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François de La Rochefoucauld

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François de La Rochefoucauld

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Francisco VI, duque de La Rochefoucauld (París, 15 de septiembre de 1613–ibídem, 17 de marzo de 1680) fue un escritor, aristócrata y militar francés, conocido, sobre todo, por sus Máximas. Traducción por Narciso Alvaro y Zereza (1824)

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Information

Publisher
Passerino
Year
2016
ISBN
9788893450232

Reflexiones o Sentencias

1
No es otra cosa lo que comúnmente reputamos por virtudes, que un conjunto de acciones y de intereses diversos que aciertan a ordenar nuestra industria o nuestra fortuna. Así pues no siempre son el valor y la castidad lo que hace valientes a los hombres, y castas a las mujeres.
2
El mayor lisonjero de todos es el amor propio.
3
Por descubrimientos que se hayan hecho en el país del amor propio, quedan todavía en él muchas tierras incógnitas.
4
El hombre más hábil no lo es tanto como el amor propio.
5
Tanto depende de nosotros la duración de nuestras pasiones como la de nuestra vida.
6
Hace muchas veces la pasión un loco del más cuerdo, y un cuerdo del más loco.
7
Aquellas grandes y brillantes acciones que deslumbran son juzgadas por los políticos como efectos necesarios de grandes combinaciones; siéndolo por lo común del humor y de las pasiones. Así pues la guerra de Augusto y Antonio, que se atribuye a la ambición que tenían de hacerse señores del mundo, sería acaso un efecto de emulación y envidia.
8
Las pasiones son los únicos oradores que siempre persuaden. Vienen a ser un arte de la naturaleza cuyas reglas son infalibles: y mejor persuade el hombre más simple apasionado, que el más elocuente no estándolo.
9
Tienen las pasiones una injusticia y un interés propio que hace peligroso el seguirlas, y por el cual debemos desconfiar de ellas aun cuando parezcan mas racionales.
10
Hay en el corazón humano una generación perpetua de pasiones; de suerte, que la ruina de una es casi siempre el principio de otra.
11
Engendran frecuentemente las pasiones a sus contrarias. La avaricia produce a veces la prodigalidad, y la prodigalidad a la avaricia; y somos de ordinario fuertes por debilidad y atrevidos por timidez.
12
Por mas que trabajemos en ocultar nuestras pasiones con las apariencias de piedad y de honor, nunca dejan de descubrirse al través de estos velos.
13
Con mas impaciencia lleva nuestro amor propio la condenación de nuestros gustos, que la de nuestras opiniones.
14
No son otra cosa todas las pasiones que los diversos grados de calor y frialdad de la sangre.
15
No sólo están los hombres sujetos á perder la memoria de los beneficios y de las injurias; sino que aborrecen también á los que los tienen obligados, y dejan de aborrecer a los que los han ofendido: la aplicación a recompensar el bien y a vengarse del mal, les parece una servidumbre a que les cuesta mucho trabajo someterse.
16
No es por lo común la clemencia de los príncipes otra cosa que una política para ganar el amor de los pueblos.
17
Esta clemencia, de que tanto alarde se hace, se practica ya por vanidad, ya por pereza, muchas veces por miedo, y casi siempre por todas estas cosas juntas.
18
La moderación en la buena fortuna no es otra cosa que el temor de la vergüenza de que nos cubriría nuestro entonamiento, o el de perder lo que poseemos.
19
La moderación de las personas felices proviene de la calma en que mantiene sus humores la buena fortuna.
20
Es la moderación un temor de caer en la ridiculez y desprecio que merecen los que se desvanecen con su felicidad: es una vana ostentación de la fuerza de nuestro espíritu. En fin la moderación de los hombres en su mayor elevación, es un deseo de parecer más grandes que su fortuna.
21
La moderación es como la sobriedad: bien quisiéramos comer mas, pero tememos que nos haga daño.
22
Todos tenemos suficientes fuerzas para sufrir los males de otro.
23
La constancia de los sabios no es otra cosa que el arte de reprimir su agitación dentro de sí mismos.
24
Los condenados al suplicio afectan a veces una constancia y un desprecio de la muerte, que en la realidad no es otra cosa que el miedo de arrostrarla. De modo, que se puede decir que este desprecio y constancia son para su espíritu, lo que la venda para sus ojos.
25
Fácilmente triunfa la filosofía de los males pasados y futuros, pero los males presentes triunfan de la filosofía.
26
Pocos conocen a la muerte. No la sufrimos ordinariamente por resolución, sino por estupidez y por costumbre; y la mayor parte de los hombres muere porque no puede dejar de morir.
27
Cuando los hombres célebres se dejan abatir por la continuación de sus infortunios, hacen ver que los sufrían por la fuerza de su ambición, y no por la de su alma; y que a diferencia de una gran vanidad, son los héroes como los demás hombres.
28
Mayores virtudes son necesarias para llevar la buena fortuna que la mala.
29
No pueden mirarse fijamente el sol ni la muerte.
30
Hacemos regularmente vanidad de las pasiones, aun de las más criminales; pero la envidia es una pasión cobarde y vergonzosa que jamás osamos confesar.
31
Los celos son en algún modo justos y razonables, pues se dirigen a conservar un bien que nos pertenece, o creemos pertenecemos; pero la envidia es un furor que no puede sufrir el bien de los otros.
32
No nos acarrea tantas persecuciones y odios el mal que hacemos, como nuestras buenas calidades.
33
Todos culpan en otros lo que en ellos es culpable.
34
Tenemos mas fuerza que voluntad: y sucede que, para excusarnos con nosotros mismos, nos imaginamos imposibles las cosas.
35
Si no tuviéramos defectos, no nos complaceríamos tanto en notar los de los otros.
36
Los celos se alimentan en las dudas; y llegan a ser furor, o se extinguen luego que pasamos de la duda a la evidencia.
37
El orgullo siempre se recompensa, y no pierde nada aun cuando renuncia a la vanidad.
38
El orgullo, como cansado de sus artificios y de sus metamorfosis diferentes, después de haber representado todos los personajes de la comedia humana, se manifiesta con un rostro natural y se descubre por la fiereza; de modo que, para hablar con propiedad, la fiereza es el resplandor y la declaración del orgullo.
39
Si no tuviéramos orgullo, no nos quejaríamos del de los otros.
40
El orgullo es igual en todos los hombres; solo se diferencia en el modo y en los medios de manifestarle.
41
Parece que la naturaleza, que tan sabiamente ha dispuesto los órganos de nuestro cuerpo para hacernos felices, nos ha dado también el orgullo para excusarnos el dolor de conocer nuestras imperfecciones.
42
Mas parte tiene en las advertencias que hacemos a los que yerran el orgullo que la bondad; y no tanto los reprehendemos para corregirlos, como para persuadirles que estamos exentos de aquellos defectos.
43
Prometemos según nuestras esperanzas, y cumplimos según nuestros temores.
44
El interés habla todos los idiomas y representa todos los papeles; hasta el del desinteresado.
45
El interés que ciega a unos, sirve de luz a otros.
46
Hácense ordinariamente incapaces de grandes cosas los que se aplican demasiado a menudencias.
47
No son suficientes nuestras fuerzas para poder ir en todo con nuestra razón.
48
Creen comúnmente los hombres conducirse, cuando son conducidos; y mientras su espíritu los dirige hacia un objeto, los arrastra insensiblemente su corazón hacia otro.
49
Solo percibimos las alteraciones y movimientos extraordinarios de nuestros humores y temperamento, como la violencia de la cólera; pero casi nadie conoce que estos humores tienen un curso ordinario y reglado que mueve e inclina dulce e imperceptiblemente nuestra voluntad a diferentes acciones. Caminan juntos, por decirlo así, y ejercen sucesivamente un secreto imperio en nosotros mismos: de modo que les somos deudores, sin que podamos advertirlo, de una parte considerable de todas nuestras acciones.
50
Mal denominadas están la fuerza y la debilidad del espíritu; pues no son en efecto otra cosa que la buena o mala disposición de los órganos del cuerpo.
51
Aun más extravagante es el capricho de nuestro humor que el de la fortuna.
52
La complexión que produce un talento propio para bagatelas, es contraria a la que le produce propio para cosas grandes.
53
El apego o la indiferencia de los filósofos a la vida no es mas que una complacencia de su amor propio; de que debemos disputar tanto como del gusto del paladar, o de la elección de los colores.
54
Es una especie de felicidad el conocer hasta que punto debemos ser felices.
55
Nuestro humor es el que pone precio a todo lo que nos da la fortuna.
56
La felicidad está en el gusto, y no en las cosas. Entonces es uno feliz cuando posee lo que ama, y no cuando tiene lo que es amable para los otros.
57
En vano nos fatigamos en buscar fuera de nosotros el reposo que no hallamos dentro de nosotros mismos.
58
Nunca somos tan felices ó infelices como imaginamos.
59
Los que se creen beneméritos tienen a honor ser desgraciados; para persuadirse a sí y a los otros que son dignos de ser el blanco de la fortuna.
60
Nada debe disminuir más la satisfacción que tenemos de nosotros mismos, que el ver que en un tiempo desaprobamos lo que aprobamos en otro.
61
Por diferentes que nos parezcan las fortunas, hay sin embarg...

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