Evangelizar
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Fernando Sebastían Aguilar

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  1. 424 pages
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Fernando Sebastían Aguilar

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"Siempre es tiempo de evangelización. Siempre es el tiempo del primer anuncio. Dios nos da el don de la fe de una vez para siempre, pero nosotros tenemos que renovarla cada mañana. Consciente de mis limitaciones, ofrezco estas páginas a cuantos sienten la inquietud de descubrir los nuevos caminos de la evangelización, aquí, en España, en estos momentos de prueba y en los años venideros que no serán mucho mejores. Con estas páginas querría llamar la atención de los pastores y educadores cristianos para que centren sus esfuerzos en lo fundamental, en lo que nos hace capaces de profesar y vivir la fe gozosamente en un medio inhóspito y hostil".

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Information

Year
2011
ISBN
9788499205847
Capítulo VII

VINO NUEVO, ODRES NUEVOS

Si queremos de verdad iniciar una época nueva de evangelización, tendremos que iniciar un estilo nuevo de pastoral. Mejor dicho, tendremos que añadir a nuestra actividad pastoral ordinaria otras iniciativas que respondan directamente a este deseo y a estos nuevos objetivos. Se trata de algo muy nuevo. No tenemos experiencia de ello. Nadie tiene la fórmula precisa. Me podrán decir que cómo me atrevo a hablar de esto cuando no tengo ninguna experiencia personal de ello. Tienen razón. Soy consciente de mis limitaciones. No pretendo dar lecciones a nadie. Simplemente, movido por el amor a la Iglesia, a los que viven lejos de ella, pero son queridos por el Señor hasta morir por ellos, quiero poner en común mis reflexiones con aquellos que tengan estas mismas preocupaciones. Quiero despertar el interés y la responsabilidad de otros que lo puedan hacer mejor que yo y más eficazmente que yo. He reflexionado sobre este asunto, he leído, me he asomado a ver las prácticas existentes allí donde he podido hacerlo. Con la mejor voluntad y sencillez ofrezco a quien quiera leer lo que yo creo que tendríamos que hacer. No son recetas concretas, sino sugerencias generales que podrían enriquecer y dar un tono más evangelizador a nuestras actividades pastorales. Si otros ven otras cosas mejores que nos lo digan, es ya hora de empezar, no podemos dejar que pase más tiempo buscando seguridades. No podemos seguir viendo cómo se quedan vacíos nuestros templos sin reaccionar de alguna manera. Si es verdad que han cambiado las circunstancias, algo nuevo tendremos que hacer.

Fuerza del mundo y debilidad de Dios

En este propósito no se puede entrar con prisas ni con exigencias. La pastoral evangelizadora es un ejercicio de humildad y de paciencia. Nadie es dueño de la libertad de los demás. Nadie conoce los calendarios de Dios para cada uno de sus hijos. Somos servidores y colaboradores de la providencia y de la gracia de Dios. Detrás de un buen plan pastoral se puede ocultar la tentación del éxito, la impaciencia y hasta el orgullo de los grandes números. No es éste el método de Dios. No olvidemos las comparaciones de Jesús. El Reino de Dios es un pellizco de levadura, la semilla más pequeña, una pequeña luz que brilla en las tinieblas. La fuerza de Dios va por dentro de los corazones. Hay que dejar que los tiempos maduren según el calendario de Dios. Nueva evangelización no significa atraer inmediatamente con nuevos y más refinados métodos a las grandes masas alejadas de la Iglesia. Nueva evangelización quiere decir más bien no contentarse con el recuerdo de otras épocas, no rendirse tampoco a las dificultades presentes, sino decidirse a sembrar de nuevo con humildad el pequeño grano de mostaza en nuestras tierras descristianizadas dejando a Dios el cómo y el cuándo de la cosecha1. Las grandes cosas empiezan siempre humildemente, sin pretensiones de grandeza, y se manifiestan cuando Dios dispone. «No te elegí porque eres grande, por el contrario, eres el más pequeño de los pueblos; te he elegido porque te amo...», dice Dios al pueblo de Israel y expresa, de esta manera, la paradoja permanente de la historia de la salvación. Ciertamente, Dios no cuenta con los grandes números; el poder exterior no es el mejor signo de su presencia. Más bien Dios cuenta con los más débiles de este mundo para confundir a los fuertes. En nuestra debilidad, reconocida, se manifiesta la fuerza de Dios2. Gran parte de las parábolas de Jesús indican esta estructura del actuar divino, contra las expectativas de sus discípulos, que esperaban éxitos rápidos y clamorosos, Jesús prefiere el caminar silencioso del espíritu que sopla sin saber de dónde viene.
Esto mismo acepta Pablo en su ministerio. Él está convencido de haber llevado el Evangelio de Dios hasta los confines del mundo, pero sus frutos son pequeñas comunidades de cristianos que pasan desapercibidas ante los poderosos del mundo. En su debilidad tienen la fuerza de Dios, en su pequeñez llevan la grandeza de un mundo nuevo3. Con este ánimo y con esta confianza tenemos que acometer la evangelización de nuestro mundo racionalista y aparentemente poderoso. Hemos de iniciarla ya, con humildad, con la confianza puesta en Dios, dispuestos a soportar el rechazo y las incomprensiones de un mundo que no nos comprende ni percibe la fuerza de salvación que Dios nos da a todos los hombres en el Evangelio de Jesucristo. Sin perder nunca la esperanza, sin dejar de amar y desear el bien a los hermanos que no nos comprenden ni valoran lo que nosotros les ofrecemos. Seguros de que sembrando la palabra de Dios y promoviendo pequeños grupos de cristianos convertidos y coherentes estamos poniendo los cimientos de una Iglesia renovada y de mundo nuevo. La debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza del mundo. Es más, si las promociones de nuevos cristianos son auténticas en su vida cristiana, comenzarán siendo pocos; pero en su autenticidad está la seguridad de su crecimiento. Cuando Dios quiera y como Él disponga. La autenticidad trae el número; pero el número no siempre trae la autenticidad.

Evangelizar, compromiso eclesial

La primera consideración que hay que tener en cuenta es que este propósito evangelizador tiene que ser un compromiso eclesial, en el que esté empeñada la entera Iglesia local. No puede ser una aventura individual de nadie. Es preciso que el obispo diocesano lo considere, vea el panorama de su Diócesis, lo ore ante el Señor, lo consulte con sus Consejos y llegue a las decisiones que le parezcan oportunas y necesarias. Todos pueden ayudarle y deben colaborar con él en la maduración de esta decisión y en la búsqueda de los medios mejores para llevarla a cabo, pero debe quedar claro que una pastoral evangelizadora, para ser eficaz, tiene que estar asumida, orientada y alentada por el obispo diocesano. Sería un error lanzarse a esta aventura sin contar con un proyecto bien pensado, y bien arraigado en el corazón de la Iglesia diocesana. Las prisas y las impaciencias han hecho fracasar muchas iniciativas llenas de buena voluntad. Esto no quiere decir que sea preciso esperar hasta que toda la Diócesis esté convencida y decidida a colaborar sinceramente en este proyecto. Podrían pasar muchos años sin que llegara nunca el momento de comenzar. El obispo puede comenzarlo cuando lo crea conveniente, basta contar con un grupo de sacerdotes decididos, con unas cuantas parroquias, con algunas comunidades religiosas, y la colaboración decidida de algunos grupos de seglares, tanto si pertenecen a algún movimiento como si son grupos parroquiales. Lo decisivo es que el proyecto esté respaldado por el obispo, dándole eclesialidad, apertura y estabilidad. La acción evangelizadora tiene que ser orgánica, coordinada, estable, perseverante, acogida y acogedora. Nada de esto podrá ser si no está decidida y tutelada por el obispo.
Conviene que esta decisión sea propuesta, ponderada y madurada en los Consejos correspondientes, Consejo de Gobierno, Consejo de Presbiterio y Consejo de Pastoral, presididos por el obispo diocesano. A este estudio y a esta decisión tendrían que sumarse las comunidades religiosas, los movimientos y algunas otras realidades eclesiales, como, por ejemplo, los colegios de la Iglesia y las Asociaciones católicas más activas, cada uno según su propia naturaleza y sus propias posibilidades. Es preciso crear ambiente misionero, movilizar los corazones, poner la Diócesis en tensión misionera, con unos objetivos claros y unos métodos compartidos. Para eso tiene que haber un período de preparación generalizada, con explicaciones y reflexiones, con un tiempo de oración, en las Misas dominicales, en las comunidades religiosas, en las diversas celebraciones cristianas. Con frecuencia, nuestra pastoral es demasiado desordenada, fragmentada y variable. Es preciso fijar grandes objetivos estables, que atraigan y congreguen la colaboración de todos, que marquen un rumbo unitario a medio y largo plazo en nuestras preocupaciones y trabajos pastorales. Es preciso concretar bien las cosas, razonarlas, compartirlas y mantenerlas establemente el tiempo que sea preciso. Cambiamos con demasiada frecuencia, hacemos y deshacemos por falta de reflexión y de disciplina. Con las cosas de Dios no podemos ser ni improvisadores ni indisciplinados. Sobre todo es preciso contar con un grupo de personas que crean en ello, que quieran meterse de verdad en este trabajo, con generosidad, con confianza, con verdadera fuerza espiritual. Posiblemente este primer paso de vencer la rutina y la resignación para poder contar con un grupo de personas sólidamente comprometidas en el proyecto es el requisito más importante y el más dificultoso. La oración y el Espíritu hacen milagros.
La nueva evangelización tiene que hacerse como se hizo la primera, desde centros eclesiales de intensa vida espiritual, enraizados vitalmente en la carne de la sociedad en que viven. Estos centros en Europa y en la España del medioevo fueron en buena parte los monasterios4. Ahora tendrían que ser las parroquias, las comunidades cristianas y religiosas, algunos monasterios, los movimientos y asociaciones cristianas. Todos tendríamos que cambiar para que aparecieran estos centros misioneros. Si estos cambios no se pueden hacer en todas las parroquias, queda la posibilidad de comenzar al menos en algunas especialmente significativas, por su vigor espiritual, por su historia, por su situación estratégica en la ciudad o en el conjunto de la Diócesis. También se puede comenzar con un equipo no territorial que haga una pastoral más personal. Pero siempre es indispensable una sede material y una relación de colaboración con algunas parroquias.
Pienso que lo más propio sería que esta pastoral de evangelización entrase en el programa pastoral de las parroquias como algo actualmente indispensable. Ya sé que hay muchas clases de parroquias. En las pequeñas parroquias rurales, donde va el sacerdote casi solamente a celebrar la Eucaristía dominical, poco se podrá hacer. Me refiero más bien a las parroquias urbanas o a parroquias de pueblos mayores donde haya al menos un sacerdote estable y residente. De una u otra manera, hay que invitar a todos los centros de actividad pastoral de la Diócesis. Por lo pronto, deben ser también convocadas las comunidades religiosas con templos abiertos al público, en los que se celebran eucaristías y se predica habitualmente la Palabra de Dios, en las que están radicadas asociaciones católicas de distinta naturaleza. Mucho pueden hacer los equipos de Pastoral de enfermos que trabajan en los hospitales, las Cáritas, Hermandades y Cofradías. Volvemos a lo fundamental, lo decisivo es crear un clima de responsabilidad misionera, transmitir a los fieles cristianos la importancia del momento, llevarles el convencimiento de que cada comunidad eclesial, cada familia cristiana es responsable del anuncio misionero del Evangelio en nuestra ciudad, en nuestro pueblo, en nuestro barrio, entre nuestros amigos; que los participantes estén bien convencidos de que hay que derribar barreras y llegar a los alejados, que no podemos vivir tranquilos si no intentamos llevarles el tesoro del Reino de Dios que hemos recibido. Es suyo. Lo necesitan. Dios quiere que les llegue y lo disfruten ya en esta vida. Una buena manera de reforzar este trabajo de animación sería contar con un delegado diocesano para la evangelización, que visite las parroquias, que presente datos convincentes, proponga iniciativas y facilite los materiales necesarios, que cuide de convocar los encuentros indispensables para poner en común la iniciativas, las experiencias, los buenos o malos resultados de lo que se está haciendo. Este apoyo desde la Curia Diocesana me parece indispensable.

Convertidos seriamente al seguimiento de Jesús

El primer requisito para poder evangelizar es vivir intensamente el Evangelio que queremos anunciar. El primer momento y la primera exigencia de la misión es el seguimiento, la vida con Jesús, en oración asidua, en abnegación y pobreza, en comunión y obediencia, en entusiasmo misionero, en verdadero espíritu de misión, como los apóstoles, como los santos misioneros, muy desde el corazón de la Iglesia, muy con el amor de Cristo, del todo decididos por amor a Cristo a entrar en relación con los hermanos alejados, a pesar de los malentendidos, de las desconfianzas, de las dificultades de todo género. Esta nueva evangelización de la que hablamos no es menos ardua ni menos exigente que la primera evangelización de Europa, o de América o del Japón al que llegó Francisco de Javier. Si queremos trabajar en serio no nos vendrá mal tener en cuenta la dura advertencia de Martín Velasco: «Ha habido muchos intentos de evangelización que han fracasado. El fracaso de estas iniciativas, incapaces de poner a la Iglesia en estado de misión, nos lleva a pensar que, tal vez, la raíz de este fracaso esté en que todas ellas partían del supuesto de que existían unas Iglesias ya evangelizadas, a las que se trataba de movilizar a la evangelización de una sociedad dominada por la increencia. Y hoy, tal vez, tengamos que reconocer que no sólo Europa es país de misión, sino que también lo son las mismas Iglesias en Europa. Y que, por tanto, si el cristianismo en Europa está amenazado de extinción, es porque las Iglesias son incapaces de evangelizar. Y no son capaces debido a la precariedad y mediocridad de su fe, debido, por tanto, a que ellas mismas, o una parte importante de ellas mismas, están necesitadas de evangelización»5. La primera exigencia de una verdadera pastoral evangelizadora es la renovación espiritual de la Iglesia, de nosotros mismos, de un pequeño grupo inicial que, desde dentro, asuma el compromiso de responder con la vida entera a la llamada del Señor. El primer compromiso de evangelización tiene que comenzar por un grupo de personas, presididas por el obispo, que se entreguen de verdad al Señor y al servicio del Evangelio, que se comprometan en esta tarea con humildad y perseverancia, con un gran amor y una firme esperanza, dispuestas a dejar la vida en el empeño, sin miedo a las dificultades ni a las incomprensiones, que pueden venir del mundo o de la misma Iglesia, sin otras pretensiones ni aspiraciones que servir al Señor con la vida entera en la primera línea de la evangelización. Y con una visión clara de lo que queremos hacer, del tipo de comunidad cristiana que queremos promover.
El aggiornamento, la renovación de las instituciones, de los métodos, la modernización exterior y funcional de la Iglesia no son suficientes. Todo eso se queda en la superficie. La fuerza y el vigor espiritual de la Iglesia viene del impulso del Espíritu Santo en los corazones, del amor entusiasta y generoso de los cristianos, sean sacerdotes, religiosos o laicos, por Cristo, de la dedicación radical que cada uno tiene que hacer en su corazón al servicio de Cristo y de su Misión en el mundo, poniendo la vida entera en el empeño. Estaba en lo cierto aquel obispo que, un poco irónicamente, pero con gran sensibilidad evangélica, proponía como primer objetivo de su programa pastoral «la conversión del obispo». Y hubiera podido añadir la conversión de los sacerdotes, de los religiosos, de los cristianos, la conversión de los evangelizadores.
Pablo VI, el gran Papa de la evangelización, lo decía de esta forma:
«Ante todo, y sin necesidad de repetir lo que ya hemos recordado antes, hay que subrayar esto: para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. ‘El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan —decíamos recientemente a un grupo de seglares—, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio’. San Pedro lo expresaba bien cuando exhortaba a una vida pura y respetuosa, para que si alguno se muestra rebelde a la palabra, sea ganado por la conducta. Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad»6.
Es indudable que la primera condición para que una Diócesis o una parroquia puedan ser misioneras es que viva intensamente la verdad del Evangelio. El amor de Dios y del prójimo, la esperanza clara y firme de la vida eterna como primer objetivo de la vida, el deseo ardiente de vivir según la voluntad de Dios, con la vida entera al servicio de la misión salvadora de Jesucristo, son la fuerza interior indispensable de la evangelización y de toda acción misionera. Las comunidades no son fervorosas si no lo somos sus miembros. Así llegamos a la conclusión de que la condición inicial e indispensable para poner en marcha un proceso de evangelización es la conversión de los cristianos, y en primer lugar la conversión real, el cambio de vida, la vida santa y fervorosa de sus dirigentes, el obispo y los sacerdotes. En este año sacerdotal estamos recordando el ejemplo admirable del santo cura de Ars. Desde una parroquia minúscula, con poquísimos medios humanos, no sólo consiguió convertir a sus feligreses, sino que puso en marcha un movimiento de renovación espiritual y de conversiones que desbordaba las posibilidades de su pequeña parroquia. Es la santidad, el fervor, el amor de Dios y del prójimo, la piedad ardiente y la abnegación de nosotros mismos, la fuerza de la oración y de la penitencia, lo que puede hacer de nosotros verdaderos evangelizadores. Para evangelizar no es preciso hacer cosas extrañas, basta con desear ardientemente la salvación y la santificación del Pueblo de Dios. A un compañero suyo que se quejaba de la insensibilidad de sus feligreses, el buen cura de Ars le respondió: «Has rezado, has trabajado, pero si no has ayunado, no has hecho vigilias de oración, no has hecho penitencia por ellos, aún te falta mucho por hacer». Lo duro del momento es que la evangelización pide de nosotros, sacerdotes, religiosos y dirigentes en general, un seguimiento de Cristo más radical, más efectivo, más visible. El secreto no está en la modernización de los métodos, ni en la creación de «nuevos modelos de Iglesia», como dicen algunos, sino en el fervor del corazón y en la santidad de vida. No bastan los formalismos exteriores, no bastan los nuevos lenguajes ni los nuevos métodos, ni bastan tampoco los restauracionismos externos y formales, es preciso vivir intensamente una verdadera conversión a Dios, a la comprensión de la vida humana desde las realidades eternas, a una hondura interior que nos lleve a vivir centrados en el amor de Dios y en la esperanza cristiana, hay que dejarse dominar por el espíritu de Jesús, ver el mundo con los ojos de su corazón, dejar que él llene nuestro corazón con sus sentimientos de piedad, de compasión, de urgencias por la salvación del mundo y la manifestación de la bondad y de la gloria de Dios.
El papa Benedicto lo está repitiendo en estos mismos días. A los obispos de Portugal, en un clima fraterno de confidencialidad, les ha dicho:
«Verdaderamente, los tiempos en que vivimos exigen una nueva fuerza misionera en los cristianos, llamados a formar un laicado maduro, identificado con la Iglesia, solidario con la compleja transformación del mundo. Se necesitan auténticos testigos de Jesucristo, especialmente en aquellos ambientes humanos donde el silencio de la fe es más amplio y profundo: entre los políticos, intelectuales, profesionales de los medios de comunicación, que profesan y promueven una propuesta monocultural, desdeñando la dimensión religiosa y contemplativa de la vida. En dichos ámbitos, hay muchos creyentes que se avergüenzan y dan una mano al secularismo, que levanta barreras a la inspiración cristiana. Mientras tanto, queridos hermanos, quienes defienden con valor en estos ambientes un vigoroso pensamiento católico, fiel al Magisterio, han de seguir recibiendo vuestro estímulo y vuestra palabra esclarecedora, para vivir la libertad cristiana como fieles laicos. Mantened viva en el escenario del mundo de hoy la dimensión profética, sin mordazas, porque ‘la palabra de Dios no está encadenada’ (2 Tm 2,9). Las gentes invocan la Buena Nueva de Jesucristo, que da sentido a sus vidas y salvaguarda su dignidad. En cuanto primeros evangelizadores, os será útil conocer y comprender los diversos factores sociales y culturales, sopesar las necesidades espirituales y programar eficazmente los recursos pastorales; pero lo decisivo es llegar a inculcar en todos los agentes de la evangelización un verdadero afán de santidad, sabiendo que el resultado proviene sobre todo de la unión con Cristo y de la acción de su Espíritu. En efecto, cuando según la opinión de muchos la fe católica ha dejado de ser patrimonio común de la sociedad, y se la ve a menudo como una semilla acechada y ofuscada por ‘divinidades’ y por los señores de este mundo, será muy difícil que la fe llegue a los corazones mediante simples disquisiciones o moralismos, y menos aún a través de genéricas referencias a los valores cristianos. El llamamiento valiente a los principios en su integridad es esencial e indispensable; no obstante, el mero enunciado del mensaje no llega al fondo del corazón de la persona, no toca su libertad, no cambia la vida. Lo que fascina es sobre todo el encuentro con personas creyentes que, por su fe, atraen hacia la gracia de Cristo, dando testimonio de Él. Me vienen a la mente aquellas palabras del papa Juan Pablo II: ‘La Iglesia tiene necesidad sobre todo de grandes corrientes, movimientos y testimonios de santidad entre los fieles de Cristo, porque de la santidad nace toda auténtica renovación de la Iglesia, todo enriquecimiento de la inteligenci...

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