La trampa de miel
eBook - ePub

La trampa de miel

El primer caso de la agente Marian Dahle

  1. 410 pages
  2. English
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

La trampa de miel

El primer caso de la agente Marian Dahle

About this book

«Una maravillosa lectura para los amantes de la novela negra.» Västerviks-TidningenUnos días antes del comienzo de las vacaciones de verano desaparece Patrik, un niño de 7 años que volvía solo del colegio a casa. Hace calor, todo está tranquilo. La furgoneta de los helados ha hecho su ronda habitual, la anciana que vive recluida al final de la calle espía por la ventana, dos niñas saltan sobre una cama elástica en el jardín vecino. Una semana después, una inmigrante ilegal muere atropellada. Era la novia del conductor de la furgoneta de los helados, y trabajaba en el barrio residencial donde desapareció Patrik. El inspector de policía Cato Isaksen tendrá que enfrentarse a numerosos retos; no sólo a las terribles conexiones que descubrirá entre ambos casos, sino también a su peculiar nueva compañera, la joven y tozuda Marian, que en ocasiones parece tener una desconcertante empatía con la mente criminal…

Frequently asked questions

Yes, you can cancel anytime from the Subscription tab in your account settings on the Perlego website. Your subscription will stay active until the end of your current billing period. Learn how to cancel your subscription.
No, books cannot be downloaded as external files, such as PDFs, for use outside of Perlego. However, you can download books within the Perlego app for offline reading on mobile or tablet. Learn more here.
Perlego offers two plans: Essential and Complete
  • Essential is ideal for learners and professionals who enjoy exploring a wide range of subjects. Access the Essential Library with 800,000+ trusted titles and best-sellers across business, personal growth, and the humanities. Includes unlimited reading time and Standard Read Aloud voice.
  • Complete: Perfect for advanced learners and researchers needing full, unrestricted access. Unlock 1.4M+ books across hundreds of subjects, including academic and specialized titles. The Complete Plan also includes advanced features like Premium Read Aloud and Research Assistant.
Both plans are available with monthly, semester, or annual billing cycles.
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Yes! You can use the Perlego app on both iOS or Android devices to read anytime, anywhere — even offline. Perfect for commutes or when you’re on the go.
Please note we cannot support devices running on iOS 13 and Android 7 or earlier. Learn more about using the app.
Yes, you can access La trampa de miel by Unni Lindell, Lotte K. Tollefsen in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Literature & Crime & Mystery Literature. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.

Information

Publisher
Siruela
Year
2011
Print ISBN
9788498415681
eBook ISBN
9788498416053

La trampa de miel

Gracias a la comisaria de policía Eva B. Ragde
por su extraordinaria colaboración.
Y gracias a la muy viva y real Birka.
La furia llegó deslizándose como una ola. Reconocible, dura y dinámica, de ninguna parte. Siempre caía como un rayo, provocaba un incendio que no se podía apagar. Como entrar en un agujero negro, ningún freno. Nada más que estos sentimientos punzantes. Las manos que se levantan, los músculos que se mueven, y el calor del odio cuando el golpe cae. Malditos bichos, llegar aquí y creer que se puede hacer lo que se quiera. Tomarse libertades, ocupar un lugar. ¿Cómo se llama? Egoísmo, egocentrismo o descaro puro y duro. El agua de la jarra tiene el mismo color que el cristal. Así es siempre, las cosas no son lo que parecen. El agua no es cristal.
En surcos estrechos como dedos, abejas solitarias
habitan casas temporales entre la yerba. De rodillas
dirijo mi vista a una boca que es cueva, un ojo
redondo, verde, desconsolado como una lágrima
.
(...)
La reina de las abejas contrae matrimonio con
el invierno de tus años
.
Sylvia Plath, «The Beekeeper’s Daughter»,
(trad. José M.ª Moreno Carrascal)
10 de junio (14:42)
Vera Mattson pasó cansada la mano por su ancha frente. El cabello, recogido en la nuca en un moño desordenado, ya no era de un negro intenso, tenía hilos de plata y manchas castañas más claras en la raya y en su nacimiento.
Estaba sentada en una silla de cocina, la pintada, con las manos cerradas entorno a la taza marrón de café y atisbaba entre las cortinas. Miraba hacia el garaje de chapa ondulada, donde el seto de espino había crecido hasta hacerse denso y estaba entretejido de hiedra. Junto a ella, sobre la mesa, estaba el trapo de cocina estriado, gris de suciedad. La pintura del marco de la ventana se resquebraja. Hoy no hay ningún policía fuera, ningún pastor alemán que tire de la correa, olisqueando y meneando el rabo. Entonces, habrán terminado con sus investigaciones, ¿no?
Miraba fijamente hacia la casa amarilla del otro lado de la calle. Los rosales tenían hojas de un verde nuevo, y los capullos se abrían, rojos contra la pared amarilla. La hija de los vecinos y su amiga pelirroja y regordeta jugaban, como de costumbre, en la cama elástica. Sus voces histéricas y agudas se colaban por la grieta de la ventana. Percibía sus destellos de color entre las ramas cubiertas de lilas azuladas, mientras saltaban arriba y abajo, arriba y abajo. Las niñas iban vestidas con vaqueros y camisetas cortas que enseñaban media tripa. ¿Por qué no se ocuparían los padres de hoy en día de que sus hijos fueran decentemente vestidos? ¿Y por qué estaban las niñas en casa en pleno día? ¿El colegio ya se había terminado por la llegada del verano, o tenían a los niños en casa por lo que había pasado con el chico la semana pasada?
Repentinamente, ese sonido volvía a estar allí. Vera Mattson mantuvo el café templado un momento en la boca antes de tragarlo. El irritante timbre de la furgoneta de los helados que se acercaba, mezclado con los gritos de las niñas. Pling, plong. Pling, plong. Pling, plong. Se hizo un silencio total.
La furgoneta de los helados pasaba todos los lunes, y siempre provocaba en ella la misma incontenible irritación. No sólo era que su ruido monótono causara un dolor casi físico, sino el revuelo que originaba. Gente que llegaba apresurada, gritos y ruidos. No le gustaban las interrupciones. Vera Mattson dejó la taza de café sobre la mesa con un pequeño estallido y bajó la vista hacia sus gruesos dedos. Las cosas podían cambiar en unos segundos.
La foto del chico desaparecido hacía una semana estaba por todas partes, en la televisión y en todos los periódicos. Cerró los ojos un instante y lo vio frente a ella, el pelo blanco y la boca medio abierta con sus paletos demasiado grandes. Ella era la última que lo había visto.
Se levantó, fue hasta la panera y la abrió. Sólo quedaban dos trozos de pan, tendría que salir corriendo a la tienda. Lo odiaba. El sobrepeso era un problema. No le gustaba encontrarse con gente. Todavía utilizaba el abrigo de invierno aunque fuera verano. En realidad no era tan grueso, más que nada estaba desgastado. Y llevaba calcetines con zapatos y la vieja bolsa de la compra de nylon.
La llamada de la furgoneta de los helados empezó otra vez. «Irá bien, estoy bien», se dijo a sí misma y se tapó las orejas con las manos. Salió al pequeño recibidor. Se quedó parada contemplando su rostro en el espejo de la pared. El plateado de la vieja superficie tenía manchas marrones. La cara que veía era tan inexpresiva y poco acogedora que deseó esquivar su propia mirada. No había cambiado mucho en los últimos diez años. Todo lo demás cambiaba, pero ella no.
Se lo repitió a los policías varias veces, que no quería verse implicada en nada. Pero no la habían dejado escapar. Habían insistido en que tenía que contar lo que supiera. Pero ella no sabía nada, había dicho. ¿Qué podía saber? ¿Qué se suponía que debía saber ella?
Explicó lo mismo una y otra vez, que había visto a los tres chicos ese día. Que les había gritado porque, como siempre, habían intentado coger el atajo que atravesaba su jardín. «Muy molesto todo», reiteró a los investigadores. Ya que se lo preguntaban, no se cortó. Los niños la volvían loca deslizándose furtivamente junto a sus paredes a todas horas. Estaba claro que les encantaba provocar. El día que el rubio desapareció, ella abrió la puerta, salió corriendo y gritó tras ellos, rugió que ahora sí que ya estaba bien, que iba a buscar a sus padres, y cosas así. Pero dos de ellos ya habían pasado la verja caída del fondo del jardín y habían desparecido ladera abajo, hacia la calle Odden. El tercero, el rubio hijo del demonio, dudó y se detuvo. Entonces se volvió. Su regañina había tenido efecto. Muerto de miedo y desconcertado se quedó de pie a unos metros de ella, como si sus piernas estuvieran ancladas en la tierra. Duró tan sólo un breve instante. Había cortado una rama de lila. Ella le observaba enfurecida mientras arrancaba las flores moradas con sus pequeñas manos. Frotaba los racimos con los dedos de forma que las florecillas se deshacían y caían al suelo.
Hacía exactamente una semana. La policía decía que probablemente era la última que había visto a Patrik Øye. Por supuesto, ella no tenía ni idea de cómo se llamaba, no hasta que la policía llamó a la puerta. A los detectives les había contado todo: que el chico se había dado la vuelta, había regresado, para luego salir corriendo por la cancela, desapareciendo entre los postes y acelerando por el camino de grava, el mismo por el que había venido. Les había dicho que fue la última vez que le vio. Y que su mochila, negra y beige atravesada por una raya verde, demasiado grande para él, botaba arriba y abajo sobre su espalda.
10 de junio (15:16)
Signe Marie Øye se apoyó sobre un codo y se quedó tumbada en esa postura. Sobre la mesa había un vaso de agua. Junto al vaso, una servilleta con una mancha marrón de grasa. Miraba fijamente la puerta cerrada de la terraza y el cielo que coloreaba el cristal de azul. La intensa luz de verano calentaba las horas amarillas de forma indecente y nauseabunda.
De pronto, su hermana estaba allí otra vez. Cogió su mano.
–Ven, vamos –dijo–, siéntate. He preparado una tortilla.
Sentía la boca seca y extraña. Su hermana le daba la lata con la comida todo el tiempo. Una amiga había llamado para ofrecerse a cortarle el césped. El jardín era una jungla. Había sido una primavera muy cálida. Pero qué le importaba a ella el césped, ahora que Patrik había desaparecido.
Se obligó a incorporarse. Su hermana le puso un plato delante. Se sentó a su lado en el sofá y empezó a darle de comer. La alimentaba con pequeños trozos amarillos. Y Signe Marie Øye masticaba despacio, como si su boca fuera algo ajeno a ella.
No había dormido en mucho tiempo. Ni esta noche, ni la noche pasada.
Repentinamente oyó un coche fuera, en la calle. Giró la cabeza y escuchó. El motor latió en punto muerto un instante, luego metieron la marcha atrás y el coche retrocedió un poco. Escuchó cómo giraba hacia la calle y desaparecía. Así que tampoco esta vez era la policía que venía con un mensaje para ella sobre Patrik. Ya llevaba perdido una semana. Toda una semana.
El aire no se movía, era pesado. La ventana estaba abierta. El zumbido del tráfico de la E-18 inundaba el salón como una marea constante y se mezclaba con el sonido de la furgoneta de los helados que se acercaba.
Había recorrido el camino del colegio cien veces, ida y vuelta. Había mucha gente caminando por los senderos: ancianos que paseaban, madres jóvenes con carritos de bebé, escolares y gente con perros sujetos a una correa. Iban como si nada hubiera ocurrido. Bajaba la cabeza al encontrarse con alguien conocido. Había subido hasta el colegio varias veces, se quedaba de pie mirando el edificio, luego bajaba por el camino de Selvik, hasta el final, donde el camino terminaba abruptamente frente a los dos grandes jardines. Allí donde empezaba el atajo secreto.
Había pasado entre los postes y llamado a la puerta de la casa marrón donde vivía la señora mayor, la que decía la policía que era la última que lo había visto. Pero nadie abrió. Sólo un gato blanco se lamía, sentado en la escalera. Habló con los que vivían en la casa amarilla con la gran cama elástica. Patrik hablaba de esa cama elástica, y de que él, Klaus y Tobias habían saltado una vez a escondidas, pero los habían echado las niñas que vivían allí. A Patrik le daban miedo las chicas grandes. Le había tenido miedo a tantas cosas: al médico y al dentista. A los adultos enfadados y a Severus Snape en las películas de Harry Potter. Y le daban miedo los perros desconocidos. Y los hombres raros. Pero esto último se lo enseñó ella.
Siempre tuvo miedo de que su hijo se cayera de lo alto de un árbol. Patrik adoraba subirse a los árboles. Había llegado a imaginárselo sin vida en el suelo, o en el agua, flotando boca abajo y el pelo, blanco, como hierba mecida entorno a su cabeza.
Nadie pudo contarle qué había ocurrido el tres de junio. Patrik simplemente se perdió, desapareció en algún punto del pequeño camino de grava entre los dos jardines. La policía decía que alguien debía haberle atraído u obligado a subirse a un co...

Table of contents

  1. Cubierta
  2. La trampa de miel
  3. Notas
  4. Créditos