Cortile D'Armi
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Cortile D'Armi

About this book

All'apparenza il racconto di un'esperienza scolastica, un semplice aneddoto con un inizio appena abbozzato ma privo di un reale finale, all'apparenza molte cose innocenti... di fatto un racconto intenso e pregno delle sensazioni provate durante la Guerra Civile Spagnola e l'immediato periodo del dopoguerra; una storia che non ha un inizio, perché già noto, e che non ha fine, perché era ancora in via di sviluppo quando il racconto fu pubblicato, confrontando più o meno velatamente vincitori e vinti; una storia piena di cose innocenti solo in apparenza, ma il cui ritratto della realtà è talmente rigido da assumere un carattere sovversivo.

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Information

PATIO DE ARMAS
I
– Le jeu aux barres est plutat un jeu français. Nos écoliers y jouent rarement. Voici á quoi consiste ce jeu: les joueurs, divisés en deux camps qui comptent un nombre égal de combattants, se rangent en ligne aux deux extrémités de l’emplacement choisi. lls s’élancent de chaque camp et ils courent á la rencontre l’un de ¡’atare. Le joueur qui est touché avant de rentrer dan s son camp est pris. Les prisonniers sont mis á part; on peut essayer de les délivrer. La partie prend fin par la défaite ou simplement l’infériorité reconnue de l’un des deux camps.
El tañido de la campana les hizo alzar las cabezas. Opaco, pausado, grávido, anunciaba el recreo.
– No ha terminado la clase; – dijo el profesor a media voz – traduzca.
Cesó la campana y hubo un vacío de despedida. Hasta entonces nadie había prestado atención a la lluvia, que golpeaba en las cristaleras arrítmicamente, flameando como una oscura bandera.
– No ha terminado la clase, Gamarra, – la mirada del profesor emergió, burlona y lejana, de las acuarias ondas dióptricas – y para alguno puede no comenzar el recreo.
La lluvia, desgarrada, trizada, en los ventanales, producía un cosquilleo y una atracción difícil de evitar. El profesor apagó la pequeña lámpara de su pupitre, cambió sus gafas y se ensimismó unos segundos contemplando el esmerilado de la lluvia de los cristales. Después se levantó.
– Al patio pequeño.
Los colegiales se pusieron en pie y cantaron mecánicamente el rezo: Ainsi soit il.
En los pasillos, mal alumbrados, el anochecer borroneaba las figuras. Los balcones de los pasillos daban a un breve parque, cuidado por el último de los alsacianos fundadores, y al huerto de los frailes, trabajado por los chicos del Tribunal de Menores. Los árboles del parque tenían musgo en la corteza. En el invernadero del huerto se decía que había una calavera.
Hacia el invernadero nacarado convergían las miradas de los muchachos castigados en los huecos de los balcones, cuando desaparecían las filas de compañeros por la puerta grande del pabellón. Bajaron lentamente de la clase de francés mirando con aburrimiento las orlas de los bachilleres que colgaban de las paredes, mirando la tierra del parque prohibida a la aventura y aquella otra tierra de los golfos de cabezas rapadas y de la calavera, cuya sola contemplación desasosegaba y hacía pensar en una melodramática orfandad.
Alguno pisaba los talones del que le precedía; algunos hacían al pasar sordas escalas en los gajos de los radiadores. Arrastraban los pies cuando se sentían cobijados en las sombras, y ronroneaban marcando el paso como prisioneros, vagamente rebeldes, nebulosamente masoquistas.
– Silencio.
En el zaguán, el profesor se adelantó hasta la puerta y dio una ligera palmada, que fue coreada por un alarido unánime. Corrieron al cobertizo bajo la lluvia, preservándose las cabezas entocando las blusas; dos o tres quedaron retrasados, haciéndolas velear cara al viento y la lluvia.
Junto al cobertizo estaba el urinario, con celdillas de mármol y un medio mamparo de celosía que lo separaba del patio. Se agolparon para orinar. El sumidero estaba tupido por papeles y resto de meriendas, y los colegiales chapoteaban en los orines. Se empujaban; algunos se levantaban a pulso sobre los mármoles de las celdillas y uno cabalgaba el medio mamparo dando gritos.
En la fuente se ordenaron para beber, protestando de los que aplicaban los labios al grifo.
Los desvencijados canalones del tejado del cobertizo vertían sus aguas sobre la fila de bebedores, haciendo nacer un juego en el que los más débiles llevaban la peor parte. Era el martirio de la gota.
Hubo un instante en que los colegiales, cubiertas sus necesidades, no supieron qué hacer. Uno de los muchachos corrió desde el tercio del cobertizo que les correspondía hacia las motos. El soldado se levantó. El soldado estaba en mangas de camisa y cruzó sus blancos brazos, casi fosfóricos en la media luz, rápida y repetidamente. Las negras botas de media caña le boqueaban al andar.
– ¡Fuera, fuera, chico! – gritó, y lo oxeó hacia sus compañeros – ¡Fuera, fuera...! Yo decir frailes, yo decir frailes...
Gamarra tenía el pelo rojo. Ugalde era moreno. Lauzurica e Isasmendi llevaban gafas. Zubiaur cojeaba. Rodríguez era francés. Vázquez había nacido en Andalucía. Eguirazu tenía un hermano jugador de fútbol. Larrea era hijo del dueño de un cine. Sánchez sabía grecorromana. Larrinaga robaba.
Gamarra estaba plantado delante del soldado con las manos en los bolsillos del pantalón.
– ¿Por qué? – preguntó Gamarra – Ayer estaban las motos fuera.
– Ayer, buen tiempo. – respondió el soldado – Hoy, muy mal tiempo. Verboten, prohibido pasar. – Con la palma de la mano el soldado trazó una línea imaginaria – Yo decir frailes si pasáis.
– ¿Por qué no llevan las motos al patio grande?...

Table of contents

  1. Cortile d'Armi
  2. Patio de Armas