La emancipación femenina
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Palmiro Toggliati

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La emancipación femenina

Palmiro Toggliati

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""La emancipación de la mujer no es y no puede ser problema de un solo partido, ni aun de una sola clase. Esto interesa a todas las mujeres, excepto, se entiende, a aquellos pequeños grupos ligados por motivos de interés a las castas dirigentes privilegiadas, responsables de la ruina en que nos encontramos y que no quieren que el pueblo renueve a Italia según sus aspiraciones. Con excepción de estos grupos, se debe realizar la unidad de todas las mujeres italianas, consideradas en su conjunto como una masa que tiene intereses comunes, porque está toda interesada en su propia emancipación, en la profunda transformación de las propias condiciones de existencia y, por ende, en la renovación de todo el país, sin el que esta transformación no es posible."Figura intelectual de primer orden del comunismo internacional del siglo XX, la posición de Palmiro Togliatti en torno a la necesaria emergencia del papel político y social de la mujer en la sociedad contemporánea fue preclara y comprometida. Desde la "emancipación de la mujer", pasando por el "voto de la mujer" y el "derecho al trabajo", este libro recoge sus más importantes intervenciones respecto a la cuestión femenina en los años siguientes a la liberación italiana del poder fascista. Secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI) desde 1927 hasta su muerte en 1964, la grandeza política e intelectual de Palmiro Togliatti es hoy indiscutible. Fundador del PCI en 1921, exiliado político en los años veinte y treinta, delegado de la Internacional Comunista en la Guerra Civil Española y líder del mayor partido comunista de la Europa occidental durante más de treinta años, su importancia e influencia sobrepasaron con mucho las fronteras de Italia."

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V
La presencia de esta gran fuerza de mujeres organizada en el Partido Comunista es ya un elemento de transformación y renovación de la sociedad italiana[*]
[*] Discurso pronunciado en la conclusión de los trabajos de la II Conferencia nacional de las mujeres comunistas, celebrada en Roma el 23 de octubre de 1955.
Llegados al final de los trabajos de esta II Conferencia nacional de las mujeres comunistas creo que están claras para todas vosotras las razones por las que los órganos dirigentes de nuestro partido han querido que esta Conferencia fuese convocada. Debe resultar claro a todas vosotras que esta Conferencia no ha sido convocada para tratar cuestiones del funcionamiento interno, decimos, de nuestro partido, o de una parte, sino para afrontar temas y problemas generales que atañen a todo el conjunto de nuestra actividad y para indicar los medios y formas de trabajo a través de los cuales nuestro partido, y en particular las mujeres comunistas, puedan dar una más eficaz aportación para resolver los problemas que atañen a toda la dirección política de nuestro país.
Está bien advertir qué cuestiones de funcionamiento interno del partido que se planteen de modo separado de los problemas generales de nuestra actividad y de los problemas que están ante todo el país en un momento determinado, no existen o existen solamente como excepción. La organización de nuestro partido no es otra que un instrumento que nosotros ponemos al servicio de una lucha política y de una lucha ideal, y por ello al servicio de la clase obrera y de las masas populares, para la consecución de los objetivos que la clase obrera y las masas populares se plantean en la situación determinada del país.
No existen cuestiones que atañan a un sector determinado de la actividad del partido que no estén ligadas a problemas de dirección general, a las orientaciones y a los cambios de las masas trabajadoras, a transformaciones económicas y políticas habidas o que están madurando. Esta verdad, que es de orden general, vale en particular para las organizaciones femeninas del partido, porque es un error particularmente grave considerar estas organizaciones como algo separado de la vida y de las luchas generales del partido, de los movimientos que se desarrollan en todo el país.
Anticipado esto, digo que a nosotros nos urgía, ante todo, controlar la manera de cómo han sido realizadas las tareas que hemos fijado al partido y a las masas populares italianas en los años 1945-1946 al salir del terrible periodo de tiranía fascista, de la guerra de liberación, y hemos dado nuestra aportación decisiva para fundar la democracia italiana.
Os propusimos entonces algunos objetivos fundamentales. El primero era que queríamos conquistar a las mujeres italianas, en su gran mayoría, para la democracia, haciendo de las mismas una fuerza de progreso y de renovación cívica y social. Queríamos de este modo ofrecer una eficaz aportación para superar la vieja costumbre todavía existente en Italia en lo que se refería y se refiere a las relaciones entre los hombres y las mujeres y por ello la organización de la vida cívica. En segundo lugar, queríamos conquistar una vanguardia combativa y numerosa de mujeres para el movimiento comunista, siendo este una postura necesaria para que pudiésemos trabajar concretamente para obtener aquel primer resultado y alcanzar los otros objetivos que junto con el mismo se planteaban. Queríamos a continuación, junto con las mujeres de inspiración democrática que pertenecían a otros partidos, a corrientes diversas e incluso lejanas a la nuestra, contribuir a dar vida a una organización de masas femeninas unitaria, que fuese una gran palestra para despertar y educar a la mayor parte de las mujeres italianas a la vida política y a una vida democrática, para llevarlas a la lucha por sus reivindicaciones fundamentales y para las reivindicaciones democráticas de todo el pueblo.
Cumpliendo con estas tareas os proponíamos que asignaseis una gran aportación a la emancipación de las mujeres italianas haciendo penetrar profundamente la idea de la emancipación femenina en la clase obrera y entre los trabajadores, atrayendo a esta idea a grupos cada vez más numerosos de ciudadanos.
¿Cómo hemos trabajado para alcanzar estos resultados y qué hemos obtenido?
Hay que reconocer que muchas posturas sostenidas por nosotros entonces eran nuevas. No se habían afirmado casi nunca con aquella claridad y con aquel espíritu de importancia en el seno del movimiento democrático y ni siquiera en el seno del movimiento socialista de la clase obrera. No hay que extrañarse, por tanto, de que las cosas que os proponíamos hacer entonces no se hayan llevado a la práctica inmediatamente. No hay que extrañarse si en la aplicación de la línea indicada por nosotros hubo pausas, dudas y equivocaciones. Téngase presente que por parte de determinadas autoridades, que tienen un gran prestigio especialmente entre las masas femeninas, se ejerce en el curso del último decenio una presión particular en las masas trabajadoras, y en particular sobre las mujeres, para impedir que las mismas se alistasen como fuerza activa al lado de las vanguardias del movimiento democrático, que participasen activamente en el movimiento comunista y socialista. Tengamos además presente que hemos atravesado durante largos años un periodo de presiones antidemocráticas que se han ejercitado en las organizaciones de los trabajadores, en las ciudades y en los pueblos, con el fin de frenar su actividad, de impedir su desarrollo y, a veces también, intentando con la violencia y con la corrupción dividirlas o causarles otro daño.
A pesar de estas circunstancias negativas podemos afirmar que, en el trabajo realizado para la consecución de estos objetivos que habíamos fijado, se han conseguido progresos notables y que estos progresos pueden incluso considerarse superiores a las esperanzas que podíamos tener entonces.
Y comenzamos por las cifras: en 1945, en la primera Conferencia nacional femenina, las mujeres adscritas a nuestra organización eran 80.000, pero este número no se refería a todas las regiones de Italia.
Hoy, lo repetimos una vez más, las inscritas en nuestro partido son 575.000 y a ellas deben añadirse alrededor de 100.000 muchachas inscritas en la organización de la FGCI[1]. Estos números nos dan el retrato de un verdadero y gran partido. En Italia hay sin duda algunos partidos que estarían contentos de poder contar con un tal número de socios contando, incluso, con hombres y mujeres, jóvenes y viejos juntos.
La existencia de esta gran fuerza organizada, encuadrada en nuestras organizaciones, dirigida por gran parte de cuadros femeninos y por otros que dirigen en general a nuestro partido, es ya un elemento de transformación y renovación de la sociedad italiana. El hecho de que en Italia, con toda la presión reaccionaria que ha sido ejercida durante años y años en las masas femeninas para tenerlas alejadas de la vida política, para inculcarles el terror al comunismo y tenerlas sujetas a las viejas esclavitudes, sean hoy más de 650.000 las mujeres y las jóvenes comunistas, es un hecho, no solamente de importancia tal que no puede ser descuidado por nadie, sino que ya modifica algo de la estructura misma de la sociedad.
Pero no debemos mirar sólo la cantidad. Queremos fijarnos también en la calidad. Mujeres comunistas, jóvenes muchachas comunistas, ¿qué quiere decir? ¿Qué es una mujer comunista? ¿Podemos aquí limitarnos a decir, así, pura y simplemente, que se trata de mujeres y de muchachas mejores que las otras? Yo no partiría de una afirmación semejante porque temería pecar por un lado, tal vez, de presunción y, por otro, ciertamente de desprecio por otras fuerzas femeninas que se mueven en la sociedad italiana. Pero contamos con el hecho de que la mujer inscrita a la organización de un partido de vanguardia de la clase obrera, de inspiración socialista y de acción comunista como es el nuestro, es una mujer muy distinta de lo común, es una mujer en la que se ha iniciado ya un proceso de profunda renovación y este proceso ha llegado ya a dar toda una serie de resultados positivos. Para precisar mejor en qué consiste esta novedad querría partir de algunas críticas que de ordinario se mueven contra nosotros, de algunos ataques que se lanzan contra nuestro movimiento.
Vosotros sois sujetos ruines –se dice– y se precisa que esto se debe a que somos materialistas, disgregadores de la sociedad, porque predicamos la lucha de clases. Naturalmente, cuando se nos acusa de ser materialistas no se hace referencia a opiniones filosóficas. El materialismo, como sabéis, es una corriente de la filosofía, pero por lo que sé refiere a las opiniones filosóficas nosotros no buscamos la adhesión a una corriente determinada para dar un carné al que quiere combatir a nuestro lado, con tal que se adhiera al programa que nosotros presentamos y que es un programa de renovación socialista de la sociedad. Esto está escrito con todas las letras en el Estatuto de nuestro partido. Cuando se nos acusa de ser materialistas, y exigimos que se precise la acusación, se busca la manera de salir del terreno de los debates filosóficos afirmando que el defecto y pecado nuestro, por el que se nos llama de aquel modo, está en el hecho de que nosotros sólo nos ocupamos de las cosas materiales, del modo como se paga a la gente, del modo como vive, del modo como está el grado de dar una satisfacción a las exigencias de la propia existencia, de la más pequeña a la más elevada. Vosotros partís siempre de la consideración de estos hechos materiales –se nos dice– en lugar de partir de los intereses espirituales y referiros a las cosas más elevadas, que no tienen nada que ver con la baja materialidad. Y poco a poco se alarga el cuadro para llegar a la conclusión de que este materialismo que nosotros infundiríamos a las grandes masas de la población trabajadora sería la gran plaga del tiempo presente. ¡Ved qué distinta era la gente sencilla de los tiempos pasados de la de hoy! Sus deseos eran moderados, sus exigencias y aspiraciones, limitadas y modestas. Con frecuencia no tenían más aspiración que tener un mendrugo de pan y un poco de sopa para el domingo y las fiestas de precepto, excepto aquellas en que es necesario ayunar, se entiende. Hoy, por el contrario, todos reclaman un salario suficiente a sus necesidades y quieren un trabajo para poder recibir este salario y luego, gradualmente, después de haber satisfecho determinadas exigencias elementales, fomentan otras nuevas y las necesidades y las demandas aumentan de tal manera que ya no es posible satisfacerlas. Todo esto deriva, dicen, del materialismo que nosotros habríamos alimentado entre las masas trabajadoras y esto es lo que sacude a toda la sociedad, porque todas estas pretensiones exageradas no pueden ser ya satisfechas sin que se perturbe todo un orden establecido.
Pero, ¿cómo están de verdad las cosas? Querría, ante todo, que respondiesen a esta pregunta aquellas de vosotras que saben cómo viven realmente las mujeres trabajadoras, qué hacen parte de las familias en donde se vive solamente del trabajo, del trabajo asalariado o del trabajo que se hace en un pequeño trozo de tierra insuficiente que aporte los medios para el sustentamiento de toda la familia. Falta o es insuficiente la casa, falta la cama para dormir, falta el agua para lavarse. ¿Es, pues, señal de orientación materialista reivindicar una casa decente y un lecho y agua para miles y decenas de millares de personas que viven en los suburbios de las grandes ciudades como Roma, Milán o de tantas otras? ¿Es materialismo reivindicar una casa habitable y no un tugurio infecto para los pastores de Cerdeña, para los pequeños aldeanos de nuestros Alpes, para las poblaciones de nuestro Mezzogiorno y de otras regiones de Italia? ¿Cómo se han comportado y se comportan las clases dominantes a propósito de estos problemas? He ahí la pregunta que es necesario plantear. Las clases dominantes, que no estarían infectadas de materialismo, pero angelicalmente idealistas, han tenido siempre y tienen aún casas suficientes, no sólo para sus necesidades, sino para aquellas de otras muchas familias. En el pasado se han construido casas lujosas dejando dormir en las cabañas al aldeano, al artesano, al obrero. No fueron considerados por esto materialistas. Si nosotros exigimos, pues, un techo para todos, ¿por qué se nos ha de tachar de materialistas junto con los ciudadanos que empujan estas reivindicaciones?
Ayer leía que en Milán han construido una casa que tiene 114 metros de altura, más alta que la catedral y tal alta que los que habitarán en los últimos pisos estarán sobre las nubes y tendrán así la impresión de vivir en el cielo. Esta casa ha costado cinco mil millones –se dice– pero ni siquiera sé si la cifra es exacta. Para construirla se han empleado 50.000 quintales de cemento, 40 kilómetros de tuberías, 30.000 kilogramos de acero inoxidable. Cada metro cuadrado de los apartamentos de esta casa cuesta 150.000 liras y los apartamentos se venden cada uno por unos centenares de millones. Con estos medios se podría hacer desaparecer algunos arrabales de tugurios, se podría dar agua a algunas villas. He aquí cómo las clases dirigentes resuelven el problema de la vivienda. Pero ellos no son materialistas, no, por favor, son seguidores de los valores del espíritu. Materialista es la mujer de los arrabales de Roma que no puede vivir en su choza. Materialistas son los miles de familias de esta condición, pero que hoy se rebelan a esta condición. ¡He aquí cómo avanzan los materialistas!
¡Y cuántas son las familias en donde falta el pan o es insuficiente! ¿Conque es materialismo reivindicar el pan? Pero, ¿qué pide el hombre del pueblo que no tiene pan suficiente para su familia? Pide sólo poder trabajar y trabajando obtener lo que es necesario a su subsistencia y a la de los suyos. Las clases dominantes han tenido siempre el pan y la sopa, pero lo han tenido sin trabajar, explotando el trabajo de los otros y sirviéndose de su posición de dominio para satisfacer de sobra todas las exigencias de su vida material.
Pero una sociedad en la que existe este desequilibrio entre los que viven en aquel palacio, entre los que habitan en villas principescas y los que están sin vivienda y sin pan, ¿se puede decir tal vez que sea una sociedad unida? No. Esta es una sociedad profundamente dividida, mejor dicho, destrozada en su propio seno. Esta es la realidad de la existencia de las clases. Nosotros no predicamos la división y el contraste de las clases, pero constatamos su existencia. No seremos nosotros los que dividamos la sociedad en pobres y ricos, en privilegiados y desheredados. Es la sociedad misma en la que vivimos hoy, es la sociedad capitalista en ocaso que contiene en sí esta ruptura. Nosotros lo vemos y recabamos las consecuencias. Los que piden trabajo y quieren satisfacer las exigencias de la propia existencia tienen derecho a hacerlo, no pueden dejar de hacerlo. Ellos deben obtener que sus demandas sean satisfechas. Y si es cierto que esto no se puede hacer sin perturbar el orden actual, vemos nosotros en esto la condena de la sociedad actual, capitalista y dividida en clases, y en la que, por el modo mismo en que está organizada, la mayor parte de las riquezas servirá siempre para satisfacer también los caprichos de las clases privilegiadas, mientras faltarán los medios para satisfacer las exigencias de la gente pobre, que vive solamente del propio trabajo.
Por consiguiente, nosotros representamos, si acaso lo preferís, el materialismo de la gran masa del pueblo frente al de la pequeña casta de los privilegiados. Ambas cosas son, sin embargo, muy diferentes. Hay una diferencia profunda entre lo que nosotros decimos a los trabajadores, entre la lucha a la que nosotros llamamos, y la conducta de las clases dominantes del pasado y del presente. Las clases dominantes han satisfecho siempre sus exigencias explotando a los que estaban por debajo, creando y manteniendo en la existencia desigualdades profundas entre el rico y el pobre, entre el que posee y el que no tiene nada, entre el privilegiado y el desheredado. De este modo se han satisfecho a sí mismos y condenado a los otros a la indigencia. Nosotros, por el contrario, queremos una transformación profunda de todo el orden económico y social. Nosotros vamos más allá de las reivindicaciones de cada uno, que también queremos satisfacer. Nosotros queremos, en efecto, crear una sociedad que no esté más dividida en clases, como la actual, y que desaparezca, por tanto, la causa profunda de la miseria y del malestar de la mayoría. Queremos una sociedad en donde exista una igualdad no solamente formal, sino sustancial entre todos los hombres, pero esta igualdad sustancial no podrá haberla jamás mientras uno sea el explotador y otro el explotado. Nosotros trabajamos, pues, para que sea creada, mediante el esfuerzo de los trabajadores, todos unidos, organizados en grandes asociaciones, como es nuestro partido y como son los sindicatos, una sociedad nueva, en la que el principio que regule las relaciones entre los hombres sea el principio de la solidaridad y de la fraternidad. En esta sociedad, las riquezas deberán ser utilizadas para el bienestar de todos y no solamente para satisfacer los caprichos y el lujo de pequeños grupos de privilegiados. Nosotros luchamos para que esta transformación se dé en todo el mundo. Queremos que todas las naciones puedan libremente caminar por la vía que conduce a la creación de esta nueva sociedad, sean libres e independientes y vivan en paz entre ellos.
He aquí por qué luchamos, por qué combatimos nosotros. Pero si esta es nuestra concepción en sus líneas fundamentales, indicad...

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