Capítulo 1
El nuevo Silicon Valley es chino
“En la China actual es imposible imaginar que un individuo pueda sobrevivir en una ciudad china sin un smartphone”.
Chen Qiufan
Pekín, marzo de 2019. Mientras almuerzo en casa, reviso las noticias del día en WeChat. Luego salgo y, mientras camino por los hutong (las antiguas callejuelas de la capital que sobreviven a los muchos cambios en curso en la ciudad), con WeChat reservo el taxi para ir a una cita en un bar del barrio de la electrónica de la capital china. Dentro del bar, gracias a la ID del WeChat pongo a cargar mi smartphone en los prácticos cubículos ubicados en la entrada del local y encuentro a la persona con la que tengo mi cita. Luego recupero mi smartphone y pago lo que consumí con WeChat. Tengo hambre, así que apenas salgo busco en la aplicación un restaurante mongol –una de mis pasiones– en las cercanías. WeChat me indica uno a pocos cientos de metros de mi posición, en el interior de un centro comercial. Cuando llego, me ubico en la cola. Mientras espero mi turno para entrar, con WeChat miro el menú y ordeno. Mientras como, envío a algunos amigos el código QR del restaurante: se trata de bonos de descuento recién obtenidos gracias a mi almuerzo. En respuesta, los recibo yo también: bonos para restaurantes, tiendas y para los muchos mercados online presentes en la app. Me despierta curiosidad una tienda de robots: descargo el “miniprograma” del negocio virtual y comienzo a mirar el catálogo mientras almuerzo. Al terminar la comida, pago con WeChat. Mientras tanto, intercambio mensajes, recibo documentos, tomo otras citas: todo con la misma app.
Salgo del centro comercial y controlo en el mapa de WeChat la zona adonde debo ir para otra cita. Calculo el recorrido: tomo un ómnibus y después el metro y en ambos casos pago con WeChat. En tanto, compro online las entradas para un cine al que iré al día siguiente y envío un dinero que debía a una persona, siempre vía WeChat. Tras mi cita, salgo y me detengo frente a un pequeño negocio de pocos metros cuadrados que pertenece a una pareja de chinos del Sur, compro unos ravioles que pago con WeChat gracias al código QR colgado junto a la puerta que conduce a la pequeña cocina. Luego, con el WeChat, reservo un pasaje de tren a Shanghai y una habitación de hotel. Finalmente, voy a un evento en uno de los rascacielos junto a la Jianguomen, la larga avenida que lleva a la plaza Tian’anmen. La invitación me llegó vía WeChat a través de una amiga, cuando todavía estaba en Italia: en nuestro chat encuentro la localización, la entrada electrónica y recibo de pago (que archivo en una oportuna aplicación, siempre dentro de WeChat, que ayuda a gestionar la contabilidad propia). Llegado al lugar escaneo el código QR y recibo toda la documentación relativa al evento (una conferencia sobre las relaciones entre China y Estados Unidos). Con la documentación recopilada, me encuentro en un grupo con todos los presentes (los contactos los introduzco en una app especial dentro de WeChat que permite gestionar mejor toda esta información).
Al término de la conferencia, voy a cenar con algunos de los participantes. En cierto momento todos nuestros ojos acaban en el celular: WeChat pide la actualización de nuestras informaciones. Y aquí estamos, una gran mesa entera empeñada en hacerse selfies para permitir a WeChat tener bajo control nuestros datos biométricos. Cuando terminamos la cena, con WeChat dividimos la cuenta en partes iguales. Volviendo a casa pienso en mi cita de la mañana: en el barrio de la electrónica, en la zona de las startups ligadas a la inteligencia artificial, me encuentro con un joven gerente chino. A cierta altura de nuestra conversación, tras el enésimo ejemplo del tiempo que permite ahorrar el WeChat (las colas en el banco, en las oficinas públicas, en el cine y en miles de otros lugares) le pregunté a qué se le dedica todo ese tiempo ahorrado. “Quizá para estar con el celular”, me respondió sonriendo. En efecto, durante un día entero no usé la billetera, ni el correo electrónico, ni un buscador. Cuando vuelvo a casa mi computadora, apoyada sobre la mesa en la cocina, me parece ya nada más que una simple máquina de escribir, menos ruidosa. Antes de irme a dormir, la última movida: encargo el bidón de agua (presente en todas las casas chinas) para el día siguiente, naturalmente vía WeChat. En el transcurso de toda mi jornada nunca salí de WeChat. En China el smartphone es WeChat. Y WeChat sabe todo de cada uno de nosotros.
WeChat (Weixin en mandarín) es una aplicación, una “súper app” tal como se la define a menudo, gracias a la cual en China, como lo demuestra la jornada apenas descripta, es posible hacer de todo. Devino una presencia totalmente invasora en la vida cotidiana de los chinos. Gracias a esta enorme difusión, la súper app china se tornó interesante por la mole de datos que produce, no sólo para el Partido Comunista chino (PCCh), sino también para Facebook, la red social más famosa y utilizada en el mundo occidental. Según The Economist no habría dudas: Facebook aspira a convertirse en el “WeChat occidental”.
Zuckerberg, que habla un óptimo mandarín y cuya mujer, Priscilla Chan, nació de padres de etnia Hoa (una minoría chino-vietnamita de lengua cantonesa) no sólo tiene un interés personal y cultural por China. De hecho, en los últimos años ha ido con cierta regularidad a China con un objetivo preciso: comprender mejor el funcionamiento de la “aplicación de las aplicaciones” y extraer de este triunfante modelo chino estrategias e ideas para aplicar en Facebook (y las otras redes sociales de las cuales es propietario, entre ellas, Instagram y WhatsApp).
WeChat tiene, en efecto, un modelo de negocio que permite generar dinero de modo mucho más variado que Facebook y de monetizar (y archivar) los datos de los usuarios de forma mucho más provechosa. Mark Zuckerberg está, además, interesado en algunos aspectos de WeChat como la mensajería directa, la gestión de los Big Data y, sobre todo, la capacidad de tener a los usuarios en el interior de “un mundo” WeChat. No por casualidad, en marzo de 2019 Zuckerberg comentaba el artículo “Qué cosa podría aprender Facebook de WeChat”, firmado por Jessica E. Levin, posteado en Facebook en 2015, escribiendo: “Si sólo hubiera escuchado tus consejos hace cuatro años…”.
El enorme interés de la mayor red social del mundo por WeChat demuestra que estamos al final de un recorrido y en el inicio de un nuevo mundo: tras años de imitación por parte de China de todo lo que se producía en Occidente, hoy es Occidente el que mira a China para hallar nuevas ideas y nuevos usos para sus propias “invenciones”. China retomó su lugar en el centro del mundo tal como quiere su nombre, Zhongguo, “Tierra del Medio”. Por otra parte, para los chinos no se trataría de una novedad. Los europeos empezaron a conocer a China a partir del segundo siglo antes de Cristo, cuando la seda comenzó a llegar a los mercados, primero centro-asiáticos y luego del Mediterráneo, hasta hacer literalmente enloquecer a los romanos enamorados de aquel tejido precioso proveniente de un lugar tan lejano. Una historia que los chinos recuerdan bien: la apertura de esas tratativas comerciales que se volverían famosas con el nombre de “Ruta de la Seda” llevó luego a correrías de exploradores, geógrafos y arqueólogos empeñados en saquear la riqueza cultural de la actual región de Sinkiang y de Gansu. Entonces, en Pekín el mundo se dividía en dos: estaban los chinos y estaban los “bárbaros”, el resto del mundo, incluyendo a los europeos. En aquella época, los primeros jesuitas que lograron llegar al Celeste Imperio quedaron estupefactos por el nivel de desarrollo del país. En el siglo XVIII, según Kant, China era “el imperio más culto del mundo”.
Pero con el tiempo, aquel lugar gobernado por los mandarines, fruto de complicados y competitivos exámenes, acabó volviéndose tierra de conquista para los “bárbaros”. Aprovechando la debilidad del Imperio chino, incapaz a fines del 800 de enfrentar el progreso occidental producido por la revolución industrial, los “bárbaros” llegaron hasta el corazón del poder chino, saqueando riquezas del territorio y de regiones enteras con el uso del opio, de las armas, de subterfugios y de indecencias como los “tratados desiguales”. China se volvió la enferma de Asia, atravesó su fase histórica más humillante. En el fondo del corazón de cada chino quedó algo de toda esa historia. Hoy, los chinos vuelven a proponer aquella antigua Ruta de la Seda como símbolo del cambio de época que estamos observando, del desplazamiento de oeste a este del centro del poder económico y tecnológico: ahora están ellos al mando de la locomotora. Y no piensan perder otra vez su cita con la historia. Pero comencemos desde el principio: ¿qué es WeChat y cómo nació?
1.1. El mundo está dentro de WeChat
Cuando WeChat comenzó a difundirse, hacía ya cinco años que yo vivía en China. Recuerdo claramente cuando, con cierto estupor, los residentes extranjeros asistían a un espectáculo nunca visto: los chinos caminaban apurados hablando con el smartphone, casi apoyándole los labios, como si fuera una protuberancia del mentón. Mandaban mensajes de voz. Era 2011. La aparición de esta costumbre podría señalar simbólicamente el inicio de la era WeChat en China. Como tantas otras cosas que parecían absurdas y que aparecieron primero en China, los mensajes de voz poco a poco se volvieron habituales también en Occidente.
En aquel año se inicia un período de gran cambio en el mundo de la tecnología china. Sabemos que los instrumentos tecnológicos que utilizamos cambian los hábitos personales, sociales, laborales y, en el caso del celular, incluso nuestra postura física (espalda ligeramente curva, mirada hacia abajo). En China, el cambio producido por la llegada de WeChat modificó totalmente el uso de la red y, en consecuencia, paulatinamente, también la vida cotidiana. Por ejemplo, muy pronto desaparecieron los e-mails: Gmail no tenía sentido, no servía para nada sino más que para perder tiempo esperando que las páginas se cargaran tan lentamente que llevaban a la exasperación. Todo, ahora, pasaba por WeChat, que demostraba ser veloz, inmediato, una flecha.
La super app sustituyó velozmente también viejas costumbres con nuevas formas de relacionarse. Por ejemplo, un gran clásico en China eran las tarjetas de presentación: incluso en el caso de actividades más bien fantasiosas e improbables, era apropiado acreditar su existencia con una tarjeta de visita. Y en China se pueden imprimir miles con un gasto de pocos yuan. También los extranjeros aprendían rápido: se recibía la tarjeta con ambas manos y se la entregaba del mismo modo. WeChat marcó el fin de un mundo: también las tarjetas de visita desaparecieron. Se tornó habitual, para sustituir dichas tarjetas, escanear el código QR. Y se comenzó a escanear código QR en todas partes y para obtener cualquier cosa: tener ventajas, descuentos o participar en eventos. Se inauguraron las nuevas danzas sociales: aproximar los celulares y escanearse recíprocamente los códigos QR, el modo para “conectarse”. Nuevas costumbres y nuevos dilemas: ¿es más importante la persona que escanea o aquella que se deja escanear?
Pero después de todo esto, llegó el completamiento del cambio en curso. Y llegó como si fuera natural, como si el país entero no esperara otra cosa. En cierto momento fue posible conectar la propia cuenta a una cuenta bancaria china (obtenida por los occidentales gracias a no pocos equilibrismos en la fase inicial de WeChat, mientras hoy todo es más rápido, incluso si existen muchas más limitaciones para los extranjeros) y finalmente poder comprar cualquier cosa con el smartphone. Desde ese día también la billetera se volvió inútil. No servía para nada. También las tarjetas de crédito, para quien las tenía, se volvieron inútiles. WeChat lanzó el desafío a los chinos sobre dos conceptos –el tiempo y la velocidad– transformando a una sociedad clamorosamente dependiente del papel, sellos y trámites burocráticos en una sociedad que de improviso dejó de usar dinero en efectivo y abandonó la necesidad de imprimir y sellar cualquier cosa.
Pero ¿qué es exactamente WeChat? Explicárselo a un occidental es complicado. Algunos intentan describirlo así: WeChat, dicen, es la “app de las apps”, es decir que contiene en su interior todo aquello que nosotros estamos acostumbrados a usar en forma separada. Si queremos describirlo a través de una comparación con nuestro mundo tecnológico, podemos decir que es como un gigantesco contenedor que reúne a Facebook, Instagram, Twitter, Uber, Deliveroo y a todas las apps que utilizamos. Se trata de una explicación que tiene su lógica, pero no es completa. En primer lugar porque, cada vez que se usa WeChat, se descubren nuevas funciones apenas desarrolladas, nuevos usos que se pueden transformar en nuevas costumbres. Ya es habitual, por ejemplo, reservar turnos médicos o pagar los impuestos o las facturaciones a través de WeChat. O bien encontrar, caminando por las calles de las metrópolis chinas, personas sin techo que para recibir una limosna exhiben a los pasantes un cartel con un código QR. También la limosna, en China, hoy se hace con WeChat.
Además, si es verdad que WeChat puede también ser descripta como una suma de apps que ya conocemos y utilizamos, contiene, además, una característica en verdad muy particular respecto a nuestras aplicaciones: puede ser empleada para pagar cualquier cosa. Cada cuenta de WeChat está en efecto conectada a la cuenta bancaria del usuario y, a través de la lectura de los varios códigos QR, es posible comprar de todo: desde un viaje en taxi hasta fruta en un negocio en la calle, de libros en una tienda online hasta el snack posteado –vía WeChat– por un amigo en el chat privado. Con WeChat se pueden incluso hacer todos los trámites para el matrimonio. Y también divorciarse: basta una tecla en la aplicación para hacer comenzar los trámites. WeChat sabe todo de quien lo utiliza, conoce sus movimientos tanto online como offline gracias a la posibilidad de pagar en cualquier negocio comercial y ser así “trazados” incluso cuando no se piensa estar en el ciberespacio.
La súper app ha terminado por crear una suerte de ecosistema dentro del cual no hace falta nada más, porque está en condiciones de ocuparse de cada aspecto de nuestra vida cotidiana. En algunas ciudades, el perfil de WeChat se usa ya como documento de identidad. Todo está dentro de WeChat y esto significa que en China, si no tienes “la app de las apps” estás completamente fuera del mundo. No descargar WeChat es una verdadera elección de vida. Quien intenta resistir tiene una existencia infernal. Zhu, una abogada de Shanghai, narró a la revista Sixth Tone que había decidido vivir sin la aplicación. La motivación de su elección es la certidumbre de que sus datos serán recogidos o usados y no utilizar la aplicación es para ella un modo “para salvar la propia dignidad”. Cada vez que recibe un nuevo cliente, Zhu debe advertirle de su elección porque se da por descontado que todos tienen WeChat. Cuando Zhu viaja al exterior con sus colegas, los otros pueden fácilmente conectarse a WeChat usando el wifi disponible, “pero si quieren hablar con ella tienen que gastar dinero en llamadas o enviar mensajes”. Incluso sus padres han intentado hacerla volver atrás y que descargue la aplicación.
Esto ocurre porque cuando hablamos de WeChat no hablamos de una simple app: dentro de WeChat se navega, como si WeChat fuera la red: existen en efecto “miniprogramas” (como por ejemplo aquel del restaurante mongol donde almorcé o aquel del negocio de robots) o bien minisitios insertos dentro de la app, en cuyo interior ya se desarrolla toda la vida del sistema de internet chino. Y los servicios siguen aumentando, así como las apps. He aquí un simple ejemplo de miniprograma: el equivalente chino de Instagram no es una app entre muchas, sino que se encuentra dentro de WeChat. Parece algo poco importante. Pero no lo es, en una economía que ya se basa en la explotación de los Big Data. WeChat evolucionó hacia una suerte de sistema operativo en el interior del cual giran todos los programas. Es una puerta de acceso para todo lo que se puede hacer con un smartphone en red y offline, capaz de canalizar una enorme mole de datos y dinero en diversos modos: con la publicidad también, pero el grueso de sus entradas depende de los gadgets y de los juegos presentes en la aplicación, de los servicios premium para los usuarios y, sobre todo, del porcentaje que cobra en cada pago. Y no solo eso: la mole de datos que la empresa posee provee a sus clientes emprendedores (los productores de los “miniprogramas”) una customización siempre más precisa de los propios usuarios.
WeChat se ha transformado en la memoria histórica de los gustos, de las pasiones, de las ideas, de las inclinaciones, del potencial de gasto de mil millones de personas. Y con todos estos datos, sabe qué hacer.
1.2. Qué dice a Occidente el nacimiento de la mayor potencia tecnológica mundial
El impacto de la “revolución tecnológica” china no es mensurable sólo con el intento por parte de Facebook de comprender los secretos comerciales de WeChat. En este momento, Occidente debe enfrentarse con los productos chinos en el mercado mundial high-tech: China, hoy, es un competidor de los países occidentales en el dominio de la inteligencia artificial, del 5G y del mundo del Big Data. Por este motivo es importante analizar el nacimiento de WeChat, un evento capaz de brindar claves de lectura para analizar mejor cuál es el impacto del desarrollo high-tech chino sobre todo el mundo. Para comprender por qué Facebook está interesada en WeChat, por qué Google habría cooperado con el gobierno chino para crear un motor de búsqueda censurado, por qué el Great Firewall (el sistema que bloquea la visión de contenidos que no agradan al partido) es una suerte de guía para todos aquellos Estados interesados en el control de la información (sobre todo en Europa del Este), por qué el próximo desafío entre China y el mundo occidental será sobre el 5G y la inteligencia artificial –y sus potencialidades científicas, comerciales y de control social–, es necesario mirar con atención la historia de los actuales líderes del mercado chino.
La historias del WeChat y de la Tencent, la empresa que “inventó” la famosa app, dice muchísimo acerca de qué es China hoy, de lo que nosotros podríamos ser mañana, y aclara también el modo en el cual las empresas chinas han sabido hacer propio el know-how occidental para desarrollar nuevos productos capaces de imponerse en el mercado global. El universo tecnológico chino es un territorio donde se mueven empresas entrenadas por una competencia durísima, donde no faltan golpes prohibidos y donde se deja sentir la presencia constante del Partido Comunista chino. En este sentido, hay que hacer un esfuerzo: China, más allá de ser guiada por un Partido Comunista, tiene un mercado interno muy vivaz, complicado, en constante mutación. Y sobre todo, mucho más desprejuiciado que el occidental.
La historia de WeChat tiene sus raíces en Shenzhen, una ciudad del sudeste de China. En los años setenta, el entonces líder chino Deng Xiaoping comprendió la necesidad del país de insertarse en el mercado mundial para sacar a su población de una condición de generalizada pobreza. En el ámbito del plan de “aperturas y refo...