Un fatal golpe a todos los de mi clase. El combate en torno a la permisión provisoria de comercio con los extranjeros en el Río de la Plata (1809-1810)
Mariano Martín Schlez
El establecimiento de la tolerancia provisoria de comercio con extranjeros en el Virreinato del Río de la Plata a fines de 1809, representa uno de los capítulos fundamentales del vínculo entre la región rioplatense y Gran Bretaña, para el que aún se encuentran en disputa diversas conceptualizaciones en torno a su naturaleza, tales como semi-colonia, pacto neocolonial, imperio informal, imperialismo económico (o del libre comercio) y capitalismo dependiente.
Dada la importancia de la cuestión, el proceso por el cual el comercio exterior porteño comenzó a girar de Cádiz a Londres fue analizado desde los orígenes de la historiografía argentina, cuando Bartolomé Mitre caracterizó de “revolución económica” a la apertura de Buenos Aires al tráfico inglés, en 1809. No obstante, este desarrollo, perviven en la historiografía reciente diferencias sustantivas en torno a la descripción y valoración del proceso. En este sentido, se confunde la tolerancia de comercio con extranjeros, con la libertad de comercio liberal-capitalista (Gelman, 2010, p. 33; Romero, 1999, p. 260). Asimismo, no existen acuerdos sobre las motivaciones del virrey Cisneros para fomentar la apertura (Molinari, 1914; Marfany, 1936; Halperín Donghi, 2005, p. 38; Segreti, 1988), ni sobre los objetivos de los mecanismos burocráticos empleados para su aprobación (Palacio, 1965; Clementi, 1970; Gorostegui de Torres, 1970). Por su parte, tampoco puede aseverarse que se haya arribado a conclusiones definitivas en torno a la situación política y económica que dio origen a la apertura comercial de 1809 (Rosa, 1970, p. 147; Halperín Donghi, 2014, p. 97; Garavaglia, 1986; Garavaglia y Wentzel, 1989; Djenderedjian, 2010, p.83; Ternavasio, 2009, p. 64; García Belsunce, 1975; Amaral, 2014; Goldman, 1998, p.38; Jumar, 2007), ni respecto de los principales beneficiarios de la medida (Mitre, 1940-41, pp. 282-287; Levene, 1961, pp. 438,447; Cuccorese, 1985, p. 475; Mariluz, 1965, p. 117; Acevedo, 1995-96). Finalmente, no está cerrado el debate, abierto por quienes, buscando enfrentar una lectura teleológica del proceso, privilegiaron la aleatoriedad y la contingencia del proceso (Moutoukias y Amaral, 2010, p. 25), en detrimento de su necesidad (Schlez, 2010; 2016; Iñigo Carrera, 2013).
De acuerdo con este balance, nuestro trabajo se plantea describir el proceso por el cual se implementa la tolerancia provisoria del comercio con extranjeros y dilucidar la naturaleza social de las fuerzas enfrentadas, así como los determinantes que influyeron en el derrotero del proceso, el que analizaremos desde una perspectiva que integra los aspectos locales como globales. Para ello apelaremos a cartas y representaciones de las fuerzas enfrentadas, destacándose particularmente la correspondencia del apoderado del Consulado de Cádiz en el Virreinato del Río de la Plata, así como a expedientes oficiales, actas del Consulado y el Cabildo de Buenos Aires. Las fuentes inéditas provienen del Archivo General de Indias, de Sevilla, y del Archivo General de la Nación de Argentina.
La situación política previa
En mayo de 1808 llegó a España una cruda descripción de Buenos Aires, profetizando que “la Capital dentro de poco, con el Reino, se verá reducida a su total perdición”, y alertando que se habían conformado “dos partidos, uno de Fernando vii y otro de independencia”, este último sostenido por los británicos, quienes gracias al “tirano Liniers” descargaban sus mercancías de contrabando, concluyendo que “esta, es ya una colonia extranjera”. Asimismo, se señalaba el elemento disruptivo fundamental: mientras que “los buenos patriotas” eran reprimidos por el gobierno, se encontraban “disfrutando de exorbitantes sueldos de comandantes […] la hez del pueblo, que antes no tenía cabida sino en casas de juego, cafés, y algunos empedrando las calles con grillete”. Culpa por ello a “un virrey infame, una Audiencia prostituida, obispo y demás empleados”, reclamando “con impaciencia un nuevo Virrey” junto a “2 a 3 mil hombres con buenos jefes” para sostenerlo, por lo que se requerirían “fusiles, sables, cañones de a 24 y otras armas para seguridad de esta plaza y la de Montevideo, llave de esta basta América”, debido a que Liniers había “contratado fusiles para su proyectada independencia”.
La cuestión armada recorría Buenos Aires, y los bandos enfrentados hacían esfuerzos por superar la capacidad de fuego de su enemigo. Mientras que el virrey Liniers intentaba consolidar el poder de las milicias adictas comprando fusiles a los británicos, el líder de los monopolistas porteños, Martín de Álzaga, también buscaba acrecentar el poder de fuego de las milicias realistas mediante un permiso para adquirir 40 mil fusiles en Londres. No obstante, la derrota de su intento golpista produjo el efecto contrario, y las milicias adictas a su causa fueron desarmadas (Schlez, 2015).
Fue así como la llegada de un nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, tenía por objetivo restaurar el orden interno y las Leyes de Indias, por lo que fue saludado por los comerciantes monopolistas vinculados a Cádiz, tal como prueban los testimonios de Manuel de Arana y Blas Antonio Agüero. Desde su arribo a Buenos Aires, Cisneros no solo amnistió a los realistas sublevados en enero, sino que además reprimió los levantamientos de La Paz y Chuquisaca. En este contexto, el 16 de agosto de 1809, dos comerciantes británicos solicitaron al virrey rioplatense vender sus mercancías legalmente en Buenos Aires. La solicitud de John Dillon y Joseph Thwaites era la punta de lanza de una flota de buques mercantes que aguardaban en el Río de la Plata la apertura de Buenos Aires. Cuatro días después, y adelantando su posición favorable, el virrey inició una consulta al Consulado y el Cabildo, dando lugar a uno de los capítulos más relevantes de la vida política colonial.
El debate en el consulado de Buenos Aires
Frente a la mera posibilidad del establecimiento del comercio provisorio, los comerciantes monopolistas ordenaron a sus socios en Cádiz que suspendieran las remesas de piezas de algodón por el momento. Se preparaban para la batalla decisiva que tendría su primer capítulo en el Consulado de Buenos Aires.
El 22 de agosto, recibida la notificación del virrey, comenzó a discutirse la cuestión en el tribunal mercantil. Antes de ello, y para garantizar su aprobación, Cisneros había solicitado al prior, Antonio Pirán, que la respuesta correspondiera a la Junta de Gobierno consular, a lo que se opusieron el síndico Martín Gregorio Yaniz, Francisco de la Peña y José Hernández, planteando la necesidad de convocar a una junta general de comerciantes y hacendados. La derrota monopolista dio lugar a una dura respuesta de Yáñiz, presentada en sesión del 1 de septiembre, quien se opuso radicalmente a la apertura, originando un agrio enfrentamiento en el que “casi se llegaron a las manos”, posponiéndose la votación para el 4 de septiembre. Ese día se enfrentaron los partidarios de aprobar el comercio provisorio, quienes, debido a “las gravísimas circunstancias que en la actualidad nos hallamos”, debían “ceder a la ley suprema del estado, que es la salvación de la madre patria y de la nación entera, en la horrenda crisis en que se halla en el día” por medio de “abrir la puerta al comercio para socorrer las necesidades del Estado, aquí y en la madre España”, apelando para ello a “nuestra generosa aliada Inglaterra […] como parte integrante de la monarquía debemos seguir la conducta de la madre patria”.
Frente a ellos, los monopolistas aseguraban que “el permitir a los ingleses la entrada de sus géneros en este Reino directamente, es ocasión de infinitos males, que después no se podrán remediar” debido, fundamentalmente, a que:
los géneros que se embarquen en Cádiz y otros puertos […] no pueden concurrir en nuestro mercado con igualdad...