Solidarios
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Antonio R. Rubio Plo

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Solidarios

Antonio R. Rubio Plo

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Este libro presenta la trayectoria vital de cinco personalidades actuales que, mediante libros, artículos, discursos o películas, comparten la misma convicción: la existencia humana no puede concebirse sin los demás.Svetlana Alexievich, historiadora y periodista, ha puesto voz a las pequeñas voces.Antonio Guterres, secretario general de la ONU, subrayó siempre que la diversidad cultural es una riqueza y no una amenaza.Mahamat Saleh Haroun, cineasta, ha sabido plasmar en sus películas el dolor de los pobres y los humildes en África.Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant'Egidio, incansable en su defensa de la paz como mediador de conflictos armados.Y finalmente, Antoinette Kankindi, profesora de Ética y filosofía política, y apasionada defensora de la mujer.Cinco hombres y mujeres que han sabido practicar, de palabra y de obra, la solidaridad.

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Information

Year
2021
ISBN
9788432153211
Edition
1
1.
SVETLANA ALEXIEVICH. UNA HISTORIADORA DE LAS VOCES ANÓNIMAS
Svetlana Alexievich (Ivano-Frankivsk, Ucrania, 1948). Escritora y periodista bielorrusa. Su estilo de narrativa coral mezcla periodismo, ensayo y literatura. Autora de obras sobre la Segunda Guerra Mundial, la intervención rusa en Afganistán, la Perestroika, la catástrofe de Chernóbil y las consecuencias de la caída de la URSS. Premios Ryzsard Kapuscinski (Polonia), Herder (Austria) y Médicis (Francia). Premio Nobel de Literatura en 2015, siendo la primera escritora de no ficción en recibir ese galardón.
EL ALMA RUSA CREE EN LAS LÁGRIMAS
A lo largo de la vida he ido aprendiendo a sustituir la lectura de las grandes biografías, que siempre tienen algo de mito, por los libros centrados en la gente corriente. He sustituido, en cierto modo, el romanticismo por el realismo, pero es un realismo que quiere creer en que hay siempre un lado bueno en las personas, y no me gusta ese realismo, o quizás naturalismo, desprovisto de compasión que hace que algunos escritores se parezcan más a entomólogos que a retratistas del alma humana. Por eso me fascinaron enseguida los libros de Svetlana Alexievich, que no conocía hasta que alcanzó el Premio Nobel de Literatura.
Los recuerdos personales y las vivencias de otras personas, recogidas en su grabadora, forman un todo inseparable en la obra de Svetlana Alexievich. De hecho, no conoció directamente la gran guerra patriótica de 1941-45, pero los recuerdos de quienes la vivieron, particularmente las mujeres, la acompañaron desde muy pequeña. Una infinidad de mujeres perdió a sus padres, hermanos o maridos durante aquella guerra contra el Tercer Reich, y nunca los olvidaron. Les quedó para siempre un poso de profunda nostalgia de los hombres que nunca volverían a ver, y en los casos en que consiguieron recuperarlos, aunque dañados por heridas físicas o morales, no los abandonaron, sino que dedicaron el resto de sus vidas a cuidarlos.
Las mujeres de aquel tiempo habían conocido la muerte muy de cerca. Cuando eran adolescentes y jóvenes vistieron el uniforme militar y empuñaron las armas, pero nunca renunciaron a su condición femenina. Soñaban con el día en que podrían llevar faldas, zapatos de tacón y pintalabios. No querían masculinizarse, pues sabían perfectamente que, pese al ideal igualitario del Estado soviético, las féminas tienen una psicología muy diferente a la de los varones. A este respecto, Alexievich escribe en La guerra no tiene rostro de mujer que las guerras son de los hombres. La mujer en las guerras desempeña otro papel. Sin embargo, esa afirmación molestaba a la ideología oficial, que la veía como sospechosa de negación del heroísmo en una guerra patriótica. No querían darse cuenta de que la compasión y las lágrimas equivalen a otra forma de heroísmo. Toda forma de piedad es una demostración de que los seres humanos no se mueven exclusivamente por motivos ideológicos. La ideología, o lo que pudiéramos llamar el cumplimiento del deber en abstracto, es incapaz de cerrar por completo los corazones. Semejante afirmación la verían algunos con desprecio por parecer una especie de invitación a la lágrima fácil. Pero las lágrimas no tenían nada de fáciles en una sociedad como la soviética, obligada a creer en las consignas oficiales.
Esta reflexión me trae a la memoria una película, Moscú no cree en las lágrimas, el filme soviético de Vladimir Menshovh (n. 1939) que ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 1980, una época en la que Estados Unidos y la Unión Soviética vivían momentos tensos en sus relaciones a causa de la invasión de Afganistán. No es un filme relacionado con la Segunda Guerra Mundial, sino que está ambientado a lo largo de los aproximadamente veinte años comprendidos entre el período de desestalinización de Jruschov y la época en que se rodó la película. Con guerra o sin guerra, la película demuestra que la sociedad real no es la de las consignas partidistas, sino la de las complejas relaciones interpersonales entre parejas, padres e hijos, amigos y compañeros, vecinos… Se diría que el filme es un canto al esfuerzo personal y al amor generoso, que resulta ser la esencia de la felicidad, pese a todas las dificultades. Y aporto una curiosa anécdota sobre Moscú no cree en las lágrimas: se dice que el presidente Ronald Reagan vio en varias ocasiones esta película en privado antes de entrevistarse con Mijail Gorbachov, con el objetivo de conocer el “alma rusa”. No es exagerado decir que el “alma rusa” tiene un fuerte componente femenino, sin el cual estaría incompleta. En mi opinión, la lectura de las obras de Svetlana Alexievich no deja de ser un encuentro íntimo con el “alma rusa”.
Alexievich se califica a sí misma de “oído humano”, lo que me recuerda a la expresión “pluma humana” empleada por Flaubert. ¿Cabe mayor realismo que el de captar las conversaciones humanas y plasmarlas en un libro? La autora transcribe las anotaciones grabadas en el alma, que pueden ser más interesantes que un mero relato de los hechos. Sus libros son la demostración de que la gente del pueblo quizás no será muy instruida, pero es capaz de entender el mundo como nadie y pronunciar palabras llenas de sabiduría y sentido común. No estamos ante unos libros de entrevistas, ni los textos se plantean como un interrogatorio. A los amigos no se les interroga: simplemente se les deja hablar. Las personas se expresan en ellos con sencillez y sin recelos, pues ven a Svetlana Alexievich como a una amiga. Les inspira confianza, y esto les lleva a darle toda clase de detalles íntimos. En consecuencia, se transmite un tono de cercanía a la narración de la autora, que prescinde de todo artificio literario. De esto modo surge un caleidoscopio humano con el que se aspira a retratar la verdad. No se trata de la típica entrevista con preguntas preparadas y respuestas no menos elaboradas, que carecen de espontaneidad y, sobre todo, de intimidad. En una entrevista de finales de 2019, durante una breve estancia en España, la escritora afirmaba que «cada persona lleva consigo una historia que se puede contar, y eso es lo que yo hago. Si solo nos basamos en los hechos como fundamento, sin revelar la narrativa implícita, no sale la imagen completa de la realidad». En efecto, en los libros de la Nobel bielorrusa afloran las palabras de la gente sencilla, que suele ser la más sincera. Son palabras extraídas desde el interior, repletas de sufrimientos y vivencias. Sobre este particular, añadiré que Iván Turgueniev, un escritor admirado por Alexievich, escribió una vez, haciéndose eco de un proverbio ruso, que el alma humana son tinieblas. En efecto, según reconoce la autora, es difícil acceder al alma humana, pues el camino está sembrado de televisión y periódicos, de las supersticiones del tiempo en que vive, los prejuicios o las desilusiones.
El alma humana, en sus profundidades más dramáticas o entrañables, vive en las páginas de sus obras La guerra no tiene rostro de mujer y Últimos testigos. A mi modo de ver, el espíritu de esta segunda obra es el mismo que envuelve a la obra de Dostoievski, que no concebía la propia felicidad, o incluso la armonía eterna, si para asegurarla hubiera que derramar una sola lágrima de un niño inocente. No existe ningún progreso, ni tampoco ninguna revolución que pueda justificar esa lágrima. Menos todavía una guerra. Cualquier guerra pesa más que una sola lágrima. El niño siente que hay guerra cuando papá no está y pasará mucho tiempo esperando a que vuelva. La guerra y sus secuelas en forma de atrocidades contra la población civil arrebatarían la infancia a quienes después fueron hombres y mujeres. Pese a todo, en medio de los horrores bélicos brilla en Últimos testigos el testimonio de un niño que no quiere renunciar a su infancia, que asocia a sus primeras lecturas. Será capaz de encontrar en Los hijos del capitán Grant de Julio Verne una pequeña felicidad, cargada de esperanza, frente a la hostilidad del mundo exterior. La historia de la esforzada búsqueda de un padre a través de medio mundo se encuentra en un libro que el niño ha escondido, y que irá leyendo y releyendo a lo largo de una guerra interminable.
DE CÓMO EL HOMBRE PEQUEÑO SE TRANSFORMA EN UN GRAN HOMBRE
Nada hay más alejado de la concepción literaria de Svetlana Alexievich que la mera búsqueda del entretenimiento. Estoy convencido de que todo eso le parece demasiado artificial, pues una vez declaró que «las escenas de la vida cotidiana son mejores que las de la ficción». Luego añadió: «Muy raramente me gusta leer ficción, prefiero la obra entera de Dostoievski». Coincido con ella en que leer a Dostoievski es una tarea casi obligada para quién se haga preguntas sobre el hombre. Se trata de un novelista que sabe encontrar al auténtico ser humano, con toda su mezcla de grandeza y de miseria, hasta en los personajes más degradados. El escritor poseía el arte de descubrir en cualquier persona los frutos del corazón como la caridad y la abnegación. ¿No encontramos algo semejante en las voces despertadas a la vida por la escritura de Alexievich? Leyendo a Dostoievski y a nuestra autora, estaremos en condiciones de aprender que la generosidad no consiste en dar lo que sobra sino en compartir el peso de las cargas ajenas.
En la Rusia actual hay otras mujeres que están tomando el relevo de Svetlana Alexievich. Tal es el caso de Tatiana Krasnova, profesora en la facultad de periodismo de la universidad estatal Lomonosov de Moscú, que tuvo ocasión de entrevistar a la escritora en el verano de 2017. Krasnova no es, desde luego, una simple periodista sino también la coordinadora de Galchonov, una asociación benéfica. Señala que ha recomendado los libros de la Premio Nobel a sus amigos, pero a la vez les ha dicho que no puede decirles sinceramente que les gustarán. Por el contrario, es muy probable que no les gusten y que su lectura les cause espanto y les haga sufrir. La explicación es muy sencilla: solo la verdad hace daño. No es extraño para quienes prefieran la posverdad o las llamadas verdades alternativas. Sin embargo, los libros de Svetlana Alexievich son también una especie de medicina contra la avalancha de información, que paradójicamente nos vuelve sordos y ciegos. Recuerdo que un amigo mío daba en público un sabio consejo: no seguir con la misma ansiedad con la que se seguiría una apasionante competición deportiva, todos aquellos acontecimientos de carácter político en los que el hilo conductor sea la crispación y el enfrentamiento social. No hay que vivir de espaldas al mundo, si bien tampoco debemos consentir que la información nos quite la paz. No estamos defendiendo el comportamiento del avestruz sino la urgencia de dejar un hueco para lo que Tatiana Krasnova considera esencial: la existencia de un tiempo para llorar y para compadecernos los unos de los otros. En esto consiste uno de los méritos de los libros de Alexievich: saben dar voz al dolor y a la desesperación, y a lo más importante de todo, al amor.
La obra de Svetlana Alexievich es una continua invitación a custodiar en nosotros mismos al hombre. Ella misma admite que pertenece a una generación que fue educada con los libros, algo coincidente en la tradición rusa y la soviética, pero no con la realidad. Se diría que su carrera literaria pretende subsanar esta deficiencia con la unión de literatura y realidad. No es una literatura de gestas de héroes, los de la Segunda Guerra Mundial y conflictos posteriores, sino la versión de los hechos que le han proporcionado abuelas, madres, hermanas o viudas, a las que nunca nadie había preguntado por sus vivencias y sentimientos. Esto explica que el gran protagonista de sus libros, que constituyen toda una obra de “polifonía”, sea el hombre común, al que podríamos calificar de “hombre pequeño”, para muchos insignificante. No es el héroe militar ni el obrero modelo, exaltados hasta la saciedad en la época del estalinismo, sino la víctima de las grandes tempestades y catástrofes sociales. Leer a Alexievich es comprender cómo el sufrimiento transforma al hombre pequeño en un gran hombre. Su lectura sirve para reafirmar que no somos un engranaje de los sistemas, un punto lejano e indiferente en medio de una espesa muchedumbre.
PREPARÁNDOSE PARA LA GUERRA
Cabe añadir que Tatiana Krasnova y Svetlana Alexievich se muestran preocupadas por la actual situación de Rusia. Desde el momento en que ha crecido la tensión entre Moscú y las potencias occidentales a partir de la crisis de Ucrania, en muchos automóviles rusos se ha insertado esta inquietante pegatina: “1941-1945: Podemos rehacerlo”. Las dos mujeres han leído con pesar estas palabras porque los autores de ese eslogan no parecen saber mucho de los sufrimientos de la gente corriente en aquellos años. Se diría que una gran mayoría de rusos, y de otros ciudadanos exsoviéticos, solo quieren quedarse en el día de la Victoria, el 9 de mayo de 1945. Cegados por la reiterativa consigna de una patria en peligro, se han vuelto a ver en las celebraciones de carnaval o en las fiestas escolares a niños vestidos con uniforme militar y gorras con una estrella roja. Alexievich subraya que es el retorno de una cultura marcial y militar, en la que está muy presente el culto a la muerte. Ese ambiente ya lo vivió ella en la escuela de su infancia, donde los niños recibían unas enseñanzas que reducían los acontecimientos históricos a luchas, barricadas y revoluciones. En su opinión, Rusia está conociendo una histeria militarista, muy adecuada para que las masas se identifiquen de forma simplista con un líder. Se trata de una actitud propia de todos aquellos que se sienten humillados, sobre todo si un día formaron parte de una superpotencia, y cuando arrecian los temores, no es difícil ver enemigos en todas partes. No cabe duda de que esto es algo muy de nuestra época, donde no importan tanto los hechos objetivos sino el modo en que se sienten o perciben esos mismos sucesos. Habrá que dar una vez más la razón a Dostoievski, profundo conocer de la psicología del pueblo, cuando afirmaba que en Rusia siempre abundarán los niños de taberna soñando con una nueva revolución.
Estas pasiones colectivas no compaginan con una mente intelectual que debe apelar a la razón. Sin embargo, lo triste es que los intelectuales se alejen de la razón y se dejan dominar por sus emociones más primarias. En una entrevista, Svetlana Alexievich recordaba el caso de Zajar Prilepin, un joven y afamado escritor ruso, que se fue a combatir con las milicias pro-rusas del este de Ucrania en 2014. El escritor tomó partido y eligió empuñar las armas trasladándose con toda su familia a la región del Donbass. Por el contrario, Alexievich opinaba que un escritor nunca debería hacer uso de las armas. Pero ante la opinión pública rusa, que es el único juicio que le importa, Prilepin ha querido aparecer como un héroe por el hecho de mandar un batallón de milicianos rebeldes y ser un asesor de los secesionistas pro-rusos. Se trata, según nuestra escritora, de un intelectual caído en una trampa en su búsqueda de un baño de gloria. Representa la tentación de algunos intelectuales que no tienen interés en proponer un pensamiento constructivo y llegan a considerar a la guerra como una idea central de la conciencia humana. La ideología, o simplemente el orgullo, llega a cegar a una persona hasta el punto de olvidar que el ser humano es más grande que cualquier guerra. Esta es la principal tesis de los libros de Svetlana Alexievich. en los que podría aflorar de continuo esta pregunta de Dostoievski: «¿Cuánto de humano hay en un ser humano y cómo proteger al ser humano que hay en ti?». La escritora subraya que Rusia, incluyendo la URSS, siempre ha estado en guerra o preparándose para la guerra, lo que demuestra lo poco en que ha sido estimada la vida humana en ese país.
Una aproximación a las principales obras de Svetlana Alexievich nos ayudará a profundizar en la personalidad de esta excelente conocedora y continuadora de la gran literatura rusa.
LAS MUJERES QUE NO OLVIDARON SU CONDICIÓN HUMANA
La guerra no tiene rostro de mujer, publicada por vez primera en 1985, es la demostración de cómo las mujeres no suelen olvidar la condición humana. En cambio, recuerda Svetlana Alexievich en una entrevista con el filósofo francés de origen ruso Michel Echaltchinoff, los hombres tienden a ocultarse detrás de la Historia, porque la guerra les seduce con su acción y se recrean en el enfrentamiento de las ideas. Por el contrario, las mujeres dan preferencia a los sentimientos, aunque estos les lleven a la conclusión de que la guerra es a la vez un asesinato y un duro trabajo. A una mujer, que es la encargada de dar vida y cuidarla, le tiene que resultar insoportable la perspectiva de verse obligada a matar. Tenemos en el libro el ejemplo de una francotiradora, a la que no le resultaba sencillo pasar de disparar de un blanco de madera a un ser humano. Sin embargo, los mandos militares exigían a las mujeres que no se compadecieran del enemigo. Por el contrario, deberían esforzarse por odiarlo. Pero, como bien recuerda la autora, odiar y matar no es propio de mujeres. ...

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