Todos los cuentos
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Todos los cuentos

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En un solo volumen, todos los cuentos de una de las escritoras más personales de la literatura española del siglo XX.«Martín Gaite era una bebedora de sueños, por eso su realismo es de tan alta calidad. Paul Éluard decía: "Hay otros mundos, pero están en este". Y añadía: "Hay otras vidas, pero están en ti". Podría ser una buena definición de la mirada de Carmiña».MANUEL RIVAS«Todos los libros de Martín Gaite son una conversación, pues para ella escribir nunca fue distinto a hablar. Hablar con alguien ausente, puede que desconocido, pero, en definitiva, una conversación en toda regla».GUSTAVO MARTÍN GARZO«No resulta fácil encontrar, en la logia mayor de la literatura española contemporánea, una observadora de la cotidianidad tan aguda, profunda y lúcida como Carmiña Martín Gaite. Nadie como ella para reparar en ese detalle, aparentemente nimio, que revela una dependencia, subraya un ejercicio de poder, señala con el dedo un terror, un ataque de angustia o de soledad».LUIS ALBERTO DE CUENCA«Esta edición reúne todos los cuentos de Carmen Martín Gaite desde su primera juventud hasta los últimos años de su vida. Los cuentos juveniles publicados en la revista Trabajos y Días revelan las preocupaciones existenciales de la primera fase de su obra. Los últimos confirman la libertad imaginativa y la capacidad de experimentación de quien ya había consolidado su trayectoria literaria con un doble reconocimiento de público y premios. El cuento fue un género decisivo en la formación de la escritora salmantina y lo cultivó, con mayor o menor intermitencia, a lo largo de toda su singladura. El hilo de continuidad de su narrativa breve fue la extrañeza ante lo cotidiano. El cuento respondió a su amor por todo lo inaprensible, por atender a un trozo de vida irrelevante y por explorarlo demoradamente. Fue sin duda un formato propicio por su brevedad para recoger, a través de la técnica del apunte impresionista, el tono menor de la existencia, ese material minúsculo y en continua mudanza al que cuadran mal las nociones de principio y final. Por ello el relato breve frente a la novela tendrá otro tempo, donde no es preciso buscar antecedentes ni fijar consecuentes».Del prólogo de JOSÉ TERUEL

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Information

Publisher
Siruela
Year
2019
Print ISBN
9788417860110
eBook ISBN
9788417860493

EL BALNEARIO CON LAS ATADURAS

Prólogo

Al principiar la década de los cincuenta, cuando un grupo de amigos (Aldecoa, Fernández Santos, Ferlosio, Sastre, Medardo Fraile, Josefina Rodríguez, De Quinto y yo, entre otros) nos acogimos al mecenazgo del difunto hispanista Rodríguez Moñino para fundar, aquí en Madrid, aquella Revista Española de vida tan efímera, donde aparecieron nuestros primeros cuentos, el ejercicio de la literatura, como el de la mayoría de los oficios, estaba jalonado por graduales etapas de aprendizaje. Y, de la misma manera que un carpintero o un fumista, antes de soñar con llegar a maestro, pasaba por aprendiz y oficial, casi nadie que se sintiera picado por la vocación de las letras se atrevía a meterse con una novela, sin haberse templado antes en las lides del cuento. Aprendimos a escribir ensayando un género que tenía entidad por sí mismo, que a muchos nos marcó para siempre y que requería, antes que otras pretensiones, una mirada atenta y unos oídos finos para incorporar las conversaciones y escenas de nuestro entorno y registrarlas. La vida de la calle era entonces menos compulsiva y apresurada, discotecas no había, no circulaban tantos coches, no existía la televisión y la gente tenía menos dinero, paseaba más y bebía vino por los bares de su barrio despacio, mientras charlaba con los amigos y con los desconocidos. Alguna historia de las que afloraban en aquellas conversaciones era con frecuencia, antes de pasar al papel, materia de nuestros comentarios, de los cuentos que nos contábamos unos a otros, a lo largo de aquel tiempo generosamente perdido por los bares con futbolín, por los parques y por los bulevares. La fisonomía, completamente distinta, de aquellos locales y calles, anotada como al descuido en nuestros cuentos, les confiere ahora cierto valor testimonial.
La mayor parte de los relatos que componen el presente volumen están escritos entre 1950 y 1960 y muchos no había vuelto a mirarlos. Invitada ahora, al cabo de los años, a revisarlos, no he conseguido hacer la relectura tan «desde fuera» como para que la irrupción de aquel tiempo olvidado, en que un oficinista vivía con dos mil pesetas al mes, no me pase la factura de mi actual edad.
Lo que más me ha llamado la atención es lo pronto que empezaron a aparecer en mis tentativas literarias una serie de temas fundamentales, que en estos cuentos van casi siempre combinados, a reserva de que predomine o no uno de ellos: el tema de la rutina, el de la oposición entre pueblo y ciudad, el de las primeras decepciones infantiles, el de la incomunicación, el del desacuerdo entre lo que se hace y lo que se sueña, el del miedo a la libertad. Todos ellos pertenecen a campos muy próximos y remiten, en definitiva, al eterno problema del sufrimiento humano, despedazado y perdido en el seno de una sociedad que le es hostil y en la que, por otra parte, se ve obligado a insertarse. Me refiero de preferencia (como en el resto de mi producción literaria) a la huella que esta incapacidad por poner de acuerdo lo que se vive con lo que se anhela deja en las mujeres, más afectadas por la carencia de amor que los hombres, más atormentadas por la búsqueda de una identidad que las haga ser apreciadas por los demás y por sí mismas, hasta el punto de que este conjunto de relatos bien podría titularse «Cuentos de mujeres». Suelen ser mujeres desvalidas y resignadas las que presento, pocas veces personajes agresivos, como trasunto literario que son de una época en que las reivindicaciones feministas eran prácticamente inexistentes en nuestro país. Pero diré también que ese malestar indefinible y profundo sufrido por las protagonistas de mis cuentos, ese echar de menos un poco más de amor, creo que sigue vigente hoy día, a despecho de las protestas emitidas por tantas mujeres «emancipadas», que reniegan de una condición a la que siguen atenidas y que las encarcela.
El ejemplo de Andrea, la protagonista de «Variaciones sobre un tema», me parece bastante ilustrativo de este conflicto —no solo femenino, por supuesto— entre la emancipación y la búsqueda de unas raíces que apuntalen la propia identidad. Este cuento es bastante posterior, de finales de los sesenta, y he querido ponerlo en primer lugar, porque tal vez sea el que más me gusta.
La ordenación no está hecha, pues —como puede verse por las fechas anotadas al final de cada cuento—, ateniéndose a un criterio cronológico, sino que he procurado agruparlos más o menos por su asunto, aun contando con la evidente dificultad derivada de que ningún tema se dé en estado puro, como ya he advertido al principio.
En términos generales, diré que he comenzado por los cuentos que podrían llamarse «de la rutina» y he terminado por aquellos en que predomina una especie de alegato contra la injusticia social, pasando por otras gamas que el propio lector descubrirá, si es que vale la pena.
Madrid, junio de 1978

Variaciones sobre un tema

La fisonomía de un invierno, tomado en su conjunto, es de por sí difícil de individualizar, y ya llevaba cinco avecindada en Madrid Andrea Barbero cuando vino a sentirse picada por la comezón de desglosar de aquel que concluía, al calor de los primeros soles de marzo, el perfil de cada uno de los otros.
Para hablar propiamente, más que tal comezón empezó siendo un mero echar la cuenta por sí misma, como si se le presentara por vez primera la necesidad de constatar que habían sido cinco los años transcurridos —aunque ya las conversaciones de su madre, proyectadas de ordinario a la pura evocación y esmaltadas de fechas por doquier, sirvieran para suministrarle sobradas referencias de tiempo y de lugar—; y, si bien es verdad que esta necesidad había llegado a asaltarla de manera bastante reincidente en los últimos meses, interfiriendo incluso de improviso su quehacer habitual, sorbiendo entera su capacidad de concentración, también es la verdad que se trataba de inerte y bien cerril concentración la aplicada por Andrea al repaso mental de los inviernos y que de aquel balance ni ideas ni emociones resultaban, tan solo la evidencia de confirmar un número. Ni siquiera hubiera sabido dar la razón que la impulsaba a buscar por inviernos en lugar de buscar por primaveras, porque la única imagen invernal que solía pintársele con toda precisión, la de unos árboles del Retiro dibujándose contra un frío atardecer violeta, no pertenecía a ese tiempo de los cinco años en cuyo amasijo revolvía inútilmente, sino al de su primera visita a Madrid desde el pueblo, aún en vida del padre. Muchas veces, acompañada o sola, había vuelto después, cuando ya le era familiar la ciudad, a la glorieta del parque desde donde miró las copas de los árboles aquella tarde antigua, pero nunca había vuelto a estar el tiempo en ellos mismos, en el dibujo de sus ramas contra el cielo como entonces.
—¡Digo dos para leche! Te digo a ti..., dos para leche, ¡dos! —se sentía a menudo interpelar desde que, a raíz de su último cumpleaños, empezó a padecer semejantes ensimismamientos repentinos, de los que a duras penas conseguía salir para reincorporarse al ritmo de la cafetería—. ¿Pero en qué estás pensando?
Y aparte de que, en el seno de tal tráfago, ninguna explicación medio cabal hubiera hallado asilo, quién sabe si tampoco ella, sin más ni más, podría sentirse dispuesta a tan inusitada explicación, aun dando por cesado aquel chocar de platos y cucharas, de tazas y de vasos, ahora al uso, y ya sucios, y otra vez recogidos, y de nuevo lavados bajo el chorro, para volver a emparejarse en pertenencias alternativas y fugaces con sucesivos rostros de peticionarios cuyo único distintivo era la mencionada y casual atribución —«aquel a quien falta un cuchillo», «el de la taza grande», «el que quiere dos terrones», «la del vaso largo con raja de limón»—, rostros inconsistentes, asomados al otro lado de la barra como a un abrevadero; aun suponiendo, digo —y ya era suponer—, que por extraño ensalmo la enojada pregunta con que la compañera de los ojos pintados venía a atosigar no hubiera sonado allí precisamente, desvirtuada entre tantas estridencias, sino en lugar idóneo y sosegado, a orillas, por ejemplo, del arroyo que corría por la ladera de los cantos en el pueblo donde Andrea nació, lo cual sería admitir al propio tiempo que el rostro de la amiga, al lanzar su «¿qué piensas?», no estaría crispado por la prisa y alejado en verdad de lo que preguntaba, sino entregado a la pregunta misma; aun entonces, ¿qué habría podido ella responder, de intentar ser honrada? Ni siquiera, en verdad, «pienso en el tiempo pasado», ya que los inviernos gastados en Madrid se le presentaban simplemente como cinco palotes pintados en el aire del local, sin más decirle nada, fuera de que eran cinco y, además, apenas aquella t...

Table of contents

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Prólogo
  6. TODOS LOS CUENTOS
  7. CUENTOS DE PRIMERA JUVENTUD
  8. EL BALNEARIO CON LAS ATADURAS
  9. DOS CUENTOS DE NAVIDAD
  10. CUENTOS ÚLTIMOS
  11. Y UN CUENTO AUTOBIOGRÁFICO
  12. NotaProcedencia de los cuentos