La emancipación de los cuerpos
eBook - ePub

La emancipación de los cuerpos

Teoremas críticos sobre la enfermedad

Marco Sanz

Share book
  1. 160 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

La emancipación de los cuerpos

Teoremas críticos sobre la enfermedad

Marco Sanz

Book details
Book preview
Table of contents
Citations

About This Book

No hay lugar para los cuerpos enfermos ahí donde la salud ha suplantado a la virtud. Hoy día, la enfermedad, además de costarle el empleo o llevarlo a la ruina, puede llegar a convertir al enfermo en objeto de rechazo. En la búsqueda de una fundamentación más justa de la sociedad, este ensayo apuesta por convertir la experiencia patológica en un ejercicio de libertad, en una forma de reivindicación del espacio que el enfermo habita y comparte con todos nosotros.

Frequently asked questions

How do I cancel my subscription?
Simply head over to the account section in settings and click on “Cancel Subscription” - it’s as simple as that. After you cancel, your membership will stay active for the remainder of the time you’ve paid for. Learn more here.
Can/how do I download books?
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
What is the difference between the pricing plans?
Both plans give you full access to the library and all of Perlego’s features. The only differences are the price and subscription period: With the annual plan you’ll save around 30% compared to 12 months on the monthly plan.
What is Perlego?
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Do you support text-to-speech?
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Is La emancipación de los cuerpos an online PDF/ePUB?
Yes, you can access La emancipación de los cuerpos by Marco Sanz in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Philosophie & Dissertations philosophiques. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.

Information

Year
2021
ISBN
9788446050636
CAPÍTULO II
Extirpar la forma, dominio de la masa
El hombre es el único animal que prevé su muerte, le otorga al dolor un significado y hace de su presencia en el mundo un motivo de extrañamiento y angustia. Además de contraer cada uno a su modo la radical e insustituible singularidad de cada persona, estos fenómenos inciden en nuestra ínsita precariedad, recordándonos de igual manera nuestra finitud, de modo que la actitud que normalmente se adopta frente a ellos es la del rechazo. Y suele ocurrir que la enfermedad implica este tríptico en el que nadie quiere situarse de buena gana. Aunque, en honor a la verdad, es preciso reconocer que no todas las enfermedades son un clavo ardiente, como tampoco todas atraen el buido rumor de la angustia ni exageran el factum del ser mortal. Baste con pensar en una dermatitis atópica benigna, o con recordar si durante la infancia contrajimos varicela, para difuminar esa aura melodramáticamente sombría con la que a menudo se reviste la enfermedad.
En consecuencia, es preciso delimitar el espectro ontológico de la enfermedad, sustraer la experiencia patológica de la ecuación, demasiado psicologista y lucrativa, que la emparenta gratuita o acríticamente con la muerte, el dolor y la angustia. Porque aun cuando se transite gradualmente de un estado a otro, nada impide desvincularlos e investigar por separado cuál es la consistencia formal de cada uno de ellos. Se trata, pues, de un trabajo de delimitación conceptual, que se centrará primeramente en mostrar cómo a un nivel concreto la enfermedad no siempre coincide, ni traba, con una relación con la muerte. Esto nos dará una pauta para bosquejar una genealogía de la obsesión por los diagnósticos médicos. Y, finalmente, nos ayudará a comprender que los nexos entre dolor y enfermedad son más bien accidentales.
LAS HORAS ANTES DE LA NOCHE DEL SER
Lo que no parece resultado de una operación ideológica reciente es que enfermedad y muerte se entrelacen en una sola representación. Un repaso de la historia de las civilizaciones con atención al particular bastaría para constatarlo. Y ni siquiera hace falta pensar en leyendas ni episodios de alto voltaje dramático, cuando es tan común ver que haya quienes digan tener pensamientos fatalistas a raíz de un inofensivo cuadro gripal, o bien a causa de una cefalea consecutiva a una intoxicación etílica. Con todo, quizás no sea más que una hipérbole del escritor decir que la muerte ronda por la cabeza de todo paciente. Uno puede caer enfermo sin temerse un fatídico desenlace.
Evitemos afirmar, por tanto, que la enfermedad es un resquicio por el que se cuela siempre el presagio de la muerte. Porque aun en casos graves, en los que las esperanzas se depositan en la fe o los milagros, hay datos que desmienten los veredictos prematuros. Y para muestra un botón. El doctor Bill Nelems, cirujano oncólogo y profesor emérito de la Universidad de Columbia Británica, llevó a cabo un estudio cuyos resultados demuestran que un buen porcentaje de pacientes neoplásicos en fase terminal, antes de manifestar una fijación en la idea de que morirán inminentemente, aseguran tener cuando menos cinco prioridades: la nutrición, su aspecto físico, los legados, su vida sexual y las reacciones a los fármacos. A propósito de este estudio, Alberto Palacios Boix, médico internista y autor de excelentes ensayos de divulgación, subraya dentro del hospital la ubicua tendencia a asumir la muerte como la premisa más contundente y genuina a favor de la vida[1]. Desde el ágora de la filosofía clásica, esto podría explicarse recordando que, al haber cuestiones que delatan el enanismo de la razón, el entendimiento apuesta por el principio espinosista del conatus esse sui conservandi. Porque de la muerte poco o nada se sabe, salvo que tarde o temprano sobrevendrá, lo lógico es guardar fidelidad a la vida.
También convendría decir que mucho depende de cuán enérgica es la percepción de la muerte, pues no siempre es proporcional a la gravedad del cuadro patogénico. Un buen ejemplo es el aprensivo, que por doquier cree sentirse mortalmente amenazado. Por otro lado, no son pocos los casos que, a pesar de evolucionar favorablemente, tras haber superado la crisis, cuando las esperanzas se apoyan en la eficacia del tratamiento y el paciente y su familia creen haber «vencido» a la enfermedad, terminan siendo letales. Piénsese en ciertas uremias en las que se produce la muerte justo cuando los niveles de urea en la sangre vuelven casi a su normalidad; también en algunos cuadros ictéricos y en neumonías, donde el fallecimiento sobreviene poco después de la disminución de la fiebre. Son casos cuya suerte, contra todo pronóstico, es marcada en el último minuto por una mors repentina, dejando «el amargo sabor de la derrota» a tan sólo un paso de «la meta». Naturalmente, resulta imposible meterse en la cabeza de los pacientes para saber en qué pensaban antes de morir, pero al probar las mieles de la convalecencia uno podría suponer que se enfocaran en los signos de su recuperación, además de que se consideraran a sí mismos personas afortunadas porque la vida «les había regalado otra oportunidad». Después de haber estado al borde del abismo, la llamada al fervor de vivir ya no procede tanto de la noción de finitud, cuanto de la gracia de esa «otra oportunidad» que devuelve al convaleciente a lo esencial.
Asimismo, un médico especialista en cuidados paliativos observa que «más que la muerte en sí, a muchos pacientes les preocupa el sufrimiento que lleva a ella, en muchos casos debido a experiencias cercanas de las que tienen conoci­mien­to»[2]. Ante un cáncer o un cuadro avanzado de EPOC, quienes sean subjetivamente más fuertes sabrán sobrellevar de manera menos traumática su enfermedad, y «podrán transformar activa y creativamente la realidad, conciliar las experiencias penosas e intentar darles sentido»[3].
Con todo, es innegable que la enfermedad y la muerte, no menos que la angustia y el dolor, comparten algo que resulta muy interesante: el ser objeto de encubrimiento y disimulación. Y sobre todo hoy, cuando los elixires de la eterna juventud están a la carta, cuando a cada rato «se descubre» por fin la cura contra el cáncer, cuando la retórica de la prevención se ha convertido en una grotesca caricatura de la intención social de la medicina; hoy, que permanecemos secuestrados por la banalidad, y que la mayor parte del tiempo nos lo pasamos embebidos en realidades confeccionadas a la medida de nuestro más trivial anhelo de inmortalidad, todo aquello que constituye una prueba fehaciente de nuestra precariedad, y que entronca con nuestra finitud, se ha convertido en un negocio bastante lucrativo.
Pese a que sobran los medios para tener un conocimiento más rigoroso de las cosas y una actitud más moderada frente al avance científico, la nuestra es una época en que la alteración semeja un prolongado naufragio en tierra firme. Esto es patente en la medicina. El mínimo descubrimiento se pregona con la soberbia de quien se ilusiona con jugar a ser dios. Y la gente se contagia de tal entusiasmo. Mientras el timeline de las redes sociales es atiborrado con entradas del tipo «Un estudio ha demostrado que…», la ideología del bienestar invade hasta los pasillos del súper. Pero, ¿acaso hay algo que trastoque más nuestras fibras humanas que las experiencias límite? Entonces, más allá del sufrimiento que conllevan, ¿qué hace de la enfermedad y la muerte, del dolor y la angustia, motivos de un encubrimiento y una disimulación?
LA ENFERMEDAD EN LA SOLERA CULTURAL DEL CAPITALISMO TARDÍO
En ningún momento la enfermedad es ajena al espesor de un diafragma cultural, en el que se articula y al que enerva con sus vapores. Es ahí, entre las junturas de las articulaciones culturales, donde es posible seguir extrayendo la enfermedad desde su raíz.
Basta, pues, con que el sentido social esté ligeramente desarrollado para que uno quede absorbido en la lógica de la disimulación y el encubrimiento: la enfermedad, el dolor y la muerte atraen unas fuerzas que, desde lo más hondo de nuestros corazones, buscan distraernos de la corruptibilidad de la materia de que estamos hechos. Y esto es algo que, por lo menos desde la segunda mitad del siglo XX, hasta nuestros días, ha venido reforzándose.
Mantiene el DRAE que «disimular» es ocultar o encubrir con astucia algo que en verdad se piensa, se siente o se padece. Todo disimulo implica, así, fingir no tener algo que sí se tiene. En el mundo moderno, todo parece funcionar como si la muerte no existiera, pues nadie cuenta con ella, la mayoría parece disimularla, porque es bien notorio cómo esta desaparece o se reprime en las prédicas de los políticos y en los evangelios de la felicidad y la alegría a bajo costo, no menos que en la retórica de esos nuevos concejales de la salud que presumen tener remedios para todo. Si admitimos que en el fondo el problema brota de la muerte, parece plausible reflexionar, cuando menos genealógicamente, acerca de cómo la enfermedad comenzó a alimentar las soflamas de la censura.
Podríamos comenzar hablando del tabú de la muerte y de cómo en las sociedades altamente industrializadas esta es percibida como un problema técnico, o en qué sentido se ha burocratizado. Sin embargo, ¿acaso no encontramos hoy una actitud comparable, pero frente a la enfermedad? ¿No es posible percibir cierto fingimiento en el modo en que se admite la certeza de que tarde o temprano uno puede caer enfermo, por cuanto dicha certidumbre suele expresarse en modismos que justifican, sobre todo, el obsesivo cuidado de la salud? A juzgar por los hechos, de la enfermedad es preferible no hablar y, de ser necesario, el tono que se utiliza es más bien amanerado: con sentimientos que van del insolente cotilleo a la burda hipocresía, se habla de que a Juan le diagnosticaron un cáncer de colon, de que María sobrelleva ejemplarmente su diabetes, de que al pobrecillo de Pablo lo ingresaron por una gastroenteritis, etcétera. La enfermedad pasa a ser algo que marca la suerte del otro. Y aun cuando alguien se sabe y se dice enfermo, lo habitual es pensar en que pudo haber sido peor: se celebra el no haber tenido que verse en la situación de fulano. Que la enfermedad sea considerada hoy una contrariedad social no es casualidad. Un énfasis histórico en La muerte de Ivan Ilich nos proporcionará algunas claves para desandar la ruta que nos llevó a ese paradero, apoyándonos en la tesis bajtiniana según la cual toda obra literaria incorpora un discurso político y sociocultural propio de su tiempo.
En una época en que la tisis parecía tan letal como el cáncer lo es actualmente, la gente no mostraba la más mínima preocupación por conocer la etiopatogenia de las enfermedades que solían tener en la muerte su inevitable desenlace. En palabras de un reputado historiador: «No existía la obsesión por el diagnóstico, no ya por miedo al resultado, sino por indiferencia a la particularidad de la enfermedad, a su carácter científico»[4]. Esto responde a un principio histórico según el cual hay hechos que resultan «incognoscibles» mientras no existan las bases epistémicas necesarias para dar perfecta cuenta de ellos. De modo que «una enfermedad no existe como un fenómeno social hasta que estamos de acuerdo en que realmente existe», y dicha existencia viene determinada por la forma en que la enfermedad es «nom­brada»[5]. Está demostrado ampliamente que nombrar, saber con más o menos certeza qué pasa, es prioritario para el paciente influido por los cánones modernos de la medicina: «Poner un nombre a su mal es la primera condición necesaria para circunscribirlo, enfrentarlo y superarlo»[6]. Ivan Ilich parece colocarse en un punto de inflexión: en él la ignorancia en relación a su padecimiento se convierte en causa de ansiedad, de un cuadro estresante que sólo parece contrarrestarse cuando la racionalidad científica le proporciona explicaciones acerca de su mal. El relato de Tolstoi testimonia cómo la nomenclatura de las enfermedades se transforma en un prerrequisito para hacer de la eficacia simbólica un elemento más del diagnóstico.
La enfermedad le sobreviene a Ivan Ilich tras una caída: un golpe en el costado izquierdo de su cuerpo marca su destino con protervas horas de dolor. Al principio todo parece un pormenor, ya que la sintomatología es leve, suponiendo apenas ligeras molestias. Sin embargo, la sospecha de que algo grave se avecina va incrementándose; la situación empeora conforme transcurre el tiempo y un oportuno tratamiento se posterga. Llegan entonces las consultas médicas. El daño es inminente, y él parece intuirlo. Con todo, estamos lejos de la resignación tremebunda típica del Romanticismo, «donde las personas morían de un mal anónimo y vago que no se preocupaban de definir ni de no...

Table of contents