Las musas me visitan de madrugada
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Las musas me visitan de madrugada

Hernán Castro

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Las musas me visitan de madrugada

Hernán Castro

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En este libro, Hernán Castro cuenta su historia como enfermo de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Luego de atravesar las distintas etapas de la enfermedad, el autor llegó a una instancia de inmovilidad absoluta –con excepción de los párpados. Gracias a un sistema de comunicación que él mismo creó, puede estar en contacto con su entorno y así fue que, letra por letra, parpadeando, escribió este libro."Antes de amigarme entrañablemente con la ELA era un típico neurótico, un ser insoportable, egoísta, quejoso, insatisfecho y en la búsqueda incesante del progreso material. La enfermedad trajo consigo despojarme de todo aquello innecesario. Hoy disfruto únicamente de las cosas más sencillas, inadvertidas y poco relevantes.No pretendo ser consejero, como un autor de libro de autoayuda, ni sermonear como rabino, cura o pastor, que muchas veces carecen de autoridad moral y de experiencia suficiente. En tal sentido creo tener prerrogativa y el derecho a brindar un sencillo asesoramiento a los destinatarios de este libro.Formularé una simple pregunta: Usted, ¿es feliz? Solo caben dos respuestas posibles."Hernán A. Castro

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Information

Year
2021
ISBN
9789875993198
Introducción
Esta obra pretende ser una autobiografía.
Sin remitirme demasiado al pasado, sino al presente inmediato, me he propuesto dar a conocer una enfermedad desconocida para la mayoría de los mortales: la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), de la cual soy portador.
Resulta necesario remontarse al año 2005, fecha del comienzo de la sintomatología.
La particularidad de la ELA es que nunca se manifiesta de la misma manera en todos los enfermos; en mi caso comenzó por los miembros inferiores, más específicamente en lo que respecta a la flexión de los pies. Solía tropezar con los cordones de las calles y con cualquier desnivel existente. Estas situaciones eran recurrentes y esto transformaba mi andar. La inseguridad fue apoderándose de mí a tal punto, que salir se transformó en un desafío. A partir de allí, las caídas se hicieron más frecuentes y peligrosas. Recuerdo en ocasiones estar sentado y al instante hallarme en el piso. Esto derivó en sucesivas intervenciones quirúrgicas que dejaron cicatrices en diferentes partes de mi cuerpo.
A medida que este proceso iba in crescendo, el uso del bastón se hizo imprescindible. Uno no tiene conciencia de la ayuda que el bastón proporciona hasta que lo experimenta. A la distancia, pienso que en ese instante pasé a la categoría de los incapacitados o, más exactamente, de los minusválidos. Durante aproximadamente seis meses, me valí del bastón como si fuera un asistente del cual no se puede prescindir. Desde un punto de vista práctico, se torna necesario, aunque psicológicamente a uno lo predispone a sentir que, día a día, va perdiendo autonomía.
En referencia a lo dicho en párrafos anteriores, para un neurótico obsesivo –como es mi caso-, la falta de control sobre uno mismo es sumamente traumática, quizá por la carencia de seguridad que ello implica. Con el curso de la enfermedad, uno va perdiendo el equilibrio, lo que motivó nuevamente sucesivas caídas; y así se tornó inútil el uso del bastón.
Por recomendación médica, el andador era lo aconsejable.
Otra vez, había que transitar un camino desconocido sin saber si la enfermedad se detendría en ese estadio, o continuaría su derrotero implacable.
En algunos pacientes, la enfermedad suele detener su curso por un tiempo impreciso, aunque no su progresión. Hay que evaluar que a medida que el tiempo transcurre, las neuronas motoras van muriendo, en mayor o menor medida, sin que haya un patrón que determine la manera.
Es preciso explicar al lector que, en sus comienzos, los dolores de los distintos músculos afectados son intensos y se manifiestan a través de calambres incesantes. No quisiera omitir ningún síntoma, aunque merecen una mención especial el clonus y las fasciculaciones. Tal vez, estas dolencias sean de las más molestas.
El clonus se manifiesta a través de movimientos involuntarios de los miembros, más comúnmente en los pies. Al ser involuntarios, se tornan incontrolables; según los especialistas, ello se debe a la fatiga de los músculos.
Las fasciculaciones son movimientos de músculos específicos, como por ejemplo bíceps, cuádriceps o los faciales.
Las caídas frecuentes, la pérdida de equilibrio, el clonus y las fasciculaciones son indicadores de una falla en las neuronas motoras. La sintomatología clínica será complementada con electromiogramas, potenciales evocados, análisis de sangre, punciones de médula, estudios de marcha, entre otros.
En mi caso, el paso médico para arribar al diagnóstico fue comenzar por hacerle una visita al clínico familiar. Al parecer, lo único notable era un anomalía en los reflejos, motivo suficiente para derivar al traumatólogo. Luego comenzaría la repetición de las sucesivas e interminables resonancias magnéticas y tomografías computadas. Los resultados, a pesar de arrojar unas hernias de disco lumbares y otra cervical, que podrían ser las causantes de los dolores y de los trastornos en la marcha, no eran concluyentes.
Como la enfermedad, el tiempo es implacable. No paran a pesar de que uno se empeñe en querer detenerlos.
En un principio, el elático tiene la firme creencia de poder combatir la enfermedad. Uno cree ser poseedor de la potestad de cambiar su curso; pero en ese afán va perdiendo la capacidad de discernir que es imposible arrogarse esa facultad. La energía consumida y el desgaste psicológico que ello produce no contribuyen al método apropiado para sobrellevar, con cierta capacidad de control, la patología.
La faz psicológica cumple un papel protagónico, tal vez más relevante que el aspecto físico. El consejo más sublime que he recibido provino de la persona menos esperada, quizás por su profesión de médico. El doctor Bonini, en una de las tantas charlas amenas mantenidas, dijo con voz de supremo: “De nada te va a servir enojarte con la vida; por el contrario, tenés que amigarte con la enfermedad”. En un punto me pareció sensato, proveniente de un cultor de la medicina antroposófica, aunque a mí me pareciera, en ese momento, fuera de contexto. Tiempo después, en una sesión de psicología, comprendí la real dimensión de sus palabras.
Por esos días, destinaba mi energía y tiempo a buscar una causa que diera motivo a la nueva enfermedad. Como la mayoría de ellas son de origen desconocido, nos enfrentamos a un enemigo del cual sabemos poco y nada; por lo tanto, la lucha se vuelve desigual, infructuosa; aquí cobran sentido las palabras del doctor Bonini.
Luchar o pretender enfrentar a la enfermedad resulta absurdo y vano, pues no queda otro camino que rendirse a sus pies y comenzar a disfrutar nuevamente de la vida.
En el aspecto psicológico debo reconocer que la medicación psiquiátrica cobra relevancia. Los ansiolíticos, como los antidepresivos, han sido eficaces para combatir la depresión y ayudar en la lucha contra el insomnio.
En una primera etapa, que transcurre a partir del diagnóstico hasta avanzada la enfermedad, la depresión se adueña de uno y no deja espacio para el disfrute. Ello significa que cualquier otra cuestión, esencial o significativa, pasa a segundo plano. En mi caso, lamentablemente, y mal que me pese, debo admitir que los afectos, el trabajo, el bienestar económico e incluso las banalidades diarias, pasaron a ser de poco valor y a carecer de la importancia que de por sí tienen.
Como todo estado de ánimo se basa en sensaciones internas, la depresión se caracteriza por tener ribetes propios para cada paciente; en mi caso particular, la angustia, el estado de vacío y la inseguridad fueron los tres síntomas predominantes.
La angustia se presentaba a través de llantos, en ocasiones descontrolados.
La sensación de vacío estaba teñida de situaciones que, por momentos, tocaban los deseos de muerte y otras veces eran una soledad extrema.
La inseguridad cumplía un rol especial. En mi caso, quizás por mi condición de neurótico, el no poder controlar el avance de la enfermedad me provocaba temor, miedo y hasta la sensación más traumática, la muerte. A pesar de que al nacer la única certeza es la finitud y que somos vulnerables, nos resistimos a la idea de fallecer.
Creo oportuno, a esta altura del relato, tomarme la licencia para brindar un consejo: resulta de imprescindible utilidad mantener el equilibrio emocional. Para ello, valerse de terapias alternativas es aceptable.
Algunas suelen tener cierta eficacia, como por ejemplo la medicina antroposófica, la fitomedicina, la euritmia curativa, pociones o preparados yamánicos amazónicos, como la ayahuasca, la marihuana, entre otras.
Pero debo advertirles que todos carecen de propiedades curativas, sólo tienen efectos paliativos que, en algunos casos, producen cierto bienestar.
El mercado también propone otras variantes más sofisticadas, como el implante de células madre. Es menester hacer saber que esta técnica no se encuentra avalada por la comunidad científico-neurológica mundial. No está probada su efectividad, y se encuentra en la etapa de investigación.
Como creyente, lo más saludable es encontrarse espiritualmente íntegro para lograrlo. He recurrido al método ancestral de aferrarse a Dios. Es difícil, en instancias decisivas, tomar este camino. Por lo general, en su inmensa mayoría, los enfermos tienden a rebelarse y a perder la fe.
Personalmente, he decidido encarar la vida en otro sentido.
A pesar de haber recibido por carácter transitivo de mis padres la fe católica, adopté una posición crítica de la Iglesia como institución jerárquica.
La enfermedad trajo consigo el descubrimiento de una religión desconocida para Occidente: el budismo, de origen tibetano, que se incorporó a mi vida facilitándome un nuevo instrumento. La meditación, más allá del aspecto dogmático entre otros beneficios, acrecienta la espiritualidad, trae serenidad y fortalece el alma. Todas estas son condiciones sine qua non e indispensables herramientas para sobrellevar la enfermedad.
La primera está relacionada con el espíritu, siendo imprescindible para mantener el eje y no sucumbir ante las adversidades que se avecinan. Hay que destacar que, avanzada la patología, el enfermo sólo con suerte podrá mover algún músculo, y luego pasará a un estado de inercia total. Por lo tanto se requiere de una entereza que sólo la proporciona un alto grado de espiritualidad. De no ser así, me hubiese sido imposible soportar la enfermedad hasta estos días.
Con respecto a la serenidad, más relacionada con lo mental, valorada en igual grado de importancia que la anterior, se requiere de ella para mantener la calma en momentos cruciales. Teniendo en cuenta que las facultades intelectuales y del pensamiento se mantienen inalteradas, es por ello que la serenidad cobra valor.
A medida que el tiempo transcurre, las discapacidades se tornan graves. Al mismo ritmo avanzan la impotencia y la incertidumbre.
Actualmente, sólo muevo los ojos y parcialmente la cabeza, y a través de ellos, me comunico mediante señas para lograr no aislarme del mundo exterior.
Indispensable es aprender a comunicarse. De lo contrario, se profundizará la depresión.
Por suerte, conté con la colaboración de mi esposa inmediatamente después de ser traqueotomizado.
Otro consejo vital es ser contenido a nivel psicológico y contar con profesionales especializados en la materia. No se debe cometer el error de acudir a los que desconocen la patología y la problemática del tema, ni tampoco sumirse en terapias inadecuadas en procesos terminales. Es determinante fijarse metas o proyectos motivadores, incentivadores.
A partir de haber sufrido un paro respiratorio, pasé a tener un solo objetivo: sobrevivir.
Para lograrlo, pensaba únicamente en mis dos hijas. Tener un propósito por el cual vivir hizo que tuviera una segunda chance.
Hasta ese preciso instante, el ego, desde una concepción budista, impedía que pensara en otra cuestión que no fuera en mi propia subsistencia. Por esos días, el ego, fiel enemigo del altruismo y la compasión, impedía que proyectara mi vida en función de los demás. Procuraba alejarme de las cosas esenciales.
Literalmente perdí dos años, aproximadamente, en busca de respuestas que completaran mi cuestionario de preguntas acerca del porqué. Eso impedía dedicarme al disfrute y me conducía al ostracismo. Obviamente, pasaron a segundo plano la familia, la profesión y todo aquello que me provocaba placer.
Solo la ELA tenía dedicación absoluta.
No quiero pasar por alto la situación que les toca vivir a diario a los eláticos. En su mayoría son abandonados por sus parejas y quedan al cuidado de parientes o internados en abandono. La falta de movilidad, la imposibilidad de expresarse, sumados a la ausencia de proyectos, actúan como detonantes de una depresión aguda.
He tomado conocimiento de muchos enfermos con incipiente grado de agresividad. Creo saber que se debe a la falta de contención emocional más la impotencia generada por las incapacidades fisiológicas. Tales reacciones son comprensibles al estar condicionada la mente al servicio del cuerpo.
Yo no tengo esos comportamientos pero soy acreedor de la risa y llanto patológicos, conductas perturbadoras e incontrolables que, en la práctica, traen en un principio problemas de sociabilidad para el núcleo familiar y se tornan, a futuro, de difícil aceptación y comprensión.
Retomando la descripción sobre la evolución de la ELA, merece un párrafo especial el paso del andador a la silla de ruedas motorizada. Dando un salto cualitativo en mi vida, una vez más, mi amiga me enfrentaba a un nuevo desafío. En un principio supuse que el uso de la silla agravaría mi estado emocional, por el hecho de mostrarme más vulnerable aún ante la sociedad. Pero, para sorpresa mía y de extraños, fue altamente positivo, como un impulso abrumador. La flamante adquisición trajo consigo una mayor autonomía para trasladarme y elevar sorpresivamente mi autoestima.
Pero esta llamativa enfermedad no se toma descanso y vuelve, solapada y en silencio, a restringir nuevamente los movimientos. A esta altura de los acontecimientos, el tronco, brazos, manos y cuello se veían afectados de manera progresiva. A medida que los rangos de los músculos de los miembros inferiores se acortan, el manejo del joystick se vuelve ilusorio.
Uno percibe que lo peor se avecina y la pérdida del habla será un hecho consumado. En breve, mi voz se fue acallando de a poco y el silencio adueñándose del espacio. Las dificultades en la modulación se hacían notorias. La lengua se ponía cada vez más tiesa y la musculatura facial perdía movilidad.
Entiendo que el don de la palabra, conjuntamente con el discernimiento, son características que nos hacen diferenciar de los animales. La falta del habla es extremadamente limitante al restringir la relación con el resto de las personas. Para el que suscribe fue muy doloroso enfrentarse con esa nueva realidad. Tal vez por mi afección al diálogo, producto de la profesión de abogado que abracé a temprana edad, la retórica había pasado a integrar el universo de conductas inherentes a mí.
Como un reloj de precisión, los engranajes de la ELA funcionaban a la perfección y no iban a tardar en aflorar los problemas deglutorios. Comer ya no era placentero y, por lo general, concluía en un profundo ahogo.
A esta altura del relato, el lector inferirá la magnitud de la crueldad sin límites de la enfermedad.
La progresión va minando de a poco la voluntad y se concluye que toda resistencia es en vano.
Como todo proceso, tiene su final y como tal, no sería excepción a la regla la neumopatía por broncoaspiración; se abría un nuevo horizonte de posibilidades.
Lejos de pretender asignarle valor simbólico, la fecha 17 adquiere trascendencia en mi vida:
El 17 de agosto de 2005 descubrí por primera vez los trastornos en la marcha, como primer síntoma de la ELA.Ese día feriado patrio nos encontrábamos en la estancia de mi amigo Alejandro. Como rutina, salíamos a caminar en grupo por el campo pero me detuve a los pocos metros por advertir que tropezaba con el suelo desparejo. A partir de ahí comencé a notar otros desequilibrios que, hasta ese instante, parecían ocultos.
Luego de tres años, también un 17 de agosto, comencé a desaturar, palabra desconocida por esos días, con motivo...

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