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Transformar la investigación para transformar la educación
JOSÉ IGNACIO RIVAS-FLORES
Dpto. Didáctica y Organización Escolar
Facultad de Ciencias de la Educación
Universidad de Málaga
1.1. Introducción
La sociedad neoliberal, heredera natural de la modernidad y su propuesta político-social-económico-cultural, precisa disociar la realidad, tal como se entiende desde su perspectiva, para poder llevar adelante su proyecto colonizador. Disociar significa jerarquizar, estructurar, parcializar y, por tanto, la posibilidad de ir controlando las diversas divisiones en un proceso de dominación ideológica y política (Bauman, 2004; De Sousa, 2016). Algunos ejemplos son las divisiones entre: teoría-práctica, ciencia-técnica, sujeto-sociedad, naturaleza-sociedad, economía-producción, etc. El sistema académico, de forma más acentuada en los últimos años, no está fuera de esta dinámica, desarrollando un sistema no solo de parcelas enfrentadas, sino también de relaciones de poder, marcas de autoridad y sistemas de control, que orientan los procesos de producción de conocimiento de acuerdo con intereses específicos y políticas de legitimación de las dinámicas de opresión de las potencias económicas y financieras (Barba y González-Calvo, 2014; Jorge y De Frutos, 2016).
En el campo de la investigación educativa esta disociación adquiere un sentido especial, pues está afectando especialmente a un ámbito fundamental de la conformación de la sociedad, como es la educación, focalizado en los procesos de construcción de sentido, de ciudadanía, de conocimiento crítico y de conformación de la subjetividad. El hecho de que la investigación y la práctica educativa vayan por separado supone una forma de control sobre la segunda (Corona Berkin y Kaltmeier, 2012), en tanto que establece criterios desde un sistema ajeno y dominado por otras lógicas: políticas y académicas, por un lado, desde una mirada institucional, pero también epistemológicas, por otro lado, privilegiando miradas hegemónicas sobre el conocimiento, la ciencia y las metodologías.
En este capítulo reviso algunas cuestiones relacionadas con esta disociación y planteo algunas alternativas que pueden orientar los modos de investigar y de conocer desde una posición transformadora y decolonial (Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007). Entiendo que investigar es un acto político y, por tanto, qué, cómo y para qué investigamos es una forma de construir mundo, sociedad, humanidad y sujeto. Teniendo en cuenta este planteamiento, solo puedo entender la investigación como parte de los procesos de transformación educativa y, por ende, social (Rivas, 2019). Planteo, pues, otra forma de comprender las relaciones entre los sujetos, los procesos de producción del conocimiento, su valor social y político, así como los resultados de los procesos mismos de investigación. Como plantean Mignolo y Walsh (2018), el conocimiento que emerge desde realidades sociales diversas también es ciencia, no solo aquel que se produce desde procedimientos reglamentados por la oficialidad positivista.
El avance incontrolado de las políticas neoliberales está colonizando espacios sociales cada vez más amplios. Este avance no podemos solo pensarlo en términos económicos o productivos. Lo que denomino moral neoliberal (Rivas, 2014; Torres, 2017) está entrando a formar parte de los sistemas educativos, de la cultura, de los sistemas de relación, de la configuración de la política e, incluso, de los procesos de subjetivación y de la construcción de lo privado, personal e íntimo de los sujetos. La investigación forma parte de estos sistemas controlados desde el neoliberalismo, básicamente por dos vías: por un lado, por medio del control de los procesos de producción y diseminación de la investigación, a través de propuestas de evaluación y selección de los resultados y de las metodologías; por otro, haciendo un uso instrumental de ella como elemento de legitimación y justificación de las políticas públicas y de las prácticas económicas, sociales y culturales (Rivas, 2008). La «evidencia científica», recuperada como mantra con estos fines por políticos, académicos y medios de comunicación, se ha erigido como nuevo dogma que se impone sobre la crítica, la reflexión, la complejidad, la diferencia y la situacionalidad que deberían caracterizar el conocimiento. En la medida en que el sistema académico e investigador no solo acepta, sino que incorpora, estas prácticas a sus modos de hacer, se refuerza la posición del neoliberalismo como propuesta hegemónica y totalizadora.
En este trabajo planteo que la investigación (la educativa en particular) está sufriendo un proceso creciente y constante de colonización a partir de las prácticas hegemónicas neoliberales y neoconservadoras, que resulta congruente a su vez, con la propia colonización de su objeto de estudio: la educación. Por este motivo, el debate educativo actualmente se está haciendo en los términos planteados por el proyecto neoliberal y no desde la perspectiva de una educación emancipadora, como se demandaría desde una posición transformadora, de construcción de una ciudadanía crítica y una posición ecológica sostenible. Urge, en consecuencia, desarrollar nuevas «agendas» educativas y de investigación que pongan el foco en la construcción de un mundo «otro», a partir de epistemologías «otras», metodologías «otras» y relaciones «otras». Para ello planteo algunos ejes de análisis: primeramente, haré una revisión del sentido actual de lo «educativo» como parte del diseño neoliberal; seguidamente, afrontaré una revisión de las dimensiones fundamentales de la investigación educativa, como son el posicionamiento epistemológico, metodológico y las prácticas y políticas de investigación.
1.2. A vueltas con la educación
Resulta obvio a estas alturas, en mi opinión, pensar que la investigación educativa está contribuyendo más bien poco a la mejora y el cambio de la educación. Su condición de instrumental respecto al poder político, institucional y académico no ha permitido que los avances en el conocimiento educativo hayan tenido una traducción en las prácticas cotidianas. De hecho, en términos formales, pocas diferencias se pueden encontrar entre la escuela actual y la hace medio siglo, por datar de alguna manera los procesos de cambio. Paradójicamente, la inversión en investigación en este mismo tiempo se puede cifrar en cantidades abrumadoras, especialmente teniendo en cuenta al escaso éxito obtenido. Es más, si en algo se ha caracterizado la investigación en este tiempo es su dependencia de las propuestas políticas del momento, que han ido marcando el paso de las necesidades y demandas.
Es posible afirmar, bajo mi punto de vista, que la mayor parte de las propuestas de cambio y transformación de las prácticas educativas han venido desde la marginalidad (entendiendo como tal lo que esta más allá de los márgenes de lo establecido y/o reconocido). En este caso la investigación ha podido servir como «ilustrador» o «altavoz» de estas experiencias, pero sin que haya intervenido decididamente en su desarrollo, al no participar como colaborador necesario y mediador con los sistemas de conocimiento de apoyo. No quiero menospreciar esta tarea que, sin duda, ha servido a menudo para difundir experiencias que, de otra forma, estarían ocultas e ignoradas, pero no deja de ser una actividad de notario.
Desde una perspectiva positivista de la ciencia y el conocimiento se entiende que la investigación está orientada hacia la generación de explicaciones acerca del funcionamiento del mundo, dejando para la lógica tecnológica la posibilidad de intervención en él, atendiendo a otros sistemas de intereses (no siempre legítimos en términos sociales y éticos) (Habermas, 1986). De esta forma, la disociación entre conocimiento y técnica permite al sujeto científico e investigador mantenerse en un limbo institucional y político que lo exime de cualquier responsabilidad sobre la producción de su actividad. Si bien ya desde Kuhn (1971) quedó claro que el conocimiento científico no funciona desde esta lógica dicotómica, podemos pensar en otras que justamente vinculan la investigación con la transformación de la realidad (educativa en nuestro caso).
En relación con esta perspectiva, no podemos obviar el carácter sociohistórico y situado de los procesos de investigación y, como decía anteriormente, de qué forma está siendo parte de los procesos de construcción social. Esta idea cambia la perspectiva de la responsabilidad de los sujetos que nos dedicamos a ella. Sin duda, el momento histórico que estamos viviendo me hace pensar que estamos asistiendo a una coyuntura especialmente compleja y paradójica. Por un lado, nos encontramos con una multiplicidad de demandas educativas y de escenarios de investigación, la cual se debe a la amplitud del campo educativo y a la constante institucionalización de los diversos componentes de la vida social y los escenarios de enseñanza (formal, no formal e informal (Martínez y Fernández, 2018). Por otro lado, a pesar de los intentos de homogeneización (o quizás como complemento necesario a esta), en este momento conviven orientaciones, finalidades, propuestas, metodologías, focos de investigación, etc., desde supuestos muy diferentes. Quizás disgregar no sea más que una estrategia para mantener un control «necesario» como consecuencia de la confusión de la dispersión; o bien de abrir los márgenes de la colonización en tanto que se mantienen firmes las finalidades sociales, económicas y políticas que actúan en su base.
En esta diversidad de propuestas podemos decir que subyace lo que me atrevería a llamar la ideología de la innovación. Esto es, la idea de que los problemas educativos se resuelven con la implementación de nuevas estrategias y técnicas educativas que van a mejorar la educación. Este pensamiento nos remite, al menos desde mi punto de vista, a la dualidad anterior entre ciencia y tecnología, poniendo el énfasis, justamente, en esta última. Más allá de las buenas intenciones pedagógicas y el afán de mejora de los docentes y educadores, las propuestas de cambio orientadas desde las mejoras técnicas terminan siendo funcionales al sistema establecido, ya que no modifican las cuestiones profundas de este, que serían las que atañen al sentido del conocimiento (no se trata de aprender mejor lo mismo de siempre), a las finalidades últimas del sistema educativo (se sostiene la orientación académica hegemónica como medida del éxito; Robertson, 1996), al tipo de jerarquías (normalmente se sostiene la asimetría entre los sujetos), a los modelos sociales y políticos implícitos, etc.
En este contexto cada vez más el docente es contemplado como un ejecutor necesario, actuando sin que tenga control sobre las finalidades, los procesos y los resultados, las tres condiciones para un trabajo autónomo y emancipador que definía Robertson (1996) en relación con el nuevo profesionalismo. Esto pone en tela de juicio su papel y coloca a la institución escolar en una posición de riesgo, con agoreros que abogan por su disolución. En definitiva, si la educación es un problema de «técnicas», dejemos que se hagan cargo de ella los «técnicos» de primera mano. Además, la entrada de las TIC en el ámbito educativo está siendo un elemento más de presión en este sentido. Desde una posición sobre la educación que no comparto, me parece relevante, aun así, la llamada de atención que hacen Fernández-Liria, García y Galindo (2017):
Es obvio que la escuela y la universidad, tal y como las hemos conocido hasta ahora, ya no van por el buen camino. De hecho, hay aquí una novedad importante: es la propia empresa la que, cada vez más, está en condiciones de formar el tipo de sujeto humano más acorde con sus necesidades. (p. 15)
En definitiva, si hay quién pueda hacerlo mejor, para qué mantener el sistema público de enseñanza. Uno de los resultados evidentes de este escenario es la implantación de este discurso a nivel general, generalizando la agenda neoliberal en todos los ámbitos sociales, el educativo especialmente, a menudo sin distinguir ideologías políticas. En términos sociales (no ideológicos o políticos) resulta difícil hacer crítica de términos como calidad, eficacia, excelencia o el nuevo mantra del emprendimiento. Su impacto sobre la población hace necesario un ejercicio crítico de calado, que pasa necesariamente por proponer modos alternativos de hacer, pensar y sentir (Giroux, 2018; Paraskeva, 2009).
Un ejemplo lo encontramos en la propuesta iniciada recientemente por la red de colegios de nominalidad jesuita en Cataluña, que la prensa calificaba de «cambio radical» (El País, 29 de marzo de 2015), y que consistía en «trabajo por proyectos, flexibilidad y aprendizaje autónomo en vez de exámenes, libros y clases magistrales». En definitiva, aporta...