Razón fronteriza y sujeto del inconsciente
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Razón fronteriza y sujeto del inconsciente

Conversaciones con Eugenio Trías

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Razón fronteriza y sujeto del inconsciente

Conversaciones con Eugenio Trías

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¿Qué llevaría a dos psicoanalistas lacanianos a interesarse por la filosofía del límite y la razón fronteriza? ¿Qué les motivaría a conversar con el autor de toda una topología filosófica sin más centro que las fronteras?La filosofía de Eugenio Trías despliega un pensamiento del límite donde todas las centralidades de la tradición metafísica occidental (Dios, el Espíritu o la Sustancia) son derrocadas y sustituidas por un vacío incognoscible. Pensar el límite es ahondar en el misterio, abrazar la oscuridad del Otro, asumir el vértigo como el ánimo propio de la filosofía.La pregunta es más bien cómo no pensar ese misterio, esa selva, como una de las formas que adopta lo inaprensible del inconsciente. Esta conversación, entre filosofía y psicoanálisis, es la exploración de todos esos abismos.

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Information

I
FILOSOFÍA DEL LÍMITE E INCONSCIENTE
Conversación con Eugenio Trías
28 y 29 de marzo de 2003
Vida y pensamiento. Psicoanálisis en acto
JORGE ALEMÁN y SERGIO LARRIERA: ¿Qué lleva a dos psicoanalistas lacanianos a estudiar la filosofía del límite y a interrogar a su autor? ¿Cuáles son las afinidades, resonancias y problemas en común entre la novedad en lengua española que es la filosofía del límite y la «analítica del fronterizo» que la misma implica, y el psicoanálisis de orientación freudo-lacaniana?
A lo largo de esta conversación intentaremos que comparezca la respuesta a estas preguntas. Pero de entrada, para reafirmar la pertinencia de estas cuestiones, nos podemos referir a su último libro, El árbol de la vida, en uno de cuyos capítulos, el titulado «Viaje iniciático», en la página 440, usted sostiene lo siguiente: «...y el psicoanálisis se me aparecía ya entonces como el talismán propio de nuestra época y condición para que ese viaje pudiera llevarse a cabo, era el instrumento y alimento de nuestra edad para realizar el único imperativo ético que siempre he reconocido, el imperativo délfico y socrático que dice así: conócete a ti mismo, conoce tu propia medida».
El árbol de la vida es un libro muy peculiar, porque el lector no se encuentra con la trampa del libro de memorias que no exige ninguna dedicación intelectual. Estas memorias, por el contrario, piden ser leídas con atención, aunque no están escritas de un modo críptico. Deconstruyen el género de las memorias. No son un mero relato autobiográfico, ni una épica psicológica que busque la complicidad del lector por la vía de la identificación.
La idea es empezar por las «memorias», por el significado actual que tienen; entendemos que son algo más que «memorias». Hay algo metodológico, algo esencial de su pensamiento, de su concepción de la filosofía, de la escritura, de la vida, que se pone aquí en juego, según esa especie de máxima que usted había formulado en La Edad del espíritu, donde vida y pensamiento sustancialmente son la misma cosa. Cuando vida y pensamiento son la misma cosa, el compromiso del filósofo con el psicoanálisis, compromiso excepcional, suscita necesariamente nuestra atención.
EUGENIO TRÍAS: Me he pasado la vida cuestionando los géneros tradicionales a través de los cuales suele exponerse la filosofía. He escrito multitud de ensayos que parecen tratados, u otros tantos tratados que en cambio tienen nítido carácter ensayístico. En un reciente artículo en Babelia, en El País, Ana María Moix lo subrayaba; el artículo se titulaba: «Una vida en cuatro movimientos», y era una reflexión crítica efectuada con máxima solvencia de mi libro El árbol de la vida.
Esta peculiaridad de mi escritura, o de la forma en que expongo mi pensamiento, me ha valido mucha incomprensión también. Recuerdo unas aproximaciones que hice, hace años, al pensamiento de Joan Maragall, que tampoco era posible encuadrar en ningún género existente. Muchos especialistas se sintieron invadidos en sus territorios, y la reacción habitual ante esto es, siempre, rechazar al forastero. Un ensayo mío titulado «La Cataluña ciudad», que versaba sobre Maragall y D´Ors, que no sobrepasaba las sesenta páginas fue contestado, con máxima agresividad ad hominem, por un ensayo de crítica de casi cuarenta páginas.
Libros míos como La edad del espíritu desconciertan a los especialistas, o al gremio académico de estrechas miras que tanto abunda en la universidad. ¿Es una filosofía de la religión, o una filosofía de la historia, o una historia de las ideas, o un remedo hegeliano de la conjugación de historia y sistema? Y así sucesivamente.
Con todo lo cual voy creando por todas partes «daños colaterales» (como está ahora en boga decir). Y abundan los agraviados porque muestro el carácter convencional, anquilosado y caduco de muchos de estos compartimentos estancos, detrás de los cuales siempre hay algún mezquino interés, alguien que ha montado su pequeño negocio; por ejemplo, en el terreno del «memorialismo» (¡vaya una especialidad más pintoresca!).
Y está muy claro que romper géneros es algo que se paga caro. Pondré dos ejemplos musicales muy ilustres: Beethoven rompe los cauces del cuarteto al final de su vida; resultado: un siglo de incomprensión. Mahler escribe sinfonías que son, de hecho, como señala Adorno, novelas enciclopédicas; resultado: cincuenta años en que nadie se lo tomaba verdaderamente en serio en su calidad de sinfonista. Pero debe recordarse la frase de Otilia en Las afinidades electivas de Goethe, en su Diario: «Lo que es excelente en su género rebasa siempre el propio género».
Por todas estas razones comienzo mi libro abriendo una cascada de interrogantes relativos al género de El árbol de la vida. ¿De qué se trata? ¿De unas memorias, de unas confesiones al estilo de Agustín de Hipona, de una autobiografía intelectual, filosófica, de una reconstrucción de la propia memoria e identidad a través de una «novela formativa», al estilo del Wilhem Meister? Dejo abierta la cuestión, con la esperanza de que el lector, si es avispado, pueda responderla.
Yo he escrito ese libro con una prosa que todo el mundo que sabe leer pueda entenderla. Diría lo que decía Mozart a su padre en una carta, comentando un concierto para piano que acababa de escribir: «Está escrito para el entendido, pero también para el que simplemente desee disfrutar de la música. Sólo está vedado a las Orejas Largas». El problema es que son extraordinariamente abundantes, como Mozart pudo comprobar a lo largo de su vida, los Orejas Largas (los asnos, las acémilas). Y esos también se acercan a las obras, mostrando en palabras y obras su «alto entendimiento» (como diría Mahler).
Mi libro es, más que un libro de «memorias», un libro en el que se expone y relata la experiencia que he podido hacer con mi propia memoria, o con lo que de ella me llega a partir de los treinta y tres primeros años de mi vida, que además coinciden con un mundo hoy claramente pretérito (las memorias se cierran un año antes de la muerte de Franco).
Y desde luego en ellas hay un diálogo constante, vivo, implícito y explícito, con el psicoanálisis. Me acerqué a él desde muy pronto. Tuve una experiencia psicoanalítica con Luis María Esmerado que duró cinco años, entre 1976 y 1980, en una época posterior a la que relato en El árbol de la vida. El psicoanálisis ha sido siempre, para mí, una referencia necesaria; efectivamente, lo he comprendido como la posible concreción, en el mundo en que vivimos, del imperativo délfico «conócete a ti mismo».
J.A. y S.L.: A diferencia de otros textos suyos, donde las referencias teóricas a Freud siempre están presentes, aquí en su escritura se produce una suerte de psicoanálisis en acto, donde incluso la propia realidad de las instituciones es captada como un resto diurno.
E.T.: Quizás por eso este libro, El árbol de la vida, que es uno de los libros de filosofía que he escrito del que más satisfecho me encuentro, sobre todo por la adecuación entre su ambiciosa estructura formal y el contenido de ideas que en él se vierten, provoca tanta empatía y simpatía en mucho lector, y tanto rechazo o fobia en alguna minoría que se cruza con él.
Y es que el psicoanálisis, cuando es de verdad, provoca siempre esta duplicidad en la recepción, máximamente en un país, España, en donde ha debido siempre vencer grandes resistencias, pues a causa de sus tradiciones altamente gazmoñas, clericales y carcamales, de un derechismo vital extraordinariamente arraigado, siempre produce aversión y sonrojo aquello que Freud puso sobre el tapete: la sexualidad; sobre todo la experiencia y la conciencia (o expresión verbal) de la propia sexualidad.
De hecho hay dos aspectos en los que ese implícito diálogo con el psicoanálisis aparecen en primer término en mi libro; o mejor, como ustedes dicen con acierto, en los cuales mi libro constituye una suerte de ejercicio práctico del psicoanálisis, o de psicoanálisis en acto.
En primer lugar, el material onírico que está tan presente en El árbol de la vida, sobre todo en su «primer movimiento», y que en cierto modo destaca algunos sueños como particularmente relevantes y decisivos para comprender la manera como se constituye y construye una identidad (la del personaje que soy, y que en el libro es sometido a reflexión analítica y crítica).
Por ejemplo, el importante sueño del eje de la Tierra, que es, quizás, uno de los más importantes «motivos conductores» (para decirlo al wagneriano modo) de todo el libro, ya que aparece y reaparece una y otra vez. Pero así mismo el sueño de la «fecundidad» (o del leitmotiv «fecundidad», o «aptitud creadora», pues así se le podría llamar, el relativo a la hinchazón de la cabeza, y por supuesto del vientre materno).
El segundo aspecto que llama la atención de mi libro es el modo en que presento la sexualidad, mi propia sexualidad. Y es que eso es una exigencia y un compromiso ineludible para todo aquel que hace una experiencia de testimonio de la propia memoria en una época que se inaugura, hacia 1900, con el gran discurso de Freud sobre los sueños y sobre la sexualidad.
Ocultar, solapar, omitir o no tener en consideración este aspecto crucial y decisivo de nuestra conducta y experiencia arruina toda verdad de la memoria, y toda posible exposición de la misma encaminada, como es de rigor en el ámbito de la filosofía, a hacer y decir verdad. Ése fue, desde luego, mi objetivo en este texto: hacer y decir verdad. Por eso, aunque en el libro hay rigurosa selección, este componente de mi identidad, tan relevante, está por supuesto destacado y tratado.
Vértigo y sueño
J...

Table of contents

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Índice
  4. Testimonio
  5. I. Filosofía del límite e inconsciente
  6. II. La razón fronteriza y el sujeto del inconsciente
  7. III. Robert Schumann en el límite
  8. IV. La cuestión del tiempo
  9. V. Espacio-tiempo en Eugenio Trías
  10. VI. Coda