12
PROFETAS:
DOSTOIEVSKI, SOLJENITSIN, GROSSMAN
JOSÉ FRANCISCO SERRANO OCEJA
Cuando don Juan Antonio Martínez Camino me invitó a este curso, a lo largo de la conversación citó la referencia de un texto de Hans Urs von Balthasar que entiendo está en la trastienda iluminadora de esa propuesta.En el artículo publicado en la edición española con el título «Misión y martirio» dice el teólogo de Lucerna:
«Leamos la epopeya de nuestro siglo, el libro que debiera sobrevivir, si todos los demás perecieran: el Archipiélago Gulag, de Solzjenizyn, donde millones de seres humanos se apiñan no en el primer infierno, sino en el último, donde muchísimos están por el valor que demostraron antes de la detención o por haberlo recuperado en el seno de ese mismo infierno; donde solo una fracción sufre expresamente por su fe cristina, mientras otros muchos sólo por haberse levantado contra una existencia indigna del hombre, por no vender sus conciencias, por negarse a llevar en sus frentes el signo de la bestia. Y todos ellos son solidarios pacientes, aherrojados por un régimen que es rabiosamente anticristiano, pero no menos antihumano por lo mismo y contrario a la verdad elemental del hombre, y que prescribe la mentira útil, de suerte que las víctimas, mártires cristianos y humanistas, se hallan encarcelados en la misma prisión y están condenados a idéntico coraje de resistencia» .
Varias interpelaciones a vuela pluma: ¿Soljenitsin está de moda? ¿Se ha convertido de nuevo en protagonista de nuestros días? ¿Es más necesario ahora que antes? ¿Quizá es injustamente olvidado por lo políticamente correcto?
Leía no hace muchos días una novela aclamada por la crítica, del literato francés, Julian Barnes. Su título es El ruido del tiempo y es una reflexión sobre la vida del autor de Lady Macbeth de Mtsensk, Dmitri Shostakóvich. La vida interior del celebrado músico se debate entre la lealtad a su conciencia —y a su música—, como principio de la libertad interior, y las tentaciones del régimen una vez hubiera vivido en el peor de los mundos, el del miedo.
En un momento, ya avanzada la novela, se plantea la siguiente situación:
Cuando Nikita el Mazorca denunció el culto a la personalidad, cuando se reconocieron los errores de Stalin y rehabilitaron póstumamente a algunas de sus víctimas, cuando la gente empezó a volver de los campos y se publicó «Un día en la vida de Iván Denísovich», ¿cómo no iban a estar esperanzados los hombres y las mujeres? Daba igual que el derrocamiento de Stalin significase la restauración de Lenin, que los cambios en la línea política a menudo sólo buscara aventajar a sus rivales, que la novela de Soljenitsin fuera, en su opinión, una realidad edulcorada y que la verdad fuese diez veces peor: aun así, ¿cómo no iban a estar esperanzados los hombres y las mujeres, o a creer que los nuevos dirigentes eran mejor que los anteriores» .
¿Había en la vida del Shostakóvich literalizado algo peor que claudicar?
Había algo peor que esto, mucho peor. Había firmado una inmunda carta pública contra Soljenitsin, a pesar de que admiraba al novelista y lo releía continuamente. Luego unos años más tarde, otra carta inmunda denunciando a Sajarov (…) en parte confiaba en que nadie creería —nadie podía creer— que realmente pensaba lo que decían las cartas. Pero la gente lo creyó. Amigos y colegas se negaban a estrecharle la mano, le daban la espalda. (…)
También había aprendido cosas sobre la destrucción del alma humana. Bueno, la vida no era un camino de rosas, como decía el refrán. Había tres maneras de destruir un alma: con lo que otros te hacían; con lo que otros te hacían hacer, y con lo que tú, voluntariamente, elegías hacer» .
Algunos días después de la invitación a participar en este seminario, el arzobispo de Granada, monseñor Javier Martínez, y lo cito aquí en razón de ser un destacado intelectual, en uno de los comentarios en su blog, Ciudad de Dios y de los hombres, escribía a propósito de unos materiales para una política teológica cristiana:
«Romano Guardini decía, refiriéndose a la emergencia del nazismo, que nuestro tiempo (su tiempo, pero en esto está también el nuestro), no estaba marcado tanto por la proliferación de los malos como por el silencio y la complicidad de los buenos. (No me atrevería yo a ponerme en un lado o en otro de esa distinción, porque conozco muy bien en primera persona las tentaciones —y las caídas— del cobarde, así como las del fariseo). Pero pienso desde hace muchos años que las cincuenta (o cien) primeras páginas del Archipiélago Gulag de Soljenitsin deberían ser lectura obligatoria en los colegios católicos en Segundo de la ESO, o en todos los grupos de las parroquias o de las comunidades y movimientos cristianos» .
Al nombre de Soljenitsin, se le ha añadido los de «los profetas» Dostoievski y Grossman estableciendo una continuidad, un hilo continuo de ejercicio de profetismo. En este sentido existe un continuum entre el arte del pensador, del novelista y del historiador. Pongamos por caso, Guerra y paz, de Tolstoi; Doctor Zhivago, de Boris Pasternak; Vida y destino, de Vassili Grossman y, cómo no, La rueda roja de Soljenitsin. La literatura como fuente de intuiciones primordiales en la relación entre res factae y res fictae. Doctor Zhivago transcurre de 1905, la primera revolución, a la desestalinización. Vida y destino ocurre de 1941 a 1943, alrededor de Stalingrado, en la Ucrania ocupada por los nazis, en Alemania, en Moscú. Jean Meyer demostró con su Rusia y sus imperios que, en no pocas ocasiones, los literatos son más útiles para responder a la pregunta por la verdad que los documentos.
Tengo que advertir que, a la hora de preparar mi intervención, que ha sido un diálogo imaginado con estos autores sobre el contenido de su profecía para el hombre contemporáneo, me he acompañado de otros interlocutores comunes, por eso de la lectura cooperativa, en la teoría de la recepción, que está ahora tan de moda.
Me refiero, por ejemplo, en el caso de Dostoievski a Nicolai Berdiaev y Luigi Pareyson —en ausencia confesada de un conocimiento suficiente del alemán que me permitiera leer el libro de Romano Guardini sobre este autor—, en el de Soljenitsin con Joseph Pearce y Jean Meyer —el autor, por cierto de la gran obra sobre la historia de los Cristeros—, o en el de Grossman con mi amigo Marcelo López Cambronero.
Es indudable, como afirma Michael Burleigh en su libro Causas sagradas que han sido una serie de autores los que con sus obras han mantenido encendida la llama de la libertad de lo que había ocurrido en todo Occidente. Hay que citar por ejemplo, el Y escogí la libertad de Víctor Kravchenko, pasando por Arthur Koestler, o El gran terror de Robert Conquest. Obras que, podríamos decir, están en relación con Archipiélago Gulag.
Por cierto, en su libro Poder Terrenal. Religión y política en Europa nos recuerda Burleigh que cuan...