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Cuentos
About this book
Escribió lo suficiente y publicó otro tanto. Pero tan personal acumulación se disipó como la fortuna que un jugador compulsivo de póker pierde en una noche. Entonces se retiró a su casa en Getafe y años después murió ahí en solitario. Fue, según el dicho de Pío Baroja, "el ingenio más frenético y más desarreglado de nuestra época" y "el más anarquista de todos los escritores españoles contemporáneos".
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Information
Year
2020eBook ISBN
9786073024563Topic
LetteraturaSubtopic
Collezioni letterarieLA MUERTE DE LA VERDAD
| La aurora siempre se sorprende de vernos aún vivos. |
Fui un estúpido. Quizás no. Desde que tuve aquella pesadilla he cambiado de ideas. Ya no encuentro gusto ni a la Federación ni al tabaco. ¡Horrible pesadilla!
No sé cómo me encontré en una larga tabla inclinada que unía la cumbre de una montaña con el fondo del valle. Me deslizaba con la rapidez de las revoluciones.
—¡Al valle! ¡Al valle! —gritaba yo.
—¡Al valle! ¡Al valle! —respondían detrás de mí.
Me separé de la tabla y me sostuve en el aire para ver quién me seguía, pero en un instante pasaron por delante muchos miles de personas.
Después creí ver a un amigo que me debe dinero y poniéndome sobre la tabla me deslicé tras él.
—¡Al valle! ¡Al valle! —se gritaba por todas partes.
Ya que divisé al mal pagador, llegué a alcanzarlo y me dispuse a cobrar. ¡Veinte y tres reales no se deben perder!
Volví la cabeza: detrás de mí venía la vecina del entresuelo. Entonces le gritó a mi amigo: “No huyas. Todas las cantidades que me debes te las perdono.”
—¡Al valle! ¡Al valle!
Pero yo me separé de la tabla porque vi un ángel rubio que aguardaba en el espacio teniendo de la brida un caballo blanquísimo.
—¿Eres Dios? —me preguntó el ángel.
—Acaso lo sea.
—¿Eres el demonio?
—Lo he sido.
—A ti te espero.
Y monté sobre aquel corcel más hermoso que el de Santiago. El ángel se sujetó a la cola del caballo, y como esto me pareció poco elegante, le ordené caminar delante de mí. Tampoco esto lo hallé bien, y entonces hice de él una brillante estrella y la coloqué en mi frente.
Hermosas mujeres, con rostros de serafines, cubrieron mi cuerpo y el de mi tordo.
Beatriz se posó en mis labios y el Dante puso sus espaldas para que mi caballo apoyase en ellas las pezuñas.
Caminé sobre bosques espesísimos hasta que descubrí una espaciosa plaza, y en su centro descendí, y apeándome me hallé en tierra.
Sentadas en los términos de aquel inmenso circo estaban millones de mujeres, desde Sara y Rebeca hasta Fernán Caballero. Allí veía a Santa Elena, Catalina de Rusia, María Stuart… A un lado Judit, Juana de Arco, Agustina Zaragoza y muchos cientos de heroínas.
Enfrente todas las reinas del mundo, desde Dido hasta Isabel II. Detrás el clero. Aarón con los Levitas. San Pedro, todos los pontífices, la curia romana, el bajo clero, el clero liberal y el clero más que bajo.
Entre las reinas y las heroínas estaban las mancebas y las cortesanas. Vi a Cleopatra y vi a mis novias y vi a Confucio y a los legisladores detrás de aquellas miserables. Enfrente formaban un apretado grupo las santas; allí estaba mi madre y, escondidos entre las buenas, millares de niños.
Yo recorrí con mi mirada aquella multitud, y solté mi caballo, que voló al espacio. Entonces los humanos formaron dos filas larguísimas que avanzaron al interior del bosque.
Yo seguía a aquella silenciosa procesión por un camino a veces tapizado de flores, a veces cubierto de maleza. Y vi que en los espinos hubo una dama que dejó trozos de su honra, y santa que dejó gotas de su sangre.
Y así llegamos a la plaza de una ciudad. Una plaza de columnas como la de Weisbaden, y toda la procesión entró en el casino, pero un casino inmenso, la suma de todos los presidios, todos los cuarteles y todos los lupanares.
Aguardé un rato y después, cuando llegué a la puerta, me dijo el conserje:
—La entrada.
—No tengo.
—Cuesta un millón de francos.
—Soy pobre.
—Pues robad.
¡Robar!… ¡Robar!… ¡Ingenioso!… No creí que el talento estuviera monopolizado por los conserjes.
Volví a casa, vestí de frac y robé; robé porque eché en mi bolsillo el dinero de todos mis administrados. ¡Esto es admirable!, calculé enseguida. Ahora pierdo este dinero y mañana, ellos y yo estamos iguales. He aquí un buen camino para realizar la liquidación social, esa calumnia grosera que han inventado los ricos para desprestigiar a los pobres que piden trabajo.
Y con mi frac sobre los hombros, y l...
Table of contents
- Introducción
- Cuentos
- La evolución de la materia
- P. P. y W.
- La ausencia del diablo
- Guardias y maestros
- La Galatea
- ¡Viva la libertad!
- Cómo quisiera morir
- La muerte de la verdad
- Aviso legal
