Me desconecto, luego existo
eBook - ePub

Me desconecto, luego existo

Propuestas para sobrevivir a la adicción digital

Isidro Catela Marcos

Share book
  1. 128 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

Me desconecto, luego existo

Propuestas para sobrevivir a la adicción digital

Isidro Catela Marcos

Book details
Book preview
Table of contents
Citations

About This Book

La escena en la que un grupo de jóvenes (o no tan jóvenes) han quedado a tomar unas cervezas y, absortos en las pantallas, con la cerviz agachada, permanecen whatsappeando cada uno por su lado, se nos ha hecho por desgracia habitual. No es una cuestión que afecte solo a unos pocos. Se nos ha ido de las manos. El riesgo de que nuestra vida acabe fagocitada por los dispositivos móviles es real. Los propios Bill Gates y Steve Jobs limitaban la tecnología que sus hijos usaban en casa. Otros, como Evan Williams, fundador de Blogger y Twitter, les compraba gran cantidad de libros, pero se negaba a que tuvieran un iPad.El cuchillo, como tal, no es ni bueno ni malo. Será bueno su uso si lo utilizamos para partir y repartir el pan, y malo si lo usamos para apuñalar. De forma similar, la tecnología se puede diseñar para enriquecer nuestras relaciones sociales o para que sean adictivas. Con su uso y abuso, somos capaces de unir continentes y de separar sofás. Este libro nos propone, con sólidos fundamentos teóricos y sencillos consejos prácticos, que hagamos un alto en el camino, que experimentemos una sana desconexión para sobrevivir al problema que se nos viene encima, porque en el mundo que llega solo sobrevivirán quienes sepan integrar equilibradamente las enormes ventajas que nos regala el mundo conectado.

Frequently asked questions

How do I cancel my subscription?
Simply head over to the account section in settings and click on “Cancel Subscription” - it’s as simple as that. After you cancel, your membership will stay active for the remainder of the time you’ve paid for. Learn more here.
Can/how do I download books?
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
What is the difference between the pricing plans?
Both plans give you full access to the library and all of Perlego’s features. The only differences are the price and subscription period: With the annual plan you’ll save around 30% compared to 12 months on the monthly plan.
What is Perlego?
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Do you support text-to-speech?
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Is Me desconecto, luego existo an online PDF/ePUB?
Yes, you can access Me desconecto, luego existo by Isidro Catela Marcos in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Tecnología e ingeniería & Investigación y habilidades de la tecnología y la ingeniería. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.
1. INTRODUCCIÓN
Voces de alarma. ¿Por qué los grandes ejecutivos de Google, Twitter y Facebook están apagando sus dispositivos móviles y desconectándose de la red?
Para castigarle por su vanidad, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que el joven y apuesto Narciso se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. Sabemos bien cómo termina el mito que anticipa de forma preclara la cultura del selfie: Narciso, embebido de su yo reflejado, e incapaz de apartar la mirada de su imagen, acaba por arrojarse a las aguas. La narración simbólica no puede encarnar mejor ese aspecto sombrío de la condición humana que, en el tiempo que nos ha tocado vivir, se manifiesta como una feroz amalgama de omnipresencia en las redes, envanecimiento e imprudencia. En La resistencia íntima1, Josep María Esquirol, propone con lucidez reinventar la mirada y recuperar la pausa, la proximidad, el silencio y la reflexión ante la inmediatez compulsiva y ese estado de permanente exposición pública que nos asola y que nos arroja a la monocromía de un mundo en exceso tecnificado. Y es en ese territorio minado donde aborda sin piedad a los narcisos que, por diversos motivos, confundieron lo que la tradición socrática llama cuidado del alma o cuidado de sí, con una suerte de vigorexia existencial. El arzobispo emérito de Milán, Angelo Scola, lo describe con tanta claridad como crudeza: «El narcisismo es una seña de identidad de la cultura contemporánea, es decir, de la mentalidad común en la que los hombres y mujeres de hoy viven, aman y trabajan cada día. Es un replegarse del yo sobre sí mismo, que prescinde de todo vínculo, en la ansiosa afirmación de sí. Alguien, hace poco, me ha hecho caer en la cuenta precisamente de que el nuestro es un narcisismo que obtiene los efectos dolorosos del autismo. No se trata solamente de que yo prescindo del otro, sino que además termino por ser incapaz de establecer una relación con él. Así el ser humano se condena a la soledad, ocultándose como Adán y Eva. De este modo su existencia, llamada a ser sal y luz del mundo, termina por ser insípida, se acomoda bajo el celemín de la amargura»2. Eviten la enfermedad del espejo, les dice a menudo el papa Francisco a los jóvenes, con su habilidad para dar en la diana del lenguaje popular. De manera más formal lo ha hecho en otras muchas ocasiones. Por ejemplo, en un encuentro con estudiantes en la universidad de Notre Dame de Dacca, con el que despidió su viaje a Bangladesh, en diciembre de 2017, donde les pidió que no se pasasen todo el día al teléfono, ignorando el mundo3, y en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2018 cuando se refirió a la necesidad que muchos jóvenes tienen de mostrarse distintos de lo que son en realidad para intentar adecuarse a estándares a menudo artificiales e inalcanzables, y a la obsesión con recibir el mayor número posible de me gusta y por hacer continuos retoques de la propia imagen, escondiéndose detrás de máscaras y falsas identidades, hasta convertirse casi ellos mismos en un fake4.
Puede parecernos exageración o, sin más, curiosa alegoría narcisista, entresacada de leyendas, pero la realidad, en este caso por desgracia, supera la fabulación y nos lleva del mito al logos. De hecho, aparece diáfano en el Eclesiastés: «vanidad de vanidades, todo es vanidad»5. Aquí van, para comenzar, dos casos, espigados de entre los muchos que podemos encontrar fácilmente en los últimos años. Nos dan una bofetada de altanera realidad.
El primero es el del matrimonio Mackowiak, que quiso inmortalizarse en el precipicio del Cabo Roca, en Portugal. Se aproximaron tanto al borde que se cayeron al mar, mientras sus dos hijos pequeños observaban aterrorizados la escena. La última foto que quedó registrada en el móvil fue la del cielo azul borroso. Se ha popularizado una nueva actividad de riesgo que consiste en hacerse selfies con tiburones, leones, toros y otros animalitos bravos. Hay quien habla ya de selficidio, y lo más preocupante no es que, como sucede en el caso de los suicidas tradicionales, haya un cierto tabú sobre la cuestión, reforzado por el hecho de que quienes lo llevan a cabo se oculten del mundo para poner fin a sus vidas de manera generalmente aislada y escondida, sino que, con el autorretrato de por medio, se desarrolla una dimensión social del fenómeno, que incluye desde la aceptación social hasta la indiferencia de quienes no alzan la voz y lo asumen, anestesiados, como consecuencia casi inevitable del tiempo frívolo que nos toca vivir.
El segundo caso que traigo al pórtico es el de la joven americana Chris Weisner, que falleció en un accidente de coche en una autopista de Carolina del Norte, tras chocar con un camión. En su teléfono móvil quedaron para siempre los selfies que se hizo mientras conducía y en su muro de Facebook, como un epitafio fatal, quedó lo que escribió apenas unos instantes antes del choque: The happy song makes me HAPPY. Lo escribió a las 8.33. A las 8.34 la Policía Local recibió el aviso del accidente. En España, la Dirección General de Tráfico dedicó en 2017 una de sus tradicionales campañas de sensibilización a la nueva plaga: «Si al volante miras el móvil de vez en cuando, solo ves la carretera… de vez en cuando». También en España, el 86% de los conductores usa el móvil cuando viaja solo. En una campaña inédita, la compañía Orange está dedicando sus últimas promociones a sensibilizar en el uso responsable de los dispositivos móviles. Junto con RACE, el conocido club automovilístico, Orange se olvida de vender y posiciona la marca en un asunto que ha pasado a ser de interés público. Se atreven incluso a alertar y a dar consejos útiles para no despistarse al volante, como crear un modo coche en el smartphone, olvidarnos de las redes sociales, escuchar música de forma automática, silenciar el móvil y colocarlo fuera de nuestro alcance, o algo tan de sentido común como no enviar mensajes a quien sabemos que está conduciendo6.
Ha sonado la alarma. ¿Somos alarmistas? Creo sinceramente que no. Es cierto que no todos bordeamos precipicios ni perseguimos Pokémons Go o trending topics mientras conducimos, pero casi todos tenemos experiencia ya de lo que suponen la tentación y el riesgo de estar permanentemente conectados. Basta echar una mirada a ese grupo de jóvenes (o no tan jóvenes) que han quedado para tomar unas cervezas en una terraza y, absortos en las pantallas, con la cerviz agachada, permanecen whatsappeando cada uno por su lado. «Hoy se ha chocado una persona conmigo y no iba mirando el teléfono móvil», rezaba un irónico mensaje en Twitter, la famosa red del pájaro azul por la que andamos cientos volando. En Francia, el presidente Macron ha cumplido su palabra, y ha prohibido, a los menores de 15 años, utilizar el móvil en horario escolar, incluido el tiempo del recreo. El ministro francés de Educación lo ha justificado como un mensaje de salud pública para las familias. Más cerca, en un instituto de Lleida, se ha prohibido a los alumnos de primero y de segundo de la ESO llevar sus teléfonos móviles al centro con el objetivo de mejorar la concentración y la convivencia. Las declaraciones del director son elocuentes: «se despistaban y llegaban tarde a clase, en el recreo muchos se entretenían con sus móviles y ni jugaban ni hablaban con nadie, además había disputas vía whatsapp, se hacían fotos dentro e incluso a algunos alumnos les desaparecía el móvil». Lo tuvieron claro: una mejora significativa de la convivencia en el centro era mucho más importante que un posible uso pedagógico de la tecnología7; un uso que, por otra parte, muchos expertos cuestionan. Los estudios más recientes al respecto no dejan lugar a la duda: el uso de los portátiles en el aula merma la capacidad de atención y empeora las calificaciones del alumno. En USA están pensando en algo tan revolucionario como volver a tomar apuntes con papel y bolígrafo8. A pesar de las objeciones fundamentadas, hoy seguimos pensando que las tecnologías digitales hacen a la escuela moderna. ¿Estamos verdaderamente seguros de que la escuela es el lugar donde el estudiante debe potenciar su relación con la tecnología digital? ¿Estamos seguros de que al número ya exagerado de horas dedicadas a las pantallas es necesario sumarle las horas asignadas para tal tarea en el colegio o en la universidad? Algunos empezamos a estar seguros de lo contrario. Cuando proponemos a nuestros alumnos que desconecten el móvil en clase, casi siempre salta una voz angustiada que nos pide al menos mantenerlo en silencio. Como nos recuerda con lucidez Nuccio Ordine, ¿cuántos cardiocirujanos o bomberos tenemos en clase que tienen que estar pendientes de una llamada para salvar vidas humanas? No se trata de adoptar insostenibles posiciones luditas, como la de aquellos del movimiento obrero que en el siglo XIX inglés abanderaron la demonización y el odio hacia las máquinas que venían a destruir el empleo. Pero cuando a nuestro alrededor todo parece ir en la dirección de la hiperconexión y el grado de dependencia de los dispositivos empieza a interferir para mal en muchos de nuestros comportamientos cotidianos, ¿no sería oportuno, también en la escuela, remar hacia la orilla de una sana desconexión? ¿No sería necesario hacer comprender a nuestros alumnos que un smartphone puede ser muy útil cuando lo usamos correctamente, pero muy peligroso, en cambio, cuando nos utiliza él a nosotros, transformándonos en esclavos incapaces de rebelarse contra su tirano? ¿No es la escuela o la universidad el lugar ideal para que los estudiantes reflexionen sobre el verdadero sentido de la amistad, sobre si esta se puede identificar con un simple me gusta de Facebook y sobre si enorgullecerse de tener miles de amigos en las redes sociales significa tener esa visión profunda de la amistad y de las relaciones humanas en general, que nos es propia? ¿No sería el lugar idóneo para instruirles, por ejemplo, en el arte de la conversación, de tal manera que pudieran apreciar el valor que en sí mismo tiene, los beneficios que para su vida les reporta y las diferencias que existen con sus frecuentadas conversaciones de whatsapp?9.
No es una cuestión accidental. En Contra el rebaño digital, Jaron Lanier denuncia y propone al advertir que «uno puede preguntarse: si blogueo, twiteo y wikeo todo el tiempo, ¿cómo afecta a eso que soy yo?, o si la mente colmena es mi público, ¿quién soy yo? Nosotros, los inventores de tecnologías digitales somos como comediantes de stand up o neurocirujanos en el sentido de que nuestro trabajo se hace eco de profundas cuestiones filosóficas (…) cuando los desarrolladores de tecnologías digitales diseñan un programa que te pide que interactúes con un ordenador como si fuera una persona, lo que están haciendo al mismo tiempo es pedirte que aceptes en lo más recóndito de tu cerebro que tú también podrías ser concebido como un programa. Cuando diseñan un servicio de internet editado por una masa anónima enorme, están dando a entender que una masa arbitraria de humanos es un organismo con un punto de vista legítimo. Distintos diseños estimulan distintos potenciales de la naturaleza humana. Nuestros esfuerzos no deberían estar dirigidos a lograr que la mentalidad de rebaño sea lo más eficiente posible. En cambio, sí deberíamos tratar de inspirar el fenómeno de la inteligencia individual. ¿Qué es una persona? Si supiera la respuesta, podría programar una persona artificial en un ordenador. Pero no puedo. Una persona no es una fórmula fácil, sino una aventura, un misterio, un salto hacia la fe»10.
En nuestros dispositivos móviles y en las conversaciones de toda una generación se ha colado Black Mirror, una serie de ficción, estrenada en 2011 en el canal británico Channel 4, de capítulos autoconclusivos, que tiene como hilo conductor la pregunta por cómo afecta la tecnología a nuestras vidas. La pregunta de Lanier por la persona está omnipresente. Se trata de una distopía desasosegante que nos presenta una sociedad futura, antiutópica, indeseable y que, bajo la promesa de la eterna felicidad unida al progreso tecnológico, esconde la degradación de lo humano. Esa es la pregunta central: ¿qué queda de lo humano en las relaciones humanas? Esa es la pregunta de fondo con la que arranco esta obra sobre la evidente hiperconexión y la imprescindible desconexión digital. Y esa es la inquietante respuesta de Black Mirror que, antes que asustarnos con un futuro lejano, nos acongoja con un presente en perspectiva, algo que, en buena medida, habita ya entre nosotros11. Podríamos citar muchos, pero es paradigmático el primer episodio de la segunda temporada en el que se nos muestra una sociedad obsesionada con conseguir likes, las personas se desviven por conseguir puntuaciones personales en toda aquella interacción que realizan. No se trata solo de una cuestión de prestigio y satisfacción personal por el reconocimiento recibido, que también, sino de auténtica supervivencia en...

Table of contents