El blues de los agujeros negros
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El blues de los agujeros negros

Janna Levin, Marcos Pérez Sánchez

  1. 316 pages
  2. Spanish
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El blues de los agujeros negros

Janna Levin, Marcos Pérez Sánchez

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En 1916, Einstein predijo la existencia de ondas gravitacionales, su máxima prioridad después de proponer su teoría del espacio-tiempo curvo. Un siglo después, estamos grabando los primeros sonidos del espacio, evidencia de la existencia de las ondas causadas por la colisión de dos agujeros negros. Es la banda sonora que acompaña a la película muda de la astronomía.Janna Levin relata la ambición experimental que comenzó como un divertido experimento mental y se convirtió en objeto de obsesión para los arquitectos originales de la idea: Rai Weiss, Kip Thorne y Ron Drever. Cinco décadas después de soñar el experimento, el equipo se afana por interceptar un sonido con dos colosales máquinas, con la esperanza de tener éxito a tiempo para el centenario de la idea más radical de Einstein.

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Information

Year
2021
ISBN
9788412324273
Edition
1
Subtopic
Cosmologie

11
Skunkworks
Rochus E. Vogt había sido despedido de su puesto de rector de Caltech, lo que podría parecer que no era la mejor credencial para llegar a ser director de un incipiente y titánico proyecto sumamente inusual y tecnológicamente críptico. No es que tenga mucha importancia, pero resulta que vogt era el cargo que ostentaba quien gobernaba determinados territorios del Sacro Imperio Romano. En otras palabras, Vogt significa algo parecido a «rector».
A pesar de su profético apellido, Robbie dice de sí mismo: «Es bien sabido que soy alguien que detesta toda autoridad».
Como rector, dio muestras de una lealtad a Caltech superior a cualquiera hacia un país en particular y, aunque la expresión no es de su gusto, reconoce que «pistolero a sueldo» describía fielmente el cometido del rector. Es posible que su lealtad a la institución intelectual antes que al país fuese en parte algo defensivo. Los ciudadanos alemanes que crecieron en paralelo al nazismo se sienten mejor si tienen una trayectoria personal que los sitúe enfrentados a la autoridad en ascenso, pues el escenario alternativo sería el de una colaboración implícita con esta, algo que resultaría incómodo en la biografía de un rector. Para que constase, también oficialmente, todas sus reacciones políticas habían sido las correctas ante el totalitarismo (horror y rechazo), la Constitución y la protección de los derechos individuales (admiración y aceptación). En cualquier caso, la lealtad incondicional de Vogt hacia Caltech era una buena alternativa a cualquier tipo de nacionalismo.
Cuando me cito con él en su despacho en Caltech, me dice: «Ayer fue 8 de mayo. El 8 de mayo de 1945, yo tenía quince años. Acababa de ser prisionero de guerra y me prometí a mí mismo que ninguna estúpida autoridad volvería a tener poder sobre mí».
Sabía, antes de conversar con él, que los nazis habían arruinado su privilegiada infancia en el sur de Alemania. Tras la guerra, fue degradado a peón de granja y luego a obrero en una fábrica de acero. Con el tiempo, sus estudios lo llevaron al más próspero Estados Unidos. Para entonces, ya se había convertido en Robbie, el apodo que le puso un soldado estadounidense de quien, contra todo pronóstico, se había hecho amigo. Ese soldado era, de hecho, inspector de armas destinado en su universidad alemana para asegurarse de que no se fabricaran allí armas nucleares y Rochus, el alemán ingeniero de la industria siderúrgica, era quien servía de enlace en su calidad de representante de los estudiantes. Nada de esto explica por qué fue despedido.
Vogt fue el investigador principal en uno de los experimentos más importantes de la misión Voyager, el sistema de rayos cósmicos. Actualmente, las dos sondas espaciales Voyager están a más de 15.000 millones de kilómetros de la Tierra, lanzadas más lejos que cualquier otro objeto fabricado por el ser humano. Están prácticamente entre las estrellas, en el espacio interestelar, después de dejar atrás el manto magnético del Sol, con su revestimiento de acero expuesto y barrido por los vientos de las estrellas más distantes. Suena un poco exagerado, pero es así. Vogt luchó por extender los objetivos de la misión al espacio interestelar y abogó por que la nave espacial llevara más hidracina —un desagradable producto químico necesario para poder orientar la nave más allá del Sistema Solar—, lo que redujo la carga útil a disposición de los científicos planetarios. «Cuanto más nos alejamos de la Tierra, más tenemos que reducir la tasa de bits de las transmisiones… Los generadores de plutonio, que proporcionan la electricidad, funcionarán durante otros cinco o diez años y luego se acabó. A partir de entonces no habrá energía suficiente para comunicarse… Tardaremos probablemente otros cinco años hasta estar en el espacio intergaláctico midiendo el espectro de los rayos cósmicos galácticos. Digo “tardaremos” y no “tardaré”… Ahora son ellos quienes realizan los descubrimientos. Es lo único que lamento. Las tareas administrativas me han privado de ello. Y eso duele. Pero solo porque habría sido divertido ser el primero en verlo».
Lanzada en 1977 desde un árido rincón de la Tierra, la Voyager no está tripulada, pero sí lleva grabados mensajes sobre nuestro planeta, seleccionados por un comité que presidió Carl Sagan. El propósito menos serio de la misión: servir como espléndida botella a merced de los vientos interestelares que protege una colección de souvenirs por si se diese la circunstancia de que hubiese por ahí fuera otra criatura viviente y esta se interesara por los creadores de la misión. Algunos ciudadanos plantearon objeciones, pues los discos fonográficos de oro en los que se habían grabado los mensajes revelaban en forma diagramática la ubicación de nuestro frágil planeta a potenciales agresores. Pero los extraterrestres antes tendrían que encontrar la Voyager, un minúsculo pedazo de metal en el inmenso vacío del espacio interestelar. En decenas de miles de años, la sonda espacial no se topará con otro sistema solar. Encontrarnos usando los métodos convencionales de un explorador galáctico, sean los que sean, tiene que ser más fácil que encontrar antes la Voyager, descifrar su mensaje y volverse para localizar nuestro sistema solar en la periferia del campo visual.
Para ser rector, Vogt cedió a otros el liderazgo de su misión antes de que la Voyager alcanzara los confines más remotos del ámbito de influencia magnética del Sol, momento en que se cobraría el verdadero botín del sistema de rayos cósmicos. Al aceptar el cargo de rector, se planteó (¿por qué considerar siquiera esa posibilidad?) si podría volver a la experimentación con rayos cósmicos si alguna vez lo despedían. En una entrevista al poco tiempo de asumir el cargo, Vogt presagió lo que ocurriría: «Si volviese al campo del que vengo, mis colegas sentirían lástima por mí, porque estoy desfasado. No estaría bien avergonzar así a la gente, por lo que parece evidente que tendría que pasarme a otro campo completamente nuevo». Murph Goldberger, entonces presidente de Caltech, consiguió efectivamente que despidieran a Vogt al cabo de unos pocos años. Si Murph hubiese podido despedirlo sin más, si hubiese tenido el poder ejecutivo para hacerlo, probablemente habría tardado menos en darle el hachazo. Pero para despedir a un rector hay que contar con la complicidad del consejo de administración y, aunque a Vogt se le consideraba un administrador competente e incluso acertado y despertaba grandes simpatías entre el consejo, también se lo tenía por paranoico y difícil, un retrato que quizá no parezca tan inverosímil ni injusto. El resentimiento y el reparto de culpas hicieron añicos la relación de los administradores y su unión fue disuelta. Esta parte bordea el cotilleo y tal vez no sea tan interesante ni relevante, excepto para situar a Vogt justo donde el destino necesitaba que estuviera.
Había fuerzas negativas que lo llevaron hasta esa encrucijada: sin empleo en la práctica (aunque no sin un salario), sin la posibilidad de volver a su anterior disciplina científica («No estaría bien avergonzar así a la gente»), alojado a una distancia deprimente de los servicios de caballeros en el sótano de un edificio de física (sin laboratorio ni grupo), sacudido por la decepción (¿por qué el claustro no se alzó en solidaridad con él cuando lo despidieron?), dispuesto a pasar a «otro campo completamente nuevo». Y también fuerzas positivas —ambición, imaginación, vitalidad— que tiraban de él con la misma intensidad. Solo faltaba el diferencial de presión del colapso deliberado de la troika, prácticamente delante de sus narices, justo al fondo del pasillo, en sentido figurado y literal (de hecho, cuando lo despidieron su despacho estaba un piso por debajo del de Kip), para que Robbie Vogt acabase en el lugar preciso.
Nunca quiso ese trabajo. Y también acabarían despidiéndolo de la dirección de LIGO. «No he tenido ningún contacto con el proyecto de LIGO desde hace veinticinco años», advierte, como si nada útil pudiese salir de nuestra conversación. Pero me recibe en su gran despacho de ejecutivo en un edificio que solo puede definirse como la sede central de LIGO, al final de un pasillo donde trabajan colegas con los que no ha hablado en casi un cuarto de siglo. Científicos muy destacados del equipo de LIGO lo han visto, pero nunca han hablado con él y expresan su incredulidad, incluso su preocupación, ante el hecho de que yo vaya a estar al final del pasillo, en el famoso despacho de la esquina, con el notorio, notable y formidable Robbie Vogt; como si Vogt habitase en un oscuro y aterrador armario de la infancia que sería mejor sellar para siempre.
El día que Vogt finalizaba su mandato como rector, el presidente de la división de Física, Matemáticas y Astronomía de Caltech entró en su despacho y Vogt le dijo: «Llévate tu lista», refiriéndose a cualquier asunto de su departamento que el rector tuviese que supervisar. «Se acabó. Acabo de dimitir». El presidente de la división, Ed Stone, respondió: «Vaya por Dios. Eso es terrible». Vogt explica que un comité de selección lo había recomendado para el puesto de director de LIGO y Stone era el encargado de tantearlo cuando estuviera de buen humor, de encontrar un enfoque adulador para ofrecerle el trabajo. Pero, puesto que lo acababan de despedir como rector, el momento elegido convirtió la oferta en un premio de consolación: «Ed, estás como una cabra. Ni se me ocurriría aceptar», respondió Vogt.
Kip supone que, aunque es posible que ese día Ed Stone hubiera intentado sondear si Robbie aceptaría ser candidato a director, el puesto no se lo ofrecieron hasta varias semanas después de que hubiese «renunciado» al cargo de rector.
Mientras nos instalamos en su despacho, Robbie me cuenta que lo obligaron a ser director de LIGO. «Me negué, pero no aceptaron mi negativa». Su resistencia se basaba en que desconfiaba en general de todo aquel asunto a causa de los detectores de barras resonantes de Weber y sus controvertidos anuncios. «Weber era una figura trágica, todo sea dicho. Lo cierto es que era un buen científico, pero estaba tan obsesionado con detectar ondas gravitacionales que malinterpretó los datos en extremo».
Vogt acabó cediendo a una considerable presión administrativa (cuenta que lo amenazaron). «Pero desde el momento en que decidí aceptar el trabajo fue mi proyecto y me dediqué a él por completo. Y yo necesitaba esa dedicación plena».
En 1987, Vogt era director de LIGO y un nuevo dominio era suyo. Los miembros de la troika —Ron Drever, Rai Weiss y Kip Thorne— de pronto tenían la libertad de buscar sus propios destinos en el seno del proyecto. Robbie solo guarda palabras de elogio para Kip, «que merece el Premio Nobel», y para Rai Weiss, «un buen científico. Un buen hombre». Incluso ensalza a Ron Drever: «Sabía que Drever era un científico muy brillante. Solo era un lunático como persona». (Debo decir aquí que en la comunidad científica existe consenso en que la troika como grupo será candidata al Nobel). Robbie aportó al cargo todos sus rasgos encomiables, junto con todos sus defectos. Alguien, calificándolo como una acertada descripción de tercera mano, observó lo siguiente, así que lo incluyo como anónimo y dejo su interpretación a discreción del lector: «Nadie era más perspicaz y creativo que Robbie; nadie mejor para resolver un problema. Y tampoco nadie mejor para crear uno».
En 1989, Rochus E. Vogt, como investigador principal, entregó a la NSF la culminación de los esfuerzos del equipo conjunto de Caltech-MIT, una propuesta detallada y ponderada de doscientas veintinueve páginas de extensión titulada «Construcción, funcionamiento e investigación y desarrollo complementarios para un observatorio de ondas gravitacionales por interferometría láser» que se abre con esta cita:
Nada es más difícil, ni de éxito tan dudoso y arriesgado en la práctica, como la introducción de leyes nuevas.
MAQUIAVELO, El príncipe (1513)
Rai lo describe como una obra maestra. Todos los miembros del proyecto se implicaron en la tarea y el resultado fue una concepción concienzuda, defendible y convincente de LIGO, dos observatorios de cuatro kilómetros que funcionaban al unísono en ambas costas de Estados Unidos. El haiku de Rai se entregó finalmente a la NSF a cambio de 193.918.509 dólares en forma de lúcida argumentación para la creación de un instrumento viable —un nuevo portal al universo— que se construiría en cuatro años a partir de 1990. «El LIGO», que en el tiempo transcurrido desde entonces ha perdido el «el», expone en el resumen ejecutivo del documento sus dos objetivos: «(1) Pruebas de la teoría de la relatividad general […] y (2) la apertura de una ventana de observación del universo que difiere fundamentalmente de la que ofrece la astronomía electromagnética o de partículas». Con esa propuesta, Vogt inició, si es que no cumplió, su destino como director de LIGO. Y la NSF aprobó el presupuesto.
Esos doscientos millones de dólares no acabaron sin más en una cuenta bancaria. Por sustancial que pueda parecer la cifra, el presupuesto no era exorbitante en términos comparativos, habida cuenta de los que se manejan, por ejemplo, para los aceleradores de partículas, que alcanzan los miles de millones de dólares. Aun así, LIGO era el mayor proyecto en el que se había embarcado la NSF y se tuvo que solicitar al Congreso una asignación especial de fondos. Se había superado un obstáculo importante, sin duda, pero habría más. La recomendación de financiación por parte de la fundación supuso el inicio de una larga batalla para propiciar el apoyo del Congreso. Había congresistas que tenían a LIGO en su punto de mira porque, según Robbie, creían que el proyecto (y quizá la ciencia en general) era un derroche de dinero. El Congreso paralizó la entrega de los fondos y con ello la construcción de los emplazamientos. Durante dos años, Robbie realizó continuos viajes a Washington para cortejar al Senado y a la Cámara de Representantes. Llegó a ser una figura célebre e...

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Levin, J. (2021). El blues de los agujeros negros (1st ed.). Capitán Swing Libros. Retrieved from https://www.perlego.com/book/2359832/el-blues-de-los-agujeros-negros-pdf (Original work published 2021)

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Levin, Janna. (2021) 2021. El Blues de Los Agujeros Negros. 1st ed. Capitán Swing Libros. https://www.perlego.com/book/2359832/el-blues-de-los-agujeros-negros-pdf.

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Levin, J. (2021) El blues de los agujeros negros. 1st edn. Capitán Swing Libros. Available at: https://www.perlego.com/book/2359832/el-blues-de-los-agujeros-negros-pdf (Accessed: 15 October 2022).

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Levin, Janna. El Blues de Los Agujeros Negros. 1st ed. Capitán Swing Libros, 2021. Web. 15 Oct. 2022.