Educar es un riesgo
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Educar es un riesgo

Apuntes para un método educativo verdadero

Luigi Giussani

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Educar es un riesgo

Apuntes para un método educativo verdadero

Luigi Giussani

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Nada se percibe hoy tan importante como la necesidad de educar a nuestros jóvenes en la libertad y en la responsabilidad.El sistema educativo español presenta heridas profundas y difícilmente sanables en todos sus flancos: desaparece cada vez más rápidamente el sujeto que educa -padres, maestros, sacerdotes...-, la legislación vigente no favorece a las realidades sociales que apuestan por la educación y, por último, el nihilismo y el relativismo cultural imperantes nos dejan inermes ante tan importante y urgente tarea.Pero educar hoy es no sólo necesario y urgente, sino posible. Estas páginas recogen la frescura de una concepción educativa vivida y experimentada, fruto de un conocimiento profundo de la naturaleza humana y, al mismo tiempo, de las condiciones culturales e históricas que caracterizan la vida del hombre de hoy. La atención con la que ha sido acogida esta obra por tarte de estudiosos de varios países -de Estados Unidos a Rusia, desde países de África a regiones asiáticas- da cuenta de la importancia y el valor de un planteamiento que se dirige a cualquier hombre de nuestro tiempo.

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Information

Year
2012
ISBN
9788499207667
SEGUNDA PARTE
DINÁMICA Y FACTORES DEL ACONTECER EDUCATIVO

OBSERVACIONES PRELIMINARES

Dos observaciones preliminares pondrán inmediatamente de manifiesto las ideas que vamos a desarrollar y servirán por tanto de ayuda para comprender mejor su contenido.

Primera premisa

Eine Einführung in die Wirklichkeit31, introducción a la realidad: en esto consiste la educación. La palabra «realidad» es para la palabra «educación» como la meta para el camino. La meta entraña todo el significado del caminar humano: no está sólo en el momento en que la empresa se completa y termina, sino también en cada paso del camino. Asimismo la realidad determina integralmente el movimiento educativo, paso a paso, y es su objetivo final.
Eine Einführung in die Gesamtwirklichkeit, introducción a la realidad total: así precisa Jungmann su definición. Y es interesante advertir el doble valor que tiene ese «total»: la educación significa el desarrollo de todas las estructuras de un individuo hasta su realización integral, y, al mismo tiempo, la afirmación de todas las posibilidades de conexión activa de esas estructuras con toda la realidad. El mismo y único fenómeno, por tanto, desarrolla la totalidad de las dimensiones constitutivas del individuo y la totalidad de sus relaciones ambientales.
La línea educativa está así innegablemente marcada en todo su dinamismo esencial: en sus perspectivas, en sus modos y en su trama de conexiones. La realidad la condiciona y la domina; la condiciona desde su origen y la domina como fin. Cualquier pedagogía que conserve un mínimo de lealtad con la evidencia debe reconocer y atender de algún modo a esta «realidad».
Sin duda podemos decir que una educación tiene más valor cuanto más obedece a la realidad, cuanto más invita a prestarle atención y respeta hasta sus más pequeñas indicaciones, en primer lugar la necesidad original de dependencia y el desarrollo paciente.

Segunda premisa

Este realismo pedagógico se especifica rápidamente del siguiente modo: la realidad no se afirma nunca verdaderamente si no se afirma la existencia de su significado32. En el proceso educativo subyace entonces un significado global de la realidad; de él se embebe la conciencia del individuo en el primer estadio de su introducción a la realidad; de él se da cuenta, experimentando su consistencia, la conciencia del adolescente; y lo persigue incansablemente, o lo abandona por una significación más radical, la conciencia madura del hombre adulto. En el arco evolutivo del individuo la infancia y la niñez son los momentos de la impregnación primitiva, pero en la adolescencia, después de los 13-14 años, es cuando se asiste al momento más decisivo para la determinación de la fisonomía personal de cada uno: entonces el adolescente toma conciencia de sí y del significado total de la realidad que le rodea.
Justamente a causa de la insuficiente sensibilidad respecto a la aparición de esta fase, nueva en relación con la niñez, o por la poca elasticidad de los educadores para adecuarse a las nuevas exigencias (frecuentemente fruto de una educación inconsciente a su vez de ellas), se crean en la mayor parte de los casos esas situaciones insostenibles, esas rebeldías incomprensibles a primera vista o esos consentimientos conformistas carentes de convicción y de brío, cuyas consecuencias prefiguran toda la futura fisonomía de los individuos y, por consiguiente, del mundo que éstos crearán.
Nuestra tarea aquí no va a consistir en describir, documentándolos, todos los problemas que se plantean en la educación de los adolescentes. Más bien va a ser señalar con precisión las líneas fundamentales para resolver tanta y tan compleja problemática, es decir, las directrices esenciales de un método educativo adecuado.

I. LA LEALTAD CON LA «TRADICIÓN», FUENTE DE LA CAPACIDAD DE «CERTEZA»

1. Valor que tiene este principio

Si llamamos «tradición» al dato originario, con toda su estructura de valores y de significados, en el que el chico ha nacido, se debe decir que la primera directriz para la educación del adolescente es una adhesión leal a esta «tradición».
La tradición funciona para el joven como una especie de hipótesis explicativa de la realidad. No se puede hacer un descubrimiento, es decir, dar un paso nuevo, establecer un contacto con la realidad generado por la persona, si no existe una determinada idea del posible significado que tiene la realidad, una idea más o menos abiertamente pensada, pero presente y activa. En el fondo, la hipótesis de trabajo representa esa certeza en la validez positiva de nuestras empresas sin la cual nada se mueve, nada se conquista. Así, sin una idea del significado de la realidad que se le presente al individuo en formación como adecuadamente sólida, intensa y segura, no puede tener lugar esa admirable erupción de descubrimientos, esa admirable continuidad de pasos y esa cadena de contactos que definen el desarrollo, la educación de un ser, es decir, su «introducción a la realidad total». Es la naturaleza la que exige esto, con una analogía perfecta en todos los campos. El que se alumbre esta «hipótesis» es signo de genialidad; en ofrecerla a sus discípulos consiste la humanidad del maestro; y en adherirse a ella como luz para la aventura de su propio camino consiste la primera inteligencia del discípulo. La genialidad es testimonio de una visión del mundo y, por tanto, es siempre oferta de una hipótesis de vida. En la educación así concebida es donde las dotes de genialidad encuentran justificación para su expresión, y el genio se convierte en maestro. Sólo una época de discípulos puede dar una época de genios, puesto que sólo el que es primeramente capaz de escuchar y comprender crece en una madurez personal que le hará después capaz de juzgar y afrontar la realidad, hasta —eventualmente— abandonar lo que le había alimentado.
Las observaciones que hemos hecho ponen de relieve un camino inevitable para cualquier individuo. El encuentro con alguien que sea para el niño o el muchacho portador de lo que hemos llamado «hipótesis explicativa de la realidad» es algo que no se puede evitar. El primer lugar donde esto sucede es, de hecho, la familia: la hipótesis inicial es la visión del mundo que tienen los padres, o aquellos a quienes los padres les dan la responsabilidad de educar a sus hijos. No puede existir cuidado del hijo y preocupación por su formación más que dentro de una visión, aunque sea vaga y confusa —casi instintiva— del sentido del mundo. La educación consiste en introducir al muchacho en el conocimiento de lo real, precisando y desarrollando esa visión original. Tiene así el inestimable mérito de conducir al adolescente a la certeza de que existe un significado de las cosas. La realidad, repitámoslo, no se afirma nunca verdaderamente si no se afirma que existe su significado. En esto se resume la exigencia absoluta de unidad que constituye el alma de cualquier empresa de la conciencia humana.
Indudablemente, debe respetarse la verdadera fisonomía de todos los dinamismos naturales. Es importante por eso observar que el proceso de dependencia no puede resultar obtuso: un sufrir mecánico por parte del discípulo y un imponer desconsiderado por parte del maestro. Al contrario: que lo primero sea un seguir acompañado cada vez más de un mayor conocimiento, y lo segundo un proponer que encuentre su fuerza en los motivos que sabe aportar y en las experiencias que sabe ofrecer. De cualquier modo, el principio enunciado, en cuanto tal, es irremplazable y, como ocurre siempre con las leyes de la naturaleza, únicamente es el modo despreocupado de actuar lo que puede dejar el flanco abierto a objeciones y dificultades.

2. Las consecuencias de su negación

Las consecuencias de la negación del principio expuesto parecen ser, en cambio, notablemente dramáticas. Se trata de una negación muy extendida en la concepción racionalista y laicista moderna, para la que la personalidad sería resultado de una espontaneidad evolutiva, sin que sea necesaria ninguna regla o guía fuera de nosotros mismos, sin que haya algo de lo que depender verdaderamente: todo lo que está fuera del propio yo no sería sino mera ocasión para reacciones totalmente autónomas.
a) En general. Semejante postura impide y desajusta la personalidad en formación. La personalidad, en efecto, crece en la medida en que se ahonda en una verdadera libertad de juicio y una verdadera libertad de elección. Ahora bien, para juzgar y elegir se necesita una medida, un criterio, y si éste no es la afirmación de la realidad originaria en la que nos forma la naturaleza, entonces el individuo intenta ilusoriamente crearlo por sí mismo, y la mayoría de las veces no será más que un abandonarse a las reacciones, un sucumbir ante fuerzas externas imprevistas, un verse arrastrados. Los acontecimientos o las afirmaciones fenoménicamente nuevos, más solicitadores de ciertos instintos o tendencias, menos incómodos para la inercia, más violentamente impresionantes, más fascinantes por el modo en que se presentan, serán los que prevalezcan automáticamente como criterios para el joven.
La pretendida autonomía de la concepción laicista se traduce, de hecho, en alienación de sí mismo en cada instante, en abdicación continua de toda verdadera iniciativa, para ceder a una violencia que no escandaliza a la mayoría simplemente porque está trágicamente encubierta.
Con el paso del tiempo las consecuencias en el carácter de los jóvenes son gravísimas. Tener que caminar sin una dirección precisa es algo que la sensibilidad de la conciencia viva siente como una pérdida de tiempo. Se produce, entonces, esa incertidumbre característica que amedrenta al joven, por naturaleza inscrito en una obvia exigencia de posibilidades claras, o que le confunde, como sucede siempre frente a la ambigüedad, y que en cualquier caso le impacienta, porque la indeterminación de la oferta le parece instintivamente contradictoria con el atractivo esencial de las cosas —que piden una adhesión inmediata—. El resultado de todo esto es la indiferencia y el desamor, esa tremenda ausencia de compromiso con la realidad que asume tan a menudo el aspecto de mofa amargamente desapegada o desorientada ante toda invitación seria al compromiso.
La exigencia de este compromiso es tan global que una propuesta decidida atrae al joven incluso en el caso de que su formulación parcial niegue dicha globalidad. La experiencia de la politización juvenil puso en evidencia una necesidad justa, pero también ha mostrado que la hipótesis ideológica, que se pretende explicativa de toda la realidad, reduce gravemente las exigencias del joven, quien se encuentra a merced de la misma indecisión y el mismo vacío escéptico que habían sido consecuencia de una orientación educativa carente de una clara hipótesis interpretativa de la realidad*.
El resultado es idéntico porque el método es igualmente falso. No hay, en efecto, ninguna diferencia práctica entre la exposición de diversas concepciones de la vida que pretende ser neutral y respetuosa de una supuesta libertad de elección, y la oferta de interpretación de toda la realidad con una ideología, que por su propia naturaleza y por evidencia experimental no puede abrazarla en su totalidad. El método se funda en ilusiones falsas en ambos casos: por un lado, la ilusión de una espontaneidad evolutiva de la personalidad, que tendría por consiguiente en sí misma el criterio de su propia maduración; y, por otro lado, la pretensión de reducir el horizonte de la realidad a un punto de vista parcial, englobando así dentro de la opción tomada de antemano el criterio para afrontar la realidad, que no puede estar contenido en ella. La profundidad de este desbordamiento de la realidad respecto a la ideología se ve claramente en los aprietos que provoca en cierto tipo de actitud politizada de los jóvenes todo un bagaje de interrogantes sobre la propia experiencia que tiene que ser artificial y fatigosamente puesto en relación con lo «político».
Sólo una educación concebida como introducción a la realidad humana y cósmica a la luz de una hipótesis ofrecida por una «historia» o «tradición» puede impedir sistemáticamente en el joven un punto de partida desconcertante y disociado a causa de la incoherencia o de la deficiencia con que se propone la «verdad», es decir, la correspondencia entre la realidad y él, el sentido de su existencia. Y sólo semejante educación, al impedir esto, puede lanzar normalmente la conciencia del joven a confrontarse con la realidad con serenidad y seguridad.
La naturaleza forma a cada hombre con un material preciso, en una situación precisa, con una estructura determinada, con un movimiento característico, y lo arroja a la confrontación universal con esta fórmula inicial; después la conciencia humana plasma de nuevo, mediante el trabajo de su libertad y de su inteligencia, su propio dato de partida; pero es desarrollando este dato ante todo con respeto como podrá modelarlo con sabiduría perspicaz y energía personal. Decía Newman que las conversiones no son otra cosa que el descubrimiento más profundo de aquello que ya antes se quería verdaderamente. Toda conversión verdadera es una profundización. El extraño concepto de la novedad que está en boga olvida que toda experiencia de novedad verdadera y, por consiguiente, de conquista, es necesariamente una comparación con algo que permanece, porque de otro modo no sería novedad, sino disolución, polvo.
La afirmación laicista resulta gravemente ambigua porque la verdadera confrontación exige conocimiento de sí, desarrollo intenso del dato originario que constituye el primer fundamento de la conciencia. Y las empresas de un hombre serán más personales, es decir, más «decididas» racionalmente, cuanto más avisadas estén de los datos de los que deben partir y de las estructuras que deben usar.
b) En la escuela. La influencia de la mentalidad laicista es fácilmente visible en la escuela.
Ante todo, la enseñanza no se cuida de ofrecer ninguna ayuda para la efectiva toma de conciencia de una hipótesis explicativa unitaria. El talante predominantemente analítico de los programas abandona al estudiante frente a tal heterogeneidad de cosas y soluciones contradictorias, que le dejan, en la medida de su sensibilidad, desconcertado y abatido por la incertidumbre.
Y semejante heterogeneidad y contradictoriedad no se corrige mediante la implantación de las recientes indicaciones didácticas que tratan de doblegar ese talante analítico luchando contra los fenómenos más llamativos del nocionismo y la fragmentación de los programas. Estos fenómenos revelan un vacío que es como una enfermedad diagnosticada sólo en parte y, por tanto, curada sólo en parte. De modo que, como sucede frecuentemente con las terapias parciales, el paciente muestra nuevos síntomas de malestar que a veces, por desgracia, terminan por sumarse a los precedentes**.
Se podría comparar al estudiante con un niño inteligente que, al entrar en una habitación, encuentra sobre la mesa un gran reloj despertador. Es inteligente y curioso, y por eso, cogiendo el despertador, lo desmonta poco a poco. Finalmente tiene ante sí 50 o 100 piezas. Ciertamente es un chico inteligente, pero una vez que ha desmontado el reloj se turba y comienza a llorar: allí tiene todo el despertador, pero el despertador ya no existe; le falta la idea sintética para reconstruirlo.
El joven estudiante carece normalmente de un guía que le ayude a descubrir el sentido unitario de las cosas. Sin este sentido unitario vive una disociación, más o menos consciente pero siempre demoledora. Es sorprendente la actualidad de las observaciones que se leían hace algunos años en un periódico estudiantil donde un muchacho escribía así:
«El verdadero aspecto negativo de la escuela es que no hace conocer lo humano por medio de los valores que con demasiada frecuencia y tan inútilmente maneja; cuando el hombre revela su naturaleza en cada acción, es ridículo (¿o trágico?) que en la escuela se recorran muchos milenios de civilización, a través del estudio de las diversas manifestaciones de los hombres, sin saber reconstruir con suficiente precisión la figura del hombre, su significado en la realidad. Nuestra escuela se basa en el neutralismo innatural que iguala todos los valores... Pero la ceguera de nuestro tiempo hace que a la escuela se la llame rara vez al banquillo de los acusados cuando en verdad es rea. Se la llama cuando se la encuentra incapaz de formar buenos técnicos y provectos especialistas; se la llama por la cuestión del latín o por los programas de los exámenes de selectividad; pero no se la llama porque no haya conseguido formar hombres verdaderos, a menos que suceda que estos ‘no hombres’ cometan alguna clamorosa y gruesa ‘tontería’, como, por ejemplo, un episodio de intolerancia racial»33.
El escepticismo, más o menos larvado o explícito, llega a definir la atmósfera del alma del estudiante, se convierte en una brisa sutil y estremecedora o, en los más sensibles, en una ventisca que dispersa o una tempestad que destroza, pero que siempre vacía de toda capacidad de empuje; y el estudiante se vuelve semejante a un hombre que camina sobre la arena: buena parte del esfuerzo que realiza es absorbido por la inestabilidad del terreno. Con frecuencia la gente se lamenta de que los jóvenes no sean constructivos: pero ¿qué construir y sobre qué base? Un estudiante de instituto decía a sus compañeros: «Nos hacen estudiar...

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