a través de madame d’Orbe, y le dice adiós para siempre
- Carta XXI, del amante de Julia a milord Edward. Hastiado de la vida intenta justificar el suicidio
- Carta XXII, respuesta. Milord Edward refuta con fuerza las razones alegadas por el amante de Julia para justificar el suicidio
- Carta XXIII, de milord Edward al amante de Julia. Propone a su amigo que busque la paz del alma en la agitación de la vida activa
- Carta XXIV, respuesta. Resignación del amante de Julia a la voluntad de milord Edward
- Carta XXV, de milord Edward al amante de Julia. Ha dispuesto todo para el embarque de su amigo, en calidad de ingeniero de tropa, en un barco de una escuadra inglesa
- Carta XXVI, del amante de Julia a madame d’Orbe. Tierno adiós a madame d’Orbe y a madame de Wolmar
- CUARTA PARTE
- Carta I, de madame de Wolmar a madame d’Orbe. Julia pide a su prima que regrese
- Carta II, respuesta de madame d’Orbe a madame de Wolmar. Proyecto de madame d’Orbe, que ya es viuda, de unir un día a su hija con el hijo mayor de madame de Wolmar
- Carta III, del amante de Julia a madame d’Orbe. Le anuncia su regreso
- Carta IV, de monsieur de Wolmar al amante de Julia. Le dice que su mujer acaba de abrirle su corazón y le ha contado sus pasados amores. Le ofrece su casa
- Carta V, de madame d’Orbe al amante de Julia. En esta carta iba incluida la precedente. Madame d’Orbe une su invitación a la de monsieur y madame de Wolmar
- Carta VI, de Saint-Preux a milord Edward. En ella le relata el recibimiento de que ha sido objeto en casa de monsieur y de madame de Wolmar
- Carta VII, de madame de Wolmar a madame d’Orbe. Informa del estado de su corazón, de la conducta de Saint-Preux, de la buena opinión de madame de Wolmar sobre su nuevo huésped y de la seguridad que monsieur de Wolmar tiene en la virtud de su mujer
- Carta VIII, respuesta de madame d’Orbe a madame de Wolmar. Le indica el peligro que podría correr si toma a su marido como confidente
- Carta IX, de madame d’Orbe a madame de Wolmar. Le devuelve a Saint-Preux, cuyo comportamiento alaba
- Carta X, de Saint-Preux a milord Edward. Le detalla la sabia economía que reina en casa de monsieur de Wolmar
- Carta XI, de Saint-Preux a milord Edward. Descripción de una agradable soledad
- Carta XII, de madame de Wolmar a madame d’Orbe. Carácter de monsieur de Wolmar, conocedor, incluso antes de su matrimonio, de todo lo que pasó entre su mujer y Saint-Preux
- Carta XIII, respuesta de madame d’Orbe a madame de Wolmar. Disipa los temores de su prima en relación con Saint-Preux
- Carta XIV, de monsieur de Wolmar a madame d’Orbe. Le anuncia su viaje y le informa del proyecto que tiene de confiar la educación de sus hijos a Saint-Preux
- Carta XV, de Saint-Preux a milord Edward. Aflicción de madame de Wolmar. Fatal secreto que ella revela a Saint-Preux
- Carta XVI, de madame de Wolmar a su marido. Le reprocha que disfrute con tanta dureza de la virtud de su mujer
- Carta XVII, de Saint-Preux a milord Edward. Peligro que corren madame de Wolmar y Saint-Preux en el lago de Ginebra. Consiguen llegar a tierra. Reembarcan para volver a Clarens. Horrible tentación de Saint-Preux
- QUINTA PARTE
- Carta I, de milord Edward a Saint-Preux. Consejos y reproches. Elogio de Abauzit, ciudadano de Ginebra. Próximo regreso de milord Edward
- Carta II, de Saint-Preux a milord Edward. Asegura a su amigo que ha recuperado la paz de espíritu. Le cuenta con detalle la vida familiar de monsieur y de madame de Wolmar
- Carta III, de Saint-Preux a milord Edward. Agradable recogimiento en una reunión de amigos
- Carta IV, de milord Edward a Saint-Preux. Le pide explicación del secreto disgusto de madame de Wolmar, relatado por Saint-Preux en una carta que, al parecer, no recibió
- Carta V, de Saint-Preux a milord Edward. La falta de fe de monsieur de Wolmar, causa del disgusto de Julia
- Carta VI, de Saint-Preux a milord Edward. Llegada de madame d’Orbe con su hija a casa de monsieur de Wolmar. Alegría y fiestas con motivo de esta llegada
- Carta VII, de Saint-Preux a milord Edward. Orden y alegría que reina en la casa de Wolmar en la vendimia. El barón d’Étange y Saint-Preux reconciliados sinceramente
- Carta VIII, de Saint-Preux a monsieur de Wolmar. Saint-Preux parte hacia Roma con milord Edward. Testimonia a monsieur de Wolmar la alegría que le produce el saber que va a ocuparse de la educación de sus hijos
- Carta IX, de Saint-Preux a madame d’Orbe. La informa de la primera jornada de viaje. Nueva debilidad de su corazón. Sueño funesto. Milord Edward le trae de nuevo a Clarens para curarle de sus quiméricos temores. Se asegura de que Julia está bien de salud. Saint- Preux vuelve a partir sin verla
- Carta X, de madame d’Orbe a Saint-Preux. Le reprocha no haberse dejado ver de las dos primas. Impresión que produce en Clara el funesto sueño de Saint-Preux
- Carta XI, de monsieur de Wolmar a Saint-Preux. Bromea sobre dicho sueño y le hace algunos leves reproches sobre el resurgimiento de su antiguo amor
- Carta XII, de Saint-Preux a monsieur de Wolmar. Antiguos amores de milord Edward, motivo de su viaje a Roma. Con qué intenciones ha llevado con él a Saint-Preux. Éste no soportaría que su amigo hiciera un matrimonio indecente; a este respecto pide consejo a monsieur de Wolmar y le solicita que guarde el secreto
- Carta XIII, de madame de Wolmar a madame d’Orbe. Ha comprendido los secretos sentimientos de Clara hacia Saint-Preux; le indica los peligros que corre con él y le aconseja que se casen
- Carta XIV, de Henriette a su madre. Le testimonia el aburrimiento de todos, causado por su ausencia. Le pide regalos para su «malidito», sin que tampoco se olvide de ella
- SEXTA PARTE
- Carta I, de madame d’Orbe a madame de Wolmar. La informa de la llegada a Lausana, adonde la invita para la boda de su hermano
- Carta II, de madame d’Orbe a madame de Wolmar. Le da a conocer sus sentimientos por Saint-Preux. Su alegría la pondrá siempre a cubierto de los peligros. Sus razones para permanecer viuda
- Carta III, de milord Edward a monsieur de Wolmar. Le informa del feliz desenlace de sus aventuras, efecto de la sabia conducta de Saint-Preux
- Carta IV, de monsieur de Wolmar a milord Edward. De nuevo le invita a él y a Saint-Preux a venir a Clarens a compartir la felicidad de esta casa
- Carta V, de madame d’Orbe a madame de Wolmar. Carácter, gustos y costumbres de los habitantes de Ginebra
- Carta VI, de madame de Wolmar a Saint-Preux. Le participa la intención que tiene de casarle con madame d’Orbe. Le da consejos relativos a este proyecto y combate sus máximas sobre la oración y la libertad
- Carta VII, de Saint-Preux a madame de Wolmar. Rechaza el proyecto de matrimonio con madame d’Orbe y expone sus razones. Defiende su idea sobre la oración y la libertad
- Carta VIII, de madame de Wolmar a Saint-Preux. Le hace reproches que le dicta su amistad y con qué ocasión. Dulzura del deseo, encanto de la ilusión. Devoción de Julia. Sus temores sobre la falta de fe de su marido; tranquilidad a este respecto y causas. Informa a Saint-Preux de una visita que ella y su familia harán al castillo de Chillon. Sentimiento funesto
- Carta IX, de Fanchon Anet a Saint-Preux. Madame de Wolmar se echó al agua para salvar a su hijo que había caído al lago
- Carta X, a Saint-Preux, comenzada por madame d’Orbe y terminada por monsieur de Wolmar. Muerte de Julia
- Carta XI, de monsieur de Wolmar a Saint-Preux. Relato detallado de todas las circunstancias sobre la enfermedad de madame de Wolmar. Las diversas conversaciones de la enferma con su familia, con el médico y con el ministro de la Iglesia, sobre temas importantes. Regreso de Claude Anet. Paz de espíritu de Julia en el umbral de la muerte. Expira en los brazos de su prima. Creen, falsamente, que Julia ha vuelto a la vida. Circunstancias de esa falsa alarma. Cómo el sueño de Saint-Preux se cumple de alguna manera. Consternación en toda la casa. Desesperación de Clara
- Carta XII, de Julia a Saint-Preux (esta carta estaba incluida en la precedente). Julia mira su muerte como una bendición del cielo, y sus razones. Hace prometer a Saint-Preux que se case con madame d’Orbe y le encarga la educación de sus hijos. Último adiós
- Carta XIII, de madame d’Orbe a Saint-Preux. Le confiesa sus sentimientos hacia él y le declara al mismo tiempo que quiere seguir siendo libre. Le hace ver la importancia de los deberes que tiene a su cargo. Le anuncia las próximas disposiciones de monsieur de Wolmar para abjurar de su incredulidad. Le invita a él y a milord Edward a reunirse lo más pronto posible con la familia de Julia. Viva descripción de la más tierna amistad y del más amargo dolor
- APÉNDICE. Prefacio de Julia o diálogo sobre las novelas
- Los amores de milord Edward Bomston
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