Cuatro preguntas de razon abierta
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Cuatro preguntas de razon abierta

Javier Aranguren

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  1. 62 pages
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Cuatro preguntas de razon abierta

Javier Aranguren

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En este breve libro se exponen las líneas maestras de cuatro preguntas (antropológica, ética, epistemológica y de sentido) que pueden inspirar a los profesores universitarios a realizar tanto su docencia como su investigación desde unos presupuestos de razón abierta, es decir, reconociendo los límites de cada campo particular de estudio y descubriendo la posibilidad de que todo el saber humano aspire a alcanzar una síntesis unificadora.

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Information

Publisher
Editorial UFV
Year
2020
ISBN
9788418360367
Image
Reír a menudo y mucho; ganar el respeto de gente inteligente y el cariño de los niños, conseguir el aprecio de críticos honestos y aguantar la traición de falsos amigos; apreciar la belleza; encontrar lo mejor en los demás; dejar el mundo un poco mejor, sea con un niño saludable, una huerta o una condición social redimida; saber que por lo menos una vida ha respirado mejor porque tú has vivido. Eso es tener éxito.
R. W. EMERSON
UN QUIÉN Y UN QUÉ
¿Qué es el hombre? ¿Quién es el hombre? Son dos preguntas que recorren la historia del pensamiento y de la ciencia casi de forma inevitable, no solo porque muchas ciencias estudien al ser humano desde su propia perspectiva, sino también porque los seres humanos somos los animales que hacen la ciencia, que se hacen preguntas, que se asombran ante la realidad, que buscan cómo funcionan las cosas y cómo hacer uso de ellas (técnica, ingeniería), pero también buscan entender qué son las cosas (ciencia), por qué son las cosas en sus causas intermedias (ciencia) y en sus causas primeras (filosofía, teología), cómo se expresa por medio de ellas el misterio de la belleza (bellas artes, literatura, narrativa audiovisual), cómo se transmite el conocimiento (educación, pedagogía) o para qué son las cosas en cuanto a su utilidad (ciencia, ingeniería) o en cuanto a su sentido final (filosofía y teología).
La pregunta por quién es el hombre se interesa por la cuestión de la persona, es decir, cae en la cuenta de que «la pluralidad humana es la paradójica pluralidad de seres únicos» (H. Arendt, p. 200). Gracias a esa pregunta por el quién, se saca a la luz el «hecho inevitable de que los hombres se revelan como individuos, como distintas y únicas personas, incluso cuando se concentran por entero en alcanzar un objeto material y mundano» (ídem, p. 207). La pregunta por el quién, que es la pregunta por el ser personal, desvela que «los hombres se diferencian en vez de ser meramente distintos» (ídem, p. 201), y que, por eso, «el acto primordial de todo ser humano debe contener al mismo tiempo la respuesta a la pregunta planteada a todo recién llegado: “¿Quién eres tú?”» (ídem, p. 202). Cada hombre responde a esa cuestión con su propia existencia; cada hombre es una palabra nueva en la historia, y «solo podemos saber quién es o era alguien conociendo la historia de la que es su héroe, su biografía» (ídem, p. 210).
Sin embargo, las ciencias no tratan de las personas, sino de lo universal. Tratan de ideas generales (las parábolas de un átomo, el bazo, la estructura de un edificio, la programación de físicas en videojuegos shooter, etc.). Desde el punto de vista de la ciencia, «en el momento en que queremos decir quién es alguien, nuestro mismo vocabulario nos induce a decir qué es ese alguien; quedamos enredados en una descripción de cualidades que necesariamente ese alguien comparte con otros como él» (ídem, p. 205).
La ciencia insiste en el qué. Por eso no está de más recordar que, de un modo que no se da en ninguna otra especie, el ser humano es sobre todo un quién. Los creadores de mitos, epopeyas y belleza saben esto desde siempre: para contar qué es el hombre lo que hacen es narrar una historia en la que un quién tome disposición de lo que es y decida hacer con ello algo irrepetible (comportarse como un héroe o como un villano, aprovechar su momento o dejarlo pasar, decir con sus obras quién es).
Lo mismo habría que aplicar a las ciencias de la salud en general. El enfoque más extendido, basado en datos empíricos y en prevención a partir de esos datos, puede llegar a olvidar que la función de un médico o de una enfermera no es tratar con enfermedades o con órganos (brazos, hígados, páncreas, sondas e inyecciones), sino con personas que están enfermas y necesitan cuidado. O se podría aplicar a la arquitectura: un oficio en el que se preparan los espacios en los que habitan las personas, que convierte la naturaleza en jardín y en paisaje, es decir, en espacios tenidos por los seres humanos. Lo mismo cabría aplicar al derecho, que no debería subordinar al ciudadano a la ley, sino procurar que la ley sirviera al ciudadano, que debería reflexionar sobre el poder y su por qué.
QUÉ ES EL HOMBRE: MICROCOSMOS
Por su parte, la pregunta por qué es un ser humano se centra en la definición, esencia o naturaleza del hombre. La respuesta más habitual a esta cuestión suele ser que «el ser humano es un animal racional», esto es, un animal cuyo rasgo más distintivo es que sea capaz de pensar, que sea capaz de lenguaje (la palabra logos, en griego, se traduce por ‘racional’ y por ‘palabra’). ¿Qué significa esta definición?
Por un lado, que los seres humanos somos realmente animales. Es decir, como explicaba Aristóteles somos cuerpos vivos, de modo que la corporeidad es parte relevante de la condición humana, constituye nuestra identidad (estas manos, esta carne y esta sangre) y no es suficiente entenderla como un «vestido» con el que un supuesto «verdadero yo interior» tuviera una relación accidental. Que yo soy mi cuerpo y que este no es solamente algo que uso lo demuestra el hecho de que una caricia o un golpe dado a mi cara es una caricia o un golpe que se me da a mí. Yo soy mi cara. Yo soy mi cuerpo.
La antropología clásica defiende el lugar especial del hombre en el mundo, el valor del cuerpo, la necesidad de los sentidos y de la experiencia adquirida por medio de ellos (M. Scheller). También, por tanto, la realidad de las limitaciones físicas, a la vez que afirma que lo que se disfruta por medio del cuerpo puede ser extraordinariamente valioso (un atardecer, una comida, una relación afectiva). La antropología clásica indica que el ser humano ocupa un lugar muy especial en el cosmos, pues cada uno de nosotros puede ser caracterizado como un microcosmos, el «horizonte y confín entre las sustancias espirituales y materiales» (santo Tomás de Aquino), ese ser que está «entre la bestia y el ángel» (Aristóteles).
Ese «estar a caballo entre el tiempo y la eternidad» (santo Tomás de Aquino, H. Arendt) explica características centrales del ser humano: porque vive en el tiempo, su vida es histórica y pasa; porque vive en la eternidad (pues es capaz de entender el ser de las cosas) puede conocer y hacer ciencia. Porque vive en el tiempo, no se basta a sí mismo y necesita de la sociedad para mantenerse en el ser; porque vive en la eternidad, es capaz de superar la visión parcial y relativa propia de la sensibilidad y alcanzar ideas en sí, conceptos que trascienden el tiempo (bien, justicia, teoremas matemáticos, leyes físicas, intuiciones estéticas, verdades religiosas…). Un ser temporal que trasciende el tiempo; un ser en un mundo de cambio (de opinión) capaz de conocimiento (ciencia y sabiduría).
DIFERENCIA ENTRE EL ANIMAL Y EL HOMBRE
En la especie humana hay un plus que le diferencia del resto de los animales no solo en grado, sino en esencia. Lógicamente, este factor de distinción afecta a todo lo que tenga que ver con el hombre: la medicina y la enfermería no serán veterinaria porque cure a las personas; el derecho será más que legislación porque se enfrenta a la cuestión de la justicia; la empresa será más que balances y ganancias porque tendrá sensibilidad hacia el trabajador y el trabajo y cuidará de la sostenibilidad y el desarrollo; el periodismo será más que publicar y vender noticias porque sabrá que el ser humano aspira a la verdad y a crearse opiniones libres; la cocina será más que «matar» el hambre porque entiende el sentido de la fiesta, etc.
La distinción entre los demás animales y el hombre se ve muy bien al considerar las diferencias entre el modo en que ambos conocen el mundo. El animal vive en los instintos. Es decir, su aprendizaje es muy limitado, siempre responde a razones de supervivencia del individuo y de la especie (comer, evitar ser comido, reproducirse), es repetitivo y automático (los animales no toman decisiones, actúan sin reflexión alguna), y no son capaces de novedades, de plantear respuestas originales. Pensemos en los castores. Siempre han hecho lo mismo, no hay una «historia de los castores en el siglo xvi», repiten el modelo de sus construcciones desde que son castores. Interaccionan con el mundo formando parte de él. Por eso no se les exigen responsabilidades por sus comportamientos. Un león no es un criminal por comer antílopes; un antílope no es un antisocial por huir antes de dejarse comer. Del mismo modo en que no se culpa a un volcán cuando eructa su lava, tampoco se achaca a la mala voluntad de las langostas que devoren la cosecha. Los animales son entre las cosas.
¿Y el ser humano? En él cabe ampliar el horizonte de todas las características que nos han servido para describir los instintos. El aprendizaje del ser humano es potencialmente ilimitado. Es decir, le puede interesar cualquier cosa, como demuestra el tamaño y la variedad de temáticas de las bibliotecas o de las voces en Wikipedia. Además, si bien muchas veces ese aprendizaje viene causado por la necesidad (cazar, recolectar, entretenerse…), puede igualmente nacer del desinterés, del «me gusta»: «cubiertas las necesidades, los hombres se empeñaron al deseo de entender las causas de las cosas que les provocaban asombro», dice Aristóteles. Y así nació la matemática, el arte de la construcción, la astronomía, la filatelia, el turismo, el pensamiento filosófico, las bellas artes, etc.
El conocimiento humano no es automático: los hombres necesitan de la educación y, en consecuencia, precisan vivir en sociedad. En la sociedad aprenden la lengua con la que piensan, reciben la instrucción con la que manejan sus manos, les llega la tradición que constituye su raíz y su cultura.
NATURALEZA Y NOVEDAD
Tampoco es repetitivo. En la especie humana sí que cabe hablar de historia: los modos de vida del siglo xvi son diferentes a los del xxi, y estos también quedarán obsoletos frente al futuro. Ha cambiado el modo de vestir, hablar, pensar, peinar, decir.
Aunque, a la vez, cabe intuir que hay cosas que no cambian: a fin de cuentas, todos somos igualmente humanos, y si bien las circunstancias son variables y relativas, hay algo que queda (la racionalidad, la capacidad de elegir, el deseo de verdad, la posibilidad de la empatía y el afecto, la inclinación al mal, etc.). A ese núcleo firme se le llama naturaleza. Por ejemplo, es natural que los seres humanos actúen por decisión propia, y que deban decidir acerca de cómo quieren (y dónde quieren) que sean sus vidas. Por eso se puede afirmar sin temor a duda que la esclavitud o la tiranía es tan mala ahora como antes, aquí como allí. Y eso aunque antes y allí esclavitud y tiranía fueran instituciones legalmente aprobadas. La naturaleza humana es el fundamento sobre el que se levanta toda ley, lo que permite afirmar que las leyes son (o no son) justas. Es el fundamento que sostiene toda investigación: el límite de nuestro actuar, porque, si se traspasa, se está actuando contra los hombres, contra su dignidad de valor irrestricto.
Entre los hombres, la repetición nace del apresuramiento al juzgar. Cuando alguien dice que «todos los X son iguales», es probable que no haya tratado con ninguno, que se haya quedado en el nivel abstracto de las generalizaciones y no haya intentado el cara a cara. Cada hombre es distinto porque cada uno es una estricta novedad.
Lo nuevo siempre se da en oposición a las abrumadoras desigualdades de las leyes estadísticas y de su probabilidad, que para los fines prácticos y cotidianos son certeza. Lo nuevo siempre aparece en forma de milagro. El hecho de que un hombre sea capaz de acción significa que cabe esperarse de él lo inesperado, que es capaz de realizar lo que es infinitamente improbable. Y una vez más esto es posible debido solo a que cada hombre es único, de tal manera que con cada nacimiento algo singularmente nuevo entra en el mundo. (H. Arendt, p. 202)
Las obras de los hombres no se pueden reducir a la expresión del código genético, no están previstas en el instinto o en la estrategia de supervivencia de la especie: Las Meninas dependen completamente de Diego de Velázquez; El ingenioso hidalgo depende completamente de Miguel de Cervantes. Si el primero no hubiera podido comenzar su carrera artística o el segundo hubiera muerto heroicamente en Lepanto, ninguna de esas obras existiría. Y eso pasa con las acciones (buenas, malas, mediocres) de cada persona. En cada nuevo ser humano hay infinitas posibilidades creativas. Por eso es tan irresponsable e injusta la destrucción de una sola vida. Por eso es tan importante tener siempre presente la dimensión libre de la existencia humana.
CUIDAR LAS NECESIDADES HUMANAS
Ya que el hombre, cada hombre, es novedad y causa de novedades, parece conveniente preguntarse por las condiciones necesarias para que esa novedad alcance las capacidades mínimas para que pueda expresarse en la historia. La respuesta inicial podría ser que la genialidad de la persona puede aparecer en cualquier situación. Viktor Frankl, en la frase con que cierra El hombre en busca de sentido, recuerda:
Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a saber lo que realmente es el hombre. Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de g...

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