1. Más allá de la codicia
En el debate público, el problema de la financiarización se ha planteado, ante todo, en términos morales. Los recientes escándalos provocados por la revelación de las malas prácticas de los grandes bancos han desacreditado enormemente al sector. No trataremos aquí de redimir a una profesión de la que tenemos buenas razones para pensar que contribuye al bien común de forma inversamente proporcional a las astronómicas remuneraciones que se autoconcede. Pero, como veremos, la explicación de la crisis como producto de la inmoralidad de los agentes financieros no resiste el análisis.
Aroma de escándalo
En pleno corazón de Wall Street, el timador Bernie Madoff engañó a poderosas instituciones financieras con una estafa que existe desde que el mundo es mundo: el esquema Ponzi. El Santander, el HSBC, Natixis, el Royal Bank of Scotland, BNP Paribas, BBVA, Nomura Holdings, AXA, Crédit Mutuel, Dexia, Groupama, Société Générale, entre otros, fueron timados por este exjugador de tenis (tal como antes lo habían sido millones de ahorradores rusos y cientos de miles de albaneses tras la caída de los regímenes socialistas, que descubrieron así las delicias del capitalismo). El caso Madoff es sintomático de una atmósfera de confianza ciega en las entidades de valoración financiera. Sin embargo, no tiene nada de sofisticado, ni está directamente vinculado en modo alguno con la burbuja inmobiliaria estadounidense de la década de 2000. Durante su declaración judicial en marzo de 2009, Madoff reconoció que su estratagema consistía en depositar el dinero de sus clientes en el banco y, cuando éstos deseaban retirarlo, transferirles los fondos solicitados ingresando en sus cuentas «las sumas que les pertenecían o que habían sido ingresadas por otros clientes» (Reuters, 2010). En cualquier caso, este timo extremo —¡entre 17.000 y 20.000 millones de dólares, nada menos!— no es más que la punta de un iceberg de fraudes. Y es que quienes más se enriquecen son, generalmente, deshonestos.
Por término medio y a largo plazo, se ha constatado que en Estados Unidos ni los pequeños ahorradores, ni los fondos de ahorro colectivo, ni los fondos de pensiones son capaces de obtener ganancias especulativas, es decir, ganancias de capital superiores a las que se corresponden con la evolución media del mercado (Malkiel, 1995; Odean, 1999). No existe el milagro financiero para los asalariados que colocan sus ahorros en bolsa y ahorran para la jubilación. La teoría neoclásica de las finanzas ve en ello una prueba de la eficiencia de los mercados financieros: su teorema fundamental estipula, en efecto, que no hay posibilidad de intervención en los mercados financieros (no arbitrage) (Ross, 2009, pág. 1), dicho de otro modo, el nivel de remuneración financiera siempre es relativamente idéntico al grado de riesgo y de madurez del activo en cuestión. En términos más sencillos: no hay una «máquina de hacer dinero» que permita enriquecerse sin más, por ejemplo, pidiendo prestado a bajo interés y prestando a un interés más elevado.3
Los teóricos neoclásicos de las finanzas modernas consideran errático el comportamiento de los pequeños accionistas pero, según ellos, las desviaciones que conllevan sus errores son inmediatamente corregidas por la acción de agentes financieros más astutos, los hedge funds, que son capaces de superar al mercado, es decir, de ganar mucho más dinero que la evolución media; son los mejores porque reúnen en pequeños equipos generosamente remunerados «al mayor ejército de matemáticos, físicos e informáticos jamás creado» (Landier et Thesmar, 2008, pág. 29). Es cierto que estos fondos especulativos movilizan todos los medios a su disposición: a principios de la década de 2010, por ejemplo, adoptaron programas informáticos de asistencia personal calcados de los de deportistas de élite para ayudar «a los gestores de los fondos a comprender en qué momentos rinden más. ¿Hacen mejores transacciones por la mañana después de tomarse dos cafés? ¿Funcionan mejor en una habitación tranquila que en una oficina diáfana repleta de gente? ¿Se sienten revitalizados e inspirados cuando se toman una copa a mediodía? ¿Es entonces cuando están preparados para tomar sus mejores decisiones?» (Oakley, 2013).
Este enfoque a menudo obvia un aspecto fundamental: como en el deporte de élite, la búsqueda del rendimiento a toda costa tiene por corolario las trampas. Para realizar las mejores operaciones, es sin duda esencial disponer de los mejores análisis, de la mejor comprensión de las dinámicas financieras en cuestión, pero también se puede emplear el viejo y comprobado método de «Huggy el soplón». Si bien se trata de una práctica ilegal, el acceso a información privilegiada a menudo es la clave de la fortuna en los mercados financieros, particularmente debido a que el riesgo de ser pillado es bastante bajo. Los hedge funds, al igual que los grandes bancos de inversiones a los que están vinculados, suelen estar en posición de beneficiarse de información exclusiva que les permite superar al mercado. Si bien la hipótesis de la eficiencia informativa de los mercados financieros ha producido un puñado de premios Nobel, en realidad es la información imperfecta la que mueve las finanzas.4
Desde el Complejo Correccional Federal Butner, donde cumple una condena de 150 años de prisión, Bernie Maddoff, que en su día presidió el NASDAQ, afirma sin ambages que el manejo de información privilegiada «existe desde siempre en el mercado y raras veces es perseguido. Lo mismo sucede con la inversión ventajista» (Madoff, 2012). Mientras que el delito de información privilegiada consiste en realizar transacciones haciendo uso de información que no es pública sobre el título en cuestión, la inversión ventajista o front running explota el conocimiento de las órdenes dadas por los clientes para efectuar previa, paralela o inmediatamente después operaciones en beneficio propio.
Si bien, por definición, es difícil evaluar el nivel de generalización de estas prácticas, un estudio empírico ha confirmado su existencia. Se centra en las operaciones de futuros con bonos del Tesoro en la Chicago Board of Trade, el mercado de futuros de Chicago, entre el 2 de septiembre y el 15 de octubre de 1998, es decir, en el período de hundimiento y posterior rescate del fondo especulativo Long Term Capital Management (LTCM) (Cai, 2003). En la medida en que el mercado de futuros es un mercado de subasta abierta, los corredores pueden interpretar el ruido, los gestos y los signos del agente a cargo de las operaciones de LTCM y, en consecuencia, colocar órdenes para sus propias cuentas justo antes de dar las órdenes de LTCM. Esta ventaja informativa se traduce, según los datos presentados, en un nivel anormal de transacciones en los dos minutos anteriores a las transacciones relacionadas con LTCM. Este estudio cuestiona la hipótesis de que los agentes que hacen funcionar los mercados financieros al nivel micro no disponen de ventajas informativas. Por el contrario, este tipo de asimetría se encuentra incluso en los mercados públicos más abiertos.
Tras la crisis de 2007-2008, varios escándalos confirmaron que el problema no se limitaba, ni mucho menos, a los pequeños operadores del mercado, revelando cómo los grandes bancos y los hedge funds explotan la información exclusiva a la que tienen acceso. Así, en 2013, SAC Capital, un hedge fund de 15.000 millones de dólares especializado en los mercados de valores, fue condenado por un delito de información privilegiada por la venta masiva de las acciones de dos empresas farmacéuticas, Wyeth y Elan, después de tener conocimiento del fracaso de unos ensayos clínicos para el tratamiento del Alzheimer.5
Después del escándalo Abacus, Goldman Sachs reconoció implícitamente que había recurrido a un tipo de inversión ventajista. Abacus es el nombre de un producto complejo, un sinfín de derivados de hipotecas basura creado por el hedge fund Paulson & Co. en 2006 y vendido por Goldman Sachs a inversores institucionales por una suma que superaba los 10.000 millones de dólares. En 2007 volvió a ser Paulson & Co. quien seleccionó los préstamos para la nueva versión de Abacus. Como el hedge fund tuvo la oportunidad de escoger los productos más frágiles, estaba especialmente bien situado para saber que esos productos se iban a hundir, por lo que apostó masivamente por el descenso de esos valores. Pero Goldman Sachs no informó a sus clientes de que Paulson era el responsable de la selección de los préstamos subyacentes, y mucho menos de que estaba tomando posiciones a la baja… (Seven Pillars Institute, 2011). Este caso ilustra bien la forma en que el complejo banca de inversión-hedge funds domina las finanzas a expensas de otros actores, en este caso, fondos de pensiones y bancos de segundo orden.
En este asunto, para evitar tener que enfrentarse a la SEC (la comisión estadounidense de los mercados financieros), Goldman prefirió llegar a un acuerdo y pagar una multa de 550 millones de dólares en 2010, es decir, unos 14 días de sus beneficios de ese año. Por el contrario, Fabrice Tourre, el corredor directamente responsable del producto, fue imputado y condenado en el verano de 2013. Su correspondencia electrónica personal, que se hizo pública durante la investigación, es de gran interés en la medida en que documenta el estado mental de un agente directamente implicado en la creación de la crisis de las hipotecas basura. A principios de 2007, unos meses antes de que ésta estallase, el joven escribe que se «encuentra en medio de transacciones complejas, exóticas, con un enorme apalancamiento, creadas sin necesariamente entender todas las implicaciones de estas monstruosidades». Consciente de que «los pobres prestatarios basura no van a durar mucho», no por ello vende menos títulos «a viudas y huérfanos». Pero irónicamente afirma «no sentirse demasiado culpable», pues al fin y al cabo «el verdadero objeto del trabajo es hacer más eficientes los mercados de capitales y ofrecer al consumidor estadounidense medios más eficientes para endeudarse y financiarse» (Goldman Sachs, 2010).
En pocas palabras, F. Tourre revela con toda crudeza que la principal virtud de la hipótesis de la eficiencia de los mercados financieros es justificar operaciones que aportan ingresos colosales a quienes los controlan. El caso Abacus demuestra además que la función de los grandes bancos de inversión y de los fondos especulativos no se limita a corregir las distorsiones del mercado, sino que consiste también en crearlas con el fin de organizar transferencias de riqueza. A pesar de la imposición del discurso sobre la eficiencia de los mercados, la conclusión es, en definitiva, obvia: las instituciones que se encuentran en el centro del sistema financiero mundial usan y abusan de su posición y de la información exclusiva de que disponen para hacer dinero.
Más allá de estos edificantes ejemplos, la revelación de manipulaciones coordinadas por parte de los mayores bancos a escala mundial sobre dos mercados financieros esenciales, el mercado monetario y el mercado de divisas, ha sacudido los cimientos mismos del sistema. En el primer caso, el escándalo afecta a la fijación de las tasas interbancarias (el LIBOR): entre 2005 y 2009, los principales bancos pudieron enmascarar su vulnerabilidad subestimando sus tasas efectivas. Mejor aún, puesto que contratos por valor de billones de dólares están vinculados al LIBOR, los grandes bancos obtuvieron, gracias a desviaciones en las tasas mínimas, ganancias financieras nada despreciables, y esto durante más de dos décadas (Keenan, 2013). En cuanto al segundo caso: el mercado de divisas es el mercado financiero más importante, con un efectivo medio diario negociado de 5,3 billones de dólares. Mediante movimientos coordinados en períodos muy cortos, de menos de 60 segundos, los grandes bancos lograron manipular en su beneficio los tipos de cambio de las principales monedas.6
Un riesgo moral de geometría variable
Los escándalos en serie forman parte sin duda de un momento de racionalización de los mercados financieros y pueden conducir a una mejora de su funcionamiento. No los cuestionan en sus fundamentos. Por ello, es importante demostrar que si bien la codicia y la deshonestidad han tenido un papel nada despreciable, el entusiasmo por los productos financieros sofisticados y la burbuja financiera no se limitan a un problema de moral individual o de irresponsabilidad. A primera vista, sin embargo, el dispositivo de las hipotecas basura podría parecer un buen argumento a favor de esta tesis.
En el último eslabón de la cadena financiera se encuentra, efectivamente, la venta a los hogares de créditos inmobiliarios que sirven de materia prima de los productos derivados y contribuyen a alimentar la burbuja. El auge de la titulización permite disociar la distribución del crédito de la exposición al riesgo crediticio. Quienes distribuyen los créditos a los hogares revenden esos créditos en los mercados financieros y obtienen una comisión por esa venta. Una vez efectuada la reventa, dejan de estar vinculados a los prestatarios, por lo que no tienen razón alguna para preocuparse por su capacidad de devolución del crédito. La titulización de los créditos conduce a un examen menos exhaustivo de la situación de los prestatarios (como demostraron, entre otros, Keys et al., 2010). Mientras que para recibir un préstamo suele ser necesario disponer de un flujo de ingresos regular y/o algún activo, la década de 2000 vio cómo los Estados Unidos se llenaban de préstamos NINJA (No Income, No Job, no Assets: sin ingresos, sin trabajo, sin activos); como los canales crediticios tradicionales estaban saturados y los inversores institucionales ávidos de productos derivados, los bancos salieron a buscar nuevos clientes. Para los prestatarios, las opciones podían resultar tentadoras. Juzguen por sí mismos: algunos contratos no preveían ninguna verificación de los recursos de los solicitantes; durante 10 años, el prestatario sólo tenía que devolver intereses; si aumentaba su deuda también podía pagar menos que la letra mensual correspondiente a la devolución de intereses y del principal (Pearlstein, 2007). Y para rematar, el hecho de ser propietario de una vivienda permitía obtener más créditos al consumo.
Estas ventajosas condiciones, asociadas a un márketing agresivo, facilitaron la entrada de un número considerable de hogares modestos en los circuitos de las finanzas inmobiliarias: en Estados Unidos, el porcentaje de hogares propietarios de vivienda pasó así de un 64 a un 69% entre mediados de la década de 1990 y mediados de la década de 2000, empujando los precios al alza. Los créditos se concedían con pocos miramientos, pues una subida continuada de los precios debía permitir, a través de los embargos, el reembolso de las hipotecas en caso de impago. Pero he aquí la explicación esencial: este tipo de préstamo es un ejemplo típico de riesgo moral, es decir, de asunción de un riesgo excesivo vinculado al hecho de que los agentes no se hacen cargo plenamente de sus consecuencias. Banqueros y corredores de bolsa se ven llevados a producir préstamos continuamente, pues en cada nivel de ...