Del padre al iPad
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Familias y redes en la era digital

José Ramón Ubieto, Ramon Almirall, Fina Borràs, Lidia Ramírez, Francesc Vilà, José Ramón Ubieto, José Ramón Ubieto

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  1. 256 pages
  2. Spanish
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Familias y redes en la era digital

José Ramón Ubieto, Ramon Almirall, Fina Borràs, Lidia Ramírez, Francesc Vilà, José Ramón Ubieto, José Ramón Ubieto

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Una parte de la función que cumplía la familia, y la jerarquía que la sostenía, ha sido desplazada a las redes sociales, con sus dispositivos más horizontales y en conexión permanente. Ellas suponen un apoyo nada desdeñable a los sujetos hipermodernos, huérfanos de referencias, pero al tiempo muestran sus fragilidades al situar el cuerpo y su imagen como elementos centrales y aupar lo virtual en detrimento de la presencia.La hiperconexión está cambiando aspectos centrales en nuestras vidas: aprendizajes, relaciones personales y familiares, sexualidad. Su incidencia en las infancias y adolescencias del siglo XXI es ya evidente. ¿Cómo seguir siendo interlocutores válidos para ellos y ellas ante esta nueva realidad digital? ¿Cómo hacer para acoger esa novedad que traen y al tiempo no abandonarlos sin límites en su uso? Este libro trata de analizar estas transformaciones y proponer ideas que permitan acceder a lo virtual sin renunciar a la presencia ni a lo singular de cada uno/a.

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Information

Publisher
Ned Ediciones
Year
2019
ISBN
9788416737734
1. ¿Qué está cambiando
en las familias del siglo xxi?
Una pareja joven, padres de una niña afectada de leucemia, acude a una clínica privada para poder tener otro hijo que sea compatible con la médula de su hermana y pueda salvarle la vida. No dudan en provocar el parto tres meses antes para que la sangre del feto sirva para curar a su hija. La doctora Addison deberá decidir qué hacer ante una petición así. De esta manera empieza la segunda temporada de Private Practice (Sin cita previa, en España), que plantea, a lo largo de sus seis temporadas, diferentes dilemas morales relativos a la maternidad/paternidad en la era de las tecnociencias.
Esta serie nos muestra a las claras que algo está (sigue) cambiando en la familia. No tiene nada de extraño, ya que, según los sociólogos, estamos inmersos en la tercera gran transformación familiar. La primera es la que, en pleno siglo xx, nos llevó del clan a la familia conyugal, contrayendo las formas extensas. La segunda, ya entrada la segunda mitad del siglo xx, concedió el estatuto de sujetos de pleno derecho a las mujeres y a los niños, personajes de segunda categoría hasta entonces, subordinados a la autoridad patriarcal.
Hoy, iniciado el siglo xxi, las transformaciones familiares van un poco más lejos de los fenómenos anteriores de contracción del núcleo de convivencia o de ampliación de los derechos. Su particularidad es que provocan cierta disrupción, una interrupción súbita que pone en suspenso todas las certezas anteriores produciendo una discontinuidad. Ya no es fácil ni simple distinguir: masculino-femenino; la maternidad como evidencia biológica ligada a la madre engendradora; o la propia naturaleza del lazo social que implica «ser una familia». Todo ello, en un momento en el que todo el mundo reivindica su derecho a serlo, sin tener en cuenta el tipo de lazo (biológico, legal, afinidad) que los une.
Si en el pasado los tres registros (matrimonio, filiación y socialización) estaban relacionados, hoy se cuestiona esa concepción clásica de una filiación indivisible y biológica. Los niños ya se fabrican en probetas, se engendran en vientres de alquiler y se crían por madres o padres solos, y la mayoría fuera del matrimonio. Ni siquiera la sexualidad es necesaria en este proceso, tal como muestran algunas parejas, o mujeres y hombres solos, que quieren acceder a la maternidad y a la paternidad fuera de las relaciones sexuales.6 La catedrática de Antropología Urbana en Berkeley, Teresa Caldeira, nos recordaba cómo el 60% de las mujeres de la periferia de São Paulo (y este fenómeno sería extensible a otros muchos lugares) «son madres solas que no quieren tener pareja, porque no les compensa».7 Son las llamadas madres solteras por elección (MSPE), muchas de las cuales acceden a la maternidad a través de la reproducción asistida (donante anónimo).
La paradoja es que, a pesar de todo esto, la familia sigue siendo, como muestran todos los barómetros y sondeos que se hacen regularmente, el «último refugio», la institución más valorada por las personas de cualquier edad, sexo o clase social. Como ha sucedido siempre en la historia, a esta sacudida de los «cimientos» tradicionales de la familia le sigue un deseo de normativización, un deseo de «hacer familia» y, de esta manera, lograr una inscripción en el Otro social. Quizás esto obedece a una reacción ante el surgimiento de una soledad y de una crisis identitaria, resultantes de la caída de unos ideales y unos lazos ligados a la religión. Novedad que, si bien ha desprendido al sujeto de algunas ataduras, lo ha confrontado, por otra parte, a un nuevo ideal de autorrealización, más exigente y angustiante por la soledad que implica.
Un poco de familia: somewhat family
La campaña publicitaria de una conocida entidad bancaria nos muestra bien que hoy se trata, para todos y todas, de conseguir «un poco de familia» alrededor de experiencias compartidas, en cualquiera de las formas posibles y siempre con los hijos (o hijo) de protagonistas.8 Un «algo de familia» diversa y asegurada por un cordón sanitario y de seguridad, como el que propone la campaña, y que incluye seguros para todo (hogar, accidentes, vida, salud y mascotas).9 Las formas y dinámicas tradicionales de la familia conyugal, dominante en hechos y discursos a lo largo de la segunda mitad del siglo xx en nuestro país, ha dejado paso a una pluralización de formas, aparentemente menos sólidas: monomarentales y monoparentales, lesbomarentales y homoparentales, reconstituidas, living apart together, adoptivas y de acogimiento, etcétera.
La familia no tiene, pues, nada de natural. Sus formas y sus dinámicas son un hecho de cultura (Lacan, 2012a), lo que implica que se trata de una institución que no es sagrada ni está fundada en lo biológico (por mucho que algunos discursos así lo aseguren), sino que está más bien basada en los vínculos entre sus miembros, que implican formas de goce y satisfacción muy diversos. De ahí que tampoco haya función «natural» paterna o materna, como si de una impronta genética se tratase. Lo que no quita, como es obvio, que la crianza de los hijos —en tanto humanos somos siempre prematuros y dependientes del Otro— haya requerido desde el origen alguna forma de agrupación familiar. Su crisis permanente no es un accidente, sino un hecho de estructura, ligado a su propia naturaleza de ser una respuesta inventada para suplir lo que Lacan destacó con su famosa frase «no hay relación sexual». Una manera de decir que en el lugar de esa relación, donde buscaríamos su fórmula, encontramos un vacío. Y precisamente porque no hay una armonía sexual preestablecida donde un hombre elegiría a una mujer y viceversa, ni un manual de relaciones personales infalible, ni la fórmula en que todo eso pueda aprenderse como un conocimiento, es necesario inventar fórmulas y dispositivos que vengan a suplir esa ausencia. Por eso, la familia tiene el valor de síntoma de ese agujero real, y al mismo tiempo varía, en sus formas y en sus dinámicas, en función de las coordenadas simbólicas e imaginarias que cada época trae.
Como ha ocurrido siempre, la convivencia de diversos modelos familiares es un hecho. Esa idea simplista de que cada época tenía un modelo único de familia, de sexualidad o de costumbres sociales, olvida que el discurso dominante siempre ha sido una referencia clave colectiva pero no única ni absoluta, y mucho menos la descripción exacta de las realidades singulares de cada uno.10 Todo cambio social se produce siempre por la vía de la expansión e inclusión de nuevas formas, más que por una revolución que liquidaría todas las anteriores. Hoy encontramos figuras de la maternidad ligadas al destino, cuasi sagrado, de ser madres; otras en las que se trata de una elección consciente; y también las nuevas formas de reivindicar la maternidad y la paternidad como un derecho ciudadano.
La novedad de las ficciones familiares propias de nuestro iniciado siglo xxi es que el nuevo anudamiento que hay que producir, tras la crisis de la familia patriarcal en vías de obsolescencia como fórmula dominante, le toca hacerlo al sujeto, y además con menos recursos colectivos de los que había antes. Una de las consecuencias del eclipse del padre es este Do it yourself que obliga a cada uno a inventar y producir su propia verdad, a la carta y no sin una cierta fatiga de «ser uno mismo, ser auténtico». Las referencias tradicionales para la maternidad y la paternidad no dan ya, pues, respuestas a las nuevas demandas de los sujetos, que se plantean cada vez de manera más individualista. «Hemos pasado —recordaba el antropólogo Joan Bestard (2012)— del interés familiar al sentimiento individual».
Para orientarnos en la lectura de estas transformaciones familiares tenemos una brújula fundamental: situar el lugar de objeto (y no solo de sujeto) que ocupa cada uno en la nueva economía libidinal familiar. No contamos ya en la familia, como en la vida, por lo que deseamos o por nuestros ideales como única vara de medir. Hoy valemos lo que gozamos y cómo gozamos; nuestro modo particular de satisfacción aparece así en primer plano. Eso afecta también al estatuto del niño, cuyo lugar y lazo con la madre y con la pareja parental ya no son los del siglo pasado. La prueba es que el número de hijos/as que nacen hoy fuera del matrimonio, o de la pareja, es cada vez mayor. Se calcula que alrededor del 60%, si bien la mayor parte son reconocidos por sus padres.11 Esto indica, como señala Éric Laurent (2018a), que, pese a la obsolescencia del matrimonio, la paternidad permanece. Para algunos se trata de una expresión de libertad, que niega así las ataduras del contrato matrimonial o, en el caso de las madres solas (los padres solos son una proporción mucho menor), un deseo de ser madres sin la intervención del padre. Pero, junto a estas razones, también podemos pensar que aquí es el hijo/a mismo quien hace de nudo, es él quien une a esa pareja o a esa madre con el hijo. Si el equilibrio anterior del sistema parental reposaba en el matrimonio, hoy se funda sobre todo en el sistema de filiación.
La familia parecería ser salvada por el niño, que de esta manera la estructura, ya no como ideal a proyectar, sino como objeto que colmaría la satisfacción de esos padres y madres. En ese sentido, la presencia del niño —como constatamos a menudo en el trabajo con familias— vela el agujero de esa relación parental imposible. Es el pegamento que aguanta, en muchos casos, un vínculo inestable. Se ha transformado en el «intenso objeto de deseo de una sociedad niñófila» (Segalen, 2012). Aquí, de nuevo, la paradoja es que lo que se presenta como un anhelo de libertad podría acabar como una servidumbre voluntaria, que condena a esos hombres y mujeres a ser padres eternamente, poniendo en primer lugar esa condición parental por encima de la de hombre/mujer.
La socióloga de la familia Irène Théry (2016) se ...

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